domingo, octubre 19, 2025

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1)Rilke afirma que todo poeta joven tiene que preguntarse si puede vivir sin escribir. El poeta tiene que preguntarse si tiene algo que decir. El poeta tiene que preguntarse si eso que tiene que decir exige imperativamente ser pronunciado.

2)Leer es una forma superior de estar vivo. Leer libros polvorientos y leer los sucesos que se experimentan cada día, cada hora, cada minuto. El universo, desde la perspectiva humana, es un universo de signos. El poeta dedica toda su vida a leer y a procesar. El destilado de esas intensas lecturas es el poema.

3)Para que el joven poeta pueda escribir lo que urgentemente necesita decir, es imprescindible que se arme con un buen arsenal de recursos estilísticos. Es fundamental que se ejercite como un atleta. Sin recursos expresivos especializados, el poema urgente nunca podrá alcanzar suficiente potencia de fuego.

4)Un elemento clave que con frecuencia se descuida es el diseño del interlocutor válido. A menudo, los poetas eligen a su interlocutor entre aquellos que se encuentran en un rango demasiado limitado de kilómetros a la redonda. Esto produce un efecto contradictorio: si bien satisface algo nutritivo para el ego hambriento, al final la obra se ve perjudicada, ya que estos interlocutores con demasiada frecuencia tienen una agenda extraliteraria. Por eso, lo ideal es que cada poeta joven diseñe a su interlocutor válido de acuerdo con su ambición. Es un diseño delicado, porque si el interlocutor es demasiado exigente puede provocar frustración e incluso parálisis creativa. En cambio, si el interlocutor es demasiado indulgente, las posibilidades del joven poeta se estancan.

5)El poema no se escribe, el poema se corrige. Corregir es el momento decisivo en toda creación. Hay que aprender a renunciar a aquello que, aunque esté bellamente redactado, no aporta nada sustancial. Lo que sobra no solo no aumenta la calidad, sino que reduce el valor del texto en su conjunto. El arte de corregir implica someter al poema a exigentes pruebas de resistencia. También conlleva la sabiduría para saber cuándo apagar la maquinaria y largarse a otro lugar. Es un trabajo delicado, porque se lucha por no perder la frescura de la primera versión y, al mismo tiempo, se realiza una labor de artífice que pretende nada menos que crear el poema más hermoso del mundo.

6)La búsqueda de la autenticidad está relacionada con la búsqueda de la verdad. La verdad es importante para todos, pero el poeta orienta su búsqueda desde lo más profundo de sí mismo. Y al ser esta una búsqueda que atraviesa la jungla de la subjetividad, el poeta debe aprender a instrumentalizar elementos de la ficción literaria: lo inventado, lo inexacto, lo que no es real. Ser auténtico para un poeta es navegar incluso en la impostura sin convertirse en un farsante.

7)La poesía no intenta reflejar la realidad. La poesía pretende interpretar el alma del poeta. Es el alma del poeta la que refleja la realidad. La poesía es un asunto personal.

8)El proceso de escribir poesía es equivalente a la técnica del pedernal y la yesca. Sustantivos, verbos y adjetivos calificativos interactúan formando versos que a su vez interactúan entre sí, generando chispas como el pedernal y el acero. Si se produce fuego en la yesca (que es la imaginación del lector), el poema es bueno. Si el resplandor es duradero, el poema es excelente.

9)Codiciar la fama provoca una grave perversión en el desarrollo del poeta joven. La recompensa esencial está en el momento de la creación: ese espacio de tiempo en el que las palabras van formando eso llamado poema, que es más que una suma de palabras, que quizá es un conjuro, que tal vez es solo un hálito esencial de vida. Y eso, que normalmente ocurre en la más absoluta soledad, resulta una gratificación más que suficiente. Quienes esperen algo más deberían dedicarse profesionalmente a ser poetas laureados.

