sábado, septiembre 17, 2005

El pan de yema y el Pibe


Un niño llevó una tibia porción de pan de yema al jardín de infancia. Investigué el origen de aquel bocado. Su progenitora horneaba panecillos. Imaginé que aquella madre era tierna y dulce y de piel vivamente aromática. La verdad, como es usual, no encajaba exactamente en la realidad. La mujer era tierna y dulce, y aunque nunca averigüé si su piel era balsámica, una tarde, al visitar a mi amigo, descubrí que los panes no eran amasados y horneados por una mujer demasiado hermosa. Mi condiscípulo, por otro lado, era un sujeto que se había amargado tempranamente al descubrir que hace falta toda una vida para aprender a vivir (y todo eso), pero quedará siempre en alguna parte de mi memoria porque tuvo el detalle de obsequiarme con un panecillo de yema de excelente sabor. Yo tenía cuatro años y aún no había adquirido la terrible adicción a los mariscos marinados en jugo de limón.
Otro impacto memorable en mi remota infancia fue el Pibe, un helado de vainilla de Donofrio. Yo estaba acostumbrado a engullir chupetes rojos, verdes y anaranjados que se fabricaban en un local de la calle Jerusalén, frente al colegio San Francisco. Los chupetes rojos eran de fresa, los anaranjados de naranja y los verdes de manzana. Alguien me contó que existían los azules, pero esos excedían todo límite y toda expectativa. Eran muy dulces y muy fríos. Yo había devorado miles de chupetes de todos los colores antes de probar el primer pibe de Donofrio. Aquel helado de crema con sabor a vainilla fue el indicio fundador de que existía un mundo inédito y gratificante más allá de los confines de mi aldea natal.

viernes, septiembre 16, 2005

Querido lector:

Imagino que sí causa del azar o del ocio has trajinado por este blog te estarás preguntando quién mierda soy y qué mierda quiero.
Puedo decir lo siguiente:
1. Soy sólo un sujeto que tempranamente fue sometido a una operación quirúrgica.
2. Toda la vida he luchado por no ser millonario y, debo confesar que, en ese preciso punto, hasta este momento he tenido un gran éxito.
3. En realidad nunca he sido demasiado versátil. Sólo me he mantenido siguiendo las instrucciones.
4. Mi programa exigía prestar siempre atención y convertirme en alguien que debía estar siempre observando y escuchando no importa en qué estado me encontrase, amor, peligro, humillación o dolor insoportable. Y cuando una vida perfecta de pronto se desmoronaba yo sacaba mi lápiz.
5. La verdad siempre ha sido mi credo. Pero por alguna razón siempre dije A cuando debía haber dicho B y dije B cuando debía haber dicho C.
6. Siempre me ha gustado tener tiempo libre. No hay nada como ser un vago.
7. Es cierto que he cometido algunos crímenes, no recuerdo, sin embargo, haber asesinado a nadie, aunque en cierta ocasión mi mujer me acusó de destruir su vida.

miércoles, septiembre 14, 2005

El mito de Freud


Son varios los que incluyen a Freud en su lista de literatos favoritos. Su indudable genio para resumir en fascinantes mitos las claves del comportamiento humano lo convirtieron en uno de los iconos fundamentales del siglo XX. ¿Pero sobrevivirá a estos nuevos tiempos donde la ingeniería de la mente parece estar dejando poco espacio para las imprecisiones, las ambigüedades de la “magia” sicoanalítica? Hoy, en La Nación de Argentina, han publicado una reveladora entrevista.

Miércoles 14 de setiembre de 2005
"El psicoanálisis va a desaparecer"
Entrevista a Mikkel Borch-Jacobsen
  • La Nación


  • PARIS.– Los intelectuales norteamericanos llaman the Freud war a la guerra sin cuartel que libran, desde 1993, defensores y detractores de Sigmund Freud y de la teoría que modeló al hombre del siglo XX, el psicoanálisis.

    En ese contexto, el filósofo e historiador Mikkel Borch-Jacobsen puede ser considerado uno de los generales que lideran las huestes antifreudianas. Es uno de los principales autores de un libro colectivo que acaba de ser publicado en París y que ha desencadenado la fase más despiadada de esta guerra: “El libro negro del psicoanálisis”.

