En nada. Pero no pensar en nada es
difícil. Los monjes budistas trabajan en la flor de loto con técnicas
milenarias para conseguir tres minutos sin pensar en (absolutamente) nada.
Algunos aseguran que somos seres hechos de pan, pero en realidad somos
criaturas tejidas por una intrincada maraña de pensamientos. Somos seres grotescos
esculpidos por un flujo porfiado que no deja paz ni por las noches (cuando,
entre ronquidos, se alza en formas fantasmales). La gramática de los
pensamientos sigue una lógica que varios procedimientos artísticos han
intentado reflejar. Torpes afanes no exentos de rara belleza.
Pero la calidad, la textura, el espesor de
cada idea varía de acuerdo a las circunstancias. Los pensamientos intentan (siempre)
tornarse funcionales. La pereza es la
madre de todos los vicios y el tiempo es oro bla bla. Pero cuando usted no
tiene nada que hacer sus pensamientos son un caballo salvaje. O un simio
saltando de rama en rama.
Vivimos en una sociedad que tiene la
convicción que el infierno es el aburrimiento, y que nada es más tedioso que el
ocio químicamente puro. Pero, qué triste, desde hace algunas buenas décadas, en
las grandes urbes, los trabajadores son el flujo sanguíneo en el sistema
arterial de un hipertenso transporte público. ¿En qué piensan esos cientos de millones
de pasajeros atrapados cada mañana en un par de horas y, cada tarde, aprisionados
en otro par de horas? Miles de millones
de instantes suspendidos en la opacidad de un limbo.
La introspección, esa actividad que
durante milenios fue exclusiva de sectores excéntricos, es hoy, ahora,
(actualmente) algo retorcido y forzoso, incluso a través de la bruma de juegos
o chats insustanciales. ¿Alguien ya ha estudiado el fenómeno? ¿Alguien ya ha
llegado (ya) a la conclusión de que una extraña mutación se está precipitando bajo
la luz, la electricidad y el magnetismo que colisionan en los vehículos de
transporte público? Bajo el caldo de cultivo de tantos y todos los sudores se perfila
el monstruo que solo quiere ocupar todo el espacio disponible. ¿Se sabrá ya que
esta es la causa de la apoteosis de esta especie demasiado humana? Unos seres exhibirán
(de pronto) una diabólica singularidad que nos conducirá (quizá) al triunfal
apocalipsis. O (quizá) esa masa bulbosa inmolará
su alma en el crisol donde se funden todas las almas para seguir a un nuevo
mesías que (finalmente) conducirá al planeta a su definitiva ruina. O (tal vez)
tanta apatía nos encaminará (simplemente) a la extinción de manera
milagrosamente inadvertida.
(Aunque, quien sabe, probablemente entre tanta gente pensando de pronto saltará
una chispa impertinente)
(Quien sabe, tal vez alguien, en alguna parte, soltará por fin dos
melancólicas preguntas)
(¿Por qué somos tantos?)
(¿Por qué (maldita sea) queremos ser siempre tan demasiados?)
Ilustración: Jackson Pollock.