10)Como es de conocimiento público, el instante en que surge un gran poema es más poderoso que el amor eterno.

jueves, octubre 16, 2025

Este interminable fin de semana perdido

 


Vivimos todo el tiempo sorprendidos de estar siempre sorprendidos
Y es que dicen por ahí que este es el auténtico vértigo de la historia
Dicen que la polarización ideológica alcanza ya niveles de delirio
Que las ideas alocadas son perfectamente idénticas a las ideas verdaderas
Y es cierto
No hay vuelta que darle 
Ten la mente alerta y la pólvora dispuesta
Nuestros días son ya apasionantes horas marcadas por la dicotomía del pulgar
Nuestros días están llenos de ecos de constelaciones impensadas
Y las  crisis sanitarias siguen líneas fulminantes 
Y así hoy vivimos largas horas sin ser devorados por altísimas pasiones 
Salvaje es el viento
Todos siempre nos convertimos en un ridículo cliché
La música es un extraño animal
La línea es una suma de puntos de inflexión 
Y así hoy vivimos aquí tiempos con la más alta compresión en los mensajes
Tiempos donde el futuro no está donde debería estar
Tiempos sin sumergirnos demasiado  en el abismo de la interrogación
En medio siempre del despliegue imperturbable de las horas más triviales
Y así nos aferramos hoy aquí a opiniones repentinas 
Y así nos mantenemos siempre ansiosos por contabilizar toda reacción
Y sufrimos con sonrisa perfecta ese Trastorno por Déficit de Atención
Estos son tiempos de ideas emocionalmente movilizadoras 
Estos son tiempos en los que el océano de información está densamente infestado
Estos son tiempos sin verdadero interés por lo que vertiginosamente afirma nadie
Y los bucles de retroalimentación se alzan hacia el cielo 
Y los ordenadores sueñan con ser polvo enamorado
Y hoy aquí solo hay crudos intentos de canalizar toda la energía colectiva
Crudos intentos que nos han llevado ya a un errático comportamiento 
Piénsalo bien
Hay mucho para procesar
El dinero no da la felicidad pero la sensación es casi la misma
Pero quizá todo es culpa de una excesiva dosis de sentido común
O quizá todo es culpa de un recalentamiento de las mejores mentes de nuestra generación
Y es que ya hasta hay filigranas melódicas que nos hacen sentir incluso salvajes 
Y es que ya hasta hay poderosos fantasmas que galopan en alguna pradera perfecta
Pero mira bien
Siempre están por ahí los que dicen que esta es la mejor época de la historia 
Que individuos con recursos muy limitados generan impacto global
Que la tendencia a exceder a la naturaleza es solo tensión entre posibilidad y limitación
Que la marea de horror es solo una burbuja informativa
Que extrañas semillas germinan desafiantes en suelos estériles
Que la pantalla que nos fragmenta será gloriosamente multiplicadora
Que polímatas ágiles y visionarios florecerán  hasta en el parque de las piedritas
Que la inteligencia artificial nos enseñará cómo ser auténticos seres humanos
Que multimillonarios enardecidos freirán churrascos con encebollado en pleno planeta rojo
Que finalmente caerán los bizarros líderes mundiales derrotados por Batman 
Y que increíblemente nos salvaremos en el último minuto de la emoción
Eso dicen
Y hasta los tontos útiles de la poesía seguimos aquí escribiendo largos poemas
Pero hay que reconocer que nosotros nunca fuimos demasiado buenos en aquello de ser buenos
En realidad nosotros sólo somos buenos hasta que dejamos de ser buenos 
Y tal vez ya se nos acabó la suerte
Y tal vez esta ya es la última mejor época de la historia
Esa que dicen que alumbra la llegada de algún otro tipo de estruendo
Y entonces ya no habrá patria mía ni voz cantante ni sabroso animal ni delicada hortaliza

Poema leído en la sesión inaugural del X Congreso Internacional de la Lengua Española.

viernes, octubre 03, 2025

La muerte de Washington Cuba Castro


Cuando Misael Ramos fundó la librería Licántropo, aseguraba a quien quisiera escucharlo que al leer un libro las personas se transforman. En su fuero interno seguramente sospechaba que algunos se convierten en seres que aúllan a la luna llena.

Misael Ramos abandonó la facultad de medicina cuando solo le faltaba algo de experiencia con los afilados escalpelos, pero allí hizo buenos amigos. Algunas de sus amigas sugieren que Misael habría lucido impecable con un par de esos zapatos muy blancos.

No hace mucho Misael Ramos recibió un mail de Julito, uno de sus contactos:


Excelentísimo, Misael, vas a disculparme ese momento de la llamada, porque ese momento me encontraba enviando un mensaje y no quería perder el hilo.

