Su reino era de este mundo y también
del vuestro
¿De dónde son los poetas? Una buena
respuesta la dio César Moro: “Mi reino es de este mundo, más no del vuestro”.
Pero el Toño Cisneros siempre le hacía ascos a eso de las frases, de los versos
preciosos. No perdía oportunidad de aclarar que no hay nada más huachafo que
andar haciéndose el especial. El Toño aseguraba (desafiante) que tenía los pies
bien puestos en este mundo. Se burlaba de los “sagrados” caminos para encontrar
“la belleza”. Un día incluso afirmó que la poesía no era el centro de su vida, que
había otras muchas cosas (más y mejores). Y así una obra jubilosamente
irreverente contra la retórica poética tuvo decisiva influencia en la retórica
poética de varias generaciones de la literatura peruana. Claro que la magia,
eso que llena de (autentica) originalidad a los poemas, es siempre personal e
intransferible.
El factor común entre los poetas
parece ser el egocentrismo y la laboriosa edificación de un universo paralelo.
No estoy seguro que el Toño haya sido más egocéntrico que los demás (como se
afirma), pero si me parece digno de atención el hecho de que no le interesara
para nada disimular el asunto. Resultaba incluso divertido en su conchuda
inmodestia. ¿Había construido el Toño su propio cosmos, un sitio que de facto
lo obligaba a ser algo extraterrestre? Seguro, no creo que se pueda ser poeta
sin tener esa habilidad. Pero a diferencia de la mayor parte de los coleguitas
el Toño detestaba empollar en sus confines y se inmiscuía sin asco en los
universos ajenos. Los que lo querían consideraban eso su particular estilo de
desplegar una exuberante vitalidad, su manera de eliminar distancias y estar
realmente presente. Los que no lo soportaban sentían seguramente que era un
tipo impertinente e intrusivo. Él probablemente se decía a sí mismo que ya que
estaba en posesión de una inteligencia tan ágil no resultaba saludable
contrariar la compulsión de ejercitarla a cada rato. Sin embargo detrás de esa parafernalia de
hombre “con calle” uno podía adivinar que estaba el otro, el que era adicto al
cariño de sus amigos, el que podía atreverse a lo ridículo, el inexplicable, el
que transformaba todo ese estupendo ingenio tan ostentosamente terrenal en
radiante poesía. Sí, en poesía, y sí, en algo exactamente refulgente.