viernes, enero 25, 2019

El pinchazo arrecho


Está muy difundida la fórmula que asegura que con 99 por ciento de sudor y uno por ciento de inspiración se hace una obra maestra. Es una manera de hacer sentir culpables a los haraganes. Pero con trabajo arduo solo se construyen Obras Completas, matrimonios, edificios, y hasta imperios. Con esa metódica exhibición de atlético poder llegamos a la cima de la satisfacción, nos sumergimos en la euforia de la autocomplacencia, del júbilo, pero el estado de gracia siempre se nos escurre entre los dedos. Y es que parece que todo lo que acumulamos fatigando el seso y el músculo solo nos ofrece lo que merecemos. Y nosotros necesitamos más, mucho más.

Walter Benjamin notó en cierta ocasión que la formación de todo niño se levanta sobre una terrible decepción: Los adultos son incapaces de provocar actos mágicos. La magia, ese tráfico con lo imposible, es lo que nos conduce al asombro absoluto porque nos permite el terrible placer de disfrutar de algo que solo esperaríamos en nuestro sueños más audaces. Por ejemplo, cuando somos tocados por una fantástica buena fortuna nos sentimos bendecidos, nos trasladamos a un territorio insólito (aunque instintivamente nos aferramos al timón para evitar perdernos en el vórtex). Es en ese momento en que una felicidad químicamente pura estremece nuestra frágil humanidad durante un poderoso instante (porque, como ya lo asegura la sabiduría arcaica, quien se da cuenta de que está siendo feliz, ya ha dejado de serlo). ¿Pero este fenómeno nos demuestra la existencia de musas infalibles, ángeles guardianes y vírgenes muy milagrosas?


Niels Bohr en su "Interpretación de Copenhague", apuntó con firmeza que el azar no es un elemento anecdótico sino algo que yace en el fondo de las leyes físicas. Esto nos llevaría de alguna manera a la irrefutable lógica de que un conjunto es infinito solo cuando uno de sus subconjuntos tiene el mismo tamaño que el conjunto original. El filósofo italiano Giorgio Agamben asegura, por otro lado, que la magia tiene su explicación en un hecho que los antiguos manejaban con solvencia: Toda cosa -y todo ser- tiene, más allá de su nombre manifiesto, un apelativo escondido, al cual le resulta imposible dejar de responder. Para acceder a las las vías transversales de la magia hay varias recetas -todas incluyen rituales enloquecedores- que nos permitirían acceder a esa maravillosa guía telefónica. Solo entonces lo inexpresado mostraría su vibrante existencia y nosotros accederíamos al pinchazo arrecho de todo lo que está más allá del simple nosotros. Que es precisamente el lugar al que pertenecemos.

Los últimos 10 años

No sé muy bien que he hecho en los últimos diez años Lo que sí tengo claro es lo que no hice No he ganado una suma exorbitante en la loterí...