miércoles, diciembre 20, 2023

Test para comprobar si un poema es bueno


El proceso de escribir poesía es equivalente a la técnica del pedernal 

Sustantivos, verbos y adjetivos interactúan entre sí formando versos 

Los versos interactúan entre sí lanzando chispas 


Exactamente como el pedernal contra la yesca


Si  no surge una llama de fuego el poema no es bueno

Si el resplandor no es duradero el poema no es excelente


viernes, diciembre 08, 2023

¿Quién les dijo que la vida consistía solo en arrastrarse por la vida?


Ese viernes a las 10:17 a.m. ocurrió algo inesperado
Sin que hubiese ningún presagio
Como una de esas cosas que nunca pasarán y pasan
Nunca nadie nada
Y los medios emitieron el flash informativo
Es un día grandioso para la humanidad
¿Pero qué ocurrió? 
Los cascos azules ya jamás serán desplegados
Los intereses nacionales han dejado de ser interesantes
Y la ceremonia se inició con la destrucción de las alargadas ojivas nucleares
Y el consejero delegado se lanzó desnudo contra el tráfico 
Y de rodillas los tiranos bajaron las escalinatas 
Y los súper villanos hidalgamente entregaron ingeniosos artilugios
Y las granjas de trolls y los ejércitos de bots fueron barridos como plumas al viento
Y los curtidos hombres de prensa gritaron sus preguntas 
¿Pero cómo? ¿Pero qué? ¿Quién cómo cuándo?
¿Dónde?
¿Y por qué ahora? 

¡Y por qué no! 
¡Es justo y razonable equitativo y saludable!

(Qué rápido es posible incluso todo lo absurdo)

Ardieron los corresponsales con las manos muy en alto
¿Y qué colosales cambios se anticipan? 
¿Qué y qué y qué?
¿Se borrará la triangulación narcisista?
¿Se liberará a los atrapados en la visión de túnel?
¿Será eficaz por fin el tratamiento a las mujeres inestables pero fascinantes?
¿Y qué de la crueldad ciega de la materia viva en expansión?
¿Y el cretino integral será inhabilitado de por vida?
¿Y el torturador?
¿Y el conchudo, el abusivo, el pedófilo? 
¿Y el irritable ludita de la industria musical?
¿Y el político corrupto?
¿Y el cortador de árboles, el sicópata? 
¿Y el maldito asesino de ballenas?
¿Y los tontos útiles de la poesía?

¿Y bastará un acto de contrición perfecto sobre la gran roca?
¿O todos serán lanzados hacia lo más hondo? 
¿Y qué de la conciencia ascética y adusta de los benedictinos?
¿Y habrá reparación civil para el intenso amor contrariado? 
Para el abnegado 
Para el bipolar
Para el idealista irredento  
Para el  que siempre evocó la cálida resonancia de la palabra 

¿Y por siempre y para siempre se acabará el dolor de la cadena alimenticia? 
¿Y ya nadie pagará por sexo en los lenocinios industriales? 
¿Y la ansiedad?
¿Y la depresión?
¿Y el  insomnio?
¿Y los episodios de pérdida de memoria?
¿Y emitirán algún tipo de diploma para los que nacieron en el peor lugar posible?
¿Y recibiremos 1000 disculpas por los 100,000 años de misterios gloriosos y dolorosos? 

Y fue así como destellaron todas las pantallas 
Y el insólito holograma se presentó dando allí de beber a las almas perdidas
Oliendo aquí cabezas de niños pequeños
Estrechando allá las manos de los resentidos de siempre
Pellizcando acullá las rosadas mejillas de los furibundos oligarcas

Y a eso de las 3 p.m. se lanzó por fin la página con todas las respuestas 
Y el público rugió como un verdadero animal gigante 
(Y fue solo una la que nos dejo perplejos)
Y la gente optó por tragar una gran bocanada de aire
Y cerrando los ojos se podía ver siempre esa inquietante sonrisa 
Espeluznante
Hasta que salió el sol del nuevo día
En Asia en África en Oceanía 
En Europa y las tres Américas
En el medio oriente 
En el el Ártico y el Antártico
Y la melancolía no fue ya la amante más leal
Ya nadie tuvo que dar gracias ni pedir perdón 
Ya nadie tuvo que jurar que todo está okey
Nunca más nada nunca nada
Y todos lloraron y lloraron en este viejo valle de lágrimas 

Ilustración: Alexander Calder. Two Spheres

domingo, diciembre 03, 2023

El hombre que quería mudarse a Marte

En cierta ocasión, a Batman le preguntaron cuál era su súper poder. Él respondió: "Tengo mucho dinero". Elon Musk, el hombre más rico del mundo, opina que una persona muy inteligente que se arriesga en cada movimiento es más productiva que diez personas muy inteligentes que hacen su trabajo para pagar unas vacaciones de ensueño. La capacidad de asumir riesgos y una alta tolerancia al dolor son imprescindibles para los guerreros, pero quizá el atributo más importante sea la capacidad de "crecer bajo presión". El éxito de Elon Musk se explica por todo esto, pero en realidad su verdadero superpoder es probablemente encontrar una perversa gratificación en someterse a situaciones extremas. En el fondo, este gran protagonista del siglo XXI quizá no sea más que alguien que confunde la vida con un videojuego.

Walter Isaacson, biógrafo de los genios, ha publicado recientemente 680 páginas que son un viaje fascinante a través de la vida de este visionario, revelando no solo sus logros tecnológicos, sino también las complejidades de su ser. Musk, un emprendedor incansable, ha desafiado los paradigmas industriales y se ha erigido como un arquitecto de futuros inimaginables. La narrativa de este ambicioso ingeniero trasciende el simple relato de un empresario exitoso. Su ímpetu le han llevado a cofundar empresas que abordan desde la movilidad sostenible con Tesla, la conexión neuronal con Neuralink, la búsqueda de energía renovable con SolarCity, el internet por satélite con Starlink, pero su auténtica obsesión es SpaceX, que desarrolló los cohetes reusables que algún día llevarán a Musk y a su hijo X a cabalgar por las praderas de Marte. La riqueza de la vida de este protagonista, y la habilidad de Walter Isaacson hace que el libro se lea más como una novela de aventuras que como una biografía.

En su infancia, Elon Musk fue golpeado tan salvajemente por otros niños que solo después de años de operaciones logró recuperarse por completo. Pero no fue el asalto lo que lo traumatizó, sino la reacción de su padre, que en lugar de ofrecerle palabras de apoyo, lo acusó de haber provocado el asalto. La conflictiva relación con su progenitor es, según su biografo, el verdadero origen de su estado de guerra permanente, de su adicción a la crisis.

Isaacson, que ha tenido un amplio acceso, deja en claro que Musk tiene enormes dificultades para establecer relaciones humanas armónicas. En general parece que es un tipo combativo no solo en los negocios, sino con sus mujeres, famosas por ser bellas y salvajes. Justine, su primera esposa, lo describió: "Elon es tenaz y poderoso como un oso. Puede ser divertido y juguetón, puede estar de broma contigo, pero, al final, sigues viéndotelas con un oso".

La actriz Talulah Riley, dos veces esposa suya, cuenta que a pesar de su fama de temerario, sus conflictos eran intensos y él sufría un inmenso dolor psicológico: "Tenía terrores nocturnos, gritaba en sueños y se aferraba a mí. Era espantoso. Yo estaba aterrada y él, desesperado".

