Al abrir las páginas del libro de Alonso Ruiz Rosas lo primero que uno se pregunta es en qué era vive este poeta. Pero una de las ventajas de domiciliar en el siglo XXI es que es más fácil hacer recorridos panorámicos por los diferentes ánimos históricos de la civilización humana. Alonso, por ejemplo, hace vuelos rasantes sobre el territorio de Francisco de Quevedo, salta luego a los soleados cenáculos de los poetas latinos, visita el gabinete de algún anglosajón experimental y, ocasionalmente, en un giro radical, hace una visita a la calle donde vivía el cholo Berrocal. Esto está aludido, por ejemplo, en una pieza llamada Umbral, en el que el poeta intenta entrar usando primero una aldaba, luego un interfono, hasta finalmente forzar de un empellón las desgastadas puertas del Olimpo. Pero a pesar de las apariencias, Alonso Ruiz Rosas no es un poeta del siglo XVII, sino alguien con los pies bien puestos en su tiempo. Su poesía tiene todos los rasgos de la vanguardia que floreció la primera mitad del siglo XX, ya que es ecléctica, mezcla registros lingüísticos, es camaleónica, altamente referencial y en ocasiones sufre de disonancia cognitiva. Muchos poemas, además, tienen una estructura teatral, que incluye diálogos, monólogos y efectos dramáticos. Es también visible el conocido interés del poeta por los libros de historia y por la liturgia católica. Sin embargo, uno de los efectos que pone color en su obra es la yuxtaposición lingüística que fusiona en un mismo verso la alta poesía con giros coloquiales extraídos de su infancia arequipeña. Pero quizá lo que lo que primero advertimos al abrir un libro de Alonso Ruiz Rosas es que, a la manera de los juglares, cada página lanza al tímpano atento una saeta empapada en música. Para esa empresa hace uso extensivo del hipérbaton, invirtiendo la posición del sustantivo y del adjetivo, consiguiendo de esa manera romper la monotonía de la estructura del verso. Esa tonada es sin duda una elaboración literaria de su música interior.
Hasta donde alcanza mi entendimiento cuando los poetas escriben poesía tratan de articular esa voz secreta que se hace especialmente audible cuando estamos en las pampas alargadas de la soledad. Por eso es que la poesía de alguna manera revela la dimensión más honda del simple terrestre que escribe. ¿Y dé qué habla Alonso Ruiz Rosas? Pues del amor, de la soledad, de la muerte, de la tristeza y del canto. Nos habla del mundo, de un Estambul que parece Constantinopla, de una pirámide de Egipto, del alargado río Amazonas. Pero principalmente nos habla de ese extraño fenómeno en el que todos estamos embarcados: Vivir, luchar, comer, cantar, amar, irradiar, dormir. En este libro, que reúne toda su obra, hay un hermoso poema en el que el poeta se asombra de ese estado tan intensamente humano que ocupa buena parte de nuestra vida, y que es el que conjuga lo espectacular de los sueños y lo estruendoso de los ronquidos. Pero quizá uno de los temas más logrados es su poética exclamación ante el hecho de que estar vivo es algo repleto de rutinas que encuentran su sentido en sí mismas, y que, en esa medida, son simultáneamente estúpidas y maravillosas. Durante todas estas décadas, densas de aventura, Alonso Ruiz Rosas sin duda ha llegado a la conclusión que el arte de la poesía no es otra cosa que el arte de la fiesta delirante de la vida.