Cuenta Vila
Matas que en el libro Artistas sin obras (1997) de Jean-Yves Jouannais se
menciona a un tal Firmin Quintrat. Este joven emprendió un viaje alrededor del
mundo con el minucioso objetivo de asimilar rostros. Registró miles. En
determinado momento escribió a su hermano que por fin se había convertido en
artista. Especificó que su obra no iba a estar compuesta por acuarelas,
estatuas o poemas. Su obra era su mirada. En consecuencia resultaba forzoso hacer los arreglos para que aquellos
ojos que habían visto tanto sean expuestos en sendos frascos transparentes.
lunes, octubre 24, 2011
jueves, octubre 20, 2011
Es posible
que la poesía esté hasta en la sopa. El asunto es encontrarla mientras uno está
afanado sorbiendo los fideos. Hace algún tiempo el Dr. William Carlos Williams comprobó que (con toda seguridad) la poesía se encuentra en la puerta del
refrigerador.
Solo para que sepas
Me comí
una pera
que estaba en
la refri
seguramente
la estabas guardando
para el desayuno
perdona
estaba deliciosa
tan dulce
y tan fría
(En el poema original incluido en la primera edición de sus
Collected Poems de 1934 el poeta se comió unas ciruelas, pero ya se sabe que
toda traducción es una traición)
Ilustración: Justus Juncker
martes, octubre 18, 2011
Arte poética
Brotó un líquido color magenta cuando
un escritor aplastó a una cucaracha que
trajinaba sobre una paleta de pintor. No había pintura magenta en tres
kilómetros a la redonda. El azul y el
rojo deben haberse mezclado en aquella minúscula tripa, dijo (en japonés).
Ilustración: Günther Förg.
sábado, octubre 08, 2011
martes, octubre 04, 2011
Peruanos aparecidos
Acaba de llegar a este
remoto rincón Nabokovia Peruviana, de
Fernando Iwasaki. Es una colección de textos previamente usados que aparentemente
encontraron su motivación al calor de la pesquisa casi detectivesca por “atrapar”
páginas (en los intrincados callejones de la literatura) donde incidentalmente aparecen
peruanos, o lo peruano como exótica referencia. Iwasaki descubre, por ejemplo, la
secreta e incaica identidad de uno de los personajes de En Busca del tiempo perdido. Nos alerta que Sherlock Holmes
advirtió a tiempo sobre el vampirismo de los peruanos. Nos muestra cómo Melville resultó profético
cuando puso en su Moby Dick que en
Lima “hay un alto horror en la blancura de su dolor”. Revela también que, según
el aciago Lovecraft, en un estante de la biblioteca de la Universidad San
Marcos está disponible un ejemplar del abominable Necronomicón. Todo muy interesante, pero luego de terminar la
lectura lo que queda flotando son las páginas donde algunos escritores nos
sorprenden por llevar la palabra “sinvergüenza” a niveles insólitos.
Normalmente la ambición
de todo escritor es ser recordado por una proeza creativa, pero parece que el
arequipeño Alberto Guillén se ha ganado su lugarcito en la historia de la
literatura por una simple pendejada. Según cuenta Iwasaki en el texto que
sirvió de presentación a la reedición española del 2001 de La linterna de Diógenes, Guillén
llegó a Madrid a mediados de los 20 y consiguió entrevistar a 38 autores. La adulación
sin duda le sirvió para bajar la guardia de los famosos que vieron en el joven
desconocido un potencial propagandista en Hispanoamérica. No contaban con que el reportero permanecía
al acecho de los aspectos menos favorables. Editando las respuestas con mala
leche y sumando comentarios agraviantes consiguió que su libro tuviese acogida
en el territorio del escándalo. Ese acto de violento desprecio hacia la elite
del momento hubiese podido traducirse en una rebeldía contra algún falso olimpo
si la pluma de Guillén nos hubiese mostrado una nueva perspectiva, una mirada
auténticamente reveladora. Desgraciadamente su arrogancia estaba alimentada principalmente
por resentimiento y frivolidad. Otro de los personajes turbiamente llamativos de
Nabokovia Peruviana es Alberto
Hidalgo (Arequipa, 1897- Buenos Aires, 1967). Según Iwasaki, este “nació con la
«nevada», pero al igual que Obélix –que de pequeño se cayó en una marmita de
poción mágica- sus efectos fueron permanentes en él. (…) No habló bien de casi
nadie y habló mal de casi todo el mundo.” La visita de Hidalgo al viejo
continente fue registrada por Ramón Gómez de la Serna que lo definió con
puntualidad anotando que era un tipo “sincero hasta lo grosería”. Con la arrebatada idea de convertir el insulto
en un arte Hidalgo se ha consagrado como el más grande panfletario de la
literatura peruana. Eso, en alguna parte, debe tener sentido.
