El perro ingresó
violentamente al tribunal causando pavor. “Hace 20 años un famoso abogado echó
una maldición”, recordó alguien, a manera de explicación. El espíritu del jurisconsulto
habría renacido con feroz osadía. Un juzgado rabínico ultra ortodoxo que cree
en la transmigración condenó entonces al perro a la lapidación. Los verdugos
persiguieron al acusado. Sin éxito.
jueves, octubre 05, 2017
lunes, octubre 02, 2017
Hotelucho
En el bar El Búho una desconocida abrió la boca manchada de rouge y me preguntó que por qué no veía que todos éramos simples marionetas, que por qué no entendía que la vida no vale nada, que por qué yo era tan imbécil. Di un sorbo profundo a mi Perú libre. Cuando ella no esperaba respuesta, dije: ¿No crees que nuestra vieja amistad amerita ya un hotelucho?
lunes, septiembre 25, 2017
Carta del reverendo Vicente “Dogson” Hidalgo
Hacía calor
La tinta se evaporó en una gran nube negra
Tuve que hacer llamadas perentorias
Pronto llegaron regimientos de ingeniería y agitaron los
abanicos
Casi inmediatamente empezó a refrescar
Y entonces llovió sobre el tintero
Por eso ahora puedo escribirte esta carta de amor
jueves, septiembre 21, 2017
Malicia
La
adolescencia y primera juventud son años retorcidos. El aprendizaje necesario
para forjar un adulto es una ruta que se hace a saltos, donde lo oscuro y lo
luminoso son intercambiables. A fines de los sesenta solía ir al cine Ateneo,
que quedaba cerca de mi casa. Fue ahí donde vi Candy, con Ewa Aulin, una película basada en la novela de Terry
Southern. Luego de la primera noche febril encargue a un pintor amigo la
realización de un icono al pastel de aquella virgen sicodélica. Mi amor fue
intenso pero no duradero. Cuando unos años después apareció Laura Antonelli
comprendí por primera vez que la castidad y la concupiscencia constituyen un par dialéctico. El personaje de Candy era impermeable al pecado porque con piedad
veía en el libidinoso a un ser dolorosamente atrapado en el vértigo del deseo.
En cambio la Laura Antonelli de Malicia,
la película de Salvatore Samperi, se atrevía cediendo -con sus redondos senos
maternales-, a la perversa estrategia de un niño (fisgoneo, flores, manoseo,
caprichosas imposiciones, besos), adivinando que al final la poseída también poseería
al poseedor, que ambos se igualarían en un salvaje abandono sensual. Porque el
juego de poder que se esconde detrás de la dinámica del amor revela la inefable
posibilidad de postura e impostura, e invalida el mito de la superioridad moral
de este sentimiento. Ya se sabe: en el amor y en la guerra todo vale (pero
cualquier cosa no es suficiente).
lunes, septiembre 18, 2017
Decúbito dorsal
Vivimos en Lo obvio. Entonces es en lo obvio en lo que tenemos que escudriñar. Los filósofos son personas que sienten la compulsión de hacer de lo obvio algo extraño. Los poetas son los alquimistas que arrancan lo extraño que yace en lo profundo de lo obvio.
viernes, agosto 04, 2017
Ojo, pestaña y ceja
Tendemos a
creer que los grandes actos malvados, los crímenes, los cometen monstruos, personificaciones
demoníacas, seres extraordinarios con signo negativo. Pero cuando en 1961 Hannah
Arendt escribió sus polémicos artículos en el New Yorker sobre el juicio a
Eichmann mostró evidencia que los villanos son seres tan insípidos, tan
mediocres, tan escasamente luciferinos como cualquiera de nosotros. Y que sus horribles crímenes podrían encontrar
una explicación en el acto de negarse a pensar por sí mismo, en la sumisión
moral e intelectual hacia alguna fe (por ejemplo la hipnótica irradiación del populismo,
del nacionalismo, de algún mesianismo). Eso provocó una conmoción entre los que
ven el mundo radicalmente dividido entre buenos y malos. Entre monstruos y
gente como uno. Eso demolió la defensa que hemos levantado para pensar que
nosotros estamos en el lado correcto, en la zona de los normales, de los
decentes, y que el culpable siempre es “el otro”, un ser (casi) de una especie diferente,
uno que no tiene nada que ver con nuestra apacible comunidad de seres
bienaventurados. Porque advierte Arendt, si no preservábamos un pugnaz criterio
personal, cualquiera podría ser capaz de convertirse en un criminal.