Ahora ya más tranquilo, pero con sueño, te respondo y te agradezco por recordar a Washington, ya que son muy pocos quienes han sentido su partida.

Él, me preguntabas, sí llegó a ejercer su profesión como jefe en una posta de la selva en la frontera de Cusco con Ucayali, pero por algún motivo él estaba tocado por el demonio, y abandonó el puesto, sin querer explicar el porqué.

Vivió, por esos años, en Quillabamba, región cálida y tropical, luego tuvo que regresar a nuestro centro poblado, Urpay, para sanar unas heridas.

Es ahí donde lo ví por última vez, con los diarios filosóficos de Wittgenstein y una herida en recuperación.

Al final, evitando el aislamiento se fue a vivir a un hostal en Urcos, capital de la provincia de Quispicanchis, donde falleció en una habitación sin testigos ni nadie a su alrededor, sino  seguramente algunos libros.

Tras ello, fue enterrado en el cementerio de Canincunca, junto a la laguna de Urcos, donde no asistieron sino cinco personas, siendo él el sexto.

Le reitero mi agradecimiento por recordar y preguntarme por Washington Cuba Castro, aquel amigo de nombre inverosímil.


A fines del siglo XX, Washington Cuba Castro se hizo famoso durante algunos minutos al escribir su poema Song for my oveja. El texto tenía un verso memorable: “Bala, Pancracio, bala, tasca grama”.


En cierta ocasión Washington tomó una dosis de LSD y, meses después, cuando alguien le preguntó qué tal la experiencia, respondió que el efecto seguía, que nunca había regresado y que, tal vez, nunca regresaría.

Washington transmitía fragilidad. Hablaba con voz suave, vacilante, como si hiciera un esfuerzo por irrumpir en este lado del universo. Nadie supo nunca cómo se ganaba la vida, aunque se sospechaba que era uno de esos geniales artistas del hambre.

Sin embargo, en una de las llamadas Noches de la Electricidad decidió confesar lo inconfesable: era antropófago. No se justificó diciendo que necesitaba proteínas; simplemente dejó que el brillo de sus ojos estremeciera a los asistentes.

Aquella noche yo también estaba en la casa del Rolo. Supuse, como muchos, que en la morgue nadie lleva un inventario exacto.

Lo que sí está claro es que Washington Cuba Castro rompió un récord Guinness: fue estudiante de medicina durante la mayor parte de su vida.

Dicen también que tuvo una hija. Una noche, en la casa del Rolo, conoció a una chica muy joven y muy salvaje. Era la menor de tres hermanas que vivían en un hotel de la cuarta cuadra de la calle Ejercicios.


Cuando la casa del Rolo cerró sus puertas definitivamente, Washington Cuba Castro desapareció de la ciudad. Años después tocó a la puerta de mi casa. Traía muchos discos: Pink Floyd, Crosby, Stills, Nash & Young, Emerson, Lake & Palmer. Estaban un poco rayados, pero aún se podían disfrutar.


Con el tiempo, todos le perdimos el rastro. Algunos aseguraban que vivía en la cordillera de los Andes, en una cabaña junto a un riachuelo de agua helada, acompañado por aquella muchacha.

Washington Cuba Castro era alto, muy delgado, y su nariz delataba insólitos ancestros europeos. Nunca nadie supo cuál era el misterio de su vida. Nunca nadie lo sabrá. Nunca nadie sabe nada.

miércoles, octubre 01, 2025

Centro de Gravedad Permanente


 Llegaron a mis manos algunos ejemplares de Centro de Gravitación Permanente, la antología publicada por Aparte y Marginalia, dos editoriales de Chile. La edición es impecable. Mi agradecimiento a Gonzalo Geraldo y Rolando Martínez Trabucco, así como, una vez más, a Mario Montalbetti, sin duda el poeta vivo más importante del Perú.

domingo, septiembre 14, 2025

Siete libros

Son demasiados los libros que me han resultado fascinantes y, con el tiempo, he olvidado. Pero hay algunos que en su momento me impactaron profundamente y que permanecen grabados en mi memoria.