Uno de los problemas de
optar por ser escritor es que este es el oficio más peligroso del mundo: uno
siempre va por el filo del abismo. Los escritores que olvidaron poner una coma,
imprescindible para conseguir el efecto preciso, no reciben la nota aprobatoria
en el juicio del tiempo: vagan por toda la eternidad en los rincones más
polvorientos de las librerías de viejo. Pero hay una triste redención: la condena,
la caída, el fracaso, son potencialmente mucho más interesantes como tema para
un aspirante al éxito que el éxito mismo. Iwasaki cita a Oscar Wilde: “un gran
poeta es la más prosaica de todas las criaturas, pero los poetas menores son
absolutamente fascinantes”.
Esta recopilación de
textos de Fernando Iwasaki es particularmente provechosa no solo por los
divertidos datos mencionados, sino porque de alguna manera incita a reflexionar
sobre la condición de extra, de personaje secundario, de nuestra peruanidad.
Somos tan periféricos que cuando logramos colarnos un instante al festín
principal no podemos evitar dar un saltito de alegría. Finalmente este es un
libro que ostenta el sello de una noble actividad, la de los buscadores de
tesoros en la intrincada jungla de lo olvidado. En estos tiempos
hiperconectados e hiperinformados estos clásicos exploradores deberían
encontrar su edad dorada, pero todo indica que siguen siendo una secta hermética
y muy exclusiva. Los otros, la desdichada mayoría, solo dedican la banda ancha
para navegar entre las tendencias de cada temporada.
El
Paso, Texas, octubre del 2011
Nabokovia
Peruviana, Fernando Iwasaki Cauti. Aquelarre Ediciones y La Isla del Sistolá (Arequipa,
Sevilla 2011)
viernes, septiembre 23, 2011
martes, septiembre 20, 2011
viernes, septiembre 16, 2011
Rin Tin Tin
Su rostro tenía una expresión generosa,
quizá un tanto triste, como si estuviera viendo con algo de resignación, o de
piedad, todo el asunto de vivir.
lunes, septiembre 12, 2011
El éxtasis de Bolaño.
Visto por sus amigos, editores, vecinos y allegados.
Y por Vargas Llosa.
Bolaño asegura que fue feliz cada uno de los días de su vida
(por lo menos un ratito). Dice también que el éxtasis, que en ocasiones prueban
los verdaderos artistas, es adictivo. Documental (58 minutos) de la RTVE.
jueves, septiembre 08, 2011
miércoles, agosto 24, 2011
Acciona el pedal del pampapiano.
En el buzón apareció hoy Avenida Sol / Greenwich Village, de mi viejo amigo Odi Gonzales, que fue presentado hace muy poco en las inmediaciones de la cordillera de los Andes.
CASTA
Mis ancestros,
herederos del mal de bocio,
rescatistas de sal
sin yodo
de las vetas y
canteras rocosas
Trajinantes
empalagados
con pasta pura de
cacao
Semillistas
de granos
mejorados
Y vegetarianas
(mínimo desgaste
dental
indica dieta
blanda)
Mis ancestros
que sabían
regular
los flujos de sus
mujeres
haciéndolas
orinar sobre tierra
levemente
removida
por una pelea de
alacranes
colorados
(época de celo)
Mis ancestros
Tratantes de
ganado-tropa
Oficiantes y
herbolarios
Observantes del
régimen de vientos
me alumbraron de
pie
casa matriz
en los tendales
de un valle templado
Nutridos con la
leche doncel
del maíz tierno
Y nutrientes de
la hoja de coca
Mis ancestros mis
mayores
Tejedores de
redes y esterillas
de pesca
Diestros en
técnicas de riego
por tabladas
Convergen, se
enciman aquí
alta mortandad
CONQUISTA
Nina Sonqo,
obsecuente hija
del caudillo de la irreductible nación Walla, enemiga del Cusco; voluble,
confinada en el balneario imperial de Pachar, irrumpió en el lecho nupcial, en
el harén del Emperador y dijo: Señor,
¿Puedo asentar mi
ollita en el fogón?
