Patas del alma
Duplas fascinantes abundan en la literatura y especialmente en el cine
pero, como hace notar Harold Bloom, lo extraordinario de la yunta tan desigual
entre Don Quijote y Sancho Panza no es solo su carácter fundador, sino su
peculiaridad: la comunicación entre ambos es de ida y vuelta. Ambos escuchan. A
pesar de lo disímil de su proyecto estos personajes confluyen constantemente a
lo largo de diálogos cotidianos. Y esa respetuosa confrontación genera una
evolución: la gloriosa locura del caballero andante empieza a adquirir un filo
insospechadamente sagaz, y la sensatez profesional de Sancho muta hacia el
territorio incierto de las interrogantes. Luego de tantas páginas conversando y
corriendo aventuras ninguno es el que era al principio. El compañerismo
transformador no es demasiado frecuente en la literatura (ni tampoco en la
vida), donde abundan los egocéntricos. Por ejemplo Hamlet, que al haberse
afincado en su oscura certeza parece que todo lo que escucha es para confirmar
sus convicciones. Y también la pobre Madame Bovary que muere de tanto escucharse
a sí misma, solamente a sí misma. Seguramente la clave del inmortal atractivo
de la obra de Cervantes es que supo crear una dupla de inesperada perfección.
Don Quijote, con su hermosa locura, es el paradigma del hombre que se resiste a
su destino al ras del suelo, que sabe que puede cabalgar en una elipse gracias
al poder de la poesía (digo poesía y no simplemente imaginación, porque la poesía
es una modalidad particularmente destilada de la imaginación). Sancho Panza,
por otro lado, hace uso del sentido común con una vitalidad que desenfunda
auténtica inteligencia, cuando no genio, otorga ese ingrediente que solo está
en las cosas palpitantes: la perspectiva.
Ilustración: Arlequin porToshio Enomoto