miércoles, octubre 17, 2018

Todo sitio es a veces ningún sitio



Juan Carlos Belon es un fotógrafo con firmes raíces en el sur del Perú y parte de Chile. En 1966 asistió, en uno de esos cines de provincias, a una función de Blow up, del legendario cineasta Michelangelo Antonioni, en ese momento empezó una relación con la fotografía que le duraría toda la vida. En 1981, en compañía del recordado pintor Choclo Ricketts, abordó un viejo vehículo acondicionado para soportar las desiguales rutas hacia lo profundo del Perú. La expedición artística duró meses, y fue el germen primordial para experiencias similares en la India, Japón y el continente americano.
Afincado desde hace décadas en Europa, Belón se formó estudiando a maestros como Walker Evans Robert, Frank, Miroslav Tichy, Frantisek Drtikol, Bernard Plossu, Willian Eggleston y Ed Ruscha. A fines del siglo XX regresó temporalmente a Arequipa y, bajo la influencia de los Encuentros internacionales de la fotografía de Arles y el Mes de la foto de París, organizó la primera bienal de fotografía del Perú. Su trabajo ha sido expuesto en galerías de Europa y América y ha participado como expositor en eventos de investigadores de las artes visuales.

Algo curioso en el trabajo de Belón es el evidente contraste entre sus recurrencias temáticas. Por un lado las despojadas composiciones libres de miembros de nuestra especie y por el otro una penetrante vocación de retratista. Quizá la tensión entre la presencia y la ausencia es el eje sobre el que evoluciona la búsqueda de este fotógrafo. Su serie de retratos de poetas de la segunda mitad del siglo XX fue difundida, con la dosificación que marcaba la partida de dichos bardos, llamando la atención por su coherencia. Sobresalían ahí un Washington Delgado firmemente adherido a su silla en el centro de una arquería de sombras, y un José Ruiz Rosas en la más reflexiva versión de un claroscuro. Pero es en la impresionante galería de ancianos del asilo Lira, que se exhibe en esta muestra, donde Belón maneja con lente inquisitivo la densa presencia de aquellos vecinos de la muerte. Belón no intenta una exclamación visual ante los rescoldos del gran fuego sino que observa, con impertérrita curiosidad, a esos que ya están en tránsito hacia la ausencia.
En el resto de su obra hay muchas fotos de calles o de espacios humanos abandonados. En las grandes urbes, donde todos los seres mutan hacia la fugaz forma de un transeúnte, Belón opta por capturarlos de espaldas, esencialmente anónimos, desprovistos de alguna solícita existencia. Y el asunto es verdaderamente radical en su serie Paisajes peruanos. Un aeropuerto abandonado, una carretera que desaparece tras una curva, una hilera de casas que son solo fachadas que maquillan el vacío. La desaparición de los humanos es unicamente alarmante cuando ha quedado una huella -un vestigio- de esa misteriosa presencia. Con aérea lucidez Juan Carlos Belón reflexiona en gran parte de su obra sobre la esencial contingencia de eso que llamamos lo humano.

En los últimos años Juan Carlos Belón se ha orientado a explorar el fenómeno del tiempo en la fotografía. En reciente entrevista asegura que su misión es dejar trabajar el tiempo invisible en el espacio de la mirada. Una imagen fija -una fotografía- atrapa un instante y lo encierra en una composición hecha de intención y estilo. Pero nadie puede triunfar contra el tiempo pues este persiste e insiste, y en su serie Entre temps Belón impugna el concepto mismo de capturar el instante, de congelarlo, de confinarlo a un formato específico. La consecuencia natural de esto es su deriva hacia la secuencia de tomas, tratando de convocar al tiempo interno de las imágenes o, como él afirma, reactivar los tiempos particulares de cada momento.