    Dinamarqués de nacimiento, francés por su educación, Borch-Jacobsen se instaló en los Estados Unidos en 1986. Es profesor en la Universidad de Washington. Identificado con la corriente constructivista del pensamiento, Borch-Jacobsen ha pasado los últimos 30 años de su vida denunciando “las falacias, ocultamientos y manipulaciones” de los representantes de la escuela freudiana, comenzando por su propio fundador. Su estilo pasional y directo aumenta el impacto de sus controvertidas posiciones.

    Participaron unos 40 especialistas europeos y norteamericanos. La primera de las 830 páginas de “El libro negro del psicoanálisis” comienza así: “Francia es, con la Argentina, el país más freudiano del mundo. En nuestros dos países es comúnmente aceptado que todos los lapsus son reveladores, que los sueños develan deseos inconfesables y que un terapeuta es forzosamente un psicoanalista. (...) En el resto del planeta, desde hace 30 años, la autoridad del psicoanálisis se ha reducido en forma dramática. (...) ¿Francia y la Argentina serán las únicas en tener razón, contra el resto del mundo?"
    De paso por París, Mikkel Borch-Jacobsen recibió a LA NACION.


    -Usted dice que Freud era un mentiroso y un charlatán.

    -No digo que era un charlatán. Digo que Freud se tomó libertades con la verdad, deliberadamente.

    -Eso se parece mucho a la definición técnica de la mentira...

    -Sí, así es.

    -¿Y por qué?

    -Se pueden dar muchos ejemplos. El más flagrante es el caso que dio origen al psicoanálisis: el de la llamada Anna O. Freud afirmó hasta el fin de su carrera que su amigo Joseph Breuer había conseguido curarla de sus síntomas histéricos, cuando sabía perfectamente que no era verdad. La verdad es que Anna O. tuvo que ser internada en una clínica psiquiátrica inmediatamente después de haber terminado con su terapia y que pasaron años antes de curarse. Podría dar otros ejemplos, pero ése es el más evidente de una afirmación falsa y deliberada. Freud afirmó con frecuencia haber curado pacientes, sin que fuera cierto. Con frecuencia, lanzó rumores falsos sobre algunos de sus colegas o discípulos renegados... En otras palabras, era alguien muy poco fiable. Es imposible tener una confianza ciega en lo que Freud decía.

    -¿Eso quiere decir que, debido a sus mentiras, la teoría psicoanalítica queda totalmente invalidada?

    -El psicoanálisis es, en principio, una teoría basada en la observación clínica. Así la describió el mismo Freud. Las construcciones metapsicoanalíticas son especulaciones que deben ser producto del material clínico, de la observación clínica. Sobre esa cuestión, Freud tenía una posición absolutamente positivista, de fines del siglo XIX. Es evidente que la cuestión de la fiabilidad de sus observaciones clínicas tiene una importancia crucial. Si manipuló esos datos para hacer que se aceptara su teoría, es muy grave. Y hoy es perfectamente posible demostrar cómo Freud manipuló esos datos clínicos.

    -¿Cómo?
    -El mejor ejemplo es el de las notas clínicas sobre el llamado Hombre de las Ratas. Su verdadero nombre era Ernst Lanzer y fue a ver a Freud en 1907, quejándose de padecer miedos obsesivos y reacciones compulsivas. Habitualmente, Freud destruía las notas que tomaba durante sus análisis. Sin embargo, por una razón misteriosa, los apuntes del análisis del Hombre de las Ratas sobrevivieron. Así fue posible compararlas con la historia del caso publicada por Freud. Esto fue hecho por el psicoanalista e historiador canadiense Patrick Mahony y yo acabo de repetirlo con un colega en un libro que saldrá en enero: las contradicciones son flagrantes. La verdad es que Freud inventaba personajes. Y esto es muy grave. A partir de allí, es imposible creer en lo que él escribía. No inventó todo. En el caso del Hombre de las Ratas, es evidente que se apoyó en lo que vio y escuchó, pero también que cada vez que algo no le convenía, lo cambiaba. Cambiaba las fechas, pretendía que el paciente había aceptado su interpretación cuando no era cierto, etcétera. Sí, creo que la cuestión de la fiabilidad de Freud es muy importante para la validez de la teoría.

