¿Es el
intelecto o la inspiración el elemento decisivo entre la excelencia y la
mediocridad? Un fornido intelecto nos permite manejar con solvencia la técnica
además de navegar en el amplio espacio de las referencias y en el diálogo con
las voces que emiten las bibliotecas. El intelecto nos permite reflexionar sobre
la realidad para luego componer una interpretación. La inspiración es mucho más
difícil de definir. Los que la han experimentado afirman que parece ser el
nombre contemporáneo del arcaico delirio sagrado. Algo que permite hacer un
viaje a la locura y regresar para contarlo. En esa épica aventura el poeta se
enfrenta a lo más inquietante del universo: las cosas sin nombre.
Los humanos
solemos definirnos como seres racionales, porque de esta manera pretendemos que
nuestra aventura vital tiene sentido, que hay una inteligencia que la rige.
Pero eso es una voluntariosa mentira.
En 1957 Leon
Festinger acuñó el concepto de disonancia cognitiva, señalando que nuestro
sistema de pensamiento, creencias y emociones con frecuencia está sometido al ponzoñoso
conflicto de ideas opuestas aceptadas simultáneamente. Lo incompatible es un
elemento extrañamente activo y protagónico en nuestras vidas. Pero la colisión de dos elementos opuestos
genera siempre algo nuevo: un mutante, un engendro, una distorsión, un dolor.
El intelecto
tiene un grave problema para manejarse en el ámbito de la disonancia cognitiva.
Todo el asunto es ilógico y se revela como una cuestión perfectamente torturada.
Pero el intelecto suele sentirse en la obligación de decir la palabra final. Obligado
por presiones intolerables, el intelecto fuerza una interpretación y compone
entonces una muy coherente pieza de retórica. Pero hay que denunciarlo: todo no
es más que un lindo artificio, una patética falsedad. Y la falsedad es algo que
jamás logra sostenerse si no desarrolla un cable que la conecte a lo real, que
eche raíces en ese territorio demasiado desconocido.
Y solo cuando
la falsedad se convierte en ficción es recién el momento en que la situación
conflictiva puede encaminarse hacia una solución reveladora, iluminadora y
hasta liberadora. Porque la ficción es un ritual para hablar en el idioma de lo
que está más allá. Porque la ficción que ha alcanzado el nivel de poesía logra
lo inconcebible, revelando lo verosímil en lo inverosímil. Y esto solo se puede
realizar cuando el intelecto rinde su músculo al servicio de esa zona oscura
que no tiene etiqueta convincente y que provoca el delirio sagrado. La locura
como piloto de los tantos caballos de fuerza de la inteligencia convierte así al
monstruo en un ser de rara belleza que hace transmisiones. Algo que mágicamente
convoca la curva que hay en toda recta.