Cuando era adolescente conseguí una vieja Yashica para tomar fotos de mi enamorada. Estaba dormida. El primer amor nunca se deja tomar fotos calata. Ella estaba sobre la cama con la cara apoyada en la almohada y la pierna derecha torcida. Posición clásica que permitía vislumbrar sólo uno de sus senos, pero sí, con pasmosa claridad, la confluencia de líneas en la parte inferior de su trasero. ¿Se dice trasero o poto o culo? La amada inmortal sólo puede tener un hermoso trasero.
A mi segunda novia le gustaba tejer. Tejía prendas que nunca terminaba con lana de colores. Yo la agarré cuando estaba tejiendo sentada en la cama. Uno de sus pies se apoyaba en un mueble circular (de esos que se colocan frente a los tocadores) y la rodilla ocultaba al ansioso lente su sexo aún húmedo. Y su antebrazo derecho atesoraba sus pechos. Sólo se podía admirar el pezón izquierdo. No era el mejor de sus pezones, pero fue todo lo que pude conseguir con aquella vieja cámara.
A mi tercera novia le encantaba la idea de posar desnuda porque era una morena completamente salvaje. Cuando vio la cámara se fue rápido a la otra habitación y me gritó preguntándome por su bolso. Luego regresó apurada con su lápiz labial, con su rouge, con su pintalabios, y fue hasta el viejo televisor de 24 pulgadas y escribió en la pantalla: "Loquito". Entonces se recostó. Su largo y enredado cabello caía como una catarata por un lado de la cara y llegaba hasta su pecho. Se podía apreciar claramente ambos pechos, el ombligo, y el triángulo oscuro de su sexo. Pero lo que me encanta de esa foto es el ángulo que se produce en su cintura. Desde su axila se precipita una línea recta que alcanza la cintura y, luego, se desplaza una curva maravillosa que dibuja las caderas e incursiona en el muslo. Esa mujer era feliz. No sé por qué se fue. Siempre estaba preguntándome ¿En qué piensas?
Mi cuarta novia fue un hallazgo. Estuve a punto de caer de rodillas y elevar una plegaria. Ella me alimentaba. Era una mujer sustanciosa. Había ido a la playa y estaba tostada por el sol. Alzó los brazos y clic. Su rostro brillaba, sus ojos oscuros brillaban, su sonrisa era plena. Y sus pechos grandes y blancos parecían un antifaz sobre el resto de la piel oscura.
Con la quinta no sé exactamente cómo me fue. Tal vez hasta estuve a punto de tener hijos y de llevarla al altar. Era una de esas mujeres fuertes y sensatas que a uno lo hacen sentirse completamente inmaduro. Luego del amor se metió al baño a hacer pis y yo calculé cada segundo, y abrí la puerta violentamente, y tomé la foto. Ella tuvo tiempo de alzar su dedo medio, y de imprimir su mirada más imperturbable. No se podía ver nada especial, sólo el punto de inflexión entre su torso y sus extremidades. Y la cortina de baño, claro, a su lado. Una cortina a rayas que recién había comprado.
Mi sexta enamorada fue una linda chica. No quiso posar desnuda, pero aceptó ponerse una blusa de seda que permitía vislumbrar sus senos. Unos pechos perfectos y pequeños. El perfil del derecho aún me conmueve, visto a contraluz.
La sétima era una de esas damas que tienen arte moderno en la cabeza. Pegó algunas figuras en la pared, y pintó signos con una brocha. Luego se paró, muy erguida, frente a la cámara. Su cabello lacio caía por ambos lados y su mano izquierda, como una concha marina, ocultaba su sexo. Su brazo derecho, doblado, formaba un triángulo con el codo apuntando hacia un punto remoto.
Me octava novia me llenaba la vida de alegría. Simplemente se sentó en la cama y mostró su sonrisa. Se ve todo. Sus piernas estaban abiertas, además.
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