sábado, agosto 28, 2021

Mi privada multitud



 


Con el paso de los años vamos tejiendo una vasta red. Nuestro universo particular, nuestra tribu, nos determina. Si uno lograse hacer un censo personal, se sorprendería. El primer círculo suele centrarse en los lazos inmediatos: los parientes y las parejas. El segundo círculo, el de los patas del alma, incluye sujetos que casi nunca han sido cuidadosamente elegidos, más bien parecen ser producto de un fenómeno magnético. Luego vienen los amigos, que son un poco los colegas, los que de alguna manera comparten perfil e intereses, los que seleccionamos. En la siguiente franja están los amigos de los amigos, esos que nos estrechan la mano y recitan las frases usuales. Un paso más y nos encontramos con el círculo de los relacionados, en el que el saludo se limita a una simple mirada de reconocimiento. Pero el más enigmático es el círculo invisible de los que no son amigos ni allegados, sino simples transeúntes con los que nos hemos cruzado en los vericuetos de la vida. La mujer con sombrero de paja y pollera colorida. El flaco que avanza exhibiendo una desafiante singularidad. La joven madre, sentada en la vereda, que con una mano de insólita belleza recibe la limosna. La empleada municipal que pasa su solitaria escoba sobre el adoquinado. El anciano de bigote perfectamente recortado que lanza miradas furibundas. La señora que se ubica en una esquina detrás de grandes canastas de pan de trigo. El hombre de mediana edad que cruza la calle vivazmente para solicitar un préstamo a todos los desconocidos. El estudiante algo polvoriento que lleva de la mano a una chica de ajustado jean. La pareja de ucranianas con sus botellas de agua en las mochilas. El canillita ensimismado detrás de una cortina de diarios y revistas. La muchacha de cabello azul que cruza el puente en su vieja bicicleta. Mi tribu es mi hábitat y el oleaje del hábitat va tallando mi asombro y mi intriga. Mi destino.


Posdata: A pesar de que prospera la tendencia de ignorarlo, en nuestra privada multitud existe un círculo poblado por gente que uno  preferiría no haber conocido jamás. Están ahí irradiando. Inevitables como la oscuridad.

Ilustración: Antonio Segui

viernes, junio 25, 2021

No incluído en la Biblia


 

Por Charles Simic


Mientras yacían en la oscuridad

Adán le dijo a Eva

Cariño, algo pasa

El perro está ladrando

Ilustración: A. Durero

jueves, febrero 25, 2021

La preciosa felicidad del tardígrado



 


Siempre ha habido gente que asegura que la conciencia de estar vivo es producto de una certeza perversa. Una zona del cerebro ubicada justo encima de la oreja sería la culpable. Entonces creer en lo que somos es aparentemente el delirio de un animal enloquecido. Eso sonaba morbosamente fascinante hasta que en 2003, el filósofo Nick Bostrom soltó la idea de que quizás seamos los personajes de un relato creado por una civilización muy avanzada. Nuestro mundo sería solo una de muchas simulaciones, quizás parte de un proyecto de investigación creado para estudiar el proceso de la historia. Como en su momento explicó el físico (y ganador del premio Nobel) George Smoot: “Si eres antropólogo/historiador y quieres entender el ascenso y la caída de las civilizaciones, entonces tienes que realizar muchísimas simulaciones en las que participen millones o miles de millones de personas”. Así que en 2012, inspirados por el trabajo de Bostrom, los físicos de la Universidad de Washington propusieron un experimento empírico. Los detalles eran complejos, pero la idea básica resultaba sencilla: algunas de las simulaciones de nuestro cosmos hechas en las computadoras actuales producen anomalías características; por ejemplo, hay fallas reveladoras en el comportamiento de los rayos cósmicos simulados. Los físicos sugirieron que al observar con más atención los rayos cósmicos de nuestro universo, podríamos detectar anomalías comparables, lo cual sería una prueba de que vivimos en una simulación. En 2017 y 2018 se propusieron experimentos equivalentes. Smoot resumió la consecuencia de estas propuestas cuando declaró: “Ustedes son una simulación y la física puede probarlo”. Pero en un artículo en The New York Times, Preston Greene, profesor adjunto de Filosofía en la Universidad Tecnológica de Nanyang, en Singapur, advirtió que si un investigador desea probar la eficacia de un nuevo medicamento, es de vital importancia que los pacientes no sepan si les están dando un medicamento o un placebo. Si los pacientes saben demasiado, la prueba pierde su sentido y tiene que suspenderse. En conclusión: si nuestro universo ha sido creado por una civilización avanzada para fines de investigación, es lógico pensar que es primordial para los investigadores que nosotros no descubramos la verdad. Si probáramos que vivimos dentro de un experimento, esto podría provocar que nuestros creadores cancelen el proyecto. Un simple trámite burocrático y se ordenaría la total destrucción de todo el mundo conocido (aunque Preston Greene no parece dar importancia al hecho de que si nosotros en realidad no existimos, no resultaría particularmente dramático aquello de “ser interrumpidos”).