Cuando Hannah
Arendt llegó al extremo de señalar que dirigentes judíos, por cálculo político
o simple estupidez, participaron activamente en la organización del Holocausto,
es decir, fueron cómplices, el escándalo fue mayúsculo. Se la acusó de cometer
un pecado contra su propia sangre, de traicionar a su raza, de sumarse a los
que tan salvajemente los habían martirizado. Hannah Arendt decidió entonces
dirigirse a sus alumnos en un aula de la universidad. Su argumento se centró en
que la activa búsqueda de Comprender es la columna vertebral de nuestra
libertad como seres humanos. Un pensamiento activo y nada sumiso frente a las
consignas de la corriente de opinión en boga nos permite tomar decisiones y, de
esta manera, por ejemplo, ser inmunes a la debacle moral que provocan los
regímenes totalitarios, a las prepotencias de las corrientes de pensamiento
obligatorias. Nuestra lealtad tiene que estar con el permanente ejercicio de
desentrañar esa cosa laberintosa llamada verdad.
En estos tiempos de lo sexy del “trending topic”,
de las tendencias de expresión, comportamiento y pensamiento, donde el sentido
de realización personal está asociado a la ambición de ser el primero en
subirse al carro de la corriente de opinión más llamativa, bien nos valdría
recordar la independencia intelectual de Hannah Arendt. En estos años confusos
donde lo políticamente correcto exhibe su intrínseca vacuidad frente a los
febriles zarpazos de pragmáticos populistas, resulta imperioso levantar la
inquieta singularidad, no como una arrogancia vacua, sino como la última línea
de defensa frente a la masiva presión de las certezas hegemónicas.
viernes, junio 30, 2017
La estrategia del decir
Los directores de cine suelen enfrentar el rodaje de una película
creando escenas con actores, un director de arte, el atrezzista, el maquillador,
etc. Pero la cineasta Karina Cáceres tiene una manera diferente de hacer las
cosas. Ella es una cazadora. Avanza sigilosamente con su mochila, su libreta de
notas, su cámara. Las escenas significativas viven emboscadas en el mundo
salvaje de la vida real y ella divisa, apunta y dispara. Sale de viaje cada vez
que puede y acumula sus presas hasta que llega un día soleado en que siente que
puede emprender la aventura mayor. Se encierra entonces frente a la ciclópea
pantalla de su iMac y toma las decisiones. La diferencia entre un artista
talentoso y uno fastidioso está principalmente en las decisiones que toma. No
solo en lo que escoge poner, sino principalmente en lo que escoge no poner. Y
también en el preciso lugar, en el ángulo de rotación exacto de cada imagen. Por
eso Karina Cáceres tiene un instinto muy agudo, un olfato, para aquilatar el potencial visible
(e invisible) de cada elemento de su obra. Karina Cáceres ha diseñado Bajo la influencia, su primer largo, con
una actitud más cercana a la de los poetas o de los músicos, aunque dada su estética
extremadamente visual, sin duda los artistas abstractos y hasta los
conceptuales son una referencia fundamental.
Lo primero que llama la atención de esta cinta es su tajante desconfianza
en el potencial expresivo de la anécdota. No seduce al espectador con un relato
planteado con un explícito y siempre hipnótico esquema de exposición nudo y
desenlace. No adereza diálogos e hilvana plots y subplots para conducirnos por
una fábula. La estructura de Bajo la
Influencia es más bien geométrica, con zonas pulcramente trazadas. Arranca
con gran dinamismo porque empieza una trayectoria. Corren los trenes, vuelan
los aviones, ruedan los carros y, como un guiño risueño, vemos las coloridas
zapatillas de la realizadora. Y cada imagen, cada escena, se presenta en un
punto gravitacional en el que lo principal y lo subalterno luchan por dilucidar
una duda. Pareciera que toda la película está al servicio de cada escena a
diferencia de la convención que establece que cada escena está al servicio de
la lógica del todo. Esa subversión hace que esta película presente un valioso
desafío al espectador que, de esta manera, tiene la oportunidad de vislumbrar el
potencial evocativo en imágenes de simple belleza.
Bajo la influencia es además una película que ha instrumentalizado con virtuosismo la
banda sonora. Los temas compuestos por Omar Garaycochea sirven como aglutinante
y como elemento propulsor en las zonas dinámicas, pero cuando son reemplazados
por sonido ambiental o por el impactante silencio se crea el énfasis en lo
simple, en lo sutil, en lo que podría ser imperceptible. De esta manera Karina
Cáceres maneja la tensión entre la dinámica y la contemplación, entre la acción
y la fascinación, con un lirismo casi melancólico, manejando una mirada escueta.
