miércoles, noviembre 04, 2009

Entierro de Quintino


El que fuera ex alumno de la promoción 49 del Colegio Independencia Americana, recibió el último adiós de compañeros de colegio y de familiares de parte de su medio hermano Julio Fuentes Valdivia. Pasado el medio día de hoy fue sepultado Quintin Delgado Valdivia en el pabellón San Esteban del cementerio de la Apacheta, luego que falleciera el pasado domingo. En el velatorio del hospital Goyeneche se hizo presente su esposa Fernandina Teodocia Rodríguez Rodríguez, que lo abandonara luego que Quintino perdiera la memoria y de cobrar la indemnización de Enafer Perú, donde él trabajara hace más de 35 años. Hasta este mismo lugar se hicieron presentes algunas autoridades, entre ellos el ex alcalde Juan Manuel Guillén Benavides, compartiendo recuerdos del llamado dueño de Arequipa y del mundo. (El Pueblo, Arequipa, martes 25 de mayo de 2004). En "Cosas Infames (y otros textos)" Editorial Estruendomudo.

lunes, octubre 26, 2009

La soledad del corredor de larga distancia


UNO. El origen de la vida ocurrió hace unos 3.500 millones de años”, asegura el geoquímico Hiroshi Ohmoto y su equipo de la Universidad de Pensilvania. Llegaron a esa conclusión tras encontrar diminutos cristales de hematita, un mineral de hierro, en una formación de jaspe en el Cratón de Pilbara, en el noroeste de Australia.

DOS. Soñé una historia. En un mundo de dioses un dios comete un crimen. El resto comprende que no les queda otra alternativa que inventar el concepto de castigo. Deben someter al dios criminal al peligro. Pero en el mundo de los dioses el peligro no existe. Entonces inventan una máquina sutil que genera conflicto de una manera dosificada para que la saturación no aturda la sensibilidad del caído. Esa máquina es la vida. Los seres humanos, todos, somos el cuerpo de ese dios.

TRES. Margarite Yourcenar señala que no hay que perder nunca de vista el diagrama de una vida humana, que no se compone, por más que se diga, de una horizontal y de dos perpendiculares, sino más bien de tres líneas sinuosas, perdidas hacia el infinito, constantemente próximas y divergentes: lo que un hombre ha creído ser, lo que ha querido ser, y lo que fue.

CUATRO. El Rabí Low manufacturó una figura de arcilla y la dotó con el poder de su propia mente (que es un poder derivado de Dios). La transferencia se efectuó cuando el Rabí escribió el nombre de Dios en un trozo de papel y lo colocó en los labios del golem, consiguiendo un efecto instantáneo. Cada día el golem hacía trabajos para el rabí, excepto los sábados, días dedicados al descanso, en los que el rabí extraía el papel con el nombre de Dios. Un viernes olvidó sacar el nombre de Dios de los labios del golem y dejó sola a la criatura mientras se dirigía a la sinagoga. Poco después de su partida el golem adquirió gigantescas proporciones y empezó a vagar por las calles de Praga causando terribles daños.

CINCO. Soñé una idea. El universo es un accidente de la nada. Una imperfección del absoluto. ¿Qué es la vida en ese contexto? Lo imperfecto debatiéndose desesperadamente en busca de algo. ¿Qué? El día en que todas las cifras vuelvan a cuadrar.

SEIS. El pico exasperado de la vida es el universo de lo humano. La existencia que, en estado de delirio, se observa a sí misma.

SIETE. Las ambiciones más populares se refieren a poder, dinero y amor (en su modalidad más sexual). En torno a esos temas la gente suele medir su realización vital. En la película The RainMaker (1956), los personajes interpretados por Katharine Hepburn y Burt Lancaster conversan sobre los respectivos sueños de sus vidas. Ella confiesa que se sentiría absolutamente realizada “haciendo feliz a alguien”. Es una respuesta noble, romántica, aunque terriblemente doméstica, ya que se refiere a la institución básica de la sociedad tradicional. La respuesta del personaje de Lancaster en cambio es sorprendente. “Hacer un milagro”, dice él, es lo único a lo que aspiro”.
Ilustración: Gary Hill.

lunes, octubre 12, 2009

Música para mirar chicas



UNO. Bajé la cabeza y lamí la sal del Pacífico mezclada con el fresco interior de sus muslos. Con las manos acunando sus caderas, la sostuve, la alcé como se alza un cáliz, mientras que con la lengua busqué el lugar, el punto, la precisa longitud de onda que la transportase a su verdadero hogar.
DOS. El florentino y platónico Marsilio Ficino pensaba que los impulsos de un verdadero amante no se sacian con la simple intensidad de las caricias, ya que no es el cuerpo lo que se desea, sino el esplendor que brilla a través de la carne, un esplendor que llena de asombro.
TRES. El clítoris es la madre del microchip, es junto con la retina y la membrana timpánica el triunfo de la evolución. Philip Roth asegura que los miles y miles de orgasmos que bailan en ese punto preciso conforman un gran testimonio de la existencia de Dios. Y argumenta: ¿Para qué necesitan joyas cuando tienen ESO? Y está ahí por ninguna razón más que por la razón por la que está ahí. No para que corra agua ni para diseminar utilitaria simiente. Concluye: Sin duda es un regalo del Hacedor, un ser generoso y con una auténtica debilidad por las damas.
CUATRO. La muy hispánica Penelope Cruz es ya la más cotizada actriz del continente europeo. Woody Allen, ese dirty old man, ha confesado que no le gusta verla de frente porque le resulta una experiencia inquietante. Almodovar, en cambio, dice que Penelope es extremadamente emocional, y que únicamente la caracterización de personajes le permite manejar algo que sería trágico para un simple ser unidimensional.
CINCO. Aunque parezca increíble según el viejo Kundera el arte de chapar no es patrimonio de la humanidad. Según le han contado, en china y en Japón la cultura erótica no conoce el beso con la boca abierta. El intercambio de salivas no sería, entonces, una fatalidad del erotismo, sino un capricho, una desviación, una cochinada específicamente occidental.
SEIS. Las actrices francesas tienen algo que las hace diferentes a sus colegas de otras latitudes. Tal vez se deba al extraño efecto producido por la fonética de su extraño idioma sobre la configuración de su postura.
SIETE. Aunque tal vez todo lo decisivo está en los ojos. La adulta consistencia de Isabelle Huppert se centra en la engañosa opacidad de su mirada. Audrey Tautou, en cambio, personifica la radiante fragilidad, con esos ojos empapados de luz matinal. Y mi favorita, Marion Cotillard, tan irresistiblemente Trilce.
OCHO. Francia en realidad es un país con identidad femenina y la mítica Marianne con su gorro frigio y sus pechos desnudos es su personificación. A nivel global fue Brigitte Bardot, que acaba de cumplir 75 años, quien consagró la idea que asocia a Francia con mujeres de femenina destreza. En 1956, en Y Dios creó a la mujer, un personaje, luego de contemplarla, se pregunta: ¿Es su culo una canción?
NUEVE. La siempre imprescindible Wikipedia en su entrada sobre el deleite informa: “con la mano también se puede conseguir placer”. Aclara: “por ejemplo rascándose”.
Ilustración: Nam June Paik.

domingo, octubre 04, 2009

El tiempo de Gastón


Esta semana la revista Time reporta sobre la exitosa campaña de la cocina peruana para conquistar el mundo (del apetito). Ver artículo aquí.

jueves, octubre 01, 2009

Extremos magnéticos



En algún momento una gitana del campo de concentración debe haberse asombrado contemplando la palma de ese niño polaco y judío. Seguramente le dijo que tenía marcado en su destino ser una víctima pero también un depredador. Que ese iba a resultar un signo trágico en su existencia. Afortunadamente Roman Polanski fue un niño muy avispado, incluso un prodigio, y dio un primer gran paso al encontrar la manera de librarse de la crueldad alemana. Su madre no tuvo tanta suerte. Pero está comprobado que las víctimas no se vuelven más sabias y más piadosas (ver Israel). Al contrario, aspiran a convertirse en cazadores, a tener el poder de importunar el destino de otros. Y Polanski, gracias a su desmesurado talento, se convirtió tempranamente en un “dueño del mundo”. Es por eso que cuando le dieron ganas de tirarse a una niña de 13 años no le importó recurrir al trago y a las drogas. Y cuando las resistencias estaban bajas, atacó con todo su apetito. Pero como suele suceder, un triunfo soberbio a veces no es más que el principio de una horrible derrota. Porque entonces empezó la gran persecución. Un acoso que se extiende ya por varias décadas. Pero el año pasado Polanski había estado pensando que tal vez por fin había llegado la hora de detener la terrible dinámica y que, ya anciano, podría apartar para siempre a sus cazadores. El 2008 Marina Zenovich había presentado “Roman Polanski: Wanted and Desired”, un documental emitido por HBO, que fue considerado bastante favorable a su causa. Ahí se intentaba desacreditar al juez que llevó el juicio. Este triunfo frente a la opinión pública aparentemente reanimó las viejas ilusiones de Polanski de volver a tomar el sol en California. Pero ya se sabe, así como no hay mal que por bien no venga, con frecuencia no hay bien que por mal no venga. Y, como dice Robert Harris en el NYT, a las autoridades no les gusta que las critiquen. En eso debe estar pensando ahora, en su pequeña celda extrañamente inmaculada.

lunes, septiembre 28, 2009

¿Es esto ser una persona?