    -Permítame insistir, desde un punto de vista científico, que Freud haya sido un mentiroso no invalida su teoría...
    -La razón por la cual es tan importante la veracidad de Freud es que en todas las disciplinas científicas los resultados y las experiencias son públicas. Un científico que quiere verificar los resultados de otro científico puede hacerlo; puede volver sobre el terreno del experimento o rehacer el mismo camino. En el psicoanálisis eso es imposible. Porque Freud, por razones totalmente sorprendentes, decidió que las sesiones de psicoanálisis fueran confidenciales y que nadie, ni siquiera otro psicoanalista, pudiera asistir a una sesión conducida por otro colega.

    -¿Por qué "sorprendentes"?
    -Porque hasta ese momento la práctica psiquiátrica era abierta, pública. Así se formaban los especialistas: asistiendo a esas sesiones. Para Freud, el único modo de formarse era poniéndose a sí mismo en el diván. En esas condiciones, es imposible verificar desde un punto de vista científico su teoría. ¿Freud deformaba, mentía, decía la verdad? Imposible saber si se equivocaba o si, influido por una u otra teoría, insistía demasiado sobre algunas cosas. El único relato de sus psicoanálisis era él mismo.

    -¿O el relato de sus pacientes?
    -No, porque en el psicoanálisis el paciente jamás es nombrado. No se conoce su identidad. Por otro lado, en la época de Freud los pacientes no iban a gritar en la plaza pública: "Yo soy la víctima de una neurosis que Freud ha tratado de tal fecha a tal fecha". Debemos, pues, depender de la buena fe de Freud, lo que es una situación absolutamente inédita en el terreno científico.

    -Pero si es imposible verificar, lo que usted considera mentiras, bien podrían ser verdades...
    -Por eso es tan importante el trabajo del historiador. Porque si bien esos pacientes no fueron identificados por Freud, los historiadores consiguieron descubrir sus identidades. Con frecuencia hicieron un verdadero trabajo de detective. El más espectacular fue el caso de Anna O. por parte del historiador Henri Ellenberger, que consiguió descubrir los documentos depositados en la clínica donde ella había sido internada. Gracias a ello se supo hasta qué punto había divergencias entre lo dicho por Freud y lo que constaba en esos documentos. Después de Ellenberger hubo un gran número de historiadores que consiguieron identificar a otros pacientes. De ese modo, fue posible reconstituir los hechos. Comprobamos entonces que las pretensiones terapéuticas de Freud eran completamente exageradas, que muchos de sus pacientes no estaban para nada de acuerdo con sus interpretaciones.

    -¿Y por qué Freud habría hecho esto?
    -Freud había inventado una teoría. Era un gran teórico, alguien que tenía un don excepcional para la especulación teórica. También tenía una confianza desmesurada en sus propias teorías. Para él, todo lo que pensaba era la verdad absoluta. A veces cambiaba de teoría; desde ese momento, la nueva teoría era la buena. Conociendo al personaje, estoy convencido de que estaba tan seguro de que tenía razón que cada vez que hallaba un obstáculo, pues... lo evitaba. Creo que ni siquiera era consciente de ello. Y hay algo más. Creo que una vez que Freud se transformó en esa especie de genio reconocido por todos, los pacientes se sentían tan impresionados que aceptaban todo lo que les decía. Si Freud decía: "Usted tiene una homosexualidad reprimida", ellos contestaban: "Claro, naturalmente". No se puede reducir toda esta cuestión a las mentiras de Freud; están sus mentiras, más profundamente, su autoconfianza absoluta, y también la respuesta de los pacientes.

    -Se podría decir entonces que hubo manipulación, además de mentiras.
    -Manipulación es una palabra fuerte, pero se produjo en algún caso. Por ejemplo, en el caso de Horace Frink, uno de los fundadores de la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York. La mayor parte del tiempo se trató de lo que, por entonces, se llamaba sugestión. Una sugestión medio intencional, medio inconsciente, que provocaba cierto tipo de respuesta en sus pacientes. Este es un proceso que se produce en todo encuentro psicoterapéutico. No es sólo el psicoanálisis el que se ve afectado por tal actitud. La sugestión, la colaboración entre el paciente y el terapeuta existe en toda terapia.