El primero fue Robinson Crusoe, de Daniel Defoe. Lo leí cuando era tan pequeño que entraba en la caja de la ventana de aquella casona de sillar, durante unas vacaciones de fin de año. Nunca lo he vuelto a leer, quizá por temor a la decepción, pero aún recuerdo la exaltación de esa primera lectura. La experiencia de diseñar y construir un universo propio a partir del desamparo transmite una euforia vitalista. Robinson Crusoe inventa una ajustada civilización para una sola persona.

El segundo lugar lo ocupa Homero, con La Ilíada y La Odisea. En especial La Ilíada, con sus adjetivaciones deslumbrantes, la violencia narrada con una elegancia increíble y ese salvajismo de extraña belleza. Fue el primer libro que subrayé con avidez. Más allá de su estilo, lo esencial en Homero es la exploración de valores universales: el honor, el destino, la ira, la gloria, la mortalidad. Pero quizá lo que más me impresionó fue su visión del destino, tan caprichoso e inapelable.

En tercer lugar, Los ríos profundos, de José María Arguedas. Una novela conmovedora y hermosa, aunque también dolorosa. Arguedas sabe exactamente dónde está la llaga del Perú. Su conexión con la naturaleza y la espiritualidad andina alcanza una expresión literaria extraordinaria. Pienso que Arguedas y Vallejo son como mineros enfrentándose a la montaña enigmática de lo peruano.

Vargas Llosa, en cambio, explora quizá zonas menos telúricas de nuestra identidad. A mí me fascinó La casa verde. No me atrevería a asegurar que es su mejor novela, pero sí la que más me atrapó. Su admirable dinamismo, la plasticidad estilística y el juego entre dos bloques temporales lograron trasladarme, en cuerpo y alma, a ese universo. Hay novelas que destacan simplemente por sus ideas o por el prodigioso manejo del lenguaje; otras, en cambio, encuentran su mayor virtud en su capacidad de hechizar. La casa verde es una obra inmersiva en la que uno llega a sentir incluso el hedor de sus personajes.

En quinto lugar recuerdo El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger. La primera vez lo leí en una traducción argentina titulada El cazador oculto, que me parecía más sugestiva. Hace poco lo releí en la versión original. Su protagonista es una joya literaria: lleno de contradicciones que, si no fueran tan divertidas, resultarían irritantes. Para los adolescentes, volverse adulto equivale a claudicar; saben que los mayores somos seres ridículos y farsantes. Este libro captura con maestría ese feroz desconcierto, ese fuego interior que desborda.

Después está Ulises, de James Joyce. Lo leí muy joven, en un invierno frío y húmedo, en una casa de playa. Me sorprendió lo cómico que podía ser, pese a su fama de difícil. Es, en cierto modo, una novela escrita por un poeta: hace uso de recursos propios de la poesía. Si un realista busca representar la vida cotidiana con fidelidad, Joyce es quizá el más auténtico de los realistas, pues retrata el proceso mental humano, con su flujo errático y su tendencia a rozar el desvarío. Su método de creación es la divagación controlada. Muchos se sienten atraídos por Joyce debido a su estilo experimental. Sin embargo, pienso que su verdadero valor no radica únicamente en su estilo, sino en su mirada única y profunda sobre la realidad, que se despliega en sus epifanías. Para expresar esta visión necesitaba desarrollar un lenguaje acorde con las complejidades de la mente humana, lo que convierte su estilo experimental en una herramienta inseparable de su mirada.

En séptimo lugar, El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Una obra preciosa, con una prosa admirable. Narra la vida de un noble siciliano al final de sus días, atrapado en la tormenta sociopolítica de la unificación italiana. Leyéndolo, sentí que la melancolía puede ser una forma hermosa de estar triste. También disfruté la película de Luchino Visconti, con la inolvidable Claudia Cardinale. La miniserie de Netflix, en cambio, me pareció más épica que lírica. Más allá de sus virtudes literarias, la vigencia de esta novela está en mostrarnos a un hombre atrapado entre dos épocas históricas.