Había esperado demasiado sentada en el estúpido sillón mientras el editor regresaba de almorzar. Y al final recibió solo unos billetes. Y entonces salió de la oficina echando chispas. Y justo en la esquina lanzó todo al primer mendigo. Lo más importante de Clarice era su mirada estremecedora. La cultivaba, la adiestraba, la domaba. Gregory Rabassa, su traductor, dijo en memorable ocasión que ella era rara, que era como si Marlene Dietrich se dedicase a escribir como Virginia Woolf. Cuando escuchó eso Clarice enrojeció. Ardieron sus ojos perfectamente almendrados. Su boca llena y jugosa se congeló. No había leído jamás a Virginia Woolf. El Dios de Clarice era el lenguaje, eso que sirve para iluminar el yo. Su tema era el avisoramiento. Y, siguiendo el maravilloso panteísmo de Spinoza, sabía que el abismo se refleja en los ojos de un gato. Lorrie Moore afirmaba que Clarice era una posmodernista de alguna clase. Decía que en sus textos vibra una inteligencia efervescente que a veces gira hacia la histeria, pero que justo al filo se contiene y se desmaya en un aforismo. Decía que ella es terriblemente graciosa aunque sus exégetas no parecen notarlo. En Francia (donde algunos aseguran que llamarla novelista es como considerar dramaturgo a Platón) Clarice se convirtió instantáneamente en objeto de culto de los deconstruccionistas. La escritora y crítica Hélène Cixous le tenía tan copiosa devoción que apoyó un gran coloquio. Pero Clarice abandonó la mesa realmente temprano. Se fue a su casa y se tragó un pollo entero. Estaba rabiosa. No entendía una palabra de lo que decían aquellos profesores. ¿Soy un monstruo o esto es ser una persona?, pensó. Ella que había apaciguado tan trabajosamente a la vida. Ella que había cuidado tanto que nada estallara. Que había mantenido todo en serena comprensión, separando una persona de las otras. Sabiendo que las ropas estaban claramente hechas para ser usadas. Que todo estaba hecho de tal modo que un día sucediera al otro. Aunque a veces, sólo a veces, algo, incluso un ciego masticando un chicle, le rompiera los parámetros, la lanzara más allá del abecedario, hacia el alargado umbral de lo inconmensurable. Amar a los demás es tan vasto que incluye hasta el perdón para mí misma, pensó, mientras contemplaba el círculo incandescente que se hundía en el horizonte de Ipanema. Hay varias formas que significan ver, se dijo, casi en voz alta. Es hacia mí hacia donde voy, repitió, como una letanía. Y de mí salgo para ver. Los hechos son sonoros, pero entre los hechos hay un susurro. Ese susurro es lo que me impresiona. 

En el otoño de 1967 un departamento se incendió en pleno Brasil. Clarice Lispector se había quedado dormida con el cigarrillo entre los dedos. Meses después escribió en su columna de un diario: Cuando me sacaron los puntos de entre los dedos de la mano operada grité. Solté gritos de cólera. Pero no fui tonta. Aproveché el dolor y grité por el pasado y por el presente. Grité hasta por el futuro.



lunes, septiembre 14, 2009

Ningún lugar


Con el lento paso de las generaciones los individuos forman una constelación de referencias que dan densidad a su historia personal. Con cíclica perseverancia, para millones, estas raíces han sido arrancadas de cuajo. Para llegar a su meta los migrantes tienen que atravesar barreras sicológicas, morales y geográficas creando espacio para lo extraordinario. Por eso el violento drama de las oleadas migratorias que se multiplican desde el siglo pasado no ha sido ignorado por el cine. Sus penurias, su angustia y soledad, han sido abordados en clásicos contundentes como The grapes of wrath (1940) del superlativo John Ford. En cambio Jim Jarmusch en su Stranger Than Paradise (1984) retrata la otra cara, con unos jóvenes que prefieren enfocarse en la desbordante libertad que genera la perdida de raíces. Pero probablemente la más recordada imagen del inmigrante es la llegada del niño Vito Corleone a Ellis Island, en El Padrino II de Coppola, dando inicio a la marcha cadenciosa de una revancha emblemática. Y en Europa, cuya xenofobia rechaza ahora a los hijos de los que antes sometió, el tema también ha empezado a interesar, destacando la obra de Fatih Akin, alemán de origen turco, que asume el tema desde dentro, con imaginación y destreza. Pero para mi gusto la cinta más rotunda es Nuovomondo (2006), del italiano Emanuele Crialese, por su frontal perspectiva visual, por su manera de distinguir el fulgor de lo individual en las apretujadas formas de un acontecimiento masivo e histórico.
En el ámbito de lo hispánico el asunto recién consiguió cierta consagración con El Norte (1983), de Gregory Nava. Si bien esta película tiene la ambición de abarcar el completo arco dramático, su visión es algo acartonada, con esa inevitable porción de melodrama. Más recientemente se ha podido ver La misma luna (2007) de Patricia Riggen, con Kate del Castillo (que exhibió un enorme talento hace muy poco al lado de Tilda Swinton). Ésta suma al esquema sentimental unos toques de comedia usando el viejo truco del cínico desencantado versus pura vida. En lo que respecta a Sudamérica es extremadamente recordable el retrato del “recién bajadito” que hace Adrian Caetano en Bolivia (2001).
Desde que los hispanos se han convertido oficialmente en la primera minoría de USA el tema ya está listo para salir del ghetto. De la mano del cada vez más institucional Festival de Sundance, este año ha conseguido bastante aceptación Sin nombre, de Cary Fukunaga. Esta historia de amor entre un Mara Salvatrucha condenado y una chica que huye de la pobreza se desenvuelve en la peligrosa ruta a la frontera. El poderoso y ciego tren sobre el que se aferran las frágiles existencias de los miserables crea perspectiva. Un tren que avanza picoteado por facinerosos y por los diversos nombres de la adversidad. Pero a pesar de los logros visuales (las escenas nocturnas con sus terribles énfasis) la cinta no es completamente convincente. Tal vez su error está en el guión, que opta por algunos clichés dramáticos. El ambiente violento que corrompe a los inocentes, el resentimiento por la familia quebrada, el amor que impulsa a la redención de los villanos, son temas buenos para telenovela, pero banalizan esta historia que contrapone la esperanza con lo agónico. Sospecho que el gran cine latinoamericano no se hará hasta que le retorzamos el cuello al cisne de nuestros engañosos arquetipos. Tal vez nuestra conciencia está tan fragmentada que tenemos dificultades para ver la complejidad del hombre sin esas etiquetas.
Foto: Bruce Davidson.

sábado, septiembre 12, 2009

El viejo y el niño


El mariscal de campo B. Montgomery fue a dar una charla a un colegio. Al cabo de un buen rato se dio cuenta de que un niño se había dormido. Empezó a gritar. ¡Profesor! ¡Castíguelo! ¡Castíguelo! El niño se despertó por los gritos. Montgomery dijo: "Empezaré desde el principio".
Ilustración: Bochner.

