lunes, octubre 09, 2017

Examen final





Esa mañana habían entregado las notas finales en el Max Uhle. El temor que lo había atenazado los últimos días se había cimentado. Ahora sufría un estado desconocido. Su cabeza giraba vertiginosamente cuando empujó la puerta del comedor y vio a su padre tomando una sopa de fideos. Se lanzó hacia él sin poder reprimir las lágrimas y dejó escapar un grito o aullido: ¡Voy a repetir! ¡He perdido el año! Su padre lo contempló con esa mirada siempre nocturna. Le tocó la cabeza: No te preocupes, hijo, todos los años se pierden. En ese instante aquel niño de once años sufrió la primera mutación de su larga vida.

domingo, octubre 08, 2017

Nombre y apellido






Se avergonzó toda su vida del nombre que le dieron sus padres. Se llamaba Increíble González. Al morir, su viuda piadosamente encargó una lápida que soportaba la siguiente inscripción:

“Aquí yace el Sr. González,

que durante cincuenta años

contempló únicamente a su mujer”.
Al leer esto la gente exclamaba: ¡Increíble!

jueves, octubre 05, 2017

¡Maldición!

 



El perro ingresó violentamente al tribunal causando pavor. “Hace 20 años un famoso abogado echó una maldición”, recordó alguien, a manera de explicación. El espíritu del jurisconsulto habría renacido con feroz osadía. Un juzgado rabínico ultra ortodoxo que cree en la transmigración condenó entonces al perro a la lapidación. Los verdugos persiguieron al acusado. Sin éxito.

 

lunes, octubre 02, 2017

Hotelucho




En el bar El Búho una desconocida abrió la boca manchada de rouge y me preguntó que por qué no veía que todos éramos simples marionetas, que por qué no entendía que la vida no vale nada, que por qué yo era tan imbécil. Di un sorbo profundo a mi Perú libre. Cuando ella no esperaba respuesta, dije: ¿No crees que nuestra vieja amistad amerita ya un hotelucho?


lunes, septiembre 25, 2017

Carta del reverendo Vicente “Dogson” Hidalgo




Hacía calor
La tinta se evaporó en una gran nube negra
Tuve que hacer llamadas perentorias
Pronto llegaron regimientos de ingeniería y agitaron los abanicos
Casi inmediatamente empezó a refrescar
Y entonces llovió sobre el tintero

Por eso ahora puedo escribirte esta carta de amor

jueves, septiembre 21, 2017

Malicia




La adolescencia y primera juventud son años retorcidos. El aprendizaje necesario para forjar un adulto es una ruta que se hace a saltos, donde lo oscuro y lo luminoso son intercambiables. A fines de los sesenta solía ir al cine Ateneo, que quedaba cerca de mi casa. Fue ahí donde vi Candy, con Ewa Aulin, una película basada en la novela de Terry Southern. Luego de la primera noche febril encargue a un pintor amigo la realización de un icono al pastel de aquella virgen sicodélica. Mi amor fue intenso pero no duradero. Cuando unos años después apareció Laura Antonelli comprendí por primera vez que la castidad y la concupiscencia constituyen un par dialéctico. El personaje de Candy era impermeable al pecado porque con piedad veía en el libidinoso a un ser dolorosamente atrapado en el vértigo del deseo. En cambio la Laura Antonelli de Malicia, la película de Salvatore Samperi, se atrevía cediendo -con sus redondos senos maternales-, a la perversa estrategia de un niño (fisgoneo, flores, manoseo, caprichosas imposiciones, besos), adivinando que al final la poseída también poseería al poseedor, que ambos se igualarían en un salvaje abandono sensual. Porque el juego de poder que se esconde detrás de la dinámica del amor revela la inefable posibilidad de postura e impostura, e invalida el mito de la superioridad moral de este sentimiento. Ya se sabe: en el amor y en la guerra todo vale (pero cualquier cosa no es suficiente).

lunes, septiembre 18, 2017

Decúbito dorsal



Vivimos en Lo obvio. Entonces es en lo obvio en lo que tenemos que escudriñar. Los filósofos son personas que sienten la compulsión de hacer de lo obvio algo extraño.  Los poetas son los alquimistas que arrancan lo extraño que yace en lo profundo de lo obvio.

Ilustración: Karina Cáceres Pacheco.




viernes, agosto 04, 2017

Ojo, pestaña y ceja





Tendemos a creer que los grandes actos malvados, los crímenes, los cometen monstruos, personificaciones demoníacas, seres extraordinarios con signo negativo. Pero cuando en 1961 Hannah Arendt escribió sus polémicos artículos en el New Yorker sobre el juicio a Eichmann mostró evidencia que los villanos son seres tan insípidos, tan mediocres, tan escasamente luciferinos como cualquiera de nosotros. Y  que sus horribles crímenes podrían encontrar una explicación en el acto de negarse a pensar por sí mismo, en la sumisión moral e intelectual hacia alguna fe (por ejemplo la hipnótica irradiación del populismo, del nacionalismo, de algún mesianismo). Eso provocó una conmoción entre los que ven el mundo radicalmente dividido entre buenos y malos. Entre monstruos y gente como uno. Eso demolió la defensa que hemos levantado para pensar que nosotros estamos en el lado correcto, en la zona de los normales, de los decentes, y que el culpable siempre es “el otro”, un ser (casi) de una especie diferente, uno que no tiene nada que ver con nuestra apacible comunidad de seres bienaventurados. Porque advierte Arendt, si no preservábamos un pugnaz criterio personal, cualquiera podría ser capaz de convertirse en un criminal.
Cuando Hannah Arendt llegó al extremo de señalar que dirigentes judíos, por cálculo político o simple estupidez, participaron activamente en la organización del Holocausto, es decir, fueron cómplices, el escándalo fue mayúsculo. Se la acusó de cometer un pecado contra su propia sangre, de traicionar a su raza, de sumarse a los que tan salvajemente los habían martirizado. Hannah Arendt decidió entonces dirigirse a sus alumnos en un aula de la universidad. Su argumento se centró en que la activa búsqueda de Comprender es la columna vertebral de nuestra libertad como seres humanos. Un pensamiento activo y nada sumiso frente a las consignas de la corriente de opinión en boga nos permite tomar decisiones y, de esta manera, por ejemplo, ser inmunes a la debacle moral que provocan los regímenes totalitarios, a las prepotencias de las corrientes de pensamiento obligatorias. Nuestra lealtad tiene que estar con el permanente ejercicio de desentrañar esa cosa laberintosa llamada verdad.
En estos tiempos de lo sexy del “trending topic”, de las tendencias de expresión, comportamiento y pensamiento, donde el sentido de realización personal está asociado a la ambición de ser el primero en subirse al carro de la corriente de opinión más llamativa, bien nos valdría recordar la independencia intelectual de Hannah Arendt. En estos años confusos donde lo políticamente correcto exhibe su intrínseca vacuidad frente a los febriles zarpazos de pragmáticos populistas, resulta imperioso levantar la inquieta singularidad, no como una arrogancia vacua, sino como la última línea de defensa frente a la masiva presión de las certezas hegemónicas.

La herida más hermosa del mundo

El gesto de sorpresa ante el fenómeno de la existencia tiene muchas formas ¿Entre tantas opciones por qué un genio de provincias eligió la i...