De acuerdo a la lógica del filósofo Preston Greene el sentido de la vida para el ser humano (real o no real) es evitar la aniquilación. En esta línea de pensamiento el ideal sería entonces el tardígrado, ese ser invertebrado, protóstomo, segmentado y microscópico que puede sobrevivir, incluso en ambientes radioactivos, sobre la pérfida faz de la luna. Porque solo este bicho parece disfrutar de una precisa felicidad.


Ilustración: Liu Bolin.


viernes, enero 15, 2021

Aviso


Se busca expedicionarios. Sueldo escaso. Clima extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura el regreso. En caso de éxito, honor y reconocimiento.

jueves, noviembre 19, 2020

Vivir significa estar plagado de parásitos



Por: James Somers. The New Yorker. 2 de Noviembre 2020


Una vida de inagotable emergencia era la rutina de nuestros antepasados hace unos cuatro mil millones de años. En un mundo desolado, árido, cada ameba unicelular era una concentración desbordante de recursos. Pero vivir significaba estar plagado de parásitos. El gigante Mimivirus solía disfrazarse de comida y cuatro horas después de ser devorado revelaba su verdadera identidad interviniendo a la ameba. La convertía  en una fábrica de virus. Pero el  Mimivirus tenía sus propios parásitos. Una vez dentro, actuaban sobre la fábrica del Mimivirus. Este truco fue tan exitoso que, finalmente, las amebas integraron los genes de los parásitos en sus propios genomas, creando una de las primeras armas del sistema inmunológico.

Leones que devoran antílopes es la imagen que se nos viene a la mente cuando pensamos en la "supervivencia del más apto". Pero la enfermedad, la depredación de los parásitos sobre sus anfitriones, es en realidad la fuerza más poderosa de la evolución. “Cada fase de la vida ha sido seleccionada para tratar de evitar el parasitismo”, me dijo Stephen Hedrick, inmunólogo de la Universidad de California en San Diego. “El parasitismo ha impulsado la evolución con feroz intensidad porque es un interminable asunto de vida o muerte. Y es una coevolución". Siempre que un anfitrión desarrolla una defensa inmune, recompensa perversamente la supervivencia de los parásitos que logran sobrevivir. Los anfitriones, mientras tanto, tienden a estar en desventaja evolutiva. "Las poblaciones bacterianas o virales son inconmensurables", escriben Robert Jack y Louis Du Pasquier en "Conceptos evolutivos en inmunología", y la enorme variación que las caracteriza le da a la selección natural muchos organismos candidatos sobre los que trabajar. Los virus y las bacterias también se reproducen medio millón de veces más rápido que nosotros. Dada esta "brecha generacional", escriben Jack y Du Pasquier, "uno podría preguntarse cómo demonios hemos podido sobrevivir".

Una pista proviene de la ameba Dictyostelium discoideum. Pasa gran parte de su vida merodeando solitaria, comiendo aquí y allá. Pero, cuando la comida escasea, libera moléculas que sirven como señal de agrupamiento para otras de su tipo. Las amebas se fusionan, formando un superorganismo de hasta cien mil miembros. Para que este recurso sea efectivo, casi todas las amebas deben renunciar a su capacidad de comer para que no se aprovechen unas de otras. Las pocas que lo retienen no comen por sí mismas; más bien, tragan los desechos y los eliminan para proteger al organismo. Las otras amebas, liberadas de las cargas del ataque y la defensa, forman un "cuerpo fructífero" que libera esporas para la reproducción. Aunque ninguno de los individuos sobreviviría por su cuenta, el colectivo prospera.

Versión de O. Ch.

Ilustración: Guillermo Kuitca.


miércoles, noviembre 18, 2020

Mensaje para el naturalista Charles Robert Darwin


 ¿Por qué ese organismo unicelular se quedó como organismo unicelular? ¿Que los hizo detenerse en el punto de partida? Los monos trabajaron duro durante algunos miles de millones de años y ya son monos. Y nosotros hemos avanzado tanto que hasta añoramos ya los viejos buenos tiempos justo antes del primer organismo unicelular.

Ilustración: Timofeev

jueves, noviembre 05, 2020

El terno de Lenin


Por: David Remnick. (La Tumba de Lenin).