miércoles, septiembre 02, 2009

Serendipity


Raymond Carver se caracterizaba por sus frases cortas, por un vocabulario sin complicaciones, pero especialmente por el ocultamiento del dato central, sin duda con la intención de implantar un tic tac explosivo en la imaginación del lector. Su tono abrupto y elíptico intoxicó a la literatura durante por lo menos un par de décadas hasta un punto en que sólo los despistados no lo incluían en su lista de favoritos. La gran sorpresa surgió cuando el editor Gordon Lish reclamó gran parte del crédito. Con papeles en mano se demostró que antes de llegar a la imprenta las páginas de Carver fueron recortadas hasta en un setenta por ciento. Muchos fanáticos se negaron a creerlo, pero otros, escritores geniales sin éxito, más pragmáticos, lamentaron no tener a un Gordon Lish a la mano. Pero Tess Gallagher, la leal esposa, no se traga esos asuntos. Y si bien reconoce los hechos, sostiene que la versión original, menos castigada, es la verdadera. La mucho más verdadera. Y para demostrarlo, en octubre, la Library of America publicará Beginners, más de mil páginas que intentan ser definitivas. Pero puede que estas buenas intenciones solo dejen en claro que si antes el peor enemigo de Carver era él mismo, tal vez ahora lo sea su viuda. Porque muchas veces las grandes obras maestras son producto de algo más que el talento de un solo individuo.

martes, septiembre 01, 2009

Superioridad moral


Recién ha aparecido el DVD de Katyn, la película de Andrzej Wajda sobre el asesinato de 22,000 polacos durante la Segunda Guerra Mundial (donde murió el propio padre de Wajda). La versión oficial apuntaba a los sanguinarios alemanes. Pero hacia fines del siglo XX, al caer el régimen comunista, surgieron documentos que probaban que el autor intelectual fue Stalin. Triste destino el de estos polacos que consiguieron esquivar al salvaje Hitler sólo para caer en las manos de un régimen que se jactaba de su idealismo. Aparentemente la única superioridad moral que exhibieron los soviéticos fue la de conceder la muerte fulminante de una bala en la coronilla.

sábado, agosto 29, 2009

Rubem Fonseca: Querer vivir es tan extraño como querer morir













Rubem Fonseca, el narrador de mayor proyección del Brasil contemporáneo, escribe historias de intriga policial en una prosa sencilla, eficiente, de asumida vocación menor. Sin embargo, en esas historias de frases cortas, de diseño frontal, se revela un universo en el que se avizora un filo trágico, vibrante, que hecha una aguda mirada a la gestualidad de la existencia, que interroga a las pulsiones del amor sexual, que estudia con fascinación la artesanía de los homicidas y el silencio final de las víctimas. Y en muchos de sus relatos, quizá en todos, la piedad se alza como una luz casi impertinente, no tanto como el despertar de la esperanza sino únicamente como terca lucidez de solitario.

El discreto agente
De la vida de Rubem Fonseca no se sabe mucho. Nació en 1925 en Juiz de Fora, estado de Minais Gerais, aunque desde los siete años ha residido en Río de Janeiro, cuyas calles suelen ser el campo de las torcidas intrigas de su obra. En 1948 se graduó en derecho penal, y luego estudió administración en la Fundación Getulio Vargas, y en las universidades de Nueva York y Boston. Se sabe que ha trabajado para la policía y, según fuentes que prefieren conservar el anonimato, en cierta ocasión fue incluso agente encubierto. En 1963 , a los treinta y ocho años, publicó Los Prisioneros, un libro de relatos que ya mostraba su talento para las historias cortas. Dos años después obtuvo el premio PEN Club de Brasil por El collar de Perro, y en 1970 su libro El Cobrador fue galardonado por la asociación de críticos de Sao Paulo, lo cual lo dio a conocer más allá de las fronteras de su país. Pero fue en 1973, con la críticamente aclamada novela El Caso Morel, que su fama se consolidó. El incidente de la intervención policial sobre la edición sirvió únicamente para llevar su nombre a titulares de la prensa y, para convertirlo en un autor ampliamente reconocido por la opinión pública. En 1983, con la publicación de El Gran Arte, que pronto fue traducida a los principales idiomas, y luego llevada al cine, consiguió ubicarse en un nivel protagónico en el ámbito internacional, como un auténtico autor de culto.
Fonseca también ha sido profesor universitario, periodista, crítico de cine y guionista. En 1990 publicó Agosto que transcurre durante los últimos días de la dictadura de Getúlio Vargas, y que incursiona con visibles ambiciones en la novela de aliento mayor, aunque sin lograr superar la contundencia de sus novelas cortas. A pesar de su creciente celebridad internacional no concede entrevistas, ni asiste a congresos, y sólo permite que una vieja foto se reimprima en la solapa de sus libros, que, en general, giran en torno a una intriga policial.

La cacería
A fines de los setenta y principios de los ochenta la llamada novela negra norteamericana se convirtió en artículo de moda, entre escritores y lectores de Latinoamérica. Muchos vieron en la opción una vuelta a las raíces, ya que se trataba de utilizar una trama con incidentes extraordinarios, en oposición a la tendencia que exaltaba los conflictos de la vida interior, o los dramáticos matices de la vida cotidiana. Los recorridos, las indagaciones para desenmascarar a un criminal, se mostraron apasionantemente adecuados para revelar la pirámide de corrupción que está plantada en el centro mismo de la sociedad urbana contemporánea. El lector focaliza en los excitantes efectos de la relojería del suspenso mientras, en el trasfondo, es impactado por el dramático paisaje donde el artero predador destroza la vida de los incautos. Un esquema ideal para acceder al éxito de librerías, y simultáneamente, cumplir con las inquietudes sociales y existenciales. Y en esto Rubem Fonseca ha demostrado hacer un trabajo con una malévola maestría que no tiene equivalente en ningún otro autor en esta parte del mundo. Su versatilidad formal le ha permitido pasar del clásico registro de la novela realista como en Agosto, hasta el muy estilizado manejo de los planteamientos narrativos característico de sus relatos y novelas cortas (ejemplo Desde el fondo del mundo prostituto sólo amores guardé para mi puro). La rapidez de su prosa, con diálogos directos, precisos, trabaja en ajustado contrapunto sobre historias con frecuencia truculentas y personajes desbordados. Su regla parece ser “mientras más cochinadas en el cuarto, más etiqueta y discreción en el salón”.


Cantos de amor y muerte
La danza de Eros y Tánathos ha hecho correr, entre otras cosas, ríos de tinta. Pero en los argumentos literarios ofrece unas prestaciones impagables. Para tensar una historia, para recobrar el estremecimiento ante el gastado asunto de alguien que ama, o de alguien que muere, no hay nada como hacer que las vibraciones de uno y otro entren en dramática colisión. Es una modalidad radical del climax y anticlímax. La luz se hace más aguda y la oscuridad más grave. Las fuerzas en juego impulsan a los participantes hacia sitios más ardientes que los reconocidos por el sentido común. Todos los pervertidos conocen esa ley universal, y en todo escritor hay algo de pervertido. Probablemente el rasgo característico de Rubem Fonseca, lo que lo hace entrañable y adictivo, son sus personajes que parecen estar buscando algo más que la solución o ejecución de un buen crimen. Uno diría que éstos buscan alguna verdad detrás de los rutinarios eventos de la ilusión o del dolor, de las circunvoluciones del bien y del mal. Es especialmente memorable el sicario esteticista de El Gran Arte, que ha profundizado en la poética del cuchillo, en las posibilidades del acero afilado sobre la masa orgánica del ser humano. O el irreductible agente Alberto Matos de Agosto, que trajina entre la miseria armado de pastillas antiácidas con la mirada en un punto más allá de lo visible. O el casi absurdo escritor de Del fondo del mundo prostituto... que se distrae de una amenaza mortal con charla ingeniosa, que sólo ilustra su frustrado afán por alguna trascendencia.
Todos son personajes que a pesar de ser almas perdidas conservan una mística nostalgia por lo verdadero. Y esto es seguramente lo que hace de Rubem Fonseca un escritor que se diferencia de los irremediablemente desencantados personajes de la gran novela negra norteamericana. A su manera, en Fonseca resplandece la singular lujuria o vitalidad del inmenso e inescrutable Brasil. Su ilusión y su tragedia.
(Fonseca está en Lima. Hace tiempo publiqué en Somos este texto.)
Ilustración: Grosz.

