Pastrana
visitó las principales metrópolis del mundo occidental deslumbrando con los
acuáticos ajetreos de su vals, con el timbre de su voz, con el prodigio de su risa. Pastrana fue
requerida de amores por veinte individuos y, cuando se corporizó el inevitable hombre
de prensa, ella alegó que ninguno era lo
suficientemente rico. Pastrana llegó a alzarse 1.34 metros sobre la superficie
del suelo y fue vista en este planeta más tiempo del que corresponde, más
tiempo de lo humanamente soportable. Su historia empezó en Sinaloa, México. Se
dice que una india llamada Espinosa había desaparecido repentinamente en 1830 y
que solo años después fue encontrada, casualmente, por unos vaqueros. Espinosa habría
asegurado haber sido encerrada en una cueva por un grupo de hostiles, en una
zona atestada de animales enfurecidos. Espinosa iba acompañada de una niña de 2
años llamada Pastrana. Y cuando Espinosa repentinamente dejó este mundo Pastrana
optó por trabajar como sirvienta. Sin embargo, en abril de 1854, deseosa de exorcizar
su nostalgia, decidió volver a sus serranías. El viaje fue largo y claramente laberíntico.
Recién arribó a la aldea de sus ancestros el 13 de febrero del 2013, en medio
de una insólita ceremonia en la que participaron autoridades y miembros de la
prensa local, nacional e internacional. ¿Qué ocurrió?
En
el camino se topó con un norteamericano. Un tipo de ojos elocuentes y boca
grande y pálida que le hizo una propuesta irresistible. Y así visitaron
Cleveland y asistieron a galas militares. Se dice que soldados bravos y
extremadamente apuestos hacían cola para bailar con ella. Se dice que ella giraba,
que brotaba música. Pero en el momento más elevado de su notoriedad Pastrana se
animó a cruzar el océano. Charles Darwin escribió entonces: «Pastrana es una mujer extraordinariamente
fina pero tiene una gruesa barba y frente velluda. Tiene en ambas quijadas,
superior e inferior, una irregular doble hilera de dientes. Una hilera colocada
dentro de la otra, de la cual el doctor Purland ha tomado una muestra. Debido
al exceso de dientes, su boca se proyecta hacia adelante.» [1] (Es
probable que el momento más desconcertante de la vida de Pastrana ocurriera cuando
alguien sugirió que era completamente ajena a la especia humana.) Continuando
su gira, en Leipzig protagonizó Der
curierte Meyer, una obra de teatro escrita especialmente para ella. Trataba
de un hombre que se enamoraba de una tapada limeña. Cuando el pretendiente no
estaba en escena Pastrana descubría una sonrisa. El público estaba obligado entonces a sofocar su
regocijo. Pero la policía alemana puso espías en la sala y el teatro fue finalmente
clausurado. En 1857 su manager reapareció luego de un fin de semana perdido y
exigió, finalmente, la mano de Pastrana. En Viena, crecientemente posesivo, la incitó a someterse
a exámenes fisiológicos. Luego le prohibió, terminantemente, salir a plena la
luz del sol. Cuando por fin llegaron a Moscú, en medio de aquella zarandeada
gira, Pastrana dio a luz a un bebé peludo que falleció a las 35 horas. Tristemente
Pastrana lo siguió cinco días después.
Momentáneamente
desconcertado, el marido solo atinó a vender los cadáveres. El profesor Sukolov,
de la Universidad de Moscú, luego de
algunas insólitas anotaciones para la historia de la medicina, optó por
aplicarles un tratamiento de su invención. A diferencia de las momias del
antiguo Egipto, la de Pastrana y su pequeño hijo retenían su color, forma y
apariencia, creando la ilusión de un beatífico
sueño eterno. Sukolov las acomodó en el museo de la Universidad, ella ataviada
con uno de sus lujosos trajes de baile, él como un marinerito. Las multitudes,
sin embargo, atrajeron también al manager, que rápidamente extrajo su
certificado de matrimonio. Con su familia nuevamente reunida tomó la decisión
de regresar a Inglaterra con ilusiones renovadas. Y es así que en 1864 este afortunado
individuo conoce a una mujer con una condición similar a la de Pastrana y la pide
en matrimonio. El espectáculo se anunciaba como la hermana de Pastrana velando
el sueño de Pastrana. O tal vez como Pastrana renacida contemplando su antigua
manifestación. Por desgracia en 1880 el manager sufrió un ataque de nervios y fue
retirado a un manicomio. Los restos de la mujer más fea del mundo, sin embargo,
continuaron su camino. Circos, cámaras de los horrores, museos de cera, hasta arribar
finalmente a algún polvoriento depósito de alguna universidad de Noruega. Allí,
durante décadas, permaneció Julia Pastrana contemplando a los roedores.
Finalmente, por iniciativa de algún bienaventurado, en Febrero de 2013, sus restos fueron oficialmente
entregados a las autoridades Mexicanas. Yacen en lo alto de un cerro (con vista
a su soleada aldea natal).
[1] En The
Variation of Animals and Plants Under Domestication, vol. II. John Murray.
Londres. 1868. P. 328.
Ilustración: H. Konig Retrato de Julia Pastrana.