jueves, mayo 18, 2023

No lograba parar de pensar sus pensamientos


El dinero es algo que parece algún tipo de esencia divina que puede encarnarse en cualquier manifestación concreta (y quizá en algo más). El dinero es una ficción que se levanta como una viga estructural de todos las civilizaciones, pero que en el caso del sistema capitalista parece ser un ente con vida propia.  “El dinero  no hace la felicidad, pero ayuda”, predican los venerados sabios de cantina. El dinero se agita en el centro mismo de nuestras ansiosas existencias. 

Y en torno al irresistible deseo de edificar una fortuna surgieron primero los comerciantes, luego brotaron los industriales y en la fase final fueron engendrados los financistas, esa raza de seres que no producen nada en particular, y que su trabajo consiste en intervenir en el oleaje de algo que solo existe si nos ponemos de acuerdo para suponer que existe. Los músculos de los financistas están activados por la codicia, y su meta última es la acumulación de capital, ese superpoder que hace girar  al planeta azul.

Fortuna, la nueva novela del argentino Hernán Díaz  (Pulitzer 2023),  tiene como tema central la vida de un sujeto que gozó de todos los privilegios menos uno: jamás pudo alzarse heróicamente desde la resinosa zona de la pobreza. Este individuo, cósmicamente solitario y obscenamente rico, tenía una filosofía reveladora: La prosperidad de una nación se basa en una simple multitud de intereses propios que se alinean hasta acercarse a eso que se conoce como el bien común. Si se consigue que los suficientes individuos egoístas converjan y actúen en la misma dirección, el resultado se parecerá mucho a una voluntad colectiva o a una causa común.  

La novela de Hernán Díaz tiene la virtud de no solo explorar un tema poderoso y extremadamente pertinente, sino que además está estructurada con una astuta trama de puntos de vista diversos (que inevitablemente colisionan entre sí), y personajes con una capacidad mental que podría ubicarlos en el elenco bizarro de DC Comic. A causa de esta historia, diseñada en cuatro diferentes estilos narrativos, el autor  consigue imponerse sobre el lector que, solo mediante  física coerción, logra despegarse del libro. 

Pero si bien la vida y el despliegue de los superpoderes de un magnate, su extraña relación amorosa, su venganza, sus triunfos y tragedias, su desprecio por el factor humano y los inevitables daños colaterales puede resultar algo fascinante para los que nunca hemos gozado ni siquiera del privilegio de alzarnos prodigiosamente desde alguna resinosa pobreza, hay por ahí otro asunto quizá más inquietante. ¿Existe algún símil entre todos los magos de la ficción, entre todos esos demiurgos que digitan la fantasía? Y es que resulta un poco alarmante notar que cualquiera de estos podría firmar el siguiente ideario: Mi trabajo consiste en tener razón. Siempre. Si alguna vez me equivoco, debo usar todos mis medios y recursos para torcer la realidad y alinearla con mi equivocación para que deje de ser una equivocación. 

Fortuna. Hernán Díaz. Editorial Anagrama, panorama de narrativas. 2023. 440 páginas.

domingo, mayo 07, 2023

Corrígeme si estoy equivocado


Felicia Rotondo dejó su copa de pinot grigio sobre la mesa de centro y, sonriendo con dulzura, preguntó:

-¿Saben cual es el músculo más fuerte del ser humano?

Todos la miraron y ella, sin esperar, dijo:

-La lengua.

Maritza García, una chica cuyos desnudos hombros morenos brillaban a la luz de una gran lámpara, agarró el celular que estaba junto a su gin tonic y sumergió la cabeza. Luego de treinta segundos recitó:

-La lengua es un órgano altamente poderoso y flexible que está compuesto por una serie de músculos intrincados, pero no es el músculo más fuerte.

Dorotea Zubizarreta, regocijada,  alzó la cabeza y sacudió la melena.

-Si no es el músculo más fuerte es el más poderoso.

De su boca, como burbujas, brotó una carcajada. Agregó:

-Un músculo venenoso.

Y entonces, desde el fondo, con un tono más alto que el socialmente aceptado, alguien remachó:

-Obvio.

Maritza García, implacable, blandiendo su equipo móvil, siguió:

-El cuádriceps femoral, que se encuentra en la parte frontal del muslo, es considerado el músculo más fuerte del cuerpo humano.

Felicia Rotondo volvió sobre su copa de vino y le dio un sorbo. Cerrando los ojos y alzando la nariz dijo:

-Google es un presuntuoso hijo de puta que lo sabe todo, lástima que no sepa nada más.

