La plaza era el patio de un cuartel vacío, y de repente, paso a paso, perdió peso Mazotti, como si volaran las páginas de las guías telefónicas que cargaba sobre los hombros, y Mazotti voló hacia una mancha rosa de cabellera negra y ríspida, una niña próxima a los dos metros de estatura, en evidente periodo de crecimiento, descuajaringada, desarticulada, desunida, escuálida jirafa humana, de largas extremidades que crecen de repente y dejan a su dueña sin saber utilizarlas con precisión, derribando vasos y rompiéndolos, un desastre adolescente, casi de espaldas, cara siempre semioculta como la de Jesucristo en las películas hollywoodenses de 1960, con menos de medio cuerpo, entre el cuello y los muslos, cubierto por una coraza rosa elástica, desnuda la carne y desamparada, sandalias planas e infantiles, y el economista de la Banca d’Italia, Franco Mazotti, fue hacia la niña, ligerísimo, marcados los móviles en el bolsillo como monedas en el bolsillo de un idiota, la cabeza elevándose para ver la felicidad que se acerca, niño que sale de un colegio cruel y encuentra que su madre lo está esperando con un paraguas, porque llueve, aunque esto yo no lo haya vivido y solamente lo haya leído en una novela.
Justo Navarro. Finalmusik, págs. 172-173. Anagrama 2007.