Su famoso “modo demoníaco” con el que desconcierta a sus allegados y transforma inminentes fracasos en rotundos éxitos lo han convertido en alguien que parece salido de la febril imaginación de un novelista. Musk fue desde siempre un ávido lector de ciencia ficción y parece claro que su obsesión con el planeta rojo empezó tempranamente, como si con su misión a Marte quisiera regresar a casa y su deseo de fabricar robots humanoides revelase una búsqueda de parentesco. En general Musk es un tipo verdaderamente peculiar que ha logrado superar formidables obstáculos imponiendo a su equipo una determinación similar a la suya. Pero a pesar de sus logros ha cultivado una enorme cantidad de detractores a causa de su temperamento impulsivo y de sus díscolas opiniones. Los logros de este personaje están indudablemente cambiando el mundo, pero su singularidad lo convierte sin duda en un personaje fascinante. Su lema parece ser: "Asume riesgos. Aprende todo haciendo explotar las cosas".

viernes, diciembre 01, 2023

La balada del mono enloquecido

Hace unos pocos miles de años cierta especie de primates experimentó un incidente cognitivo. Olvidaron que eran monos. Negar su condición animal desencadenó una crisis de identidad. De este dilema identitario surgió, en un delirio, la autoconciencia. Esos primates concibieron entonces un mundo singular, profundamente subjetivo: La civilización humana.


lunes, noviembre 27, 2023

El fuerte oleaje de la historia

El verdadero protagonista de Napoleón, la épica histórica dirigida por Ridley Scott, no es el propio Napoleón Bonaparte, sino el destino, ese poderoso oleaje de las fuerzas de la historia que lo empuja hacia adelante. La película es el espectáculo de una fuerza invisible que lo mueve todo: hace caer la cabeza de una mujer orgullosa, agita a las masas anónimas y de pronto surge un hombre, Napoleón, que se alza como solista principal en la gran orquesta del destino.

Este hombre sabe que es humano, que no puede resistir el amor por una mujer tóxica, pero también es plenamente consciente que es algo más que humano: es un gran personaje histórico que tiene una cita con el destino, la obligación de dar una forma prodigiosa a la historia. Asume este papel con una firmeza casi estoica, marchando sin mirar atrás.

Las escenas de las grandes batallas, especialmente la de Austerlitz, son de una terrible belleza. La crudeza de la guerra contrasta con la compostura de Napoleón, quien observa el campo de batalla con frialdad militar, con la mirada un tanto abstracta propia de los acostumbrados a ver panorámicas. Destacan también las sólidas interpretaciones de Joaquin Phoenix en el papel protagónico y Vanessa Kirby como la voluble Josefina. Ambos transmiten muy bien la desenfrenada complejidad de estos personajes históricos.

Sin embargo, la recepción crítica de la película ha sido violentamente contradictoria. Al espectador medio le cuesta empatizar con Napoleón, un personaje tan cerebral, y por eso sale algo desconcertado de la sala de cine. Extraña más drama personal, más acceso a la intimidad del corazón del protagonista.

Las críticas negativas se han centrado en la falta de rigor histórico de la película, olvidando que es esencialmente un film de ficción, una obra que usa las anécdotas al servicio de una propuesta artística. Sin embargo, ciertas críticas se pueden explicar al recordar que en tiempos de Napoleón el principal enemigo de Francia era Inglaterra. Por eso, una superproducción sobre este periodo realizada por el director británico Ridley Scott y protagonizada por el actor estadounidense Joaquin Phoenix ha resultado un bocado algo indigesto para muchos franceses. Especialmente áspera les resulta la decisión de que los soldados franceses griten órdenes y arengas bélicas en inglés. Para la audiencia gala, esto despersonaliza a sus antepasados, les arrebata su idioma, que es tan definitorio de la identidad francesa. 

En definitiva, Napoleón es una superproducción magistral desde el punto de vista artístico y visual, que apuesta por una cierta frialdad y distancia emotiva respecto a su complejo protagonista. Ridley Scott se centra en espectacularizar el grandioso choque de fuerzas históricas que lo catapultaron al poder, pero se muestra menos interesado en bucear en su interior. El resultado es épico, pero no íntimo. Su profundidad está no en un humano en particular, sino en eso que mueve a todos los humanos y todo lo que rodea a todos los humanos.

sábado, noviembre 18, 2023

Breve biografía (intento 1002)


¿En qué momento me convertí en humano? 

Cierto día se reportó inusual inquietud en la tabla de elementos 

Yo estuve flotando en un caos de burbujas

Inmerso en materia de un fogoso matiz anaranjado

Yo era algo buscando afanosamente una forma aceptable de estar vivo

Quizá un tigre

Quizá una rata

Quizá un ave

¿Por qué no un árbol?

Es cierto que ya cargaba con la presión de ecuaciones dolorosamente dibujadas

Pero yo aún no era un humano

(¿Acaso es culpable el pelo que contiene el ADN de un criminal?)

Entonces aquí pregunto

¿Cuándo empecé a imaginar por primera vez que yo soy solo yo?

¿Cuando empecé a ser ese que se dedica a vagar por las tortuosas calles de Arequipa?

Tomado de: EL MOTOR DE COMBUSTIÓN INTERNA.  FCE 2018.

Ilustración: Rashid Johnson

lunes, noviembre 13, 2023

Pero incluso los poetas son humanos (parte 2)


Al abrir las páginas del libro de Alonso Ruiz Rosas lo primero que uno se pregunta es en qué era vive este poeta. Pero una de las ventajas de domiciliar en el siglo XXI es que es más fácil hacer recorridos panorámicos por los diferentes ánimos históricos de la civilización humana. Alonso, por ejemplo, hace vuelos rasantes sobre el territorio de Francisco de Quevedo, salta luego a los soleados cenáculos de los poetas latinos,  visita el gabinete de algún anglosajón experimental y, ocasionalmente, en un giro radical, hace una visita a la calle donde vivía el cholo Berrocal. Esto está aludido, por ejemplo, en una pieza llamada Umbral, en el que el poeta intenta entrar usando primero una aldaba, luego un interfono, hasta finalmente forzar de un empellón las desgastadas puertas del Olimpo. Pero a pesar de las apariencias, Alonso Ruiz Rosas no es un poeta del siglo XVII, sino alguien con los pies bien puestos en su tiempo. Su poesía tiene todos los rasgos de la vanguardia que floreció la primera mitad del siglo XX,  ya que es ecléctica, mezcla registros lingüísticos, es camaleónica, altamente referencial y en ocasiones sufre de disonancia cognitiva. Muchos poemas, además, tienen una estructura teatral, que incluye diálogos, monólogos y efectos dramáticos. Es también visible el conocido interés del poeta por los libros de historia y por la liturgia católica. Sin embargo, uno de los efectos que pone color en su obra es la yuxtaposición lingüística que fusiona en un mismo verso la alta poesía con giros coloquiales extraídos de su infancia arequipeña. Pero quizá lo que lo que primero advertimos al abrir un libro de Alonso Ruiz Rosas es que, a la manera de los juglares, cada página lanza al tímpano atento una saeta empapada en música. Para esa empresa hace uso extensivo del hipérbaton, invirtiendo la posición del sustantivo y del adjetivo, consiguiendo de esa manera romper la monotonía de la estructura del verso. Esa tonada es sin duda una elaboración literaria de su música interior.