 

jueves, septiembre 04, 2025

Los terribles otros

 


Todos creemos que nadie nos conoce mejor que nosotros mismos. En algunos aspectos, tal vez, pero en lo físico nadie nos conoce peor que nosotros mismos. Lo que pasa es que solo ocasionalmente nos cruzamos con un espejo o con un selfie. La mayor parte del tiempo son los otros los que nos miran. Y ellos saben qué apariencia tenemos.  Los terribles otros.

miércoles, junio 11, 2025

Caín

 
Cuando la comunidad internacional condena al gobierno de Netanyahu por acciones que podrían constituir crímenes de guerra o incluso genocidio, su respuesta habitual es acusar de antisemitismo a quienes lo critican. Con esta estrategia, el gobierno israelí busca confundir: equipara deliberadamente sus políticas con el pueblo judío en su conjunto, como si disentir de un Estado fuera lo mismo que odiar a un pueblo.  

Es justo reconocer que muchas voces judías —dentro y fuera de Israel— han alzado la voz contra esta instrumentalización, demostrando que la disidencia es posible y necesaria. Sin embargo, el silencio de otros sectores, ya por temor, indiferencia o complicidad, termina siendo funcional a la impunidad. Ningún pueblo debería ser reducido a los actos de su gobierno, pero tampoco puede evadir su responsabilidad histórica cuando el poder actúa en su nombre.  

El problema entre Israel y Palestina no es un conflicto reciente, sino que se extiende a lo largo de muchas décadas de usurpación de territorios ajenos. Desde el desplazamiento forzado de la población palestina en 1948 hasta la expansión constante de asentamientos ilegales en Cisjordania, la política israelí ha sido la de imponer hechos consumados, desplazando a comunidades enteras y negando sus derechos más básicos. Esta sistemática apropiación de tierras palestinas no es solo una violación del derecho internacional, sino una estrategia calculada para hacer inviable cualquier solución de dos Estados.  

Estados Unidos, por su parte, ejerce su complicidad con un apoyo casi incondicional a Israel, vetando resoluciones en la ONU y proporcionando ayuda militar sin cuestionar los abusos. Mientras tanto, Europa, aunque ocasionalmente expresa "preocupación", no muestra ninguna firmeza en su protesta por los crímenes cometidos. Esta cobardía diplomática no hace más que perpetuar la impunidad y alentar nuevas atrocidades.  

Las acciones del gobierno israelí no solo han causado un sufrimiento atroz al pueblo palestino, sino que también han corrompido moralmente a su propia sociedad. ¿Cómo juzgará la historia a quienes convirtieron la seguridad de un país en una excusa para la ocupación, la venganza y la degradación moral de generaciones enteras?  

Si existiera un tribunal imparcial para estos crímenes, Netanyahu y sus colaboradores tendrían que responder no solo por la muerte de inocentes, sino por haber pervertido los valores que dicen defender. La justicia no es linchamiento: es memoria, verdad y reparación. Es una ironía que el Estado que creó una condecoración llamada Justo entre las Naciones haga ahora exhibición de tal ferocidad.  

Resulta hipócrita que quienes se declaran "defensores de la vida" al oponerse al aborto justifiquen —o ignoren— la muerte de niños palestinos bajo las bombas. Esta contradicción desvela una moral selectiva, donde la vida solo importa si encaja en una agenda política. La coherencia, sin embargo, exige horrorizarse ante toda violencia, no solo ante la que conviene a cierta ideología.
Ilustración: Francis Bacon. Head VI

jueves, mayo 01, 2025

La escalera de los enunciados sin sentido

Antes de cumplir treinta años, Ludwig Wittgenstein ya había proclamado, con la rotundidad de quien ha alcanzado la cima, que gracias a él todos los problemas del pensamiento estaban resueltos. Era 1918. El joven filósofo, prisionero de guerra en manos italianas, aprovechó el cautiverio para poner punto final a su trascendental obra: el Tractatus Logico-Philosophicus.

En ese libro, Wittgenstein trazó una frontera nítida entre los enunciados con verdadero significado -aquellos que pueden ser puestos a prueba- y los que solo simulan tenerlo, engañando así a la razón y a la cultura por pura apariencia. De su pluma surgió, además, una sentencia que ha trascendido el ámbito filosófico y se repite en incontables contextos: “De lo que no se puede hablar, es mejor callar”.

Tras sacudir los cimientos de la filosofía, Wittgenstein adoptó una postura radical: la coherencia, pensó, es una dolencia que a veces se adquiere con la edad. No le quedó entonces más remedio que alejarse de la filosofía. La angustia, junto con la obsesiva idea de acabar con su vida, lo empujaron a declarar que quería ganarse honestamente el sustento. Renunció a su enorme fortuna, entregándola con desdén a otros herederos acaudalados, y se marchó a enseñar en una remota provincia, lejos del bullicio intelectual.

