lunes, febrero 05, 2018

El poema es más profundo que el vino


¿Es el intelecto o la inspiración el elemento decisivo entre la excelencia y la mediocridad? Un fornido intelecto nos permite manejar con solvencia la técnica además de navegar en el amplio espacio de las referencias y en el diálogo con las voces que emiten las bibliotecas. El intelecto nos permite reflexionar sobre la realidad para luego componer una interpretación. La inspiración es mucho más difícil de definir. Los que la han experimentado afirman que parece ser el nombre contemporáneo del arcaico delirio sagrado. Algo que permite hacer un viaje a la locura y regresar para contarlo. En esa épica aventura el poeta se enfrenta a lo más inquietante del universo: las cosas sin nombre.
Los humanos solemos definirnos como seres racionales, porque de esta manera pretendemos que nuestra aventura vital tiene sentido, que hay una inteligencia que la rige. Pero eso es una voluntariosa mentira.
En 1957 Leon Festinger acuñó el concepto de disonancia cognitiva, señalando que nuestro sistema de pensamiento, creencias y emociones con frecuencia está sometido al ponzoñoso conflicto de ideas opuestas aceptadas simultáneamente. Lo incompatible es un elemento extrañamente activo y protagónico en nuestras vidas.  Pero la colisión de dos elementos opuestos genera siempre algo nuevo: un mutante, un engendro, una distorsión, un dolor.
El intelecto tiene un grave problema para manejarse en el ámbito de la disonancia cognitiva. Todo el asunto es ilógico y se revela como una cuestión perfectamente torturada. Pero el intelecto suele sentirse en la obligación de decir la palabra final. Obligado por presiones intolerables, el intelecto fuerza una interpretación y compone entonces una muy coherente pieza de retórica. Pero hay que denunciarlo: todo no es más que un lindo artificio, una patética falsedad. Y la falsedad es algo que jamás logra sostenerse si no desarrolla un cable que la conecte a lo real, que eche raíces en ese territorio demasiado desconocido.
Y solo cuando la falsedad se convierte en ficción es recién el momento en que la situación conflictiva puede encaminarse hacia una solución reveladora, iluminadora y hasta liberadora. Porque la ficción es un ritual para hablar en el idioma de lo que está más allá. Porque la ficción que ha alcanzado el nivel de poesía logra lo inconcebible, revelando lo verosímil en lo inverosímil. Y esto solo se puede realizar cuando el intelecto rinde su músculo al servicio de esa zona oscura que no tiene etiqueta convincente y que provoca el delirio sagrado. La locura como piloto de los tantos caballos de fuerza de la inteligencia convierte así al monstruo en un ser de rara belleza que hace transmisiones. Algo que mágicamente convoca la curva que hay en toda recta.


Los últimos 10 años

No sé muy bien que he hecho en los últimos diez años Lo que sí tengo claro es lo que no hice No he ganado una suma exorbitante en la loterí...