Hasta donde alcanza mi entendimiento cuando los poetas escriben poesía tratan de articular esa voz secreta que se hace especialmente audible cuando estamos en las pampas alargadas de la soledad. Por eso es que la poesía de alguna manera revela la dimensión más honda del simple terrestre que escribe. ¿Y dé qué habla Alonso Ruiz Rosas? Pues del amor, de la soledad, de la muerte, de la tristeza y del canto. Nos habla del mundo, de un Estambul que parece Constantinopla, de una pirámide de Egipto, del alargado río Amazonas. Pero principalmente nos habla de ese extraño fenómeno en el que todos estamos embarcados: Vivir, luchar, comer, cantar, amar, irradiar, dormir.  En este libro, que reúne toda su obra, hay un hermoso poema en el que el poeta se asombra de ese estado tan intensamente humano que ocupa buena parte de nuestra vida, y que es el que conjuga lo espectacular de los sueños y lo estruendoso de los ronquidos. Pero quizá uno de los temas más logrados es su poética exclamación ante el hecho de que estar vivo es algo repleto de rutinas que encuentran su sentido en sí mismas, y que, en esa medida, son simultáneamente estúpidas y maravillosas. Durante todas estas décadas, densas de aventura, Alonso Ruiz Rosas sin duda ha llegado a la conclusión que el arte de la poesía no es otra cosa que el arte de la fiesta delirante de la vida.


(Texto leído el 8 de noviembre del 2023, día de la presentación del libro)

miércoles, noviembre 08, 2023

Pero incluso los poetas son humanos

En cierta ocasión Alonso Ruiz Rosas me contó que conocía el instante exacto en que se convirtió en poeta. Ocurrió el siete  de diciembre de 1971, unos 48 minutos después del mediodía. Su padre, el barbado José Ruiz Rozas, estaba tomando un pebre de gallina cuando asomó Alonso. He perdido el año, clamó, entregando su libreta de notas. Acto seguido dejó escapar el llanto. Don Pepe contempló a su hijo con ojos acuosos. Tomó un pan de tres puntas y lo partió en dos. Antes de mojarlo en la sopa declaró: Hijo, todos los años se pierden. Y, en ese preciso instante, me confidenció Alonso muchos años después, algo se reconfiguró en la corteza prefrontal de su masa encefálica.
La decisión de convertirse en poeta seguramente no fue demasiado conflictiva. Alonso José Ruiz Rosas Cateriano había nacido en un hogar donde los libros eran protagonistas, donde la poesía era un agente muy activo en el microbioma familiar. Su padre no solo tenía la mejor biblioteca de poesía, sino que se ganaba la vida como fundador de la legendaria librería Trilce. 
Recuerdo que conocí a Alonso en circunstancias extrañas. Con unos amigos habíamos publicado malos versos en una revista torpemente mimeografiada y pensábamos que eso nos daba el derecho a llamarnos poetas. Por esta razón sentimos que era imprescindible visitar al vate más importante de la región para advertirle que ya tenía nuevos y más ágiles colegas. Recuerdo que Alonso abrió la puerta, nos estudió de arriba abajo y, sin dudarlo, sentenció: Está ocupado. Nosotros nos disponíamos a largarnos cuando escuchamos la voz de alguien desde el fondo de la casa. 
Fue una visita intensa y los del grupo Roña, encendidos, desaforados, leímos, recitamos, declamamos hasta que, de pronto, Don Pepe dejó su viejo sillón verde botella y desapareció. Luego de un espacio de tiempo en el que estuvimos considerando abandonar para siempre la poesía, José Ruiz Rosas volvió con un cargamento. Eran libros que se ajustaban como guantes a los intereses literarios de cada uno, al estilo vivaz, a la tendencia al lirismo coloquial, al delirio  salvaje de las metáforas. Pero al momento de partir vimos de pronto reaparecer a Alonso, aún en su uniforme de colegio, blandiendo un enorme cuaderno y un gran lápiz. Se acercó a cada uno y anotó nombres, apellidos, direcciones y teléfonos. Consignó cada libro y, haciendo un duro contacto visual,  notificó: Quince días, ni uno más.

Pero nuestra gran amistad recién comenzó un año después. Yo acababa de regresar de Costa Rica y lo ví salir de la matinée del cine Variedades, aún llevando a cuestas su enciclopedia Bruño. Luego de un rápido intercambio de palabras nos pareció lógico dirigirnos al puente Bolognesi, donde alguien había abierto  un local que exhibía licores a precios sospechosamente bajos. Inmediatamente después  tomamos rumbo hacia Palacio Viejo, a la casa de su tía Judith, donde el joven bardo había ubicado un gigantesco escritorio decimonónico con los cajones atiborrados de sonetos. Y antes de empezar a redactar el acta fundacional de la revista Ómnibus dedicamos unos minutos a  refrescar la garganta con el terrible vino llegado del valle. Días más tarde se sumaron Charo Núñez y Misael Ramos. Y meses después seguirían Patricia Alba y Oscar Malca que, por alguna razón, intentaron engañar a todo el mundo asegurando que habían nacido cerca del Cerrito San Vicente.

Algunos críticos consideran que Alonso Ruiz Rosas es una contradicción. En lo estilístico sus poemas siempre han sentido la irresistible atracción del orden prodigioso de las formas clásicas, por los sonidos armoniosos, por una elegancia puntual enemiga de la exuberancia. Su actitud ante la vida, en cambio, estuvo signada durante las primeras décadas por una admiración hacia los poetas salvajes. Es bastante revelador, por ejemplo, que Allen Ginzberg, el obsceno poeta beatnik, ocupase la página central en la revista escolar que dirigió en el Max Uhle. 
Recuerdo que en aquellos años setenta solíamos frecuentar el Far West, el local que en el portal de San Agustín regentaba con mano de hierro una dama originaria de los cantones de Suiza. Ahí tomábamos pisco con vermut mientras repasamos  anécdotas literarias de poetas ya fallecidos.  
Luego de consumir nuestros tragos bajo la atenta mirada de la helvética dama, abandonábamos cuidadosamente las sillas de madera curvada y nos dirigíamos a la plaza San Francisco, para reunirnos con el resto de la pandilla. Allí, bajo la luna, escuchábamos al devoto Arcipreste Ruiz  elevar cánticos que había aprendido en la procesión del Señor de los Milagros. Pero, la hora principal sólo llegaba cuando el melenudo bardo saltaba hasta el atrio y, exhibiendo su memoria prodigiosa,  empezaba a recitar a poetas del siglo de Oro.