lunes, agosto 17, 2009

Mad men



UNO. Por estos días se conmemoran 40 años de los crímenes de Charles Manson. Según registra el libro del fiscal Vincent Bugliosi, este sujeto, de mínima estatura y de ego ciclópeo, tenía varias técnicas para magnetizar a sus discípulos. Su favorita consistía en reunir a decenas en una gran habitación y conducir, con la entrega de un director de orquesta, una descomunal orgía. Su objetivo era un orgasmo simultáneo. El siguiente paso, y quizá para regocijarse con lo absoluto de su poder, consistió en ordenar el ataque en el que murió Sharon Tate. Por asociación, esas escenas de sangre mancharon irremediablemente la utopía de los hippies.
DOS. Raúl Cano, un científico del Politécnico de la Universidad de California, ha realizado el sueño de Jurassic Park despertando a un ser de 45 millones de años edad que dormía en una gota de ámbar. La mala noticia es que el bicho es casi invisible. La buena es que siendo una antigua forma de levadura se ha podido usar para preparar una cerveza (Fossil Fuels Brewing Co.) que los entendidos aprueban acaloradamente. Habrá que ver cómo son sus diablos azules.
TRES. Una de las super stars en este mundo con sobrepoblación de celebridades es Nora, la gata que toca el piano. Su video en YouTube ya ha sobrepasado las veinte millones de visitas. El éxito le ha permitido ganar algo de efectivo con DVDs de sus conciertos, y en Amazon se ofertan un par de libros alusivos. Se puede además bajar de su página web una versión en PDF con reveladora autobiografía. Pero a la fecha su logro más significativo es que una de sus composiciones ha sido interpretada en Lituania, por una orquesta sinfónica (ver Catcerto).
CUATRO. Alec Guinness contaba melancólicamente que cuando era desconocido estaba tan ocupado tratando de volverse conocido que no se dio cuenta de las ventajas de vivir lejos de la obsesionante mirada de los otros. Imre Kértesz afirmaba que si uno busca el éxito, sólo tiene dos caminos, lo consigue o no lo consigue, y ambos resultan igualmente ignominiosos.
CINCO. ¿Qué clase de gente siempre está pidiendo algo nuevo cuando lo único que quiere es lo mismo? Los niños. La televisión, cuyo desafío era reiterar incansablemente dos o tres fórmulas parecía querer eternizar ese tipo de telespectador con escasa capacidad de concentración. El problema es que cuando un adulto se comporta como niño califica como estúpido. Pero gracias a ciertos canales de cable las cosas no sólo están cambiando, sino que probablemente estemos ya en una edad de oro de la televisión.
SEIS. Mad Men, la serie ambientada en el ambiente de los creadores publicitarios, en los años sesenta, y cuya tercera temporada ya se anuncia, tiene material para ser considerada una autentica obra maestra. Siguiendo la ruta admirable de Los Sopranos y The Wire, esta producción televisiva enfoca temas adultos sin insultar la inteligencia de los espectadores. Las motivaciones de los personajes responden con frecuencia a un enigma existencial, que los espectadores podemos intuir sin poder jamás refugiarnos en una consoladora certeza. Si uno se fija exclusivamente en el argumento, en lo más superficial, por momentos pareciera que no pasa nada, pero por debajo fluye un inquietante universo. Justo como en la vida.
foto: "Curvaceous" Christina Hendricks entre mad men.

lunes, agosto 10, 2009

Pagliacci


Un hombre va al doctor. Dice que está deprimido. Dice que la vida le parece áspera y cruel. Dice que se siente solo en un mundo amenazante donde todo lo que uno puede esperar es vago e incierto. El doctor medita y señala: “El tratamiento es simple. Ha llegado a la ciudad Pagliacci, el gran payaso. Vaya a verlo. Eso le levantará el ánimo.” El hombre baja la cabeza.
“Doctor, yo soy Pagliacci.” (en Watchmen, de Alan Moore)

lunes, julio 20, 2009

Llátan


Después de varios siglos Francia ha cedido su supremacía gastronómica. Esto se debe, según Michael Steinberger, autor de Au Revoir to All That: Food, Wine and the End of France, a una indigesta combinación (entre otras cosas) de hamburguesa y complacencia. Porque Francia sufre la bipolaridad de por un lado sentirse gastronómicamente insuperable, y por otro ser el segundo lugar del mundo donde McDonals hace mejores negocios. Pero el problema no es tanto que demasiada gente prefiera zamparse una cheeseburger, sino que la preciada comida francesa esté McDonalizandose. Como aseguraba un testigo cercano, lo que pasa es que los chefs están terriblemente ocupados con el marketing y el diseño de “fórmulas ganadoras”, y le están perdiendo la mística a las viejas cacerolas. En cambio en España la creatividad ha tensado límites. El caso más resonante es Ferrán Adria, que no sólo es considerado el mejor cocinero de este goloso planeta, sino que no hace mucho representó a su país en una bienal de arte.
Mirar hacia atrás, pero siempre ir hacia delante (como predicaba Ian Kerr), es la única manera de tomar en serio la cultura popular. La tradición, la nata de la idiosincrasia, se cuece a fuego lento en la contingencia de un pueblo, y si bien es imprescindible marcar hitos y consagrar logros, sólo la permeabilidad la mantiene saludable. El reconocimiento mundial a la cocina peruana ha generado principalmente un movimiento nacional de afirmación. A la avalancha bibliográfica se han sumado festivales, programas de televisión y cierta proliferación de restaurantes que prometen autenticidad. Una de las razones por las que Gastón Acurio se ha convertido en el gran caudillo de la comida peruana es porque a diferencia de otros entusiastas, enfoca su interés principalmente en la dinámica de la cocina, tratando de establecer el eje sobre el que giran las variaciones. Su respeto por la tradición no pone el énfasis en lo histórico, sino que rastrea a los protagonistas contemporáneos –los guariques, las picanterías, los salones familiares, las carretillas- para cazar tendencias, para asombrarse con la vitalidad. Eso lo ha convertido en una especie de héroe nacional. Sin embargo su enfoque hacia el futuro aunque es también popular, sugiere una perspectiva de negocios, global, y empolla una contradicción. Y es que si bien Acurio no descuida el aspecto creativo, desafiando a los chefs a expandir el abanico de posibilidades de lo que crece (vuela o nada) en esta tierra, su proyecto formal parece orientarse principalmente a la consagración de la cocina peruana como marca. Su interés por las franquicias y por el ingenio corporativo es una prometedora apuesta en muchos sentidos, pero si eso se convierte en el motor del fenómeno gastronómico se corre el riesgo de minar la entrañable picardía de los guisos.
La “estandarización de la excelencia” es un modelo viable quizá sólo para engendrar un subgénero, pero eso jamás tendría que convertirse en el verdadero protagonista. Lo variado y plebeyo de la comida peruana hace que su triunfo sea desigual, y si bien tal vez se requiera de algún proyecto de supervisión o estímulo, la solución para avanzar con buen pie en este nuevo siglo seguramente no está solo en el buen ojo para los negocios de Gastón Acurio.
Foto: Saida, de la picantería La Cau Cau (Hermann Bouroncle)

miércoles, julio 01, 2009

Alf, el terrícola




Si de algo no se podía quejar Alfredo Mono Villavicencio es que tuvo full acción en su juventud. Es cierto que como contrapeso a demasiadas horas festivas tuvo que enfrentar situaciones agobiantes, pero eso no le alteró la expresión del rostro. Es más, pareciera que su invencible buen humor transmutaba todo en eventos épicos, dignos incluso de un comentario pagano. Se sabe que hace tiempo estaba consciente de su situación virtualmente terminal, pero cuando mencionaba el asunto todo el mundo optaba por darle un abrazo sin asomo de conmiseración. El lenguaje de lo trágico parecía extraño en ese territorio que él había inventado, ese que pobló con músicos, pintores, poetas, periodistas, filósofos callejeros, y con sus hijos, y con sus amadas fundamentales.
Para visualizar el espíritu de una época uno tiene que barajar la galería de personajes que animan a un pueblo. Gente que conforma el gran mural. Pero a diferencia de la mayor parte de caracteres que tienen que vivir en una atmosfera caldeada por actitudes encontradas, el mono consiguió convertirse en alguien apreciado de una manera benigna, unánime, cómplice. La popularidad del Mono empezó con sus dibujos. En La Salle, mientras el cura Poquitín ponía su infinita buena voluntad, el Mono secretamente se dedicaba realizar el retrato de Olga Camacho en base a una foto tamaño carnet. La obra maestra, que recién logró terminar saltando asuntos de física y de química, era exactamente igual al original (incluso en tamaño), aunque claro, había algo allí que hizo que todos deseásemos haber podido ser, por un segundo, el Mono.
Pero sospecho que a pesar de esta innata destreza él nunca creyó en el arte como el objetivo central de una vida. Por eso no estaba enloquecido por la obsesión. Lo que pretendía era representar su papel con consistencia. Eso empezó a vislumbrarlo cuando apareció con un montón de LPs de Pescado Rabioso, a su regreso de Argentina. Fue cuando empezó a contarnos de sus ganas de explorar escrupulosamente el contenido de cada hora. Quizá cuando quiso creer que su vocación, más que de artista plástico, era de rockero. Tal vez porque el rock es la más vívida, la más intensa de los formas de hacer arte. Y sus presentaciones con Catedral de Humo hicieron historia en el panorama local. Durante febriles instantes supo arrancarle matices a la plenitud. Luego seguiría con su casi ficticio grupo Eleuterio Cutipa y los duros de Juli (también conocido como Eleuterio Cutipa y las gallinas asesinas) pero en realidad ya sólo estaba dedicado a redondear su leyenda.
Sin embargo más allá de sus logros como dibujante y músico, su intransferible idiosincrasia es lo que lo hizo tan entrañable. Y es que (tal vez) lo que al Mono le magnetizaba de esta vida era representar el papel de héroe bizarro, ese hedonista que consagra su grandeza en horas secretas, bajo la luna. Ese tipo que encuentra una terrible dicha en estar sentado frente un vaso repleto. Aceptando con una carcajada todo lo que venga. Incluso la muerte.