    -¿Aun en las nuevas terapias de moda, por ejemplo las comportamentales?
    -Estoy persuadido. La diferencia está en que en la mayor parte de las nuevas psicoterapias los terapeutas son conscientes de ello. Manipulan conscientemente; practican la sugestión conscientemente. Lo utilizan como un instrumento. Por el contrario, Freud no cesaba de decir: "No manipulo, no sugiero, sólo observo, todo esto es la verdad que yo, Freud, consigo extirpar de la mente de mis pacientes". Es muy diferente. Creo que ése es el problema del psicoanálisis: afirma cosas como si se tratara de verdades objetivas cuando sólo se trata de construcciones elaboradas mediante una interacción entre paciente y terapeuta.

    -¿Para usted, entonces, la pulsión sexual no es el motor que determina el funcionamiento psíquico del hombre?
    -Desde luego que no. Si usted me dice que la pulsión sexual es importante en el comportamiento humano, le contestaré que no hacía falta que llegara Freud para saberlo. Por el contrario, si usted me pregunta si la pulsión sexual tiene la importancia que Freud le dio, le responderé que no. Yo creo que todas sus teorías -el complejo de Edipo, el complejo de castración, el deseo fálico de las mujeres, el instinto de muerte, etcétera-, todo eso son puras construcciones hipotéticas, especulativas, muy interesantes, fascinantes quizá, pero que no tienen absolutamente ninguna base empírica o científica.

    -Lo que usted dice es que el hombre moderno que todos conocemos -víctima del complejo de Edipo, de los recuerdos reprimidos, de las transferencias- nunca existió. Ese hombre que explican las universidades, los medios de comunicación y los consejeros matrimoniales, es otro.

    -Así es. El hombre cambia en función de su época. No se puede decir que el hombre de la Edad Media era igual al hombre del siglo XVIII.

    -¿O sea que la sociedad hace al hombre? ¿Por eso antes se hablaba de histeria y hoy se habla de estrés?
    -Exactamente. Yo me defino como un constructivista. Esto quiere decir que, hasta que se pruebe lo contrario, toda teoría sobre las neurosis es una construcción social. Pienso que el psicoanálisis es otra de esas construcciones sociales. Por construcción social me refiero sobre todo a la interacción entre terapeuta y paciente. De esta manera, me parece normal que las teorías evolucionen con la sociedad y con la historia. Tampoco se encuentran las mismas teorías en los mismos países y en las mismas culturas. La gente tiene diferentes modos de tratar las "enfermedades del alma" y diferentes formas de caer enfermo. El psicoanálisis definió por cierto tiempo la forma en que la gente se enfermaba, manifestaba sus síntomas y buscaba la cura. Pero esto se ha terminado.

    -¿Pero por qué razón el psicoanálisis se propagó como un reguero de pólvora por el mundo occidental?

    -Si su pregunta quiere decir que la humanidad entera no puede haberse equivocado hasta ese punto, mi respuesta es sí, la humanidad se ha equivocado muchas veces en su historia. En cuanto a la razón de esa propagación, podríamos decir que, en sus comienzos, el psicoanálisis fascinó a la gente, que quería más libertad sexual. Eso fue señalado por grandes pensadores, como Marcuse, Fromm o Reichmann. También se puede decir que el psicoanálisis sirvió de reemplazo a las ideas religiosas de salvación eterna, que comenzaron a desaparecer a comienzos del siglo XX. Sin embargo, yo veo dos razones principales. La primera es que Freud era un genio de la propaganda. Consiguió convencer a la gente de que su terapia era la única capaz de curar en profundidad y que las demás eran totalmente superficiales. Digo pura propaganda pues no tenía ninguna prueba; tampoco obtenía mejores resultados que los demás. Freud consiguió, además, desprestigiar a sus pares, tratándolos de paranoicos, reprimidos sexuales, etcétera. Lo hizo a partir de 1913 con sus propios colegas y después con sus discípulos: Adler, Ferenczi, Jung y Rank. A cada crítica que se le hacía, la respuesta era: "Si usted no cree, es porque nunca se autoanalizó en un diván. Se trata de pura resistencia". Este método era absolutamente eficaz y sigue siendo válido en nuestros días; sus discípulos han conseguido mantener esas leyendas freudianas -como las llaman los historiadores críticos- secuestrando los documentos que contradecían la leyenda. Los mismos mecanismos se ponen en marcha cada vez que se critica el psicoanálisis.