El fuerte resplandor de la existencia parecía mantener a Alonso Ruiz Rosas  en permanente estado de inquietud interna. Por eso, sin duda, se lanzó a la carretera provisto únicamente con su maletín Mary Poppins. Y, poco después de que empezó su rutina de desaparecer en las calles de Europa, los amigos empezaron a referirse a él como “el judío errante”. Mi abuela hubiese dicho que ese chico era “un pata de perro”. Pero lo cierto es que Alonso no podía quedarse tranquilo en ningún sitio. Regresaba a Arequipa, convencía al rector de la universidad de fundar un gran centro cultural, lo implementaba, lo dirigía, y luego, en el momento menos pensado, saltaba a la  escalerilla de un avión intercontinental. Que yo sepa, Alonso ya ha estado en los siete continentes. No sé por qué viaja tanto, quizá le pican los pies. Lo bueno fue que cuando estaba en París resultó invalorable su intervención ante la UNESCO para que su ciudad natal pudiese ostentar el título de Patrimonio de la Humanidad. Y luego convenció a Vargas Llosa para que donase su gran biblioteca a la ciudad de sus ancestros. Entre tanto, se le ocurrió también crear la tan activa Sociedad Picantera.  Y corre el rumor de que hasta ajustó la sazón de algunos platos para su monumental recetario de La Gran Cocina Mestiza de Arequipa. Pero, a pesar de que sus valiosas iniciativas culturales le implicaban mucho tiempo y considerable esfuerzo, su lealtad a la poesía no flaqueaba ni un instante. Este excelente libro, que reúne su obra hasta el día de hoy, lo demuestra irrefutablemente.

(Texto leído el 8 de noviembre del 2023, día de la presentación del libro)

jueves, noviembre 02, 2023

El primer momento más importante de mi vida


La kryptonita roja es muy peligrosa. Cuando Superman está expuesto a un bizarro fragmento de su tierra natal se vuelve malvado y no tiene piedad. La kryptonita roja también puede provocar comportamientos impulsivos y violentos y, en ocasiones, estimula el crecimiento de garras y una inquietante tonalidad escarlata en ambos ojos. Lo más grave sin duda es cuando un supervillano logra debilitar o incluso anular los poderes del kryptoniano usando un meteorito de este material. Todos estos asuntos me tenían muy preocupado en octubre de 1959. Cada sábado, luego del desayuno, nuestro querido padre pasaba lista y a cada uno le tocaba su revista de historietas. Linterna verde, Flash, Batman, El conejo de la suerte y, claro, Supermán. El fin de semana lo dedicaba básicamente a dejarme llevar por las emociones de la impecable revista, pero también dedicaba muchas horas a estudiar mis archivos. Había acondicionado un lugar seguro, protegido de la luz y de los bruscos cambios de clima, donde conservaba mi colección. En 1958 un gran terremoto había destruído buena parte de la ciudad y el gobierno repartió miles de cabañas de cartón piedra. Una de estas cabañas terminó al fondo de la casa de mis padres. Era una habitación con una puerta y una pequeña ventana y estaba llena de muebles viejos y cajones con quién sabe qué. En ese lugar, mi hermano y yo habíamos construído un refugio secreto, una Fortaleza de la Soledad. 
Los niños tienen un problema de representación. La idea que tenemos del niño es la de un ser díscolo, inquieto, siempre listo a introducir caos en el salón. Un ser imprevisible al que no hay manera de tomar demasiado en serio. ¿Pero cómo es ese ser cuando está solo mirando la punta de su zapatilla? ¿Cómo es su universo? ¿Qué tipo de humano es un niño?

En octubre de 1959 ocurrió un incidente grave. No recuerdo si el florero de porcelana china que les regalaron a mis padres el día de su boda se hizo añicos contra el piso de cemento enlucido. O tal vez desarmamos con mi hermano el Telefunken a tubos que mi padre había heredado. La cosa es que Alfredito pasó lista y anunció solemnemente el veredicto. Sabíamos que los capitanes de los barcos tenían la autoridad, incluso el derecho, a abandonar a los insubordinados en una isla desierta, pero jamás pensamos que nuestro padre nos sometería al terrible castigo de privarnos de nuestra historieta semanal. Fue un golpe muy duro. 

Nosotros sabíamos que Alfredito había comprado un gran lote pero, a pesar de nuestra actividad detectivesca, jamás habíamos podido robar la llave de su ropero. La desesperación inicial se diluyó pronto en melancolía y los sábados, con frecuencia, nos atrincherábamos en la Fortaleza de la Soledad durante muchas horas. Cuando finalmente llegaron los tres meses de vacaciones ya habíamos olvidado los ritos de fin de semana y ociosamente dejábamos correr las horas. Recuerdo que junto a mí había una columna de cajas de cartón. Mi pie derecho se balanceaba de un lado a otro hasta que una oculta maldad lo guió, y esas cajas se derrumbaron estrepitosamente. Mi hermano y yo miramos con mal humor el estropicio. Tarde o temprano seríamos obligados a volver todo a su lugar. Pero entonces ocurrió algo. Mi hermano gritó: ¡Mira! El tesoro de Atahualpa no hubiese sido más impactante. La caja del fondo había reventado con la caída y mostraba historiestas, miles, millones de revistas nuevesitas. Nuestro querido padre había realmente comprado un gran lote. Y fue así como ocupé demasiados días leyendo con el fervor de un adicto, evitando a toda costa sumergirme en el sueño. No recuerdo si me puse una capa roja, pero al final creo que decidí aprender a volar y me lancé desde lo alto del ropero contra el filo de la cama. Lo cierto es que terminé en el hospital. Debido a mi privilegiada estrella el asunto no fue grave, aunque aún exhibo una inusual lastimadura. Cada día.

domingo, octubre 29, 2023

Vendrá en las nubes con los ángeles, y todos los ojos lo verán



Cuando Jesucristo vino por primera vez a este valle de lágrimas tomó la forma del hijo de un humilde carpintero. La segunda vez optó por presentarse como una app potenciada por un robusto motor de inteligencia artificial.

Ilustración: Dall-e 2

jueves, octubre 26, 2023

La luna y los criminales de la luna


Seguramente casi todos estarán de acuerdo que Martín Scorsese es el gran maestro del cine contemporáneo. A los 80 años este director ha estrenado The Killers of the flower moon, una película que según Metacritic ha alcanzado “universal aclamación”, mientras que Rotten Tomatoes le otorga una calificación del 92%. Por otro lado Manohla Dargis, del NYT, la califica de “desgarradora obra maestra” que revisa una particularmente infame página de la historia de los Estados Unidos. Con sus tres horas y media de duración la revista Premiere aseguró que si bien el film resultaba agotador, no era nunca aburrido. Y si bien es cierto que lo primero que mencionan los espectadores al salir del cine es la interpretación del poderoso laconismo de Lily Gladstone, cuyo rostro macizo alberga unos ojos de oceánica expresividad, quizá lo más sorprendente del film sea un asunto clásico que yace debajo de los grandes temas. ¿Se puede desear la muerte del ser que se ama? El personaje de Leonardo di Caprio, el protagonista principal, da muestras de un genuino sentimiento por su atractiva esposa india, lo que no le impide inyectarle cada mañana mortíferas toxinas con la intención de convertirse en heredero. En otro nivel, extrañamente coincidente, Robert de Niro, que interpreta a un villano con demoledora sobriedad, afirma que encuentra a los Osages “las personas más finas, ricas y hermosas de la tierra de Dios”, aunque eso no le dificulta orquestar una abyecta conspiración cuya meta es el robo y la aniquilación. Este asunto del retorcido sentimiento ha interesado en décadas pasadas a la novela negra y al psicoanálisis, que solían ponerlo en escena con una estética expresionista, saturada de claroscuros. Scorsese, en cambio, enfoca el tema desde la perspectiva panorámica propia de las grandes llanuras de la historia. Parece decirnos que los sentimientos siempre se subordinan a la codicia que, en última instancia, resulta ser el oscuro motor de las civilizaciones. Y siguiendo esa línea, es escalofriante sospechar, además, que hay un perverso erotismo en la dinámica de tantos crímenes institucionales que llenan la saga de los mamíferos más inteligentes del planeta.

