martes, agosto 30, 2005

Portal de flores. 2 a.m.

Tomamos dos o tres copas. Quizá cuatro. A las dos de la mañana caminábamos con un leve balanceo. Un geólogo tal vez se hubiera atrevido a certificar que en lo profundo yacía un deposito de tristeza. Pero reíamos y bromeábamos. Y escarnecíamos al prójimo ausente. Al llegar a la Plaza de Armas vimos como se abría violentamente la puerta de un conocido local de máquinas tragamonedas. Dos guardias de seguridad expulsaron a un sujeto de mediana estatura algo subido de peso. El individuo dio un salto o hizo los movimientos precisos para empezar una loca carrera, pero no se movió del sitio. Parecía aturdido. De pronto alzó el rostro con decisión y se lo cubrió con ambas manos. Entonces soltó un grito con toda la fuerza de sus pulmones: Ayúdenme. Repitió su grito: Ayúdenme. Luego tomó impulso y dio una gran patada a la puerta del conocido local de tragamonedas. Rebotó y pareció que iba a derrumbarse, a derramarse, pero se compuso a tiempo y tomó un nuevo impulso y empezó una serie de cortas patadas, menos contundentes aunque bastante ruidosas. Finalmente la puerta se abrió y surgieron no dos sino cuatro guardias de seguridad. Rodeándolo le propinaron golpes de judo, de box, de kung fu, de karate. Cuando el sujeto se precipitó contra las lozas de piedra empezaron a aplicarle algunas patadas en las costillas. En las inmediaciones, a poco más de tres o cuatro metros, un guardia civil parecía flotar en otro nivel de la realidad. No silbaba pero hubiese podido silbar. Los pobladores de la plaza de armas estábamos todos reunidos alrededor contemplando el suceso. Dirigiéndome a Juan y Misael, dije: ¿Creen que también deberíamos darle algunas patadas?
Mientras tanto el sujeto parecía haberse convertido en un motor de funcionamiento continuo, en una entelequia de la física: desde el suelo, lanzaba potentes golpes de puño y rabiosos puntapiés. Maldecía con su poderosa voz de tenor. Luego empezó a comportarse como un moscardón que está a punto de sucumbir. Giraba sobre sí mismo gritando. Finalmente su camisa se desgarró y todo el mundo pudo ver el triste espectáculo de su vientre abultado. Pero, como ocurre con los moscardones, alguna ley de la dinámica lo impulsó a desplazarse sobre el suelo y avanzó hasta la mitad de la pista. Los lechuceros se vieron obligados a dar un violento golpe al timón para evadirlo. Fue entonces cuando algunos transeúntes se apiadaron y, no sin cierta violencia, lo devolvieron a la vereda. El tipo siguió aullando de una manera insoportablemente reiterativa. Nosotros, adivinando que ya lo habíamos visto todo, nos retiramos, bostezando.

viernes, agosto 26, 2005

Nueva historia universal de la infamia (los más buscados)


Lex Luthor. El más notorio de los megavillanos. Una fuerza interior lo impulsaba a colectar Kryptonita. Su objetivo último era un mundo donde toda ultrarivalidad encontrase malvada solución.

El Pingüino. Comandante en jefe de una caterva de cacos con habilidades circenses. Nacido en el seno de una familia aristocrática, fue abandonado por sus anomalías estéticas y por una inquietante predilección por el pescado desenfrenadamente crudo.

El Guasón. Psicópata que al caer accidentalmente en una batea llena de ácido surgió provisto de un humor sulfúrico. Se orientó hacia el negocio de los cosméticos lanzando un producto llamado Smilex, que atesoraba abominables efectos secundarios.

Magneto. Mutante que inició una cruzada a favor del constitucional reconocimiento de la esencia monstruosa de todo ser humano. La eliminación de aquellos que no hubiesen desarrollado formas prodigiosas resultaba un precio ínfimo en bien de la paz ecuménica.

Anibal Lecter. Un gourmet, un enófilo, un impecable hombre de genio. Pero comía carne humana. Algunas veces comía gente cuando estos estaban aún vivos. Sin su permiso.

jueves, agosto 25, 2005

La generosidad y la gratitud

Jamás recuerdes a la gente los servicios que le has hecho en el pasado. Si son hombres agradecidos y honorables, no necesitarán recordatorio alguno, y sin son desagradecidos y deshonestos, el recordatorio será inútil.
Claudio, el Dios. Robert Graves.