Y el Inka la hizo
su concubina
lunes, agosto 08, 2011
lunes, junio 13, 2011
martes, junio 07, 2011
miércoles, junio 01, 2011
martes, mayo 10, 2011
Foto para la historia
la foto que (aún) no hemos visto tiene los despojos del que cayó
pero hay otra disponible (con alta resolución)
un grupo de personas miran algo (una pantalla)
fue tomada por Pete Souza, jefe de fotógrafos de la Casa Blanca
este puñado de hombres y mujeres están pendientes de algo (el asalto en Abbottabad)
en directo
Hillary Clinton cubriéndose la boca (tal vez por una feroz alergia primaveral)
Tony Binken, consejero de seguridad
Audrey Tomason, directora de contraterrorismo
tienen que esforzarse para ver por encima del hombro de Bill Daley, jefe de Gabinete
(dicen que el vicepresidente tiene un rosario entre los dedos)
uno de los personajes no mira hacia donde todos miran
es el general Brad Webb (de los comandos especiales)
que se afana como un escolar (sobre el teclado)
pero el rostro que no está en el centro es el rostro que está en el centro
es un rostro de trágica seriedad
es un rostro sutilmente cincelado (por la potencia del instante)
We got him, dice él
pero nada
no pudimos ver (casi) nada
en esa (trascendente) noche detrás de la pantalla
jueves, mayo 05, 2011
David Eagleman pregunta
¿Y qué tal si aterrizan extraterrestres que viven en una diferente escala de tiempo que nosotros?
¿Nos verían de la misma displicente manera que nosotros dedicamos a los árboles?
ver artículo aquí.
domingo, abril 24, 2011
jueves, abril 14, 2011
Matinée
Mr. Pink se incorporó. Sus ojos escanearon una cuadricula tras otra. Con los dientes aún apretados dijo algo. Entonces exhibió la pistola. Algunas personas replicaron con un corto chillido. Simultáneamente, en el otro extremo, Mr. Green alzó un mentón furibundo afirmándose sobre ambas piernas. Y mostró su arma. La situación de rehenes ha sido ampliamente documentada. No se recomienda ofrecer resistencia. ¿Qué quieren? Pero inevitablemente el guardia intentó cumplir con su deber. Un segundo después yacía en el suelo. Una mancha ominosa junto a la oreja.
El teléfono parecía haber cobrado vida propia. Una voz minúscula escapaba del auricular. Vibrante. El forajido enrojeció. “Cada cinco minutos”. Gritó. “Cada cinco minutos borro del mapa a un rehén”. Clásico. Y los prisioneros repentinamente podían dar cualquier cosa por una botella de agua. Pero nadie tenía hambre aún. Entonces el teléfono. Otra vez. Finalmente Mr. Pink dijo que no había problema, que nadie debía preocuparse. Y sonriendo disparó a la cabeza de un tipo rubio que no había dicho ni pio. Y este echó la cabeza hacia atrás y se derrumbó, en cámara lenta. Y no gritaron ni los que gritan. No podía ser real lo que acababa de ser real.
En ese momento Pedro Jiménez, como un rayo, dio dos pasos largos. Todos vieron (o luego dijeron que vieron) el canto de su mano contra la tráquea de Mr. Green. Lo vieron alzarse como un gato hasta el techo, contra las paredes, pateando, para esquivar las balas de Mr. Pink. Y finalmente fueron testigos de cómo lanzó un cuchillo con mortífera certeza.
Festín para los medios. Algunos aseguraban que Pedro Jiménez, el humilde empleado del Consejo Provincial, había sido en sus buenos tiempos miembro de las temidas Fuerzas Especiales. Pero no. Pedro Jiménez contó que viendo películas se había convencido que ese tipo de cosas le pasan a cualquiera. Y que hace años que se preparaba. Matinée, vermouth y noche.