sábado, octubre 21, 2023

Puede que seamos imbéciles pero no somos tontos


Las piedras gigantes permanecen bajo el gran templo del Cusco este precioso día

Mi reloj en este minuto es tan solo exacto

Pero ya nadie pronuncia los siete ángulos de cada palabra

El significado ha adulterado el significado

Acaso ya la piedra tan sobada está tan solo bajo el sol

Y la roca viva yace aturdida entre un de dónde y un a dónde

Y los peruanos deambulamos hoy con la boca repleta de gerundios

Y por ahí circulan interpretaciones desalmadas y sobre amplificadas

Hoy los salvajes innobles y las prostitutas sin corazón acechan no solo en la oscura noche

Hoy somos víctimas de la lenta acumulación de ordinarias pérdidas

Hoy padecemos un episodio de hilaridad siniestra

Y las asociaciones arbitrarias del vocabulario elevan insoportablemente la presión arterial 

Y la gente sueña con todo lo que podría haber vivido si todo hubiera sido diferente

Y puede que seamos imbéciles pero no somos tontos

Solo somos solo esos de los dedos torpes que pulsan las cuerdas de la perspectiva

Solo somos solo esos que alegan que hay una decidida falta de respaldo cósmico

Que ni yo te quiero que ni tú te quieres

Que es preciso tener caos dentro de sí para poder generar una estrella danzarina

Que el arquero ha caído derribado

Que son los otros siempre los culpables siempre son los otros 

Y que cada día nada y que cada día casi nada 

Y que ahora es ya solo el crónico dolor de alguna extinción

Y todo mientras se escucha la balada triunfal de los gimnastas del pesimismo

Mientras los latifundistas del comercio digital y la hipercomunicación nos lanzan contenido

El marxismo es el opio de los intelectuales

Hoy es la última oportunidad para aprender el Twist

Vivir es pasar de un espacio a otro tratando de evitar el agudo golpe en la espinilla

Y más allá los líricos aferrados al poder entonan en el foro

¡Vuela, vuela, ardiente bala!

Aunque hoy el club de las alegres amargadas tiene por lo menos una joven hechicera

Aunque hoy este su humilde servidor cumple hoy setenta años solamente hoy

¿Y entonces qué hacer en esta preciosa tarde tan pisquera?

Hay que imponer por ejemplo una forma a las ruinas a cada una de las ruinas 

De lo que decíamos de lo que cantábamos de lo que proclamamos

De lo que esperábamos aquel diciembre en la avenida La Salle

Hay que  soplar todas las velas de cada año 

Hay que soplar todas las malditas velas 


Foto: Stella Maris Barrionuevo

lunes, octubre 16, 2023

Átomos deliciosos (intento número 1000)

Al sujeto le apetece estofar carne sobre fuego 

Se le antoja rotar entre sus dedos 

La vieja idea de lo posible

Interpretar olores 

(Como una teoría del conocimiento)

El sujeto hace estallar enigmas 

En largas llamaradas

Se inquieta con el pánico 

Del punto de ebullición

Con el desasosiego 

De la mesa extendida 

El sujeto busca ese vaho  que fermenta 

Lo inexistente

Ese trazo sinuoso que se alza 

Hacia la bóveda de sillar

La levadura, el vapor, las arriñonadas bacterias 

Todo (todo) se agita como se agita 

La olla de la gran mazamorra

Su discurso es una masticada hilera de palabras

Una larga frase arrebozada o adobada o rostizada

(O dejada secar al viento)

El sujeto espolvorea un ingrediente

El desconcierto

Una pizca de oloroso desconcierto

Un clavo

Cierto polvo de furor

La cucharada plena de embriaguez 

Sobre el torso

En la cabeza

A todo lo largo de cada aceitosa extremidad

El sujeto otorga relevancia cultural 

A los 10 dedos 

Al olvidado arte de lamer

Al interés por el sorprendente ombligo

Al industrioso sistema digestivo

El sujeto esgrime el asombro 

De tener boca

La melancolía 

De los pies descalzos

La euforia 

De la flexión ventral 

La agonía del rotador

Y cada bocado se desborda en miga 

En agua 

En alegre relámpago

El asunto del sujeto es la teología 

Del paladar

La transustanciación

Incluso alguna meticulosa bestialidad

El sujeto anuncia así 

La capitulación de la escarola 

(Ante la emergencia del placer)

Modifica el concepto del pan

Perturba cada idea del yo del tú del ellos

Evalúa la oportunidad de la grasosa malaya

Del sancochado de pecho

Del fuego

De la humedad

Del polvo

Explora el sabor de la aguja magnética

De las líneas de latitud

Del círculo concéntrico

Los grandes logros de la civilización le sirven 

Para aderezar  

La receta de la ocopa de pajaritos

La del rocoto la del camarón la de la chicha

La de las torrejitas

El sujeto nos remite al instante

Al paréntesis

Al momento en que solo importa

Morder 


De El Motor de combustión interna (FCE 2018)


jueves, octubre 12, 2023

Poesía de los 80 en Arequipa


Está en circulación el número 3 de Nuveliel, Revista de Literatura y Humanidades dirigida por Edward Alvarez. El comité editorial está integrado por Cristian Pablo Huamaní Loayza; Vanessa Inés Gallegos Salazar; Olenka Olinda Soto Cárdenas; Carlos Garcel Vera. Tiene como colaboradores permanentes a Moisés Jiménez Carvajal y Mauro Quispe Navarro.

Mi agradecimiento por la generosa iniciativa.


domingo, octubre 08, 2023

El segundo momento más importante de mi vida


Iba en bicicleta por una calle del centro histórico. Había carros, señoras, vendedores de helados, abogados y profesores de música. Transitaban siguiendo su rutina, obligados por el destino a evitar todo lo particularmente trascendental. En ese momento giré la cabeza. Una fuerza superior me obligó a mirar distraídamente a la vereda de enfrente. Y la vi. Podría escribir: Ví a una muchacha de 13 años de delgadas piernas caminando con paso firme bajo el sol radiante. Prefiero escribir: Y la ví. Fue el segundo momento más importante de mi vida. Sentí lo que se siente cuando se está en un evento imborrable dentro de una larga vida. Sentí confusión, principalmente confusión. Y asombro. Y fascinación. Y sin saber como me deslicé a una zona de la realidad radicalmente diferente a la que había conocido en vertiginosos 14 años. Y los siguientes días estuve enfermo. No quería comer. Olvidé por completo el idioma castellano. Nada tenía sentido salvo la imagen de esa chica que únicamente había visto de perfil.  Días después, milagrosamente, encontré su foto tamaño carné en una casaca enigmáticamente olvidada en la sala de mi casa. Averigüé su nombre, investigué su vida; supe que era huérfana y millonaria, pero jamás pude dirigirle la más simple de las palabras. Cincuenta años después volví a verla. Yo estaba vagando ociosamente por las redes sociales cuando encontré la foto de un grupo de la promoción 72 del Sophianum. Leí sus nombres. La segunda a la izquierda era ella, mi primer amor, mi gran amor. Haciendo uso de los poderosos filtros de la imaginación pude identificarla. Tenía el cabello teñido y sus arrugas parecían no estar exactamente en el lugar que les correspondía. ¿Qué puedo decir? El problema del mundo real son las personas reales.

