miércoles, julio 10, 2024
Blanca y roja
sábado, junio 08, 2024
Un clavel en el andén de la provincia
domingo, mayo 26, 2024
Dichosos los ojos que te ven
lunes, abril 15, 2024
La herida más hermosa del mundo
El gesto de sorpresa ante el fenómeno de la existencia tiene muchas formas
¿Entre tantas opciones por qué un genio de provincias eligió la interpretación del dolor?
¿A qué se debe esa audacia magistral que humilla amplias zonas de lo razonable?
¿Por qué esa ilógica reinvención de la belleza?
La respuesta es simple: él sufría un caso grave de hiperestesia
Varios declararon incluso que solía angustiarse por el simple hecho de estar vivo
Pero sobre la faz de este planeta feroz no hay nadie que no tenga alguna herida desgarradora
Es cierto
No hubo no habrá
Pero la de César Abraham Vallejo Mendoza era una herida sobresaliente
Vallejo no sólo miraba de frente sino que también escrutaba de espaldas
Él conocía los cristos del alma
Él sabía lo que es tener marías que se van
Él tenía una idea de la técnica para cocinar águila al vino
Cuando él pensaba en el pasado no pensaba en el pasado
Él estaba en el pasado
Y él se lanzaba de lleno hacia el futuro con su bien planchado traje gris
Y él llegaba hasta demasiado allá hasta bien allá hasta donde estamos todos los demás
Pero lo más importante es que el buen Vallejo había sido bendecido por un poderoso procesador integrado en lo más hondo
El poeta recibía todos los datos salvajes y algo daba vueltas vertiginosamente en su enorme cabeza
Y saltaban esos versos inauditos directo a la estremecida página en blanco
Y mientras ocurría todo eso él comía incluso un pan recién salido del horno
¿Pero por qué un pobre tipo de un pueblo remoto ostentaba una prodigiosa herida en este redondo planeta tierra?
Sabe Dios
Pero la herida de César Vallejo era una herida que se alojaba en una tremenda coordenada
Era una herida que estaba en el núcleo mismo de todo lo que se agita
Por eso
Porque esa herida producía el gran dolor
Un dolor parecido a la secreta y absoluta jaqueca
Un intenso dolor en el gran hueso fidedigno
Un dolor en ese órgano vital que se enciende demasiado
Un dolor que florece por allá en toda la extensión del terrible acaso
Un dolor que obliga a vibrar a todas las vocales
Un patético sentimiento tan absolutamente fascinante que hasta hace destellar el dorso de una lágrima
sábado, abril 13, 2024
Poeta para leer en el metropolitano
En uno de sus poemas, Jorge Eduardo Eielson advirtió que su corazón estaba latiendo estúpidamente desde el amanecer del 13 de abril de 1924. Durante más de ochenta años este poeta estableció así una conexión entre el territorio que había colonizado el pulso de su corazón, y la amplia región del mundo exterior que se extiende hacia el fulgor de las estrellas. Muchos creen firmemente que solo después del padre Vallejo se alza Eielson como el más impactante poeta del Perú. Su amigo Szyszlo contaba que, ya desde muy joven, Eielson tuvo la aureola de una persona especialmente dotada, y esto quedó confirmado cuando a los 21 años recibió el Premio Nacional de Poesía por un primer libro que exhibía perfección verbal y un altísimo refinamiento.
Algo que los poetas pueden hacer con gran facilidad es cometer errores. La obra de los buenos bardos tiene solo un 10 por ciento de poemas a los que estos deben su relevancia, el 90 por ciento restante es material algo prescindible. Eielson es un caso raro porque encontró la manera de que el 90 por ciento de sus poemas prescindibles sufrieran una mágica mutación hasta convertirse en algo en cierto modo más interesante que lo imprescindible. Quizá porque incluyó el ingenio, el virtuosismo, la travesura, la audacia, el error y probablemente hasta el reconocimiento de la estupidez intrínseca de lo humano en su paleta cromática. Pero lo que sí queda claro es que el 10 por ciento de la obra de Eielson contiene sólidas obras maestras. Ya lo dijo él en algún lugar: mi cerebro es de oro puro, mi corazón de terciopelo, mi sexo de cristal.
El acontecimiento trascendental en la vida de todo ser humano es el momento en que este se mira en el espejo. Esta experiencia ha sido clave en la composición de algunos de los mejores textos de este poeta peruano quien, usando sus autorretratos, nos transmite un insólito universo diseñado con trazo limpio y exacto colorido. Su poesía navega así con la gracia de un bailarín entre metáforas sorprendentes y brillantes adjetivos.
