domingo, septiembre 04, 2005

El matrimonio del Subte


Cuando Miguel Barreda salió del colegio Max Uhle se aplicó a una actitud y a un vestuario algo dark, lo que obligó a sus allegados a acuñar para él la chapa de “subte”. Luego, aprovechando su secreta fibra teutónica, consiguió una beca para estudiar germanística, o algo por el estilo, en Berlín. Ese endiablado idioma no presentaba demasiados problemas para el muchacho, pero éste, ansioso de un destino menos académico, arrastró su carpeta hasta el vecino pabellón de la Escuela de cine (a 3 Km.). Y así pasó largos años de desvelos escrutando el mundo a través del ojo de su cámara. No descuidó, sin embargo, su vestuario, lleno esta vez de cadenas y de cuero curtido. En sus escasos momentos libres, a altas horas de la noche, garrapateaba extraños textos. Uno de estos, enviado a Lima, se hizo acreedor al primer premio del, en esos tiempos codiciado, concurso de las mil palabras, de Caretas. Años después, cuando ya todos se preguntaban que qué era de su vida, apareció a las faldas del Misti con la loca idea de hacer un film que incluyese material rodado en la borrachera de bienvenida que le organizaron sus patas del colegio, en el almuerzo con cuyes chactados que le preparó su madre, y en las entusiastas reuniones frente al televisor para ver a la siempre infortunada selección peruana de fútbol. El asunto no le salió nada mal, y hasta incluyó material rodado interrogando a los incautos sobre el recóndito nombre del sillar. El noficción resultante fue visionado con gran placer por los vanguardistas más ultras, que no pudieron evitar preguntarse y ahora qué. Y ahora qué hará el Subte. Y lo que hizo fue Y si te vi, no me acuerdo, el primer road movie peruano, una cinta de extraño pulso que va por la panamericana sur hasta llegar, como no, hasta las mismísimas faldas del Misti. Un vacilón.
Pero lo que más le gusta al Subte de su largometraje no es tal o cual logro cinematográfico sino la chica que se agarró mientras preparaba el estreno arequipeño. Los agentes de prensa del cineasta no han proporcionado mayores detalles útiles para la prensa amarilla, pero aparentemente el asunto fue violento y salvaje. Una templadera. Y finalmente Ángela Delgado hizo un gesto afirmativo cuando el Subte se colocó de hinojos y recitó un antiguo poema. Y así todo terminó en el altar. Hace un par de semanas la feliz pareja legalizó su unión, enrumbando luego al jardín del Museo de Arte moderno, donde la juerga alcanzó elevados decibeles.

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