Y al final, cuando se apaga la última imagen, uno no puede dejar de asombrarse
con esta realizadora que afanosamente busca en sus excursiones la palabra
precisa para el urgente discurso de su espíritu.
jueves, junio 22, 2017
sábado, enero 21, 2017
Comiendo
en la cama y haciendo el amor en la cocina
Neruda
es un ícono de la literatura y sin duda en su país muchos esperaban una obra
básicamente celebratoria cuando se anunció que el más festejado cineasta
chileno estaba realizando un retrato del poeta. Por eso la propuesta
sabrosamente irreverente de Pablo Larraín ha provocado arrebatos
temperamentales. Y es que en esta película Neruda no es el simpático poeta de
Il Postino (Michael Radford, 1994) sino alguien humanamente más verosímil, que
llega a asegurar que podría comerse un cerdo, a pesar de que luego se
avergüenza ante una costurera de su abultado vientre. Además, en otro rasgo de exaltado hedonismo, el
vate saborea un durazno que luego sazona mojando sus dedos en los labios
vaginales de una alegre furcia. Y, mientras su aristocrática esposa mira hacia
otro lado, desliza traviesamente su mano hacia el pecho de la secretaria. No
son esas pinceladas las que uno quisiera para un retrato oficial. Aunque esos solo
son detalles secundarios, porque la película se estructura sobre un rasgo de
ambigua trascendencia que, sin duda
alguna, resulta mucho más inquietante.
Por
alguna razón los poetas tienen una gran propensión a la mitomanía. Utilizan una
amplia perspectiva para mirarse a sí mismos, como si no fuesen una persona,
sino un paisaje. Convierten con prodigiosa facilidad el usualmente lamentable
escenario de sus vidas en un espectáculo épico. Pero a diferencia de los
abundantes narcisistas egocéntricos, el poeta no está ciego al panorama que lo rodea. Es que no se suele sentir el centro del universo, sino todo el
universo. En esa medida el drama de las demás personas es parte de su drama. En
esa medida lo que ocurre en el resto el mundo exterior es un asunto personal,
íntimo. Y en ese orden de cosas todo no es más que un gran argumento en el que
el puesto de protagonista está, obviamente, reservado para el poeta.
Con
una astucia un tanto borgiana, Larraín apuesta por un eje argumental centrado
en la dinámica de la presa y el cazador. Donde el perseguidor está tan
hechizado, que la profundidad de su pesquisa lo lleva hasta indagar en la tibia intimidad
de la primera esposa de Neruda. El argumento del film está enfocado en el año y medio
que pasó Neruda como comunista con orden de captura. Lo interesante es que la
película insinúa que la inevitable mitomanía del poeta ha convertido la
persecución en una aventura donde él se presenta como una figura de dimensiones
legendarias. A pesar de que su esposa y otros le advierten que algo de humildad
no estaría fuera de lugar, el personaje de Neruda no solo no hace concesiones,
sino que vorazmente asimila a su entorno, convirtiéndolos en devotos
incondicionales.
Enfocar
a Neruda desde ese ángulo parecería la receta para hacer una obra francamente
extraordinaria, de corpulencia universal, pero algo falla en los engranajes y
la obra no logra alcanzar la altura deseada. Tal vez es que el personaje de
Gael García Bernal -el acechador- es extremadamente artificial. Su filosófica
melancolía expresada en largas parrafadas, deriva en lo irritante.
Ocurre que quiere dejar de ser un simple personaje secundario, pero no puede, a
pesar que se le ha dado la ventaja de ser el narrador. Y al fallar este importante
elemento, la dinámica entre Neruda y su inventada némesis no logra coordinar
una convincente vibración.
Quizá
todo se resuma en que a pesar de que la idea era magnífica, faltó eso de lo que
hablan los poetas: la inspiración. La cinta del cineasta chileno es un proyecto
donde se lucen los artesanos, pero no brillan demasiado los artistas. Por otro,
lado la propuesta de Larraín de presentar un Neruda lejos del mito heroico de
partido comunista, es acorde con la tendencia hacia un realismo que nos aleja
de la candidez del siglo XX. Su opción conceptual y su inquieto manejo visual de
clara intención lírica, hace posible que la cinta resulte interesante para bastantes
devotos al cine arte. Sin duda, este es un proyecto valiente, rebosante de
ideas “correctas”, que desafortunadamente se moja la cola en el océano de lo pretencioso. Quizá porque
el perseguidor nunca encuentra al bardo, sino que es este el que lo contempla
en su agonía.
sábado, diciembre 24, 2016
La nueva frontera está aquí precisamente
Detrás
de una trama que orquesta viejos temas[1]
The OA, la nueva serie de Netflix, plantea una fantástica manera de enfocar una
arcaica ambición: ser los arquitectos del destino. Hasta el siglo XX esta
voluntariosa pretensión apelaba a los mantras y palabrería de los gurús de la
autoayuda, pero en este nuevo siglo hay gente que empieza a ver el asunto desde
la más dilatada perspectiva que han trazado los físicos teóricos. El universo
es una constelación de universos. Y no sólo como imagen poética.
