viernes, septiembre 09, 2005

El oro de Golfinger

Cuando llegaba alguna película del agente 007 el tío Adolfo aparecía en la casa preguntando si estábamos listos. Su hermana Ruth, nuestra madre, preparaba un licuado de leche con plátano y freía churrascos con encebollado. El licuado lo tomábamos rápidamente. Bebido. Nuestra madre arropaba los sánguches en servilletas y los empacaba con papel marrón. Bien provistos nos dirigíamos al cine Victoria, en la segunda cuadra de mercaderes, y hacíamos cola. Golfinger me impresionó mucho. Especialmente cuando James Bond regresa a la habitación y encuentra a una dorada chica desnuda. Al terminar la película sometí a Roland, mi hermano, a un exigente cuestionario. ¿Qué le pasó? ¿Murió porque la encerraron herméticamente? ¿Una cortina de oro de 24 kilates selló cada una de las millones de ventanas de su cuerpo? ¿Hacinada dentro de sí misma languideció y se apagó por completo? ¿El espacio que le correspondía no era sólo el espacio contenido debajo de su piel? ¿Ella era ella y lo que la rodeaba? ¿Para vivir necesitaba emitir su perfume? ¿Necesitaba arrancar del aire gotas de rocío, productos químicos variados, ruidos, ondas de radio? 

La herida más hermosa del mundo

El gesto de sorpresa ante el fenómeno de la existencia tiene muchas formas ¿Entre tantas opciones por qué un genio de provincias eligió la i...