martes, junio 16, 2009

Los bifocales de Woody


Woody Allen es quizá el único director-artista que puede permitirse una película cada año. Varias de las últimas son prescindibles, pero es un error tratar de enterrarlo prematuramente porque este funny little man es demasiado ágil, y siempre se las ha arreglado para conferir dignidad a su arte menor. Uno de sus numerosos alter egos dijo: “Debajo de esos gruesos lentes bifocales asoma la energía sexual de un gato de la selva”. Y justo esa incongruencia es el motor de su obra. Un IQ elevado suplementando una arrechura imperativa. Esto también lo ha convertido en un conspicuo cazador de chicas especiales, esas cuyo talento es intrínseco a una rara belleza. La peculiaridad de sus amantes reales e imaginarias es impresionante. Su última película Whatever Works, que ya se estrena, ha causado cierta expectativa. Es un retorno a Manhattan, su hábitat natural, y también al tema del neurótico urbano acalambrado por Eros y Tánatos. La casi adolescente seleccionada para la polémica experiencia de calentar los huesos del dirty old man es Evan Rachel Wood, una excelente actriz que también conjuga una incoherencia: doméstica perfección unida a sustancia indocumentada.
Ilustración: Evan Rachel Wood. El texto del tatuaje:"All that we see or seem is but a dream within a dream." de Edgar Allan Poe.

sábado, junio 06, 2009

Barias Cozas






















1. Los Beatles destruyeron el Rock’n’Roll cuando empezaron a crear música que podía ser tocada únicamente en estudio, desvirtuando los elementos rítmicos y “danzables” que le daban todo su poder. Eso asegura Elijah Wald en un libro que acaba de salir. Dice también que otro maldito sería Chubby Checker, que puso de moda el Twist, la primera danza popular en la que se pierde el interés en olfatear a la pareja.

2. Un excelente material para los que prefieren bailar pésimo es el que ofrece Grizzly Bears, un grupo Indie rock domiciliado en Brooklyn que está provocando complejas emociones entre los que normalmente controlan muy bien el nerviosismo. Parece música compuesta en una (resonante) casa amueblada con muebles raídos. Los elaborados registros vocales se suman a frágiles instrumentos (en el vórtice de atmosferas eclécticas) creando espacio para la sutileza. Les gustan a los que les gustan Subjan Stevens (y Sigur Ros).

3. El 7 de junio se abre la 53º Bienal de Arte de Venecia. Se ha anunciado un León de Oro para Yoko Ono por sus logros en toda una vida. Representando a Estados Unidos va Bruce Nauman (67), al que algunos insiders consideran el artista más influyente desde Andy Warhol. Miquel Barceló representa a España e Iván Navarro a Chile. Por Argentina irá Luis Felipe Noé, que ha declarado no sentirse más la viuda de sí mismo. Sandra Gamarra (Lima 1972), que reside hace años en Madrid, izará la bicolor.


4. Gustavo Dudamel, el venezolano de 28 años que fue recientemente nombrado director de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles (cuya sede es el Walt Disney Concert Hall, diseñado por Frank Gehry) es, según entusiastas, el nuevo poseedor del fuego en la música clásica. Como se sabe, en el 2012 trepará a Machu-Picchu con Juan Diego Flores (poseedor también) para ofrecer un concierto ritual. Pedrusco Rodríguez, compositor nativo, tiene ya pertinentes sugerencias.

5. El mundo está en un proceso de reconfiguración. Otra institución emblemática podría declararse en bancarrota en los próximos meses. Se trata de nada menos que el New York Times, que a pesar de ser el diario más importante del mundo, está en graves aprietos económicos. El brillante (y rapaz) billonario mexicano Carlos Slim es protagonista en el drama.


6. El odio puede tener su poesía. En el más reciente número de letraslibres.com Gabriel Zaid hace una pequeña selección de ingeniosos insultos. Nabokov asegura que Freud hizo creer a sus lectores que podían curarse con diarias aplicaciones de mitos griegos en sus partes íntimas. Colette difundió el rumor que J.S. Bach era sólo una sublime máquina de coser. Juan Ramón Jiménez describía a Neruda como el más grande mal poeta de habla hispana.


7. Un reciente y valioso agregado a los instrumentos de la red es Wolfram (www.wolframalpha.com). No escruta en las páginas web, sino que genera su propia información. Se puede averiguar cosas de vital importancia, por ejemplo si ponemos la fecha julio 7, 1967 , sale que hace 15,312 días vi pasar por La Merced a Alicia en su bicicleta roja. Su perfil contenía un código que aún no logro descifrar.

Ilustración: Bruce Nauman. One hundred live and die. 1984

lunes, mayo 25, 2009

Picaflor


En el último número del New Yorker hay un poemita sobre el colibrí de las líneas de Nazca. El autor, el poeta Robert Gibb (Pennsylvania 1946) vive en la actualidad en los cerros de New Homstead, sobre el río Monongahela.

Hummingbird

1.
Shunt and plumb bob, a whirring top
That keeps touching down on its pivot.

Wings, the book says, like blurry gauze.
The long thin nectar-threading bill

Of a bird that backs off only to start again
From its still point in midair.

The revved-up, head-first metabolism.
The stone at the throat like a heart.

2.
High in the Altiplano, its wings spread
Hundreds of feet across, a hummingbird
Flies among the sky-faced drawings
The Nazca paced off on their tarmac.

3.
Walk me through something like that.

(http://www.newyorker.com/fiction/poetry/2009/05/25/090525po_poem_gibb)

sábado, mayo 23, 2009

El hombre que quería comprometerse con una lap top


Ray Kurzweil cree que está cerca el día en que podremos por fin abandonar nuestros cuerpos dolientes. Asegura que no regresaremos al polvo, que nos volveremos sujetos más rápidos y muy listos y que no tendremos fin. Ray Kurzweil tiene ya 61 años, y cada día traga 150 capsulas de suplementos para su dieta perfecta. Además hace planchas y lagartijas y cree que con un poco de suerte puede llegar sonriente al gran día, probablemente en el 2045. Entonces por fin podrá migrar a un soporte de silicón. Algunos aseguran que Ray Kurzweil está algo chiflado, pero hay que reconocer que es un chiflado con 15 doctorados (honorarios), varios libros escritos, y una tira de medallas académicas. Además no le falta plata, ya que es exitoso inventor y socio en instituciones pertinentes con Larry Page, el cofundador de Google. En realidad la idea de Ray Kurzweil no es excesivamente disparatada. La ciencia avanza siguiendo el ritmo de una progresión geométrica. La computadora del celular que usted tiene en el bolsillo es varios millones de veces más barata y mucho más poderosa que la que se usó para llevar un hombre a la luna. Según los cálculos para el 2029 las lap-tops ya habrán alcanzado un rendimiento de 20 petaflops, imprescindibles para equiparar al cerebro humano. Sin duda se aplicarán entonces a solucionar las últimas complicaciones bioquímicas (y metafísicas) hasta hacer posible el Gran Trasplante. Un problema podría surgir si la escogida por su corazón desarrolla suficiente conciencia y no le apetece comprometerse en eterna unión con ese caballero tan lleno de manías. (Los interesados en eternizarse chequear el sitio http://www.kurzweilai.net)

Más revolución


Nunca pensé que llegaría este día. Pero está demostrado que uno es fiel únicamente mientras es imprescindible. Otra actitud sería una terquedad. Pienso que de todas las estúpidas frases que se escriben una y otra vez la única infalible es (era) esa que asegura que el libro es el objeto más hermoso. Pero el libro, esa cosa que uno agarra y ama ha alcanzado su hora crítica. Esas miles de páginas que a uno lo vigilan desde los estantes van a sufrir la más dramática transformación desde los tiempos de Gutemberg.
Foto por R.Ch.