    -¿Cuál es la segunda razón?
    -El otro mecanismo es aún más sorprendente. Al mismo tiempo que se mantienen intocables esas leyendas freudianas sobre su teoría y sus descubrimientos, los psicoanalistas son de una maleabilidad total. La teoría psicoanalítica no tiene, en el fondo, ninguna consistencia. Los psicoanalistas pueden leer en el inconsciente de sus pacientes cualquier cosa: todo y lo contrario. De este modo, se adaptan al medio social y cultural en el que viven.

    -¿Por ejemplo?

    -Cuando los psicoanalistas austríacos y alemanes se exiliaron en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, encontraron un país orientado hacia el empirismo, el positivismo, la psicología experimental. Entonces desarrollaron una suerte de adaptación del psicoanálisis freudiano (en la cual Freud jamás se hubiera reconocido). Por el contrario, en Europa, después de la guerra, alguien como el francés Jacques Lacan -que vivía en un país latino, donde el positivismo era mal visto y sólo se hablaba de existencialismo, de fenomenología y de dialéctica hegeliana- desarrolló otro tipo de psicoanálisis basado en Heidegger, Hegel, entre otros. De este modo, el psicoanálisis consigue instalarse en todas partes. Porque sólo es un recipiente vacío, una especie de parásito que se adapta a cualquier contexto. En la actualidad, han inventado el neuropsicoanálisis, es decir la alianza entre el psicoanálisis y las neurociencias. Ahora, los representantes freudianos dicen: "Freud fue uno de los fundadores de las neurociencias y nosotros podemos confirmarlo". Un absurdo, pero funciona.

    -¿Cuáles son los países donde el psicoanálisis está en plena regresión?
    -En los Estados Unidos el psicoanálisis está completamente tachado del mapa en los departamentos de psiquiatría y de psicología de todas las universidades. Curiosamente, sólo resiste en los departamentos de literatura, probablemente gracias a Lacan y a la admiración de los medios literarios estadounidenses por lo que llaman la french theory.

    -Usted estudió a Lacan. ¿Se podría decir que era igual a Freud?

    -No. Lacan no era un positivista ni un cientificista. Era un teórico que afirmaba cosas asegurando que las encontraba en Freud. Creo que era alguien que tenía una audacia a toda prueba, que decía cosas sorprendentes. Era también extraordinariamente cínico y manipulador.

    -¿Cuáles son las nuevas terapias que están reemplazando en los Estados Unidos al psicoanálisis?

    -Las terapias comportamentales y cognitivas. Sin demasiadas pretensiones, éstas se basan en los principios modestos, parciales, pero verificables, de la psicología científica.

    -¿Por qué en Francia y en la Argentina el psicoanálisis mantiene su vigencia?

    -Es curioso, Francia otorga el mismo crédito al psicoanálisis en este momento que los Estados Unidos en los años 50 y 60. Creo que esta fascinación se debe a Lacan, que, como le dije, es un buen ejemplo de ese camaleonismo. Su táctica fue increíblemente eficaz. La clase intelectual fue subyugada por Lacan. Prácticamente toda la generación del 68 pasó por el diván. Allí se formaron los jóvenes psiquiatras y analistas que hoy son figuras de la teoría y que monopolizan el poder intelectual en ese terreno. Esto explica la resistencia absoluta de Francia ante el resto del mundo.

    -¿Y en la Argentina usted ve las mismas razones?
    -Ustedes, tanto como Brasil, son países que, en el terreno de la ideología y las ciencias sociales, estuvieron muy cerca de Europa y de Francia durante gran parte del siglo XX. Hubiera sido sorprendente que, con vuestra cultura e historia, el psicoanálisis hubiese pasado inadvertido. Pero yo creo que la desaparición del psicoanálisis es inevitable. Las jóvenes generaciones de especialistas tienen otras exigencias desde el punto de vista científico. El avance extraordinario de las neurociencias demuestra cada día que, en el terreno de la psiquis, es posible lograr resultados sorprendentes y a muy corto plazo con otras terapias. En estas condiciones, Freud y sus teorías inverosímiles tienen los días contados.

