Seguramente casi todos estarán de acuerdo que Martín Scorsese es el gran maestro del cine contemporáneo. A los 80 años este director ha estrenado The Killers of the flower moon, una película que según Metacritic ha alcanzado “universal aclamación”, mientras que Rotten Tomatoes le otorga una calificación del 92%. Por otro lado Manohla Dargis, del NYT, la califica de “desgarradora obra maestra” que revisa una particularmente infame página de la historia de los Estados Unidos. Con sus tres horas y media de duración la revista Premiere aseguró que si bien el film resultaba agotador, no era nunca aburrido. Y si bien es cierto que lo primero que mencionan los espectadores al salir del cine es la interpretación del poderoso laconismo de Lily Gladstone, cuyo rostro macizo alberga unos ojos de oceánica expresividad, quizá lo más sorprendente del film sea un asunto clásico que yace debajo de los grandes temas. ¿Se puede desear la muerte del ser que se ama? El personaje de Leonardo di Caprio, el protagonista principal, da muestras de un genuino sentimiento por su atractiva esposa india, lo que no le impide inyectarle cada mañana mortíferas toxinas con la intención de convertirse en heredero. En otro nivel, extrañamente coincidente, Robert de Niro, que interpreta a un villano con demoledora sobriedad, afirma que encuentra a los Osages “las personas más finas, ricas y hermosas de la tierra de Dios”, aunque eso no le dificulta orquestar una abyecta conspiración cuya meta es el robo y la aniquilación. Este asunto del retorcido sentimiento ha interesado en décadas pasadas a la novela negra y al psicoanálisis, que solían ponerlo en escena con una estética expresionista, saturada de claroscuros. Scorsese, en cambio, enfoca el tema desde la perspectiva panorámica propia de las grandes llanuras de la historia. Parece decirnos que los sentimientos siempre se subordinan a la codicia que, en última instancia, resulta ser el oscuro motor de las civilizaciones. Y siguiendo esa línea, es escalofriante sospechar, además, que hay un perverso erotismo en la dinámica de tantos crímenes institucionales que llenan la saga de los mamíferos más inteligentes del planeta.
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