Pero la vida real de Jorge Eduardo Eielson parece haber tenido también materia para la leyenda. Como muchos artistas tuvo un asunto con sus progenitores. Según cuenta Martha Canfield, su madre lo entregó a tres mujeres que se encargaron de educarlo con -en ese orden- el rigor, la ternura y la música. Su madre, sin embargo, solía visitarlo, y cierta mañana le explicó que su padre había muerto. Solo muchos años después, ya hacia el final de su vida, pudo por fin enterarse que el apellido Eielson lo había heredado de un ciudadano norteamericano que, luego de engendrarlo, había huído hacia el norte sin jamás mirar atrás. Se enteró también que en Wisconsin tenía un par de hermanas, que tampoco miraban hacia atrás.
La conexión entre cosas desiguales es algo que hace muy bien la poesía de Eielson, y fue quizá eso lo que alimentó su vocación interdisciplinaria, su afanosa búsqueda experimental. Su capacidad de conseguir encuentros felices entre universos diferentes provoca siempre un estallido de maravilla y de revelación. Sus poemas navegan con fluidez entre varios terrenos: lo banal, lo visceral, lo clásico, lo exquisito, lo cósmico, lo superficial y lo extraordinario. Eielson es también capaz de señalar a la amargura, al sollozo y a la tristeza con tan admirable elegancia que extingue cualquier telúrica resonancia. Tenía entonces algo de sentido aquella carta que en los años sesenta escribió a la NASA solicitando que, llegado el momento, acepten la misión de arrojar sus cenizas en un cráter de la luna.
viernes, marzo 15, 2024
¿Dónde están los buenos?
Durante décadas se fue constituyendo la idea de que la víctima emblemática y mediática universal eran los judíos. Miles de libros y películas provocaban nuestra indignación hacia los alemanes de Hitler y nuestra compasión por sus millones de víctimas. Por eso en estos días resulta tristemente desalentador ver como Israel, la nación del pueblo tantas veces herido, se comporta con extrema ferocidad contra la población civil de la franja de Gaza. Como el criminal que trata de intimidar a los testigos de sus delitos, las autoridades israelíes y demasiadas asociaciones judías alrededor del mundo, repiten con tono amenazante eso de “no habrá olvido ni perdón” contra sus críticos. Esta situación se ha hecho muy evidente hace unos días cuando el realizador británico de ascendencia judía Jonathan Glazer al recibir su premio Oscar dijo: “Ahora comparecemos aquí como hombres que se niegan a que su judaísmo y el Holocausto se vean secuestrados por una ocupación que ha llevado al conflicto a tantas personas inocentes, ya sean las víctimas del 7 de octubre en Israel o del ataque que se está llevando a cabo en Gaza”. Inmediatamente fue acusado de apuñalar por la espalda a los suyos. Es entonces claro que para Israel la raza te determina. Una triste idea que siempre ha hecho posible justificar los actos más vergonzosos contra los “otros”, a los que rutinariamente se ve como una amenaza.
martes, febrero 13, 2024
Inka Trail (Versión definitiva)
Me encantan las historias. Soy un lector asiduo. Mis primeras aventuras con la literatura ocurrieron a los 10 años, cuando empecé a escribir una novela titulada El capitán Tormenta. Mi intención era superar a Emilio Salgari, pero después de que las primeras ochenta páginas atrajeran la atención de un grupo de parientes, sufrí un repentino bloqueo de escritor que duró largos años. Durante mi extendida adolescencia, descubrí que si los galenos me hubieran atrapado, me habrían diagnosticado un llamativo caso de trastorno de atención. Eso evitaba que yo pudiera sostener la debida concentración para emprender proyectos de largo aliento. Por eso me dediqué a escribir poemas, porque las palabras surgían de pronto, casi como en el decimonoveno ataque de nervios. Nunca, sin embargo, abandoné la idea de escribir una novela. Y cuando durante la última década del siglo XX pronuncié en voz alta la famosa frase “ahora o nunca”, di el primer paso escribiendo una carta de renuncia a un trabajo en el que era casi imposible que me despidieran. Acto seguido, me largué a la ciudad del Cusco. Me gustaba ese sitio porque, por alguna razón, pensaba que allí recalaban todas las almas perdidas. Y fue así como escribí una historia desde el punto de vista del cantinero de uno de esos legendarios bares de la noche cusqueña.
Sé que hay escritores que escriben una obra maestra en pocos meses y luego se dedican a disfrutar de su relevancia. Por desgracia, yo no soy uno de esos. Escribo laboriosamente y tengo una prodigiosa tendencia a cometer errores graves. Por eso estoy obligado a corregir y corregir y corregir. Cuando terminé Inka Trail la envié inmediatamente al editor, mi viejo amigo Guillermo Cebrián. Pero la novela no estaba como tendría que estar. Y años después, alejado ya del mundanal ruido en las praderas de Texas, volví a la mesa de trabajo. Creo que ahora está mejor.
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