lunes, septiembre 14, 2009
Ningún lugar
Con el lento paso de las generaciones los individuos forman una constelación de referencias que dan densidad a su historia personal. Con cíclica perseverancia, para millones, estas raíces han sido arrancadas de cuajo. Para llegar a su meta los migrantes tienen que atravesar barreras sicológicas, morales y geográficas creando espacio para lo extraordinario. Por eso el violento drama de las oleadas migratorias que se multiplican desde el siglo pasado no ha sido ignorado por el cine. Sus penurias, su angustia y soledad, han sido abordados en clásicos contundentes como The grapes of wrath (1940) del superlativo John Ford. En cambio Jim Jarmusch en su Stranger Than Paradise (1984) retrata la otra cara, con unos jóvenes que prefieren enfocarse en la desbordante libertad que genera la perdida de raíces. Pero probablemente la más recordada imagen del inmigrante es la llegada del niño Vito Corleone a Ellis Island, en El Padrino II de Coppola, dando inicio a la marcha cadenciosa de una revancha emblemática. Y en Europa, cuya xenofobia rechaza ahora a los hijos de los que antes sometió, el tema también ha empezado a interesar, destacando la obra de Fatih Akin, alemán de origen turco, que asume el tema desde dentro, con imaginación y destreza. Pero para mi gusto la cinta más rotunda es Nuovomondo (2006), del italiano Emanuele Crialese, por su frontal perspectiva visual, por su manera de distinguir el fulgor de lo individual en las apretujadas formas de un acontecimiento masivo e histórico.
En el ámbito de lo hispánico el asunto recién consiguió cierta consagración con El Norte (1983), de Gregory Nava. Si bien esta película tiene la ambición de abarcar el completo arco dramático, su visión es algo acartonada, con esa inevitable porción de melodrama. Más recientemente se ha podido ver La misma luna (2007) de Patricia Riggen, con Kate del Castillo (que exhibió un enorme talento hace muy poco al lado de Tilda Swinton). Ésta suma al esquema sentimental unos toques de comedia usando el viejo truco del cínico desencantado versus pura vida. En lo que respecta a Sudamérica es extremadamente recordable el retrato del “recién bajadito” que hace Adrian Caetano en Bolivia (2001).
Desde que los hispanos se han convertido oficialmente en la primera minoría de USA el tema ya está listo para salir del ghetto. De la mano del cada vez más institucional Festival de Sundance, este año ha conseguido bastante aceptación Sin nombre, de Cary Fukunaga. Esta historia de amor entre un Mara Salvatrucha condenado y una chica que huye de la pobreza se desenvuelve en la peligrosa ruta a la frontera. El poderoso y ciego tren sobre el que se aferran las frágiles existencias de los miserables crea perspectiva. Un tren que avanza picoteado por facinerosos y por los diversos nombres de la adversidad. Pero a pesar de los logros visuales (las escenas nocturnas con sus terribles énfasis) la cinta no es completamente convincente. Tal vez su error está en el guión, que opta por algunos clichés dramáticos. El ambiente violento que corrompe a los inocentes, el resentimiento por la familia quebrada, el amor que impulsa a la redención de los villanos, son temas buenos para telenovela, pero banalizan esta historia que contrapone la esperanza con lo agónico. Sospecho que el gran cine latinoamericano no se hará hasta que le retorzamos el cuello al cisne de nuestros engañosos arquetipos. Tal vez nuestra conciencia está tan fragmentada que tenemos dificultades para ver la complejidad del hombre sin esas etiquetas.
Foto: Bruce Davidson.
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