Está muy difundida la fórmula
que asegura que con 99 por ciento de sudor y uno por ciento de
inspiración se hace una obra maestra. Es una manera de hacer sentir
culpables a los haraganes. Pero con trabajo arduo solo se construyen
Obras Completas, matrimonios, edificios, y hasta imperios. Con esa
metódica exhibición de atlético poder llegamos a la cima de la
satisfacción, nos sumergimos en la euforia de la autocomplacencia,
del júbilo, pero el estado de gracia siempre se nos escurre entre
los dedos. Y es que parece que todo lo que acumulamos fatigando el
seso y el músculo solo nos ofrece lo que merecemos. Y nosotros
necesitamos más, mucho más.
Walter
Benjamin notó en cierta ocasión que la formación de todo niño se
levanta sobre una terrible decepción: Los adultos son incapaces de
provocar actos mágicos. La magia, ese tráfico con lo imposible, es
lo que nos conduce al asombro absoluto porque nos permite el terrible
placer de disfrutar de algo que solo esperaríamos en nuestro sueños
más audaces. Por ejemplo, cuando somos tocados por una fantástica
buena fortuna nos sentimos bendecidos, nos trasladamos a un
territorio insólito (aunque instintivamente nos aferramos al timón
para evitar perdernos en el vórtex). Es en ese momento en que una
felicidad químicamente pura estremece nuestra frágil humanidad
durante un poderoso instante (porque, como ya lo asegura la sabiduría
arcaica, quien se da cuenta de que está siendo feliz, ya ha dejado
de serlo). ¿Pero este fenómeno nos demuestra la existencia de musas
infalibles, ángeles guardianes y vírgenes muy milagrosas?
Niels
Bohr en su "Interpretación de Copenhague", apuntó con
firmeza que el azar no es un elemento anecdótico sino algo que yace
en el fondo de las leyes físicas. Esto nos llevaría de alguna
manera a la irrefutable lógica de que un conjunto es infinito solo
cuando uno de sus subconjuntos tiene el mismo tamaño que el conjunto
original. El filósofo italiano Giorgio Agamben asegura, por otro
lado, que la magia tiene su explicación en un hecho que los antiguos
manejaban con solvencia: Toda cosa -y todo ser- tiene, más allá de
su nombre manifiesto, un apelativo escondido, al cual le resulta
imposible dejar de responder. Para acceder a las las vías
transversales de la magia hay varias recetas -todas incluyen rituales
enloquecedores- que nos permitirían acceder a esa maravillosa guía
telefónica. Solo entonces lo inexpresado mostraría su vibrante
existencia y nosotros accederíamos al pinchazo arrecho de todo lo
que está más allá del simple nosotros. Que es precisamente el
lugar al que pertenecemos.