    Por Luisa Corradini
    Para LA NACION

    lunes, septiembre 12, 2005

    Hazlo una vez más


    Transcribo aquí un fragmento de una larga entrevista a Margarita Cervantes, que en febrero de 2004 estelarizó una secuencia de actos sexuales con 251 hombres en aproximadamente 10 horas, alcanzando un record que fue consignado como el The World’s Biggest Gang Bang. Desde entonces este record ha sido roto sólo dos veces. Un documental acerca de la vida de Margarita, Sexo: La historia de Margarita Cervantes, fue realizado para un programa televisivo conducido por la conocida periodista Cecilia Valenzuela, y que se emitió en agosto. Un extracto del material trascrito se publicó recientemente en el semanario local El Búho.

    Entrevistador: ¿Te has puesto a pensar que la competición por alcanzar la meta de tu óvulo puede llegar a tener tantos millones de competidores como pobladores hay en este planeta?

    Margarita Cervantes: Ese es un hermoso pensamiento. Pero no te falta razón si piensas que hay mucho de actividad puramente deportiva en este asunto. Lo que pasa es que el gang bang no es otra cosa que una continuación y conmemoración de un evento histórico. Ya sabes, la noche aquella en que Mesalina, la esposa del emperador Claudio, decidió desafiar a la prostituta mas conocida de Roma. Asistieron todos sus patas, aparte de un montón de hacendados y claro, los curiosos de siempre. En la actualidad en países como el Perú, por razones inexplicables, la verdadera religión es el fútbol. Y yo pienso que el gang bang tiene la misma clase de teatralidad, tú sabes, la misma pompa y desenfreno.

    Entrevistador: En cierta ocasión, a propósito del gang bang soltaste una frase memorable. Permíteme repetirla: “Una vez que realizas un acto ante la mirada de los demás generas un suceso que únicamente encuentra su sentido en la relación de tres factores: el protagonista, los espectadores, y el contexto en el que se hallan. Ningún acto en sí mismo contiene un especifico significado, nada es esencialmente degradante para nadie.”

    Margarita Cervantes: Claro, personalmente pienso que un evento en sí mismo es menos interesante que el discurso que lo rodea.

    Entrevistador: ¿Crees que el gang bang es un signo de los tiempos?

    Margarita Cervantes: Exacto. Es increíblemente contemporáneo. Pero no creas que estoy pensando en ideas como que es “un claro indicio de la decadencia del Imperio”. Ni tampoco en que hay “un sombrío tributo al lado oscuro”. No, nada de eso. Ni siquiera es “una moderna reminiscencia de los ritos de fertilidad en un mundo agotado”. No, no. Se trata de números, de estadísticas, de comercio. Es información. Y, por supuesto, es un acto completamente falso. Me recuerda a esos científicos que desarrollaron el elemento número 120, pero éste sólo existió 4 segundos. Este elemento en realidad no existe, así como el gang bang tampoco existe. El gang bang es como algunas teorías de la física o como el arte conceptual.

    Entrevistador: ¿Has encontrado un espacio para tu realización personal en la industria de la pornografía?

    Margarita Cervantes: No, no realmente. Es bastante paradójico. Hay bastante diferencia entre mi interés en la puesta en escena de lo erótico, y mis sentimientos acerca de la industria de la pornografía. Yo en realidad quiero hacer otras cosas. Así como me dispuse a realizar un experimento que se llama gang bang, así también podría pensar en practicar la monogamia. En realidad yo tengo mis propios prejuicios. Yo me veo a mí misma como la típica mujer de clase media arequipeña.

