La codicia es una de las fuerzas que tensan nuestro
espíritu. El desmedido apetito de poder, riqueza, influencia, prestigio es la
torturada senda para consagrar la supremacía sobre el prójimo. La codicia
impulsa a romper records olímpicos pero corroe el nervio óptico: destruye la
capacidad de vislumbrar el pasado y el futuro (del otro). Es fácil arrancarle
el corazón al vecino si creemos que estamos rodeados de seres unidimensionales.
Ilustración: Dawn Mellor, Death Army