Ilustración: Joan Miró. 1942.


martes, octubre 03, 2023

El hedonismo de los condenados


Uno de los entrevistados en el excelente libro El fin del homosovieticus, de Svetlana Aleksievich, cuenta que durante sus años de cautiverio bajo Stalin todos vivían en crónico estado de hambre. Solamente en milagrosas ocasiones podían disfrutar de algo contundente. Cuando este personaje logró por fin ser liberado y, para su asombro, recibió una suma de dinero a manera de compensación por la injusticia, se dejó llevar por un impulso y visitó el mejor restaurante de Moscú. Luego de platos previsiblemente exquisitos acompañados por vinos de gran complejidad salió a la calle y lentamente se encaminó hacia su casa. Una tristeza honda lo obligaba a curvar los hombros. Nada. Jamás nunca nada podría hacerlo más feliz que aquel rancio trozo de jabalí que aquella lejana noche comió furtivamente en una cueva de Siberia. Todos los placeres del mundo serían siempre insuficientes. 

domingo, septiembre 24, 2023

¿Qué hice en el Cusco?



1

Hasta hace algunas décadas viajar por tierra al Cusco era una aventura absolutamente clásica. En ómnibus resultaba una auténtica manera de expiar algún pecado o alcanzar algún tipo de superación espiritual. Porque esa ruta estaba destinada a los vehículos que ya habían fatigado la panamericana, los más antiguos, los casi rotos. Pero no sólo eso, los de las empresas visualizaban a sus clientes sólo un poco por encima del metro y medio. Por eso muchos viajeros que se elevaban algo por encima de esa medida estaban obligados a perder el conocimiento para no sufrir las retorcidas articulaciones, los músculos entumecidos. La disciplina del viaje solía además hacerse más severa por las noches, cuando el hálito glacial de los andes se filtraba filudo haciendo tortuoso el paso de las horas, de los minutos. 

¿Pero qué hice en el Cusco? En algún momento de los años ochenta el Pérez me escribió contándome de Cusco,  contándome que le había llegado la hora de hacer un brusco cambio de timón. Su hermano había invertido su tajada de la herencia familiar en un local para turistas y “locos responsables”, y él estaba ahí chambeando. Vivía de noche. El Pérez. Y a su alrededor brillaba todo lo que cualquier maldito joven podría desear. 

Yo ya antes había escuchado de las emocionantes horas de la arcaica capital imperial. Otro de mis viejos amigos, el Juanca, había abandonado en los años setenta su sillón giratorio en un buffet jurídico para transmutarse en barman (y ocasional muscleman) del legendario Abraxas. Desde allí solía enviar cartas con alucinantes elucubraciones de cada alucinante situación que se generaba entre los alucinantes parroquianos provenientes de los siete (u ocho) continentes.

Pero en realidad yo ya conocía el Cusco. Durante mi último año de colegio, un par de meses antes de la graduación, decidí seguir el consejo del profesor Rodolfo Vargas (que clamaba que el código generador de todas nuestras vainas estaba en el Cusco).  Y fui, y aunque no podría asegurar que me sentí conmocionado por las claves de mi identidad nacional, si es seguro que el evento cayó en un archivo etiquetado Expediciones Fundacionales. Recuerdo que justo por esos días se daba oficialmente por concluida La Década Prodigiosa y yo ya se avizoraba los setenta y sus estridencias. El horizonte se extendía (con sus insólitas extremidades) en una pantalla panorámica. Los hippies con su canción, con sus trapos de colores, con su macoña. El general Velasco y los titulares en La Crónica sobre el mito de Inkari, sobre el sombrero de Tupac Amaru, sobre los poetas callejeros. Y todo, todo alcanzaba dialéctica realización en los altos ministerios de concreto armado. Pero en realidad por aquellos años yo todavía no estaba demasiado consciente de nada. Recuerdo que pasaba los días en el Cusco escuchando las novedades sicodélicas que interpretaba Lucho, el hijo de la tía Yola, con su martirizada Farfisa. Y recuerdo que fui atacado por una gripe tenaz que me obligó a dar miles de vueltas a la plaza de armas, ataviado con ponchos genuinamente coloridos (que tomaba prestados de la tienda de artesanía de la tía Panchita). También recuerdo que me enamoré un poco por ahí, aunque por desgracia hoy me siento incapaz de hacer un retrato hablado del rostro de mi amada. (No sé qué pasa con mi mente, guarda olores y sensaciones, pero las imágenes no son demasiado nítidas.)


Luego de esa inicial (e iniciática) excursión dejé correr algunos años entregado a sedentarias aventuras. Debo reconocer que pertenezco a esa mínima fracción de la humanidad que odia viajar. Cuando a la gente le preguntan que qué harían si se sacan la lotería, todos siempre responden que dar la vuelta al mundo. Yo en cambio tengo alergia a las aduanas, a los controles de agricultura, a los counters de las empresas de transporte. Y no me gustan los jets, ni los trasatlánticos, ni los malditos ómnibuses. Ni siquiera los taxis. Y hasta en mi ciudad natal detesto comer en restaurantes. Por eso no puedo ser un buen trotamundos. (Conclusión: debería volver a la dosis diaria de Paxil).

Sin embargo, y básicamente impulsado por las juveniles ambiciones de ser protagonista de alguna buena y cosmopolita historia me obligué a ponerme en el camino. Recuerdo que cuando el buen Pérez me contó que su local era ya un éxito histórico, y que las tentaciones se habían vuelto francamente insoportables (gringas, trago y coke&roll) comprendí que emprender ese asunto era una misión sagrada. Por desgracia (o por suerte) en aquellos precisos tiempos experimentaba el paroxismo por el amor de mi vida (que por medio de carta notarial me ha prohibido consignar su nombre en cualquiera de mis escritos). Por eso no viajé en aquella ocasión. Porque ella me mostraba cada día cosas terriblemente urgentes. Porque yo estaba ocupado comiendo salmón enlatado en las invernales playas de Mejía (con ella). O tomando todos los cócteles en todas las inauguraciones (sólo con ella). O visitando prodigiosos hoteluchos en el balneario de Yura (muy junto a ella). Y así dejé pasar algunos años hasta que, finalmente, ya saciada la insaciabilidad y gravemente anclado en la opacidad de lo anteriormente esplendente  (sic) me sentí de pronto con un renovado ánimo explorador. Y entonces un día dije: ¿Qué tal si vamos al Cusco? Y ella, que en el fondo es una gran viajera, puso en marcha la parte práctica del asunto. Por ejemplo, le conté, por contar algo, que mi terrible abuelo materno solía hacer ese viaje (a principios del siglo XX) bien aprovisionado con una gallina muy gorda y sancochada, y ella trepó instantáneamente al tercer piso del mercado de San Camilo e hizo degollar dos o tres aves de gran nobleza. Y como también mencioné (como quien no quiere la cosa) que iríamos en el coche buffet, y que dispondríamos de espacio suficiente incluso para una velada literario musical, mi dulce Petunia se dirigió a la distribuidora Richard O’Custer e hizo acopio (a muy buen precio) de dorado y abundante  licor ( Destilado y embotellado en una de las sangrientas provincias de Colombia). Y así la cosa fue tomando cuerpo, y fue entonces cuando nuestro buen Arcipreste Ruiz, al enterarse del rico potencial del proyecto, palabreó a La Coneja, su musa histórica, y alegremente se sumaron a la expedición. Y así fue como telefoneamos al Pérez, que a esas alturas ya era también parte de un binomio, para anunciar nuestro inminente peregrinaje. 