    sábado, septiembre 10, 2005

    Pepin


    He conocido gente que ha ejercitado la existencia de una manera rara. Pepín Garmendia era hijo bastardo de un famoso neurólogo. O hijo bastardo del hermano de un famoso neurólogo. O tal vez fue el fruto de los amores prohibidos de la hija de un famoso científico arequipeño. Pepín era de piel oscura como un indio pero sus rasgos eran delicados como los de un príncipe. Los huesos de su brazo y antebrazo eran finos. Podría haber sido un prócer pero parecía un prócer que hubiese sido encerrado en el fondo de una mazmorra durante todos los años de su formación. Un prócer que hubiese sido alimentado cada día con un plato rebosante de hidratos de carbono. Pepín Garmendia era un espadachín desprovisto de belleza. Su perfil parecía haber sido golpeado con una roca extraída de las aguas del río Chili. Las líneas perfectas de su rostro habían sido alteradas sólo lo suficiente para destruir toda hidalguía. Por eso (y quién sabe por qué otras razones) fue siempre menospreciado. Cuando una persona es agobiada por algún tipo de desprecio su alma corre el riesgo de convertirse en una cosa opaca: Un objeto ovoide y fibroso. Pepín Garmendia deambulaba como un fantasma por las calles de Arequipa. Llegaba silenciosamente a la casa del Rolo y se iba sin que nadie lo notase. En aquellos tiempos la Casa del Rolo era el centro del mundo. En ocasiones era el centro del universo. Vicente Hidalgo afirmaba (con ese tono insufrible de Vicario de Cristo) que el tamaño del universo es directamente proporcional al tamaño de nuestra alma. Y que la ubicación del universo siempre es aquí, en el centro.

    viernes, septiembre 09, 2005

    El oro de Golfinger

    Cuando llegaba alguna película del agente 007 el tío Adolfo aparecía en la casa preguntando si estábamos listos. Su hermana Ruth, nuestra madre, preparaba un licuado de leche con plátano y freía churrascos con encebollado. El licuado lo tomábamos rápidamente. Bebido. Nuestra madre arropaba los sánguches en servilletas y los empacaba con papel marrón. Bien provistos nos dirigíamos al cine Victoria, en la segunda cuadra de mercaderes, y hacíamos cola. Golfinger me impresionó mucho. Especialmente cuando James Bond regresa a la habitación y encuentra a una dorada chica desnuda. Al terminar la película sometí a Roland, mi hermano, a un exigente cuestionario. ¿Qué le pasó? ¿Murió porque la encerraron herméticamente? ¿Una cortina de oro de 24 kilates selló cada una de las millones de ventanas de su cuerpo? ¿Hacinada dentro de sí misma languideció y se apagó por completo? ¿El espacio que le correspondía no era sólo el espacio contenido debajo de su piel? ¿Ella era ella y lo que la rodeaba? ¿Para vivir necesitaba emitir su perfume? ¿Necesitaba arrancar del aire gotas de rocío, productos químicos variados, ruidos, ondas de radio? 

    jueves, septiembre 08, 2005

    Memorias de la tripa 1


    Luego de superar la barrera de los cinco años de vida descubrí las salteñas. Las vendían libremente en la cantina de la Escuela Normal de Varones y costaban 20 centavos. Probablemente las envolvían en un trozo de papel marrón. Su relleno era precioso: carne, papas, zanahoria y una aceituna. Pero a mí lo que me encantaba era la fina trenza que coronaba a la salteña.
    Los recuerdos más emocionantes no son de aquello poseído sino de lo que por una u otra razón no se pudo poseer. Nada en el mundo me gustaba más que los sánguches de pierna de chancho con sarza de cebolla. Luego de cumplir los 8 años amaba morder grandes sánguches de pierna de chancho. Un día estaba con un ánimo atrabiliario y deseaba mostrarme brusco con mi progenitor. Mientras este merodeaba por la oficina apareció alguien con una bolsa de papel. Mi padre la abrió y extrajo un par de sánguches de pierna de chancho. ¿Quieres?, me ofreció. Esperaba verme danzar en torno a su escritorio. Esperaba ver mis negros ojos muy brillantes. Nada me hubiera costado comerme ese sánguche de pierna de chancho. Lo normal hubiese sido buscar un lugar tranquilo para contemplar un segundo el sánguche de pierna de chancho. A nadie le hubiese extrañado que yo hubiese dado una mordida pequeña al sánguche y luego le hubiese dado una mordida un poco más grande. No todos los días alguien me ofrecía un sánguche de pierna de chancho. En realidad casi nunca nadie me ofrecía un sánguche de pierna de chancho. No tengo hambre, le dije, esforzándome por hacer visible lo mundano de mi actitud. ¡A que no se imaginaba que yo era capaz de no comerme un sánguche de pierna de chancho! ¿No quieres?, se asombró mi padre, cayendo en mi trampa. No, aseguré, increíblemente adulto. Bueno, dijo, y metió el sánguche en el cajón derecho de su escritorio. Yo salí de la oficina y me alejé.
    Cinco minutos después el sánguche de pierna de chancho giraba en órbita en torno a mi cabeza. Mi pecado es el orgullo así que logré contenerme treinta o quizá cuarenta minutos. Finalmente me asomé distraidamente por la oficina. Noté que el lugar estaba extrañamente tranquilo. No había nadie en el escritorio de mi padre. No había nadie en la oficina de mi padre. No había nadie en todo el planeta tierra. Y el primer acontecimiento trágico de mi vida se precipitó cuando infructuosamente intenté abrir el cajón derecho del escritorio de mi padre, férreamente bloqueado con una antigua cerradura. Desorientado alcé la barbilla en gesto pensativo.
    Esa noche esperé con un ojo abierto sobre la almohada. Mi padre, sin embargo, solía irse de juerga con su amigo Dante Simoni. Visitaban el Chez Nino y lugares similares tomando pisco con cinzano y comiendo sánguches de pierna de chancho con sarza de cebolla. Solían regresar de madrugada en una roja camioneta Chevrolet.
    A la mañana siguiente me tragué el orgullo y fui directamente a la oficina. ¿Puedo comerme el sánguche de pierna de chancho? Mi padre me miró asombrado. ¿Qué sánguche? Eso produjo una enorme caos en mi mente que duró años. Tal vez dure hasta el momento en que escribo estas líneas.

