domingo, septiembre 14, 2025

Siete libros

Son demasiados los libros que me han resultado fascinantes y, con el tiempo, he olvidado. Pero hay algunos que en su momento me impactaron profundamente y que permanecen grabados en mi memoria.

El primero fue Robinson Crusoe, de Daniel Defoe. Lo leí cuando era tan pequeño que entraba en la caja de la ventana de aquella casona de sillar, durante unas vacaciones de fin de año. Nunca lo he vuelto a leer, quizá por temor a la decepción, pero aún recuerdo la exaltación de esa primera lectura. La experiencia de diseñar y construir un universo propio a partir del desamparo transmite una euforia vitalista. Robinson Crusoe inventa una ajustada civilización para una sola persona.

El segundo lugar lo ocupa Homero, con La Ilíada y La Odisea. En especial La Ilíada, con sus adjetivaciones deslumbrantes, la violencia narrada con una elegancia increíble y ese salvajismo de extraña belleza. Fue el primer libro que subrayé con avidez. Más allá de su estilo, lo esencial en Homero es la exploración de valores universales: el honor, el destino, la ira, la gloria, la mortalidad. Pero quizá lo que más me impresionó fue su visión del destino, tan caprichoso e inapelable.

En tercer lugar, Los ríos profundos, de José María Arguedas. Una novela conmovedora y hermosa, aunque también dolorosa. Arguedas sabe exactamente dónde está la llaga del Perú. Su conexión con la naturaleza y la espiritualidad andina alcanza una expresión literaria extraordinaria. Pienso que Arguedas y Vallejo son como mineros enfrentándose a la montaña enigmática de lo peruano.

Vargas Llosa, en cambio, explora quizá zonas menos telúricas de nuestra identidad. A mí me fascinó La casa verde. No me atrevería a asegurar que es su mejor novela, pero sí la que más me atrapó. Su admirable dinamismo, la plasticidad estilística y el juego entre dos bloques temporales lograron trasladarme, en cuerpo y alma, a ese universo. Hay novelas que destacan simplemente por sus ideas o por el prodigioso manejo del lenguaje; otras, en cambio, encuentran su mayor virtud en su capacidad de hechizar. La casa verde es una obra inmersiva en la que uno llega a sentir incluso el hedor de sus personajes.

En quinto lugar recuerdo El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger. La primera vez lo leí en una traducción argentina titulada El cazador oculto, que me parecía más sugestiva. Hace poco lo releí en inglés. Su protagonista es una joya literaria: lleno de contradicciones que, si no fueran tan divertidas, resultarían irritantes. Para los adolescentes, volverse adulto equivale a claudicar; sienten que los mayores son seres ridículos y farsantes. Este libro captura con maestría ese feroz desconcierto, ese fuego interior que desborda.

Después está Ulises, de James Joyce. Lo leí muy joven, en un invierno frío y húmedo, en una casa de playa. Me sorprendió lo cómico que podía ser, pese a su fama de difícil. Es, en cierto modo, una novela escrita por un poeta: hace uso de recursos propios de la poesía. Si un realista busca representar la vida cotidiana con fidelidad, Joyce es quizá el más auténtico de los realistas, pues retrata el proceso mental humano, con su flujo errático y su tendencia a rozar el desvarío. Su método de creación es la divagación controlada. Muchos se sienten atraídos por Joyce debido a su estilo experimental. Sin embargo, pienso que su verdadero valor no radica únicamente en su estilo, sino en su mirada única y profunda sobre la realidad, que se despliega en sus epifanías. Para expresar esta visión necesitaba desarrollar un lenguaje acorde con las complejidades de la mente humana, lo que convierte su estilo experimental en una herramienta inseparable de su mirada.

En séptimo lugar, El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Una obra preciosa, con una prosa admirable. Narra la vida de un noble siciliano al final de sus días, atrapado en la tormenta sociopolítica de la unificación italiana. Leyéndolo, sentí que la melancolía puede ser una forma hermosa de estar triste. También disfruté la película de Luchino Visconti, con la inolvidable Claudia Cardinale. La miniserie de Netflix, en cambio, me pareció más épica que lírica. Más allá de sus virtudes literarias, la vigencia de esta novela está en mostrarnos a un hombre atrapado entre dos épocas históricas.

 

Siete libros

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