domingo, marzo 27, 2011
Finalmusik
La plaza era el patio de un cuartel vacío, y de repente, paso a paso, perdió peso Mazotti, como si volaran las páginas de las guías telefónicas que cargaba sobre los hombros, y Mazotti voló hacia una mancha rosa de cabellera negra y ríspida, una niña próxima a los dos metros de estatura, en evidente periodo de crecimiento, descuajaringada, desarticulada, desunida, escuálida jirafa humana, de largas extremidades que crecen de repente y dejan a su dueña sin saber utilizarlas con precisión, derribando vasos y rompiéndolos, un desastre adolescente, casi de espaldas, cara siempre semioculta como la de Jesucristo en las películas hollywoodenses de 1960, con menos de medio cuerpo, entre el cuello y los muslos, cubierto por una coraza rosa elástica, desnuda la carne y desamparada, sandalias planas e infantiles, y el economista de la Banca d’Italia, Franco Mazotti, fue hacia la niña, ligerísimo, marcados los móviles en el bolsillo como monedas en el bolsillo de un idiota, la cabeza elevándose para ver la felicidad que se acerca, niño que sale de un colegio cruel y encuentra que su madre lo está esperando con un paraguas, porque llueve, aunque esto yo no lo haya vivido y solamente lo haya leído en una novela.
Justo Navarro. Finalmusik, págs. 172-173. Anagrama 2007.
jueves, marzo 24, 2011
Todo demonio es un ángel caído
Hay gente que cree que estamos rodeados de signos, de símbolos, que todo tiene un mensaje. Hay gente que pretende que la caligrafía de Dios tiene letra menuda, y que no deja ni un solo espacio en blanco. Hay gente que piensa que si uno descubre el código elemental detrás de lo aleatorio saltará el mensaje secreto, la secuencia del destino, la ruta de la incertidumbre. Hay gente que está convencida que nosotros mismos somos una letra más, tal vez una palabra de este discurso cifrado, y que urgentemente tenemos que encontrar la clave, el sencillo procedimiento que nos señalará cual es el sentido del dolor, donde está el orden en los espasmos del caos. Este afán interrogador, este espíritu curioso, este expansivo ejercicio de la conciencia ha creado algunos monstruos entre los que se puede encontrar desde científicos hasta magos, desde filósofos hasta sacerdotes. En esta fauna los magos son los más llamativos, aunque irremediablemente se deslicen a la categoría de chiflados. Pero hay algunos chiflados que manejan el timón de sus delirios con tal firmeza que por momentos nos seducen, nos maravillan con la posibilidad levitar algunos centímetros por encima de la asquerosa tierra firme. A esta categoría pertenece Alejandro Jodorowsky.
El mambo de la realidad
Jodorowsky (Tocopilla 1929) ha escrito una autobiografía (La danza de la realidad, Siruela 2001) que traza la ruta de su búsqueda espiritual, de su avidez por asaltar la parte infernal del alma humana. Él no quiere matar a sus demonios, él quiere liberarlos de su malvada compulsión porque sabe que todo demonio es un ángel caído. Pero esta autobiografía no se ocupa demasiado de las anécdotas de su azarosa existencia. Sólo en la primera parte, la dedicada a su infancia y juventud, se permite algunas turbadoras confesiones, especialmente en el retrato de sus padres. Jodorowsky piensa que todo el problema radica en que como animales de sangre caliente sucumbimos si al nacer no somos provistos de abrigo y alimento. En consecuencia una infancia sin amor nos graba en el alma un mensaje de muerte. Jodorowsky gasta el rencor, que su trato con la doctrina Zen, el chamanismo, la tarología y las intensidades del arte-experiencia no han podido disolver, describiendo su triste infancia de bicho raro y su adolescencia sin meta hasta que, finalmente, encuentra algo útil y salvador en el valle de máscaras del teatro. En ese momento el tono de la autobiografía cambia radicalmente, y él deja de ser un personaje doliente para transmutarse en un distante narrador. Sus inicios en el ambiente intelectual chileno nos presentan el cuadro de un grupo de artistas, hambrientos de figuración, que apelan a actos disparatados bordeando lo ridículo en su intencionalidad simbólica. Para leer poesía con Enrique Lihn les resulta imprescindible trepar cada día a la rama de un árbol. Sus borracheras se realizan siguiendo un guión, con diálogos saturados de gravísimas ideas. Sus amoríos están pintados con corazones rojos en el pecho. Todo resulta un tanto estridente para el lector hasta que uno recuerda que cuando se es joven es inevitable ser destemplado.