La solidaridad y la generosidad, que son dos palabras blancas que llenan los discursos de entusiastas y eternos sonrientes, son parte de una oscura historia secreta. Son agentes dobles. Por un lado revelan lo mejor del ser humano, por otro activan sentimientos insospechados.
Parece natural que a un acto de generosidad le corresponda un sentimiento de gratitud. Pero no. Con mucha frecuencia lo que el dadivoso cosecha es sesgados signos de resentimiento. Porque el que recibe un favor siente alegría y gratitud, pero también, secretamente, odia a su benefactor porque éste se ubica en una posición superior, y, lo peor, hace patente que él es alguien “necesitado”. Detrás de lo benévolo de la situación se incuba una situación de poder.
Y el generoso y el solidario tampoco pueden librarse de ciertos pequeños y vergonzosos placeres. Con demasiada frecuencia los servicios o favores concedidos suelen ser realizados con la ambición de hacer acopio de gratitud. Como una transacción. En el sistema feudal los siervos tenían perfectamente reglamentada la manera de expresar su reconocimiento a la protección que el señor feudal les ofrecía. La relación padrino-ahijado es un rezago feudal. Los favores que concede el padrino establecen el marco de su grandeza social y económica. Para el padrino, como es notorio en la película de Coppola, el “respeto” es la medida del valor de una persona. Vale la pena acumular una fortuna, ser poderoso, para poder convertirse en una persona de respeto, alguien que protege, que prodiga. Y que como tal exige ser reconocido y ser agasajado.

miércoles, agosto 24, 2005

Los profesionales de la desdicha


La segunda gran patria de los infelices profesionales es el narcisismo. El narcisismo es una consecuencia del asombro de sí mismo, de la fascinación con la propia persona. El narcisismo agudiza nuestra mente y finalmente nos revela que la única persona digna de ser amada con pasión es uno mismo. El narcisista no ama a su prójimo no por alguna imperfección en su cristianismo. El narcisista no consigue interesarse en las otras personas. El narcisista sólo ejerce sus poderes de seducción para colectar el tributo del amor y la admiración de los otros. Como es natural, dice el viejo Russell, la vanidad, cuando transpone ciertos límites, mata el placer de toda actividad espontánea y conduce fatalmente a la indiferencia y al aburrimiento.
El tercer domicilio de los desventurados es la megalomanía. El megalómano sabe que el poder es mejor negocio que el amor. Entonces prefiere ser temido a ser amado. Como reconoce Russell el éxito de los megalómanos depende del alcance de su sentido de la realidad. Y, cuando finalmente consigue coronarse, advierte no sin desconcierto que la extensión de su meta aumenta en proporción a sus logros. El megalómano está condenado por su ansia de divinidad (opuesta a su naturaleza) y será gratificado con el vacío y la soledad químicamente pura. El matemático inglés concluye: no hay satisfacción definitiva en el desarrollo de un elemento de la naturaleza humana a expensas de todos los demás. No hay satisfacción en considerar al mundo como la materia prima para la magnificencia del propio yo.

martes, agosto 23, 2005

El orden secreto

Una mañana de julio Vicente Hidalgo anunció que iba a encerrarse en una habitación y que su alimentación diaria consistiría básicamente en agua y un mendrugo de pan. Una mañana de julio Vicente Hidalgo anunció que pensaba escribir un libro usando el patrón básico del calidoscopio. ¿Sabes cual es el orden secreto del calidoscopio?

lunes, agosto 22, 2005

Sonrisa inicial


La sonrisa es visible desde larga distancia. Para el ser humano fue de vital importancia desarrollar esa expresión. Como cazador, el hombre en el tiempo primigenio, tenía que volverse crecientemente cooperativo para sobrevivir. La sonrisa es un medio rápido y positivo de enviar señales amistosas. Otros primates tienen signos equivalentes como chasquear los labios o castañetear los dientes que son efectivos a corta distancia, pero no resultan tan efectivos como la sonrisa que, con un alcance mayor, mantiene un innegable poder.

Los últimos 10 años

No sé muy bien que he hecho en los últimos diez años Lo que sí tengo claro es lo que no hice No he ganado una suma exorbitante en la loterí...