El
argumento se arma en torno a una muchacha que tiene una misión: Recuperar el
amor perdido. Inicialmente está orientada hacia el origen, el reencuentro con
el padre, luego su gestión se desplaza hacia el futuro: crear las condiciones
para una unión conyugal en armonía con lo benéfico de la vida. La protagonista convoca a un grupo de
voluntariosos desadaptados e inicia una acción tribal con el objetivo de
encontrar la ruta hacia los diversos universos que pueblan cualquier día
tormentoso. Esto haría viable el ansiado acceso a todo el poder de La
Posibilidad.
El
villano de la serie es un amable científico de ojos muy azules que busca explorar
el territorio que se extiende después de la muerte. La meta de sus estudios de
laboratorio es nada menos que salir de la oscuridad. Para tal efecto los
sacrificios humanos son solo parte de la ley de la vida. Porque la experiencia
de muerte abre portales hacia lo hondo.
En
este nuevo siglo la curiosidad popular por el territorio inexplorado se ha
extendido hacia la iridiscente zona anteriormente propiedad de lo fantástico[2]
gracias a las especulaciones de la ciencia. Más allá del horizonte no solo hay
millones de enigmáticos planetas sino que aquí, en nuestro mundo, invisibles
para el ojo no adiestrado, hay una cantidad cercana al infinito de universos
alternativos. Lo potencial es parte de lo fáctico. Lo potencial es la arcilla
de lo real.
Lo
curioso es que los ciudadanos religiosos quieren creer (con desesperado fervor)
que por medio del poder de la voluntad, y de gráciles rituales propiciatorios, es
posible navegar por el multiverso. Porque tomando habilidosas decisiones sobre
lo potencial esquivaríamos el designio inextricable y diseñaríamos el universo
particular. Solo con una imaginativa manipulación escaparíamos de una percepción
unidimensional de la vida, esa estrecha prisión, y contemplaríamos como lo real
es igual pero diferente. Las religiones tradicionales han tendido siempre a reconfigurar
la mitología. Hoy, para muchos con inquietudes espirituales, los dioses exigen tener
un sustento en la zona donde se aloja nuestro asombro. Y esa zona es, que duda
cabe, el misterioso territorio cuya puerta ha abierto la fría racionalidad de la
ciencia.
[1] La magia; los ángeles; la lucidez
que oculta el delirio; la situación de trauma que genera un secuestro; la
búsqueda de la plenitud; el científico que hace sacrificios humanos buscando
sacar a la humanidad de la oscuridad; la fuerza de la unión; el malo que es
bueno.
lunes, noviembre 07, 2016
sábado, octubre 15, 2016
To bob or not to bob
Lo más interesante del premio nobel de literatura 2016 es la polémica desatada. ¿Es un sacrilegio el reconocimiento de que la música popular puede estar al mismo nivel que la literatura sofisticada? ¿Bob Dylan no necesita el Nobel y perdemos una oportunidad de valorar la ahora tan poco frecuentada poesía escrita? ¿La academia sueca hace estallar el encasillamiento tradicional porque los tiempos están cambiando? ¿Es esta la consagración de la vuelta a los orígenes populares y el principio del fin del elitismo? ¿Es este también un signo del avance del populismo corroyendo la delgada zona amueblada por los intelectualmente correctos? ¿El premio alterará la brújula de la grandeza creativa?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
El efecto misterioso de la violencia de Dios
Con la llegada de Cristóbal Colón se restaron cincuenta y seis millones de individuos al planeta Tierra. Los abandonados campos de cultivo...
-
A pocos metros de la calle Puente Bolognesi, entrando al antiguo callejón del Solar, quedaba la picantería El Gato Negro. Fue la primera p...
-
Edmundo de los Ríos fue uno de esos enigmáticos escritores con una obra excesivamente secreta. Tal vez eso tiñó su destino. Tal vez su te...
-
La mujer abrazó su pierna y posó su rostro sobre la preciosa rodilla. Quería echarse a llorar. Con lágrimas lentas. De cristal. Quería ec...