Desafortunadamente, el brillante filósofo no encontró demasiada belleza entre los sencillos aldeanos. En una carta a uno de sus amigos, reportó que estos no le parecían “en absoluto personas, sino asquerosas larvas”.

Al cruzar la barrera de los cuarenta años, decidió finalmente regresar a Cambridge y se presentó allí luciendo su habitual pantalón de franela gris y sus toscos zapatos marrones. No tenía títulos oficiales ni recursos económicos. Lo poco que había ahorrado se esfumó rápidamente. Sus colegas le sugirieron recurrir a la generosidad de su familia, pero él rechazó la idea con firmeza: “Acepte, por favor, mi declaración escrita de que no solo tengo un buen número de parientes adinerados, sino que además estoy seguro de que me darían dinero si lo pidiera. Pero jamás les pediré un solo centavo”.

Wittgenstein era famoso por sus arrebatos de ira y su memoria rencorosa. Sin credenciales académicas, ni siquiera en el ambiente abierto de Cambridge era posible obtener una beca de investigación.

Fue entonces cuando Bertrand Russell, su antiguo maestro, propuso que presentara el Tractatus como tesis doctoral. Edward Moore y el propio Russell se dispusieron a examinarlo con filosas preguntas. Wittgenstein respondió: “Quizás este libro solo puedan comprenderlo aquellos que por sí solos hayan pensado los mismos o parecidos pensamientos a los que aquí se expresan”.

No ocultaba su escepticismo hacia el tribunal. De Edward Moore, considerado un lógico brillante, llegó a decir en privado que era “un excelente ejemplo de lo lejos que puede llegar un hombre carente de toda inteligencia”.

¿Cómo podría explicarles su famosa metáfora de la escalera de enunciados sin sentido, que hay que subir y luego desechar para ver el mundo con claridad meridiana?

Al final, Wittgenstein se levantó, cruzó la sala con paso lento y dijo: “No se preocupen, sé que jamás lo entenderán”.

Moore, encargado de redactar el informe, fue tajante: “En mi opinión personal, la tesis del señor Wittgenstein es la obra de un genio; pero, sea lo que fuere, alcanza el nivel requerido para el título de Cambridge de doctor en filosofía”.

Poco después, Wittgenstein obtuvo la imprescindible beca de investigación.

lunes, abril 28, 2025

El oficio de ser Dios


Según la cábala, Dios crea a cada instante un inmenso número de ángeles cuyo único propósito es, antes de desvanecerse en la nada, cantar a todo pulmón la alabanza de Dios ante su trono.

Ilustración: Rafael Sanzio.

lunes, marzo 17, 2025

El problema de ser un héroe


 Cuando muchos años después Jon Lee Anderson lo interrogó, el boliviano que se presentó como voluntario para ejecutar al Che Guevara estalló, exasperado. Se había pasado media vida tratando de esquivar a los feroces curiosos, utilizando incluso disfraces. En su voluminosa biografía "Che Guevara: A Revolutionary Life", Jon Lee Anderson cuenta que a Mario Terán le habían ordenado no disparar en la cara, así que apuntó su rifle semiautomático y jaló el gatillo, hiriendo a Guevara en brazos y piernas. Mientras el Che se retorcía en el suelo, mordiéndose una de las muñecas, Terán disparó otra ráfaga. La bala mortal entró en el tórax, llenándole los pulmones de sangre.


Normalmente, un acto reflejo es imposible de evitar. Y cuando a uno le disparan, es normal que los brazos se ubiquen en posición defensiva. Sin embargo, el Che mordió la muñeca de uno de sus brazos, quizá furioso porque no aprobaba su comportamiento. Él hubiera preferido recibir las balas mortales con el severo estoicismo que lo caracterizó toda su vida.

miércoles, marzo 12, 2025

Aunque los vientos de la vida soplen fuerte


Cuando se anunció el proyecto de El Búho, las tertulias locales ardieron de entusiasmo. Muchos creían que esta ciudad tradicional había estado gestando algo interesante durante las últimas décadas del siglo XX, y que el nuevo milenio era el momento perfecto para algo trascendental: una publicación que expresara a la nueva generación abordando la crisis crónica de la política peruana.