[Es necesario advertir que para cuando finalmente tomamos la decisión de viajar las cosas en esa frontera ya no eran lo que alguna vez habían sido. Luego de contraer matrimonio con la Ñaña (integrante principal de la Banda de la Existencia más Fuerte) el Pérez parecía dispuesto a dar por concluida la parte turbulenta de su etapa formativa. La demencia sin fin había acabado. El salvaje oeste (o sur este) había superado la fase de los tiradores libres para afincarse en un responsable programa de colonización.]


2

Los rieles del antediluviano tren que comunicaba Arequipa con Cusco probablemente no conservaban el preciso perfil que alguna vez los enorgulleció, lo que sin duda obligaba a los maquinistas a aguantar, a contener los oscuros caballos de fuerza. El resultado era que la procesión se movía con pachocha perfectamente decimonónica. Pero eso para nosotros no presentaba mayor  problema. Bien aprovisionados, nos mantuvimos increíblemente saludables durante las casi 24 horas del viaje. Es más, yo diría que estuvimos en un estado exultante (el filoso ron Caldas y el memorioso Arcipreste Ruiz trabajaban al alimón). Y entonces el trayecto fue una fiesta. En la sucia Juliaca bebimos alegremente  algún lamentable jarro de café con leche; en Ayaviri devoramos  jubilosos el mundialmente reputado cancacho; y más tarde, muy campantes, adquirimos varias piezas del pan de Urcos. Sin embargo, no todo fue perfecto. Al bajar del tren teníamos planeado dar palmadas, alzar la voz, emitir frases cortas, exhibir hermosas dentaduras. Pero nada. Nadie nos esperaba en ninguna parte. Y luego de cuarenta y cinco minutos mirando hacia arriba y hacia abajo trepamos por fin a un taxi y decidimos indagar en el Kamikase. Sólo un par de horas después, y cuando ya empezaban a llegar los primeros clientes, la parejita de anfitriones hizo su aparición. Nos explicaron, evidentemente fastidiados, que habían decidido sorprendernos y sumarse (también jubilosamente) en una previa estación.  Pero el tren llegó demasiado temprano. O tal vez ellos llegaron unos segundos tarde. Al final sólo alcanzaron a saludar a las dos eternamente paralelas líneas del ferrocarril del sur.   

Y cuando por fin ocurrió el tan esperado encuentro todos estábamos unánimemente amoscados. Pero ese lapsus no duró casi nada (no sé ni por qué lo recuerdo). Nosotros éramos viejos compinches que no nos veíamos desde tiempos heroicos y ya legendarios. Y luego de superar el instante de vacilación se sucedieron los gestos y signos de emotividad. Y la vieja amistad fue bendecida con aspersión de poderoso licor. Y el surround del amplificador diseminando greatest hits. Y las luces. Y el humo. O sea la fiesta. Y cuando varias horas después ya el cansancio empezaba a minar nuestra euforia el buen Pérez nos condujo discretamente a la cabina de mando. Y allí, con magnánimo gesto, desplegó el origami. Quisiera explicar que es lo que suele ocurrir cuando aparece el origami, pero tal vez no es el lugar ni la hora. Sólo diré que el viejo Vicente Hidalgo (conocido en algunos círculos como Vicente Hidalgo y en otros como Vicente Hidalgo) solía describir la experiencia asegurando que era como cuando uno está en la calle, frente a un edificio oscuro, y de pronto se encienden todos los focos. 


3

Lo que más me ha impresionado siempre del Cusco no son los increíbles paisajes del valle sagrado, ni las vistas panorámicas de Machupicchu, ni las irradiaciones mágicas o magnéticas o históricas de cada manoseada piedra de siete ángulos. Lo que me parece absolutamente incomparable son sus calles. Disparejas, ostentando con terquedad los signos de ese otro estado mental, de esa otra manera de ser. Esas calles van hechizando al caminante con sus mezclados sentimientos, con su discurso a veces dolorosamente contrariado. Por eso aquellos días fueron de duro trajín. Subimos y bajamos. Hasta la cima y hasta la sima. Dando trabajo a los tobillos, a las pantorrillas, al músculo flexor. Atacando con brío envidiable las piedras de Plateros, Sieteculebras, Lucrepata, Suecia, Ataúd, Ruinas, Procuradores. Y cada día, por nuestra ración de proteínas, siempre (o siempre) solíamos desembocar en La Chola. Por la chuleta. O por el estofado. O por el chicharrón. O por la malaya frita. (Aunque algunos aseguran que al mediodía no hay malaya porque este plato sólo lo sirven por la tarde, a la hora de los picantes, cuando llegan los parroquianos adictos a la chicha.) Y mientras manipulábamos trabajosamente los cuchillos sin filo y los tenedores (de blandengue metal) el Arcipreste Ruiz solía ilustrarnos asegurando que la picantería La chola fue alguna vez el centro del mundo, que el cholo Nieto agasajó en ese humoso salón a visitantes ilustres. Vargas Llosa y Arguedas y Neruda. Quien sabe si hasta el flaquísimo Ribeyro se animó a picar un cauchecito de con setas. Y Brice, claro, Bryce, que sin duda luego se sintió perdidamente enfermo. Algunos afirman que también hicieron acto de presencia el Che, el Jagger y el Nicholson. Y que William S. Burroughs, con su imperdonable sombrero de fieltro, pasó días y días tras el rastro de un producto sacro y muy secreto. 


4

Por las noches, como para recuperar la vieja tradición de nuestras antiguas tertulias, algunas veces nos quedamos en la casa, muy enchalinados, tomando pisco, fumando, frente a un plato repleto de tostado con trocitos de chicharrón. Nos las pasábamos poniendo clásicos de los Doors o de Bowie (aunque el Pérez parecía haber abandonado su antiguo paganismo), exponiendo alguna nueva teoría, alguna nueva crítica de la razón pura, y nos reíamos, y nos reíamos de todo, y principalmente nos reíamos de nosotros mismos, de nuestra incurable insensatez.  El programa también incluía pasar revista a los avatares de otros compinches. ¿Y qué es del Sergio?  Ah. El Sergio es un auténtico desafío para las leyes (de la nación, de la ciencia, de las probabilidades): conduce cada noche su VW DC6 en completo estado de ebriedad (a velocidades de vértigo) y jamás ha tenido el más mínimo accidente. Y alguien recordó que, además, para hacer un poco más emocionante la rutina, en los últimos tiempos había optado por hacer buena parte del trayecto subido en las veredas. Claro, a altas horas de la madrugada. Y también estaba el Dino, que había sido acremente despedido de un importante medio de prensa por dedicar toda la página editorial a un difuso texto en el que revelaba su terrible amor (no correspondido) por una preciosa adolescente. O la inimaginable reacción de Juan, siempre tan amable y caballeroso, que poseído por los demonios mientras bailaba un pogo, se arrancó los (indispensables) lentes y empezó a saltar frenéticamente hasta que estos perdieron definitivamente su ser y sentido. O Misael, que secretamente continuaba escribiendo largos poemas (ambientados en una imaginaria Livorno) a Marinela, una chica a la que sólo había visto una famosa tarde de agosto de 1978. Y claro, en algún momento alguien decidió recapitular el confuso incidente ocurrido en un magno recital del grupo Hora Zero (aquel en el que se convidaba a los asistentes con poemas, cerveza y butifarras) en el que Oscar, en un censurable impulso vandálico, le arranchó al encargado la gran pierna de chancho antes de salir picando, perseguido muy de cerca por los poetas más ágiles y malditos del todo el maldito territorio nacional.  O la historia esa de cómo luego de tomar un áspero aguardiente todos perdieron el conocimiento en la vieja casa de Pampita Zevallos, y como entonces Alonso, a eso de las cuatro, abrió los ojos herido por un taladrante dolor en la mitra y, sintiéndose poseído por ánimo vengador, logró arrastrar su atormentada humanidad hasta el otro extremo de la habitación para, por fin, estrellar contra la pared la botella tan infame (antes de regresar a revolcarse con su almohada favorita).