Foto de Arthur Sasse.

lunes, mayo 01, 2023

Cuaderno de un astrónomo empobrecido


Es evidente que el instante es nuestra chacra, el instante es objetivamente el territorio donde habitamos. El pasado y el futuro es algo que solo podemos imaginar. La conciencia de la singularidad es supuestamente la facultad definitiva de lo humano. Pero es obvio que la singularidad es algo creado por nuestra calenturienta imaginación. En esa medida los humanos somos seres hechos de ficción. El instante y lo singular vibran como una maravillosa anomalía en lo profundo de lo absoluto.


Somos seres claramente finitos, objetivamente temporales, pero simultáneamente eso llamado infinito nos contiene. Es una bella paradoja. ¿Cómo se las arregla lo finito para manejar su incoherencia en el dominio de lo infinito? ¿Es lo finito el motor de lo infinito? 


Siempre salta esa idea  terriblemente desconcertante de que somos un error de la nada, un defecto del vacío, una simple insurrección contra la perfección de la ausencia. 


Me cuento entre ese vasto grupo de los que tienen la convicción de que lo más peligroso que hay en este planeta es el ser humano. Somos unos niños malvados con juguetes maravillosos.


El uso de tópicos del péndulo esquizofrénico del canon en un poema no es lo importante. La angustia o fascinación por el lugar de lo humano en medio del oleaje del infinito es un asunto que ha ocupado a los poetas desde siempre, de una u otra manera. Los que hablan de soledad, los que hablan del cambio de paradigma, los que hablan de amor, los que mencionan el descrédito de la verdad, los que se indignan con la distracción tecnológica, los que se enfurecen con la persistente injusticia, los que se precipitan en el tema del sentido de la vida, todos de una u otra manera, están mirando hacia el mismo lugar desde siempre. Todos trabajamos con los mismos materiales, lo que importa es el palpitar de ese preciso yo en este preciso instante, justo bajo este sol intenso. 


Los vertiginosos logros de la ciencia no solo presentan deslumbrantes respuestas sino que, más importante, multiplican las preguntas que no estaban en nuestra lista.


Desde siempre se ha asociado al poeta con el demiurgo, con el mago, con alguien que tiene trato con las zonas de sombra de la realidad. Claro que en este tan tecnológico siglo XXI la romántica imagen ha perdido vigencia. Pero ahora, aunque los poetas ya no se disfrazan de poetas, la receta para escribir un buen poema sigue siendo la misma, y los bardos  aún aseguran en voz baja que cuando tienen una buena jornada es porque parece que algo misterioso anima a sus dedos sobre el teclado.


El poema es una construcción híbrida, como lo son todas las pociones mágicas.  En esa medida, la ciencia, las referencias culturales, las impertinencias coloquiales son, como el pelo de ahorcado o la escama de dragón, solamente  ingredientes que arrojamos al caldero hirviente bajo la luna llena. 


Sí, es cierto, en todo lo que sale de este teclado  hay una cierta actitud mística, un deslumbramiento, un espanto o curiosidad por el esplendor de la nada. 


Vivimos en una época en la que la gente enfoca todo desde una perspectiva utilitaria. Eso es simplemente no entender la poesía. La poesía es mucho más que la suma de sus partes.


La interrogación activa es algo incompleto que busca su plenitud, y en esa medida es el propulsor del movimiento. La dinámica de la interrogación está en el núcleo mismo de eso llamado vida. 


Por momentos me dejo llevar por un ánimo apocalíptico. En una época me contaba entre el vasto grupo de los que creen que los humanos somos un virus extremadamente ponzoñoso que ataca a un hermoso planeta. Pero luego me di cuenta que la cosa va más lejos y que la vida en sí misma es un fenómeno violento. No solo está el hecho de que para vivir tengamos que filetear y adobar a otros seres inteligentes, sino que si usamos un microscopio veremos una brutal batalla protagonizada por monstruos espeluznantes. Entonces, durante solo un segundo, me fue imposible evitar la interrogante: ¿No es demasiado alto el precio por el simple placer de estar vivo? Y claro, en ese momento se me ocurrió que si nos atrevemos a la lucidez inevitablemente seremos aplastados por el peso de la conciencia. Pero no nos atrevemos. Es imposible soportar la lucidez y, sin la menor vergüenza, alzamos la mano y pedimos un churrasco con encebollado.


La frase más conocida de Beckett dice algo así: "Alguna vez lo intentaste. Alguna vez fallaste. No importa. Intenta de nuevo. Falla de nuevo. Falla mejor." Se refiere sin duda a que todo lo que hacemos es imperfecto, pero que tenemos que seguir ascendiendo en los matices de la imperfección. Entonces si hay algo de lógica en este mundo el popular síndrome del impostor tendría que atacar a toda persona que alcance algún nivel de éxito, porque uno tendría que tener bien claro que todo lo que hace  es una mierda, tal vez una mierda de excelente calidad, pero mierda al fin.


La herida más hermosa del mundo

El gesto de sorpresa ante el fenómeno de la existencia tiene muchas formas ¿Entre tantas opciones por qué un genio de provincias eligió la i...