La basura de uno es el tesoro de otro, dice con crudeza una frase popular. Pero a veces la basura de uno es el tesoro de uno mismo. Es cosa de cambiar de lente y de dejar fluir un poco el calendario. Si bien reciclar es uno de los signos de la perdida de la inocencia que caracteriza al arte moderno, el pastiche, los remakes, y todo segundo uso suele encontrar su dinámica con el motor de la ironía. Pero la introspección de Juan Carlos Belón -el sumergir la nariz en el archivo personal- no está tocado por el signo afirmativo del que repasa lo usado como algo concluido, -como momentos simplemente postergados-, como quien hace una simple evaluación, sino que, en un arrebato de negación de la frivolidad de narciso, escarba buscando algún viejo error que lo conduzca a una novísima revelación. Parte sin duda de la idea de que lo imperfecto, lo desechado, posee una belleza que solo es posible desarrollar con una segunda mirada. Y es la multiplicación de esta segunda mirada lo que le permite a Belón realizar un trabajo abierto a la densidad, deliberadamente de espaldas a la espontaneidad.
La exposición en el Centro Cultural Inca Garcilaso que se inaugura el 8 de noviembre es una excelente oportunidad para poder ubicar apropiadamente la obra de este interesante fotógrafo peruano radicado hace décadas en Marsella.

viernes, septiembre 28, 2018

El cepillo de dientes, el horno y el teléfono estridente



Una mañana fui testigo de la absoluta incapacidad de don Pepe para mentir. Estábamos conversando cuando se le acercó una persona que, luego de una corta introducción, intentó comprometerlo para una reunión de viernes por la noche. El poeta, con impecable amabilidad, le informó que por desgracia le era imposible aceptar. El otro, renuente a soportar un no, le preguntó que por qué, que si tenía un compromiso ineludible. El bardo tan barbado, fijando la mirada en la punta de su zapato, dijo: Es que voy a viajar. Ah, replicó el otro, ¿Te vas a Europa, Pepito? Sí, contestó José Ruiz Rosas, viajo a Europa para la navidad. Aquel amigo, entonces, se alejó perplejo. Yo miré al poeta y pensé recordarle que recién estábamos en mayo, pero no dije nada, tal vez no le gustaba preparar sus maletas a última hora.

Hay ocasiones, sin embargo, en las que todos somos capaces de mentir. Pero no don Pepe. Cierto día, en el que el fenómeno de la nevada empezaba a crisparle los nervios, el teléfono empezó a timbrar con estrépito. Don Pepe gritó a Ximena: ¡Si es a mí di que he salido! Y con rápidos pasos abrió la puerta de calle y se paró en la vereda. Desde ahí vigiló a su hija y al teléfono y, cuando ésta colgó el aparato, volvió a entrar a su casa y seguió con la lectura de un tomito de Francisco de Quevedo.

Don Pepe como todo escritor, disfrutaba mucho escribiendo. Pero no solo poemas. Solía escribir carteles que distribuía por la casa. Cuenta Gloria Sanz que una tarde fue a tomar té con María Teresa y ésta le dijo que acababan de comprar un pequeño horno para calentar el pan. Al acercarse vio una nota adherida a la puerta: “Por favor, manejar con cuidado este altar temporal”.
En otra ocasión, en el baño, alguien encontró otro cartel pegado a la mayólica: “A quien corresponda: el cepillo de dientes es de uso personal”.


Una mañana en que estaba trabajando arduamente sonó el teléfono. Era don Pepe, que sin mayor preámbulo me preguntó si yo tenía problemas con la vista. Vacilando le conté que usaba lentes desde la universidad y que aparte de la miopía me las arreglaba bastante bien. Algo desconcertado, pregunté: ¿Hay algún problema? No, dijo don Pepe, es que estaba pensando en su apellido: Cha no ve. Y colgó.


Ilustración: José Ruiz Rosas por Luis Pantigoso.

miércoles, agosto 29, 2018

José Ruiz Rosas (1928- 2018)



COMO casa póstera quiero
un sitio pequeño en que exista
—solaz del espacio y la vista—
retama, jazmín, limonero.
Dijeran jardín extranjero
mas no importará: se conquista
la tierra total, no la pista
donde se extravía el sendero.
Y desde allí, ya sepulto,
se distribuirán mis tejidos
hacia lo total de este bulto.
Se dilatarán mis quejidos,
quedo resplandor del indulto,
entre los demás seres idos.
Nota: este poema escrito en Arequipa por José Ruiz Rosas fue incluído en el libro Dobles, de 1971.
Nota 2: Puede consultarse un par de textos sobre mi entrañable amigo haciendo click aquí y aquí.