La parte de su exilio en París tiene algunos momentos divertidos como cuando cuenta que no bien desembarcado, a media noche, llama a André Bretón para anunciarle que ha llegado para salvar el surrealismo. Años después, cuando el francés, ya se había olvidado por completo del chileno, éste llega a visitarlo e inadvertidamente abre la puerta del baño encontrando al todopoderoso poeta con los pantalones alrededor de los tobillos. Cuenta también de su colaboración con Maurice Chevalier, que cada día se prosternaba frente a un altar con la imagen de su madre. Los siguientes capítulos tratan de cómo llega a México como asistente de Marcel Marceau, y como se enamora de ese país, y como en 1960 consigue un impacto sin precedentes con su representación en un programa televisivo de la destrucción de un piano. Menciona además, casi de pasada, la realización de las películas que lo convirtieron en un autor de culto. Pero lo que en realidad parece interesarle no es tanto lo que hizo como hombre de teatro o director de cine -ni siquiera sus prestigiosos guiones para el historietista Moebious-, lo que parece atraerlo por encima de todo es una búsqueda espiritual que lo convirtió, después de cumplir los 50 años, en un sicomago, en un chamán urbano que cada semana recibe consultantes en un café, y les impone insólitas prescripciones.
La jerga del inconsciente
Jodorowsky se jacta de haber sido pionero de asuntos como el arte-experiencia y del happening. Fue también un adelantado del interés por la llamada medicina tradicional. Pero a diferencia de otros que, respetuosos, asumen la irracionalidad de este tipo de prácticas, Jodorowsky frecuentó a buena cantidad de curanderos en México, Chile y Filipinas con la intención de captar y aprender su técnica terapéutica. Finalmente llegó a la conclusión que la magia de los chamanes no se debía a alguna pagana acción sagrada, sino a una razón mucho más prosaica. La teoría es la siguiente: La máquina humana maneja dos lenguajes que no se soportan entre sí. Los mensajes que el lenguaje racional envía al subconsciente no son entendidos, y no logran alterar las “ordenes”, las pulsiones, inscritas en esta parte oscura del espíritu humano. Cuando alguien está atrapado en un comportamiento pernicioso es que hay algo contradictorio en la escritura de los códigos del inconsciente. Jodorowsky comprendió que los curanderos recurrían siempre a una parafernalia histriónica cuyo objetivo no era otro que traspasar la barrera de la racionalidad. Cuando el curandero tenía talento para hilvanar el lenguaje onírico conseguía llevar un mensaje terapéutico hasta el pantanoso territorio que yace oculto debajo de la razón. Deslumbrado con las milagrosas posibilidades de este procedimiento, Jodorowsky decidió inventar un método propio que llamó “Psicomagia”, que consiste básicamente en usar las cartas del tarot y la genealogía para diagnosticar, y luego, recurriendo a su imaginación educada en el surrealismo y a su experiencia como hombre de teatro y cine, “recetar” la puesta en escena de un acto mágico- histriónico que debería liberar las pulsiones ponzoñosas instaladas en el inconsciente. La Psicomagia se apoya fundamentalmente en el hecho de que el inconsciente acepta el símbolo y la metáfora, dándoles la misma importancia que a los hechos reales. Por ejemplo, para tratar a un famoso actor italiano que sufría de depresión, le recetó visitar la tumba de su madre llevando un gallo y, de pie sobre la losa, tenía que degollar al animal, dejar caer la sangre sobre su pene y sus testículos y así, con el sexo ensangrentado debía, al llegar a casa, poseer a su mujer, sin acariciarla antes, con movimientos intensos, dando gritos de rabia. Luego, cuando apareció una cantante que no podía alcanzar el éxito, le aconsejó que comprase un preservativo y luego de llenarlo con monedas de oro se lo introdujese en la vagina. Con el paso del tiempo su terapia ha integrado otros elementos chamanicos, como la llamada imposición de manos. En su caso lo ha llevado a una curiosa manera de masaje que consiste en estirar la piel. Se supone que de esta manera se “ablandan” los límites, el contorno del ego, para posibilitar una forma menos recalcitrante de comportamiento.
Seguramente estos procedimientos arrancarán una carcajada en la mayoría de los siquiatras y otros individuos diplomados, pero quizá el carismático viejo loco de Alejandro Jodorowsky a llegado a saber algo que estos no saben, y quizá acierta en un 20%. Un 10% ya sería alucinante. La cosa es que su extravagante autobiografía se deja leer, y por momentos hasta emociona la enmarañada coherencia que se originó en la conjunción de su triste madre y de su rabioso padre. Uno se pone a pensar que hay algo desproporcionado en eso de gastar toda una vida tratando de corregir las fallas del principio.
Ilustración: Rita Kernn Larsen, The Party.
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