Sexta generación


El líder de la llamada “Sexta Generación”, la nueva tendencia del siempre sorprendente cine chino, es Jia Zhang Ke. Luego de algunos años en que nos embelesamos con cintas de épico dinamismo y suntuoso colorido aparece este jovenzuelo para mostrarnos, con agridulce castidad, el nuevo rostro de la República China, convulsionada por el proceso de convertirse en esa titánica paradoja que es el comunismo capitalista. Enemigo acérrimo de Zhang Yimou, el Spielberg chino, (La casa de las dagas voladoras), Jia ha optado por un cine austero, con una gran sensibilidad para retratar la gente “real”, esa que fue despojada de sentido, primero por el cine propagandístico, y luego por el del entretenimiento. Como Antonioni, expresa sus ideas con imágenes, y como Bresson, persigue la (supuesta) imagen pura que está detrás de los trucos creativos. El 2006 se llevó el León de oro en Venecia con Still Life. La protagonista es una ciudad de millón y medio de habitantes (y de 2000 años de antigüedad) que es demolida piedra por piedra para dar paso a la más grande represa del mundo.

lunes, mayo 11, 2009

La burbuja del mal

La gran depresión que estremece los cimientos de la economía mundial tiene sus orígenes en que el capitalismo, la autodenominada “máquina de generar riqueza”, llevó sus especulaciones hasta un nivel de virtual delirio. El crédito se levanta sobre la urgencia del humano de materializar algo ficticio. Por medio de una maniobra económica se puede usar algo que no existe, que pertenece al futuro, con la condición de pagar un porcentaje al mago que ha realizado esa transfiguración. El problema ocurre cuando el malabarista se enreda, pierde el ritmo, cuando la tensión entre ficción y realidad alcanza un punto de quiebre. Entonces se desvanece la fantasía y la realidad exhibe sus tiránicos modales. La quiebra. La bancarrota.
Lo que se debate ahora es si esta gran crisis es un simple crash del sistema, un accidente, una falla que puede ser inmediatamente corregida, o el asunto es estructural, de hardware. Lo que sí está claro es que la actitud inmediatista, de cigarra que vive imprudentemente el instante, se expresa también en otros ámbitos. El más importante sin duda es el del medio ambiente, donde también estamos a punto de declararnos completamente arruinados. Nos hemos multiplicado y hemos saqueado desenfrenadamente los recursos del planeta con una arrogancia sin par. La febril promesa de que luego pagaremos esa deuda, que encontraremos, como siempre, la manera de solucionar el problema es la clásica mentalidad del deudor empedernido.
Pero tal vez nuestro sistema mental está manchado por una visión algo mercantil de la vida. La sensación de vivir en deuda (con el destino, con el prójimo, con nosotros mismos, con Dios) ha sido el motor de la angustia del ser humano desde el principio de los tiempos. Las tres religiones monoteístas sobre las que se ha alzado el edificio de (gran parte) de la civilización supieron institucionalizar esta peculiaridad. Cada uno de nuestros supuestos deslices ha sido siempre marcado como “deuda” a ser saldada con inmediata penitencia, o luego, en los sótanos sulfurosos de alguna eternidad. Y lo terrible es que desde el mismo instante de nuestro nacimiento la cuenta se ha presentado en rojo. Evidentemente muy pronto el sistema de contabilidad alcanzó un punto de saturación que se tuvo que reconfigurar el sistema. Eso en la concepción cristiana ocurrió cuanto tuvo que intervenir el mismísimo hijo de Dios para “redimir” la deuda, para ayudarnos con la pesada carga. Pero la perspectiva de la deuda no sólo ha regido la administración de nuestras almas. Los sistemas sociales ha sido diseñados siguiendo esta línea y, significativamente, la urgencia primordial ante un infractor es reclamar coactivamente su “deuda con la sociedad” y no alguna posibilidad de rehabilitación.
Quizá la gran movida de la exuberancia capitalista de los últimos años fue una astuta mistificación: la deuda abandonó sus penosas connotaciones (por admirable prestidigitación de la cultura del marketing) para afirmarse como un colorido modo de vida. Como una “auténtica” afirmación de la posibilidad. Dejó su áspero traje de condenado y se colocó la guayabera del hedonista. En este mismo momento todos los clérigos, y otros fundamentalistas, deben estar puliendo sus sermones. Los viejos enemigos de todo lo decadente deben también estar tecleando sus remozadas diatribas. La cultura de la frivolidad será desenmascarada en todas sus vergüenzas. Sin misericordia. Y hasta los simpáticos impostores –todas esas posturas, modas, tendencias- que animaban las comparsas del carnaval serán sometidos a la intemperie. Un nuevo gran cambio empieza a tomar forma. Y lo cierto es que no hay manera de aburrirse en este mundo.
Referencia: Margaret Atwood. Payback.

viernes, abril 17, 2009

Qué bonito que te va cuando te va bonito


La felicidad es el bien más preciado. Lo curioso es que la idea que los seres humanos tenemos de nosotros mismos es algo taciturna (por decirlo elegantemente). Casi todos los grandes personajes del cine y la literatura son seres cuya belleza radica en su condena. Hay pocos, muy pocos héroes gozosos. Es más, los que suelen desplegar sin vergüenza los signos exteriores de la dicha generalmente son caracterizados como almas con escasa capacidad de introspección. O, ya en el clímax, presentan su verdadero rostro: el payaso con la ardiente lagrimilla.
Por eso es que resulta del todo inusual la película Happy-go-lucky, del inglés Mike Leigh (que acaba de salir en DVD). Trata de una chica que avanza con actitud risueña entre gente a la ofensiva/defensiva. Es una mujer que no parece haber sido corroída ni por la desesperanza ni por el llanto. Y que cuando alguien le asegura que su vida apesta, ella piensa un segundo. Soy Feliz, dice. Mike Leigh ha reunido a lo largo de su larga carrera una colección de gente casi desagradable, y es por eso que resulta particularmente interesante esta incursión en el tema del optimismo. Poppy, la enferma de crónica felicidad, hace intenso contraste especialmente con Johnny, el atormentado protagonista de su galardonada Naked (1993), una de las más radicales puestas en escena de una hemorragia existencial.
Pero Happy-go-lucky demuestra que Leigh no es uno de esos cínico desencantados que pueblan la literatura y el cine, sino un idealista con el corazón roto. Porque su indagación pone en evidencia principalmente una genuina curiosidad por los que poseen el gen del regocijo. Y la idea que emerge al final es que es que la felicidad es un fenómeno misterioso (para los no contaminados). Si bien es cierto que la flacuchenta (Sally Hawkins) inflamada por una luz interior genera fascinación, también, inevitablemente, quita a su paso la máscara a todo lo erróneo en el mundo de los escasos en serotonina. Pero por suerte la perspectiva de Leigh es contraria a las cintas “inspiradoras”. No predica. Y resulta claro que la protagonista no ha llegado a ese estadio gracias a algún método infalible de superación personal. Es feliz porque es feliz. Y nosotros vemos el espectáculo con sorpresa (pero también picados). ¿La felicidad es una forma de locura? ¿Qué es la felicidad? La más frecuente respuesta está asociada al amor romántico. Cuando se deja de ser (únicamente) la dolorosa mitad de una naranja todo resplandece. Pero ya todos sabemos que ese tipo de felicidad dura máximo siete años. La segunda (en popularidad) de las “felicidades” es la que tiene algo que ver con engordar el ego, con ambición, con acumulación, con posesión. Sexo, estatus, riqueza, poder, apetito etc. Esta forma es curiosamente parecida a la gratificación que concede la droga o el trastorno obsesivo compulsivo: es insaciable y nos condena a una nerviosa voracidad. La tercera felicidad es la de los que han logrado controlar el peligro. Es decir aquellos que han puesto a la prudencia como lema. Pero esos (en caso que se animen a hacer declaraciones) solo pueden afirmar que no son infelices. La cuarta es la de los héroes, esos a los que se les ha metido en la cabeza que cumplen una misión. El problema para estos es que vuelan muy bien, pero cuando tocan tierra son bastante lamentables. La quinta es la que es la que en el fondo todo el mundo cree que es la verdadera. La felicidad de los místicos. Pero bueno, para eso habría que privarse de pecar por lo menos siete veces al día.
Foto: Manuel Álvarez Bravo (Mexico 1902-2002)