Y es que en tiempos de incertidumbre, el periodismo independiente se erige como un pilar fundamental de la democracia. Su valor no radica únicamente en la inmediatez de la noticia, sino en su capacidad para trazar las líneas de fondo, contextualizar los acontecimientos y resistir las presiones que buscan domesticarlo. Mabel Cáceres, quien se había forjado durante varios años dirigiendo TVUNSA por encargo del rector Juan Manuel Guillén, fue la llamada a dirigir al pequeño equipo que tendría que enfrentar los grandes desafíos.

Recuerdo cómo los amigos se pasaban la voz instando a sumarse a los suscriptores necesarios para dar vida al proyecto inicial. En pocos días, muchos se apresuraron a contribuir orgullosamente. Y es que todos rápidamente comprendieron que "El Búho" no era otro de esos proyectos efímeros, aquellos que en pocos meses se esfuman sin pena ni gloria. "El Búho" tenía fuerza interior —perseverancia y resistencia— esencial para logros duraderos.

Han pasado 25 años desde entonces. El Búho tuvo que enfrentar una serie de cambios tecnológicos, culturales y económicos que transformaron radicalmente la forma en que las personas consumen información. Los dispositivos electrónicos se hicieron omnipresentes y las personas sumergieron sus narices en las luminosas pantallas. Lo inmediato y lo gratuito parecía arrasar sin piedad una larga tradición de la prensa.

Hace poco, una periodista de otro medio me contó que le había preguntado a Mabel cómo logró durar tantos años sin abandonarse al desaliento. Ella contestó que lo que verdaderamente importa es tener una perspectiva a largo plazo y suficiente flexibilidad para reinventarse. Sólo así se evita que los días malos envenenen el corazón de todo el proyecto.

En un panorama mediático en constante transformación, pocas publicaciones logran combinar con acierto la inmediatez de la noticia con la profundidad del periodismo de investigación. Durante este cuarto de siglo, El Búho ha sabido consolidarse como un referente del periodismo independiente en la Ciudad Blanca, ofreciendo crónicas que capturan la esencia de la vida cotidiana, reportajes de investigación que desentrañan los desafíos de la región y una tenaz cobertura de la actualidad. A ello se suma una sección cultural, en la que se da espacio a la literatura, el cine y la identidad arequipeña, ofreciendo entrevistas a escritores, artistas y pensadores que enriquecen el debate público.

En tiempos de desinformación y polarización, El Búho se mantiene firme en su apuesta, demostrando que la prensa escrita, lejos de extinguirse, sigue siendo un pilar fundamental para la reflexión y el análisis en la sociedad contemporánea. El Búho, además, convoca anualmente concursos de creación literaria, de ensayo y de crónica periodística. Entrega también un trofeo a la gente de su tribu, aquellos que duran, aquellos que saben resistir porque les gusta lo que hacen, porque saben que tienen algo que decir.





jueves, marzo 06, 2025

Nunca hay que desperdiciar una buena crisis

 


Vivo solo, no tengo a nadie de quien responsabilizarme o con quién pasar el tiempo. Mi agenda es absolutamente mía. Normalmente, escribo todo el día, pero si quiero vuelvo al estudio al final de la tarde, después de cenar, no tengo que sentarme en el cuarto de estar porque haya alguien que haya pasado el día entero solo. No tengo que sentarme allí y ser entretenido o divertido. Vuelvo para allá y trabajo dos o tres horas más. Si me despierto a las 2 de la mañana -esto ocurre raramente, pero a veces ocurre- y ha surgido una idea, enciendo la luz y escribo en mi dormitorio. Tengo estas pequeñas cosas amarillas por todos lados. Leo hasta la hora que quiero. Si me levanto a las 5 de la mañana y no puedo dormir y quiero trabajar, me voy al estudio y trabajo, estoy de guardia. Soy como un médico en urgencias. Yo soy la emergencia. (Philip Roth, en octubre de 2012, en entrevista a la revista Les Inrockuptibles)

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1)Rilke afirma que todo poeta joven tiene que preguntarse si puede vivir sin escribir. El poeta tiene que preguntarse si tiene algo que deci...