Una mañana, el Komsomolskaya Pravda publicó un artículo acerca de una mujer que había trabajado durante años como costurera en la sastrería secreta que mantenía el KGB para disfrute de los mandatarios del país. Klava Lyubeshkina cosía trajes para todos, desde el cadáver embalsamado de Lenin («cada dieciocho meses la tela comenzaba a perder su lustre original») hasta Gorbachov. La mujer informó al periódico, que los maniquíes de los miembros del Politburó se conservaban en armarios especiales que nadie, salvo los cortadores y los sastres, se atrevían jamás a tocar. «Trabajamos siempre detrás de puertas cerradas y rodeados de guardias armados. Dos o tres veces al año, un especialista del KGB viajaba al extranjero, generalmente a Austria o a Escocia, para comprar telas para los trajes.»
La policía secreta había abierto la tienda en 1938, en plena purga. Klava solo veía a sus clientes en los estudios de Vremya, y se refería misteriosamente a ellos como «unidades». Era una devota. Encendía el televisor expresamente «para ver si los trajes les quedaban bien o si estaban arrugados». Recordaba haber trabajado durante tres días y tres noches seguidas para terminar las hojas de laurel bordadas con hilo de oro para el nuevo ministro de Defensa, el mariscal Ustinov, así como la tacañería de Andrei Gromyko («siempre mandaba hacer arreglos, nunca un traje nuevo») y las pataletas de Mijail Suslov cuando la talla no le quedaba perfecta.
El sentimiento de Misterio que embargaba a Klava terminó un día cuando tres hombres vestidos con batas blancas la atacaron, le ataron los brazos a la espalda y la internaron en una clínica psiquiátrica. El KGB la había tomado por una disidente. Klava solicitó que la pusieran en libertad, diciendo que estaba confeccionando un traje para Yuri Andropov y que se encontraba «a medio hacer» en el estudio. Los agentes le permitieron utilizar el teléfono y pudo informar a sus colegas de dónde se encontraba. Pronto el KGB la dejó en libertad. Para compensar el «daño moral», el Estado le regaló a Klava un reloj japonés. Poco antes de jubilarse, en el año 1987, tuvo el placer de confeccionar un traje para Gorbachov. El nuevo jefe soviético la recompensó con una caja de bombones.
En su vejez, a Klava se le adjudicó una mísera pensión de cien rublos mensuales. Escribió al Kremlin solicitando un aumento, pero no consiguió nada. Sin embargo, no podía decirse que los bolcheviques carecieran de sentimientos. En 1991, Kryuchkov envió tarjetas de felicitación a todas las costureras con motivo del Día Internacional de la Mujer.

martes, octubre 20, 2020

La creencia de que los poetas usan la palabra poesía porque no se les ocurre otra mejor tal vez sea cierta


 

Cuentan que en una entrevista Blanca Varela expresó cierto fastidio con la poesía. No ha sido la única. Muchos poetas han exhibido su pérdida de fé con ademanes vigorosos. Y es que esa urdimbre de metáforas, de astutos adjetivos, de palabras que se encienden bajo condiciones controladas, de giros retóricos que ambicionan algún efecto perturbador no es otra cosa que un truco, un ejercicio esencialmente artificial. Algunos hacen aparecer un conejo, otros logran partir en dos a una mujer hermosa sin derramar una gota de sangre. Pero al fin y al cabo, si no se está de humor para someterse a las leyes de la licencia poética, todo resulta un asunto francamente estúpido, y hasta es fácil comprobar que detrás de bambalinas hay un jorobado o un enano moviendo los cables ocultos. Por otro lado, los que dedican tiempo de calidad a leer poesía no son los suficientes como para tener impacto entre los estadísticos. Así que tal vez algún honesto congresista podría lanzar un proyecto de ley. Que dejen de obligar a los pobres niños a memorizar los Heraldos Negros. Que se corra la voz que es ridículo el tipo que le dedica un poema a su amada. Que se llene con obras en prosa los anaqueles anteriormente consagrados a la poesía. Que se lance un anatema contra los juegos florales. Todas esas medidas son perfectamente razonables. Pero, escuchen bien, es imprescindible dejar constancia que la poesía no es más estúpida que la vida. Ni por asomo.

Infinito amor


Sajarov le dijo a su mujer:

¿Sabes lo que amo por encima de todo?

¿Qué?