miércoles, marzo 25, 2009

El Dios de los laboratorios


Reciente número de la revista Time dedicó su artículo central a la (indiscutible) relación positiva entre salud y fe religiosa. Para demostrar este asunto los científicos sometieron a algunos fieles devotos a pruebas de laboratorio. El escáner cerebral demostró entonces que cuando se reza con arrebato el lóbulo parietal se enciende. Porque allí, en la parte posterosuperior del cerebro, se localizan todos los asuntos de la fe. El tálamo y el lóbulo frontal también participan en la evolución de esos eventos, pero el lóbulo frontal parece tener funciones más catedralicias. Estas pruebas han determinado además un inquietante resultado. Que el uso intensivo (de la zona) produce una reconfiguración en la simetría de la masa cerebral que se hace permanente. Eso da por resultado que la percepción de la realidad de los fervorosos no sea exactamente la misma que la de sus vecinos menos conspicuos. Pero lo más inquietante de todo no son sólo las alteraciones en los cinco sentidos, sino la capacidad de estas de alterar objetivamente la realidad. Pero calma, no se trata de que la ciencia por fin haya encontrado el origen de los milagros. Es sólo el llamado “efecto placebo de Dios”. Gente que por medio de la oración se ubica en sintonía con un poder (supuestamente) todopoderoso puede apaciguar la angustia y la depresión. Eso sin duda los ubica en mejor disposición para que los misteriosos mecanismos del cuerpo humano hagan su trabajo. La fe, entonces, puede ser buena para la salud.
John Holland, padre de los algoritmos genéticos, asegura que "la verdadera esencia de una ventaja competitiva, sea en el ajedrez o en la actividad económica, es el descubrimiento y la ejecución de jugadas en un escenario ficticio". Los científicos cognitivos han recopilado bastante evidencia de que una de las facultades del cerebro altamente desarrollado de los humanos es esta habilidad para desenvolverse en escenarios virtuales, esta propensión a desarrollar una especie de religión natural. Y que en una fase posterior, siguiendo un patrón equivalente al de selección natural, ciertas ideas logran establecerse como dogmas en torno a los que se edifica una sociedad. En los años ochenta, el biólogo Richard Dawkins aplicó la teoría de Darwin a los modelos culturales. Según este imaginativa propuesta las ideas serían memes (en vez de genes) que se replicarían y competirían por el éxito reproductivo. En este contexto las posiciones religiosas, que por definición no exigen demostración, serían memes de alta propagación. De aquí el gran impacto de las instituciones religiosas.
La idea de que Dios tiene instalado su domicilio en el cerebro humano no es nueva, por supuesto. Lo que ocurre es que ahora, con la abundante parafernalia científica, esa antigua curiosidad por el Gran Invisible puede ir unos milímetros más allá de la simple especulación. Y saber un poco más de cómo y dónde se origina la experiencia espiritual puede flexibilizar (quizá) las arcaicas posiciones de los fundamentalistas (ateos o creyentes). Aunque, claro, las relaciones de estos no son las mejores desde los tiempos en que Giordano Bruno fue purificado por las llamas. Y no ha ayudado en nada que el filósofo Robert Pirsig haya declarado que “cuando una persona sufre delirio lo llamamos locura, y en cambio cuando mucha gente sufre el mismo delirio lo llamamos religión», ni que el pacífico Einstein asegurara que la palabra «Dios» no es más que una metáfora para la naturaleza de los enigmas del universo.
Ilustración: Giordano Bruno, por C. Meyer.

martes, marzo 03, 2009

Noticias del padrino


Durante las últimas décadas del siglo pasado se solía mencionar al Ciudadano Kane o al Acorazado Potemkin como las cumbres del ingenio cinematográfico. Las nuevas generaciones parecen tener, sin embargo, distinta opinión, y ahora se señala con insistencia a El padrino, de Francis Ford Coppola. Es un caso curioso, este tipo. Aparte de la saga sobre la Cosa nostra este ítalo americano consiguió realizar varias obras auténticamente maestras hasta que, por esos misterios del arte, la musa pareció largarse a otro rincón. Luego de algunos sonados fracasos (como Jack, con el insufrible Robin Williams) se entregó de lleno al vino. No tanto a beberlo, sino a sembrarlo, pisarlo (con la participación de toda la familia) y embotellarlo. Pero, como un indicativo de lo versátil de su genio, el pequeño viñedo que había adquirido como hobbie fue creciendo, en tamaño y en prestigio, hasta convertirse en una de las firmas más representativas de la excelencia californiana. Y los dólares empezaron a fluir con tanta alegría que el legendario director supo (una noche tormentosa) que tenía una nueva e increíble oportunidad. Y así, luego de aplacar a los feroces acreedores (por sus locas aventuras anteriores) embutió 15 millones en su bolsa de viaje y enfiló hacia Rumanía.
El resultado fue Juventud sin juventud (2008), un film visualmente lujoso que ha desconcertado a casi todo el mundo. Y aunque tristemente no creo que pueda afirmarse que Coppola ha recuperado sus superpoderes, hay que convenir que la obra es valiente y extremadamente interesante. Basada en una novela del célebre Mircea Eliade (1907-1986), trata de un profesor que sufre una extraña mutación que lo lanza un paso adelante en la evolución humana. Este personaje, que es capaz de manejar a su favor las penurias que nos impone el paso del tiempo, se enamora de una mujer que, también mutante, es capaz de retroceder introspectivamente hasta los orígenes. Eso le permite hablar en idiomas ya perdidos, como el egipcio y el sumerio, hasta llegar al principio mismo de todo lo articulado. La idea de que el ingrediente principal de lo humano es el lenguaje, y que ahí está la llave de los tiempos parece bastante obvia, pero muchas de sus asociaciones no lo son tanto. Por ejemplo se puede llegar a la desquiciante conclusión que todos somos uno. Que dentro de cualquiera (incluso dentro de usted, aturdido lector) están todos los que fueron y todos los que serán. Y que si a uno le cayese un rayo (con el a veces letal estruendo de la fantasía) tal vez podría encontrar la ruta perdida que revele la clave de la inmensidad. Y entonces se podría recuperarlo todo. Especialmente eso que uno no sabe que ha perdido (pero que jode).
En 1980 Ken Russel de alguna manera también exploró esa idea con su Estados Alterados, una película sin duda más entretenida. Pero es evidente que Francis Ford Coppola ya no se considera parte de la industria del entretenimiento. Ya no le debe nada a nadie. Ya no necesita de la aprobación de nadie. Eso le permite incluso darse el lujo de no tener éxito (en el sentido de no tener omnipresencia mediática). Lo cual es el máximo estadio de libertad en esta sociedad tan exitista. Se sabe que este año presentará Tetro, una cinta realizada en Argentina, sobre los avatares de una rama de sus antepasados. No hay duda que, aunque un poco cara, el cine es seguramente la forma más excitante de practicar la introspección.

viernes, febrero 13, 2009

Las chicas de Martín Adán




Mi primer amor tenía doce años y las uñas negras. Mi alma rusa de entonces, en aquel pueblecito de once mil almas y cura publicista, amparó la soledad de la muchacha más fea con un amor grave, social, sombrío, que era como una penumbra de sesión de congreso internacional obrero. Mi amor era vasto, oscuro, lento, con barbas, anteojos y carteras, con incidentes súbitos, con doce idiomas, con acechos de la policía con problemas de muchos lados. Ella me decía, al ponerse en sexo: Eres un socialista. Y su almita de educanda de monjas europeas se abría como un devocionario íntimo por la parte que trata del pecado mortal.
Mi primer amor se iba de mí, espantada de mi socialismo y mi tontería, “No vayas a ser socialista...” Y ella se prometió darse al primer cristiano viejo que pasara, aunque éste no llegara a los doce años. Solo ya, me aparté de los problemas sumos y me enamoré verdaderamente de mi primer amor. Sentí una necesidad agónica toxicomaníaca, de inhalar, hasta reventarme los pulmones, el olor de ella; olor de escuelita, de tinta china, de encierro, de sol en el patio, de papel del estado, de anilina, de tocuyo vestido a flor de piel –olor de la tinta china, flaco y negro-, casi un tiralíneas... Y esto era mi primer amor.
Mi segundo amor tenía quince años de edad. Una llorona con la dentadura perdida, con trenzas de cáñamo, con pecas en todo el cuerpo, sin familia, sin ideas, demasiado futura, excesivamente femenina. Fui rival de un muñeco de trapo y celuloide que no hacía sino reírse de mí con una bocaza de pilluela y estúpida. Tuve que entender un sinfín de cosas perfectamente ininteligibles. Tuve que decir un sin fin de cosas perfectamente indecibles. Tuve que salir bien en los exámenes, con veinte –nota sospechosa, vergonzosa, ridícula: una gallina delante de un huevo- Tuve que verla a ella mimar a sus muñecas. Tuve que oírla llorar por mí. Tuve que chupar caramelos de todos los colores y sabores. Mi segundo amor me abandonó como en un tango: Un malevo...
Mi tercer amor tenía los ojos lindos, y las piernas muy coquetas, casi cocotas. Hubo que leer a Fray Luis de León y a Carolina Invernizzio. Peregrina muchacha... no sé por qué se enamoró de mí. Me consolé de su decisión irrevocable de ser amiga mía después de haber sido casi mi amante, con las doce faltas de ortografía de su última carta.
Mi cuarto amor fue Catita.
Mi quinto amor fue una muchacha sucia con quien pequé casi en la noche, casi en el mar. El recuerdo de ella huele como ella olía, a sombra de cinema, a perro mojado, a ropa interior, a repostería, a pan caliente, olores superpuestos y, en sí mismos, individualmente, casi desagradables, como las capas de las tortas, jengibre, merengue, etcétera. La suma de olores hacía de ella una verdadera tentación de seminarista. Sucia, sucia, sucia... Mi primer pecado mortal. (La casa de cartón.Martín Adán)