Cuando finalmente el Arcipreste Ruiz y su musa decidieron regresar a Arequipa, la loquita y yo optamos por quedarnos unos días más. Ya habíamos agotado museos y zonas de interés y sólo nos quedaba sentarnos en alguna plaza a mirar a la gente. Por las noches empezamos a salir a comer pizza en el Keys Cross, un bonito pub regentado por un británico afincado en el valle. También fuimos a un local ubicado en un extremo de la plaza Regocijo. Años antes el cocinero de ese lugar le había confiado la receta secreta de la pizza perfecta: la cosa estaba en agregar un toque de algarrobina a la hora de hacer la masa, y que la salsa de tomate tenía que agarrar su punto chupando el tuétano de un rico huesito. La loca me  contó también que cuando vivía en Cusco, en una gran casa inglesa propiedad de los dueños del ferrocarril, ella solía ir al mercado de San Pedro, y que al ver a las indias sentadas en el suelo, vendiendo su chuño, o sus arracachas, o sus montoncitos de ocas asoleadas, su rostro se iluminaba y, ante la estupefacción de sus acompañantes, solía deslizarse junto a las mamachas para, en cuclillas, sumarse al flujo de regocijados comentarios, calcando tono y matices de su quebrado castellano. 


5

Años después yo regresaría, pero el Cusco sólo es verdaderamente divertido cuando uno no tiene mucho más de treinta. Por eso cuando volví me quedó únicamente el papel de un espectador viciosamente hambriento de imágenes, angustiosamente urgido de palabras.   Y anduve por ahí un par de años, apoyado en mi vaso de pisco, tomando notas. Ya todos habíamos liquidado varias ilusiones. El salvaje idealismo que caracterizó a los sesenta y los setenta había ya cuajado (o coagulado) en el pathos de lo que se conoce como “políticamente correcto”, o sea una desenfadada modalidad que permite estar siempre de lado de las “causas verdaderas”, sin afectar demasiado la presión arterial. Ya sólo quedaba dedicarle una sonrisa misericordiosa a los últimos bastiones de lo ultra  y de lo chiflado. Los años de romanticismo y bohemia habían llegado a su fin. Los proyectos animados por un espíritu artesanal ya dejaban paso a las formas de lo presuntamente cosmopolita. ¿Qué es lo que hice en Cusco? Fue ahí donde casi sin darme cuenta empecé y terminé mi juventud.


sábado, septiembre 16, 2023

¿De dónde vienen los poemas? (Bilingue)


Los poemas acechan cuando ella sumerge su cabellera en litros y litros de agua cristalina

Los poemas acechan en toda la circunferencia en el hambre en el deseo

Los poemas yacen en el tibio escondite del ropero

Los poemas acechan entre el ruinoso mobiliario en las conversaciones casualmente registradas en los siete continentes en las rutas del país entero en el mar en el aire en la tierra 

Los poemas acechan en las páginas arrancadas con furor en las noticias de ayer de hoy y de siempre en los fragmentos subrayados en los destellos de la TV en el impagable slogan que se repite y se repite y se repite

Los poemas flotan en las corrientes de aire

Los poemas se alzan como nubes radioactivas 

Los poemas están silbando en el viento 

Y las palabras y las frases surcan los mares antes de alojarse en el lecho de la arena

Y se elevan los tantos lugares comunes antes de caer tachados hasta la siguiente temporada

¿Cuántos años puede repetirse una mentira antes de que sea lavada  por los camiones termonebulizadores?

¿Cuántos años puede vivir la retórica vigente antes de que se le permita deslizarse hacia el fondo de una tesis académica?

¿Cuántas veces puede un hombre girar la cabeza y no ver lo que ha visto?


DE ONDE VÊM OS POEMAS? 

Traducción: Mauricio Maldonado

Os poemas espreitam quando ela mergulha sua cabeleira em litros 

e litros de água cristalina 

Os poemas espreitam na fome no desejo em toda uma 

circunferência 

Os poemas repousam na morna toca do armário 

Os poemas espreitam entre a barulhenta mobília nas 

conversas casualmente registradas nos sete continentes 

nas rotas do país inteiro no mar no ar na terra 

Os poemas espreitam nas páginas arrancadas com furor nas 

notícias de ontem de hoje e de sempre nos fragmentos 

sublinhados nos lampejos da TV no impagável slogan que 

se repete se repete se repete 

Os poemas flutuam nas correntezas de ar 

Os poemas se levantam como nuvens radioativas 

Os poemas estão assobiando no vento 

E as palavras e as frases rasgam os mares antes de ajeitar-se 

no leito de areia 

E se elevam os tantos lugares comuns antes de serem riscados 

até a próxima temporada 

Por quantos anos pode ser repetida uma mentira até ser lavada 

pelos caminhões termonebulizadores?

Quantos anos pode viver a retórica vigente até que lhe seja 

permitido deslizar-se no fundo de uma tese acadêmica? 

Quantas vezes pode um homem virar a cabeça e não ver o 

que já viu?

Ilustración: Rashid Johnston



martes, septiembre 12, 2023

Retrato del más trágico escritor mexicano


Jorge Cuesta se aplicaba dosis de ácido tartárico y hasta ergotina

Su frente amplia y su mentón adelantado no tenían deuda con nadie 

Su cárcel molecular había sido abolida

La maldición de la inteligencia y el microscopio se daban cita en Jorge Cuesta

Irradiaba como el radium 

Este escritor se hacía presente porque peligrosamente irradiaba como el radium

Era además ventrílocuo de sí mismo 

Nunca se sabía de dónde venía esa voz

Caminaba con la medida matemática de un compás 

Caminaba sin doblar las rodillas

Caminaba acarreando células que no encajaban 

Jorge Cuesta había sido fabricado con una industrial cantidad de tristeza petrificada 

Y cosa extraña

Justo al atardecer el peso de su cráneo pesaba más que su pobre cráneo mexicano


La herida más hermosa del mundo

El gesto de sorpresa ante el fenómeno de la existencia tiene muchas formas ¿Entre tantas opciones por qué un genio de provincias eligió la i...