Las emanaciones lejanas de radio.


viernes, septiembre 18, 2020

Sabe Dios


 

Es una película y uno de los personajes dice que no hay motivo para jactancia o arrepentimiento porque todo, absolutamente todo, ocurre por designio divino. Dios no existe -argumenta el interlocutor. 
Miro mi televisor. Es altamente probable que dios no exista, pero para estos tipos Dios sí existe. Absolutamente. Es un sujeto que sostiene una taza de café sentado frente a su laptop. Si espero hasta el final sabré su nombre exacto. Es el screenwriter. 
En cambio todos los minutos, todos los segundos que contienen la vida en este lado de la pantalla tienen demasiado material redundante, demasiadas incoherencias, demasiada perífrasis, demasiado tiempo muerto, demasiados asuntos previsibles como para poder imaginar que nosotros también somos parte de una obra de ficción. Pero quizá el screenwriter de la realidad trabaja para una raza con una mente sobrehumana que puede encontrar franco entretenimiento en esta clase de basura.

jueves, septiembre 10, 2020

La piedra, el gorrión y el espejo

Conocí a Heiner Valdivia hace muchos años en la sala de audiovisuales de la UNSA. Me dijeron que era un caso grave de cinefilia, que era un tipo que bajaba compulsivamente películas de todos los géneros y culturas. Se hablaba de él como de un auténtico acumulador que tenía catalogada prácticamente toda la producción cinematográfica del hemisferio occidental y grandes porciones del resto del mundo. Era además, cosa rara, un tipo generoso, pues una amiga común contó a los envidiosos que le había grabado una columna con cien películas independientes, de esas solo aptas para gente con una provisión abundante de curiosidad e inteligencia. Años después alguien confidenció que en los ratos libres que le quedaban, entre película y película, Heiner Valdivia se había dedicado a las ciencias ocultas. Luego averigüé que en realidad no solía elevar salvajes ritos bajo la bendición de la malvada luna, sino que sus estudios se centraban en los enigmas de ese portentoso libro que es el I Ching, que encuentra una explicación al simple drama de la existencia humana en los ciclos del agua, del fuego, del relámpago. Fue entonces cuando un transeúnte dijo que Heiner Valdivia también escribía poesía. La verdad es que uno de los misterios de la especie humana es que casi todo el mundo, en algún momento, ha escrito poesía. La gente no está contenta con el abecedario y quieren inventar su propio idioma. Porque eso es la poesía, un idioma particular, íntimo. Todo el mundo escribe en su cuaderno secreto su primer poema y algunos escriben hasta el segundo. La poesía es además una manera hermosa de vivir la juventud, recorriendo los laberintos de la noche, susurrando poemas en la oreja de las chicas. Pero luego, por alguna razón, la gente se desanima y abandona. Hay millones de poetas desertores en los campos de batalla de la poesía.
Siguieron corriendo los años y de pronto alguien volvió a tocar el asunto, pero ya no dijo que Heiner Valdivia escribía poesía, sino que era un poeta y que había escrito libros muy buenos para probarlo. Elegir la poesía como tu prioridad número uno es algo serio. Incluso grave. Es algo que te transforma. Que te convierte en un ser imaginario. Y hace unos días Heiner Valdivia dejó caer en mi buzón unas pocas líneas donde me contaba que iba a presentar un libro que reunía un manojo de haikus. No niego que me sorprendí un poco. El haiku es una de las técnicas más difíciles de la poesía. El haiku exige pocos ingredientes. El principal es una extrema sensibilidad para percibir la belleza en lo más simple. El otro es la habilidad para decir mucho con un mínimo de palabras. En el libro de Heiner Valdivia hay un haiku titulado Piedra en el que cuenta que ha lanzado muy lejos una piedra pero que una parte del espíritu de ésta se ha quedado entre sus dedos. Me parece que esto es una perfecta arte poética. Cuando el poeta emite un poema lo hace por la urgencia de expresarse, pero también porque al escribirlo se realiza una función necesaria para su sistema vital. En esa medida cuando se dice que el poeta escribe para vivir, se está hablando de este fenómeno, de este ejercicio de lanzar piedras mojadas en una poción secreta. Los Haikus tradicionales solían expresar el sereno amor que los japoneses sienten por la naturaleza, esa comunión con su entorno natural que les permite hacer conexiones con otras capas del drama del universo. En Gorrión Heiner Valdivia ha compuesto un haiku de trágica belleza. Gotas caen del cielo, dice, y eso inmediatamente nos remite al ciclo de la esperanza y de la vida, pero con un simple y admirable trazo nos remonta a una imagen de dolor y de muerte. Espejo, en cambio, es un haiku que es producto de las miles de horas viendo películas. Es una escena que empieza con una habitación oscura y de pronto el rayo de luz del amanecer alumbra únicamente la esquina rota de un espejo. Una auténtica historia de suspenso. Después de leer su libro pienso que hace décadas, cuando por primera vez me hablaron de Heiner Valdivia, debieron decirme que era un poeta. Un poeta a secas. El resto es película.

Los últimos 10 años

No sé muy bien que he hecho en los últimos diez años Lo que sí tengo claro es lo que no hice No he ganado una suma exorbitante en la loterí...