lunes, agosto 20, 2018

Hábitat natural


Cuando Atahualpa Rodriguez escribió "yo no he nacido peruano; yo he nacido arequipeño" estaba poseído por la ebriedad del romanticismo. Pero el orgullo regional o nacional no es una virtud. Sentir amor por lo propio es natural, pero hacer de eso un culto nos lleva a distorsionar la realidad. Arequipa es una ciudad que tiene un enorme conflicto de identidad porque la atormenta ser una simple provincia. Arequipa piensa secretamente que debería ser la capital de un país, pero como eso es imposible, opta por refugiarse en la soberbia de la singularidad.  Arequipa es la capital de un país imaginario. Ese país es telúrico, sus calles irradian una sólida belleza, su música es rústica y emotiva, su gente tiende a ponerse filosófica a causa de un capricho atmosférico, y es ahí, solo ahí, donde se puede comer el mejor chupe de camarones del planeta. Y, por supuesto, hasta es posible tramitar un pasaporte de la Republica Independiente de Arequipa.

Ilustración: Alfredo Chanove.

viernes, agosto 17, 2018

El silencio del decir


Fue diagnosticado con agorafobia. Esa condición lo obligaba a disfrutar del confinamiento. ¿Era un prisionero? Quién sabe. En su juventud se dejó llevar por la idea de que una persona normal debe mantener una activa vida social. Este mundo considera lo gregario como algo no solo prestigioso, sino incluso indispensable. Finalmente optó por resignarse frente a la fuerza gravitatoria y se confinó a sus habitaciones. A partir de ese instante sus eventuales y obligatorias incursiones en el mundo exterior le resultaron doblemente desconcertantes. Sin embargo, y tal vez precisamente por esto, sus días en la extrema soledad empezaron a florecer en intensidad y plenitud. La dicha es un arbusto que da flores pequeñas pero de colores profundos.
Una enfermedad es una dolencia cuando se asume como una circunstancia adversa. Cuando la enfermedad se revela como lo correcto, entonces deja de ser una enfermedad. El egocentrismo transmuta en lógico todo lo patológico. La palabra caos adquiere, en un destello, un novísimo significado.


Ilustración: Alan McDonald.

viernes, julio 06, 2018

Fútbol



El fútbol no es cuestión de vida o muerte; es mucho más que eso.
Bill Shankly

Cuando el equipo gana ocurre algo geométricamente opuesto al dolor
La dicha del ganador es interesante
Los brazos se extienden inventando el signo de algún absoluto
(Y frente a tanta luminosidad es inevitable la ceguera)
El punto más alto de la felicidad es una circunferencia perfecta
De fuego
El punto de la felicidad sucede cuando se alcanza algo difícil
Algo que coquetea con lo inalcanzable
En cierta ocasión un jugador de tenis le ganó a un sujeto legendario
El campeón del mundo
El jugador (cuyo nombre he olvidado) gritó:
¡Es imposible!
¡Es imposible que yo le haya ganado!

Pero cuando se pierde el dolor es insoportable
El desconsuelo del perdedor es considerablemente interesante
El instante que sigue a la derrota es grandiosamente dramático
Porque perder es vitalidad que se ha ejercitado con tajante esterilidad
Infructuosamente
(Al día siguiente se dirá siempre que no fue infructuosamente)
Pero perder es la demostración de que todo es potencialmente letal
Perder es comprobar que solo somos lo que somos
Algo  tan débil y pequeño como nos temíamos
Por eso cuando caemos frente a la verde inmensidad
Es imposible evitar ese asunto de las lágrimas


Ilustración: Sigmar Polke. 

lunes, mayo 28, 2018

La Champions 2018/ Final



El coro entonaba
Como inculca el folklore del Liverpool
La iglesia protestante
El rojo sobre rojo de los hooligans
Repentinamente la diosa cegó al arquero Karius
Y la punta del borceguí de Benzema espoleó aquel balón
El árbitro pitó el final y el arquero perfiló su estampa pálida
Se dirigió a la hinchada
Juntando ambas palmas
Forgive me
Please forgive me


Ilustración: Julio Arriaga.

A fuego lento

¿Un cocinero está a la altura de un poeta? Esta pregunta encuentra un lugar central en la película La passion de Dodin Bouffant (2023), dir...