    domingo, septiembre 04, 2005

    El matrimonio del Subte


    Cuando Miguel Barreda salió del colegio Max Uhle se aplicó a una actitud y a un vestuario algo dark, lo que obligó a sus allegados a acuñar para él la chapa de “subte”. Luego, aprovechando su secreta fibra teutónica, consiguió una beca para estudiar germanística, o algo por el estilo, en Berlín. Ese endiablado idioma no presentaba demasiados problemas para el muchacho, pero éste, ansioso de un destino menos académico, arrastró su carpeta hasta el vecino pabellón de la Escuela de cine (a 3 Km.). Y así pasó largos años de desvelos escrutando el mundo a través del ojo de su cámara. No descuidó, sin embargo, su vestuario, lleno esta vez de cadenas y de cuero curtido. En sus escasos momentos libres, a altas horas de la noche, garrapateaba extraños textos. Uno de estos, enviado a Lima, se hizo acreedor al primer premio del, en esos tiempos codiciado, concurso de las mil palabras, de Caretas. Años después, cuando ya todos se preguntaban que qué era de su vida, apareció a las faldas del Misti con la loca idea de hacer un film que incluyese material rodado en la borrachera de bienvenida que le organizaron sus patas del colegio, en el almuerzo con cuyes chactados que le preparó su madre, y en las entusiastas reuniones frente al televisor para ver a la siempre infortunada selección peruana de fútbol. El asunto no le salió nada mal, y hasta incluyó material rodado interrogando a los incautos sobre el recóndito nombre del sillar. El noficción resultante fue visionado con gran placer por los vanguardistas más ultras, que no pudieron evitar preguntarse y ahora qué. Y ahora qué hará el Subte. Y lo que hizo fue Y si te vi, no me acuerdo, el primer road movie peruano, una cinta de extraño pulso que va por la panamericana sur hasta llegar, como no, hasta las mismísimas faldas del Misti. Un vacilón.
    Pero lo que más le gusta al Subte de su largometraje no es tal o cual logro cinematográfico sino la chica que se agarró mientras preparaba el estreno arequipeño. Los agentes de prensa del cineasta no han proporcionado mayores detalles útiles para la prensa amarilla, pero aparentemente el asunto fue violento y salvaje. Una templadera. Y finalmente Ángela Delgado hizo un gesto afirmativo cuando el Subte se colocó de hinojos y recitó un antiguo poema. Y así todo terminó en el altar. Hace un par de semanas la feliz pareja legalizó su unión, enrumbando luego al jardín del Museo de Arte moderno, donde la juerga alcanzó elevados decibeles.

    sábado, septiembre 03, 2005

    Sobre el sentimiento trágico o cómico de la vida

    Pregunta: ¿La vida es un acontecimiento trágico o cómico?
    Respuesta: Depende de los medicamentos que estés tomando.
    (Richard Corliss)

    A fuego lento

    ¿Un cocinero está a la altura de un poeta? Esta pregunta encuentra un lugar central en la película La passion de Dodin Bouffant (2023), dir...