lunes, febrero 02, 2009

El fugitivo




Cuando en 1990 Christopher McCandless terminó la universidad su viejo decidió premiar el brillante puntaje con un poderosísimo cero kilómetros. Pero el pata no solo no mostró entusiasmo, sino que los 25 mil dólares que tenía ahorrados fueron entregados sin mayor ceremonia para obras de caridad. Luego agarró su mochila. Un par de años después fue localizado en una agreste montaña de Alaska. Entre sus flacos dedos muertos (claro) estaba un cuaderno repleto. Algunos dijeron que era un chiflado irresponsable. Otros lo vieron como un valiente buscador de “lo verdadero”. La historia fue contada primero en una revista. Luego en un libro. Inevitablemente vino la película (Into the wild, de Sean Penn). En estos días el lugar donde el buen Christopher sucumbió de inanición es meta de devotos peregrinos.
Tengo sentimientos encontrados con los fugitivos de la sociedad. Y es que en los años setenta creo que hasta yo barajé la posibilidad de buscar un rincón perdido para fundar un mundo nuevo. Pero luego se precipitaron los muy ideológicos años ochenta. Y las ganas de un mundo justo, fresco y limpio se resolvieron en un enojo institucionalizado. Los movimientos contraculturales postergaron sus (primaverales) apetitos por la urgencia de combatir las (aborrecidas) estructuras sociales, y se polarizaron todas las tendencias, se radicalizaron. Tiempos (violentamente) pragmáticos.
Pero la ilusión de mantenerse al margen de las ambiciones hegemónicas sobrevivía entre algunos rugosos exhippies. Esos estaban siempre, en su rincón, con sus carbones ardientes. Uno siempre podía sentirse (algo) culpable antes estos apóstoles. Y es que lo que resulta admirable de los fugitivos de la sociedad es la desarmante consecuencia. Ya que a diferencia de los otros contraculturales (que usualmente disfrutan “provisionalmente” de las imposturas e hipocresía de la sociedad sin excesiva vergüenza) estos sí experimentan su utopía. Estos llegan, fundan, reinan, pontifican, procrean. Este tipo de persona rechaza de plano el juego de disfraces que inevitablemente tenemos que usar todos los ciudadanos, y se atreve a hacer lo que le da la gana, a vivir a su aire, a mantenerse ajeno a las mezquinas obsesiones. Buscan en lo arcaico, en lo tribal, escarban en la nostalgia de la alborada. Los grandes individualistas emiten además feromonas con extraña agresividad. Esto le permite un éxito fulminante a la hora de establecer sus clanes, de hacer sus nuevas fundaciones. Pero por desgracia la apuesta por el instante, por el presente, por el día a día, los condena fatalmente a lo efímero. Pero lo peor no es eso. Estos héroes solitarios muy a menudo configuran cuadros de fastidioso narcisismo. Y es así como al final resulta curioso la manera en que estos enemigos de las imposiciones del sistema capitalista, derivan con asombrosa facilidad a formas básicas de la monarquía. Esto, a la larga, los convierte también (como otros tipos de “revolucionarios”) en inconscientes reproductores de nuevas formas de lo que antes abominaban.
Así pues, todos los potenciales fugitivos de este sucio mundo no parecen tener la cosa fácil. La simpatía por “lo otro”, por “lo alternativo” a veces nos conduce a una aventura que desemboca en el terrible descubrimiento que lo venenoso de nuestras costumbres tiende a remedarse en las más inocuas situaciones. Y quizá ese McCandless, ese impecable solitario, rey y soberano solo de sí mismo, demostró (solamente) que la revolución en estado puro ocurre en un destello, en una epifanía. Y que el resto no es silencio.

martes, enero 13, 2009

El humeante plato de sopa



Claude Berri (1934 - 2009)
in memoriam



En los años ochenta el cine club de la Alianza Francesa de Arequipa era una pequeña habitación con sillas de dura madera. El proyector de 16 mm era un bicho asmático y vibrante que requería de un ocasional manazo en medio de las tinieblas. Y nosotros, los amantes del cine, permanecíamos en estado de delectación incluso cuando la cinta reiteraba la misma imagen hasta revelar un monstruo burbujeante (sobre el écran apoyado contra el sillar). Eran años heroicos. Las melancólicas sesiones en el cine club resultaban la única manera de ver algo diferente. Y fue allí, fumando insólitamente un cigarrillo, donde admiré la famosa carrera en el Louvre de los chicos de Bande à part. Fue allí también donde amé con perversa pasión a la Brigitte (tan insoportablemente bella), y fue allí donde me puse al día con material de la pandilla de la Nouvelle Vague: Truffaut, Godard, Rohmer, Chabrol, y, el genial Jacques Rivette.
Siempre iba buscando algo específico, pero una noche tormentosa pasé por el añejo local de la calle Santa Catalina sin nada en la cabeza. Vi que anunciaban una película que no me decía nada, que no era de ninguno de los geniecitos tan mentados. Pero sintiéndome (esa noche en particular) con ánimo poco constructivo, quizá algo decepcionado del universo, decidí que no tenía ningún otro lugar a donde ir, y me acomodé, mudo, entre el usual y variopinto grupo de parroquianos (jubilados obligados a la tacañería y jovenzuelos sedientos de novedades). Estaban también, claro, Quintino (¡alabado sea!) y un señor de saco de corduroy (que llevaba eternamente engastada una máscara furiosa). Vi la película con los ojos redondos, listo a pararme al menor signo de tedio o exasperación. Era una historia que se desarrollaba en tiempos en que el sueño de la razón alemana provocó la mayor barbarie de la historia. Se trataba de un pequeño niño judío que era escondido en la casa de un anciano antisemita. Una historia que podía derivar fácilmente en lugares comunes. Pero no. El sencillo argumento fluía con trazo limpio y con una inusual sensibilidad (que encontraba lo entrañable de escenas rutinarias). Recuerdo que salí mudo. Una obra luminosa y benigna se alzaba contra el telón de fondo del horror. Con el paso de los años, sin embargo, se me olvidó no sólo el nombre del director, sino incluso el título. Pero por razones misteriosas se me quedó grabada una escena –una sola- en la que el viejo toma un humeante plato de sopa ante la atenta mirada del niño. Durante años me mantuve a la caza, preguntando, sin resultado alguno, hasta que felizmente hace un par de días, y a causa de una fervorosa casualidad, me topé por fin con aquella vieja cinta. Y hoy 13 de enero aquí, en la pradera tejana, leo con sorpresa que El viejo y el niño (1967) fue la autobiográfica opera prima de Claude Berri, una de las figuras claves del cine francés, del que hace algún tiempo ya había visto su faulkneriana Jean de florette (1986). Leo que recientemente produjo Bienvenidos al norte, de Dany Boon, que con más de 20 millones de espectadores en su país es un éxito sin precedentes. Me entero también que el pequeño judío sucumbió ayer a un infarto vascular cerebral. Las cosas aparecen y desaparecen. Siempre, mi querido amigo. Una y otra vez. Como platos de sopa o monstruos burbujeantes.

La herida más hermosa del mundo

El gesto de sorpresa ante el fenómeno de la existencia tiene muchas formas ¿Entre tantas opciones por qué un genio de provincias eligió la i...