Acaba de llegar a este
remoto rincón Nabokovia Peruviana, de
Fernando Iwasaki. Es una colección de textos previamente usados que aparentemente
encontraron su motivación al calor de la pesquisa casi detectivesca por “atrapar”
páginas (en los intrincados callejones de la literatura) donde incidentalmente aparecen
peruanos, o lo peruano como exótica referencia. Iwasaki descubre, por ejemplo, la
secreta e incaica identidad de uno de los personajes de En Busca del tiempo perdido. Nos alerta que Sherlock Holmes
advirtió a tiempo sobre el vampirismo de los peruanos. Nos muestra cómo Melville resultó profético
cuando puso en su Moby Dick que en
Lima “hay un alto horror en la blancura de su dolor”. Revela también que, según
el aciago Lovecraft, en un estante de la biblioteca de la Universidad San
Marcos está disponible un ejemplar del abominable Necronomicón. Todo muy interesante, pero luego de terminar la
lectura lo que queda flotando son las páginas donde algunos escritores nos
sorprenden por llevar la palabra “sinvergüenza” a niveles insólitos.
Normalmente la ambición
de todo escritor es ser recordado por una proeza creativa, pero parece que el
arequipeño Alberto Guillén se ha ganado su lugarcito en la historia de la
literatura por una simple pendejada. Según cuenta Iwasaki en el texto que
sirvió de presentación a la reedición española del 2001 de La linterna de Diógenes, Guillén
llegó a Madrid a mediados de los 20 y consiguió entrevistar a 38 autores. La adulación
sin duda le sirvió para bajar la guardia de los famosos que vieron en el joven
desconocido un potencial propagandista en Hispanoamérica. No contaban con que el reportero permanecía
al acecho de los aspectos menos favorables. Editando las respuestas con mala
leche y sumando comentarios agraviantes consiguió que su libro tuviese acogida
en el territorio del escándalo. Ese acto de violento desprecio hacia la elite
del momento hubiese podido traducirse en una rebeldía contra algún falso olimpo
si la pluma de Guillén nos hubiese mostrado una nueva perspectiva, una mirada
auténticamente reveladora. Desgraciadamente su arrogancia estaba alimentada principalmente
por resentimiento y frivolidad. Otro de los personajes turbiamente llamativos de
Nabokovia Peruviana es Alberto
Hidalgo (Arequipa, 1897- Buenos Aires, 1967). Según Iwasaki, este “nació con la
«nevada», pero al igual que Obélix –que de pequeño se cayó en una marmita de
poción mágica- sus efectos fueron permanentes en él. (…) No habló bien de casi
nadie y habló mal de casi todo el mundo.” La visita de Hidalgo al viejo
continente fue registrada por Ramón Gómez de la Serna que lo definió con
puntualidad anotando que era un tipo “sincero hasta lo grosería”. Con la arrebatada idea de convertir el insulto
en un arte Hidalgo se ha consagrado como el más grande panfletario de la
literatura peruana. Eso, en alguna parte, debe tener sentido.
Uno de los problemas de
optar por ser escritor es que este es el oficio más peligroso del mundo: uno
siempre va por el filo del abismo. Los escritores que olvidaron poner una coma,
imprescindible para conseguir el efecto preciso, no reciben la nota aprobatoria
en el juicio del tiempo: vagan por toda la eternidad en los rincones más
polvorientos de las librerías de viejo. Pero hay una triste redención: la condena,
la caída, el fracaso, son potencialmente mucho más interesantes como tema para
un aspirante al éxito que el éxito mismo. Iwasaki cita a Oscar Wilde: “un gran
poeta es la más prosaica de todas las criaturas, pero los poetas menores son
absolutamente fascinantes”.
Esta recopilación de
textos de Fernando Iwasaki es particularmente provechosa no solo por los
divertidos datos mencionados, sino porque de alguna manera incita a reflexionar
sobre la condición de extra, de personaje secundario, de nuestra peruanidad.
Somos tan periféricos que cuando logramos colarnos un instante al festín
principal no podemos evitar dar un saltito de alegría. Finalmente este es un
libro que ostenta el sello de una noble actividad, la de los buscadores de
tesoros en la intrincada jungla de lo olvidado. En estos tiempos
hiperconectados e hiperinformados estos clásicos exploradores deberían
encontrar su edad dorada, pero todo indica que siguen siendo una secta hermética
y muy exclusiva. Los otros, la desdichada mayoría, solo dedican la banda ancha
para navegar entre las tendencias de cada temporada.
El
Paso, Texas, octubre del 2011
Nabokovia
Peruviana, Fernando Iwasaki Cauti. Aquelarre Ediciones y La Isla del Sistolá (Arequipa,
Sevilla 2011)