Recuerdo que un escritor peruano tenía una frase que usaba para replicar a los fanfarrones: “Pégame, mátame, pero no me huevees”. Y, más allá de la broma, es muy claro que hay un poderoso estigma contra la mentira. Todos la odian por su capacidad de socavar las bases de la certidumbre. Si uno tiene la certeza de estar haciendo lo correcto en el lugar y en el tiempo preciso todo marcha bien, incluso la alegría. Por eso cuando surge una fisura es el principio del fin. No hay nada más poderoso que la mentira. ¿Pero qué es la mentira? Es una proposición falsa que solo tiene poder letal cuando la confundimos con una proposición verdadera. Sin embargo hay situaciones en que la mentira no solo no es perjudicial, sino que hasta puede ser un prodigioso instrumento. En su ensayo La verdad de las mentiras (1990), Vargas Llosa afirma que los humanos “somos seres mutilados a quienes ha sido impuesta la atroz dicotomía de tener una sola vida y los deseos y fantasías de desear mil” y que “salir de sí mismo, ser otro, aunque sea ilusoriamente, es una manera de ser menos esclavo y de experimentar los riesgos de la libertad”. La ficción, esa sofisticada mentira, nos permite entonces alzar vuelo. Lo único que necesitamos es simular -temporalmente- que la proposición falsa es una proposición verdadera.
Pero la mentira no es solo la materia de la que están hechas las novelas, las fake news, las argumentaciones a tu pareja y los más taimados chismes. Con la mentira también se puede hacer cosas fantásticas, literalmente. Por ejemplo, el Chat GPT es muy aficionado a decir mentiras. Cuando no sabe cómo responder a alguna intrincada pregunta dice una mentira perfectamente elaborada. ¿Por qué lo hace? Tal vez miente por alguna de las muchas razones por la que mentimos los de carne y hueso. Pero la suyas no son mentiras blancas, porque no creo que le interese evitar herir nuestros sentimientos. Tampoco son mentiras piadosas, la piedad es para alguien que tiene un corazón palpitante. Y es bastante claro que sus torcidas respuestas no parecen mentiras malintencionadas cuyo objetivo sea destruir la reputación de alguien o hacer una oferta con la catedral. Así que podemos concluir que a la maldita inteligencia artificial le encanta mentir, que disfruta tomándonos el pelo. Tal vez los ingenieros sin querer han creado a un niño travieso e irritante o, lo peor, inadvertidamente han sembrado una semilla que puede degenerar en poeta o psicópata. Quién sabe, quizá esa sea la ruta hacia el misterio de lo humano, y pronto tengamos a un super humano haciendo lo que mejor hacen los humanos. Por eso algunos temen que pronto recibiremos nuestro merecido. Pero hay que convenir que a veces la mentira tiene su encanto. En cierta ocasión, en el remoto tiempo de mi juventud, una chica de cuerpo cimbreante me dijo: Miénteme, pero suavecito y al oído. Sin embargo, y para terminar mi participación de esta noche, hay que convenir que en lo referente a los adversarios de la verdad la última palabra la tuvo siempre Luciano de Samósata que, en su Historia verdadera, escribió: En una sola cosa seré veraz: en decir que miento. Por lo tanto, los que me lean no deben creerme en absoluto.