Juan
Carlos Belon es un fotógrafo con firmes raíces en el sur del Perú
y parte de Chile. En 1966 asistió, en uno de esos cines de
provincias, a una función de Blow
up,
del legendario cineasta Michelangelo Antonioni, en ese momento empezó
una relación con la fotografía que le duraría toda la vida.
En 1981, en compañía del recordado pintor Choclo Ricketts, abordó
un viejo vehículo acondicionado para soportar las desiguales rutas
hacia lo profundo del
Perú.
La expedición artística duró meses, y fue el germen primordial
para experiencias similares en la India, Japón y el continente
americano.
Afincado
desde hace décadas en Europa, Belón se formó estudiando a maestros
como Walker
Evans
Robert, Frank, Miroslav Tichy, Frantisek Drtikol, Bernard Plossu,
Willian Eggleston y Ed Ruscha. A fines del siglo XX regresó
temporalmente a Arequipa y, bajo la influencia de los Encuentros
internacionales de la fotografía de Arles y el Mes de la foto de
París,
organizó la primera bienal de fotografía del Perú. Su trabajo ha
sido expuesto en galerías de Europa y América y ha participado como
expositor en eventos de investigadores de las artes visuales.
Algo
curioso en el trabajo de Belón es el evidente contraste entre sus
recurrencias temáticas. Por un lado las despojadas composiciones
libres de miembros de nuestra especie y por el otro una penetrante
vocación de retratista. Quizá la tensión entre la presencia y la
ausencia es el eje sobre el que
evoluciona
la búsqueda de este fotógrafo. Su serie de retratos de poetas de la
segunda mitad del siglo XX fue difundida, con la dosificación que
marcaba la partida de dichos bardos, llamando la atención por su
coherencia. Sobresalían ahí un Washington Delgado firmemente
adherido a su silla en el centro de una arquería de sombras, y un
José Ruiz Rosas en la más reflexiva versión de un claroscuro.
Pero es en la impresionante galería de ancianos del asilo Lira, que
se exhibe en esta muestra, donde Belón maneja con lente
inquisitivo la
densa presencia de aquellos vecinos de la muerte. Belón no intenta
una exclamación visual ante los rescoldos del gran fuego sino que
observa, con impertérrita curiosidad, a esos que ya están en
tránsito hacia la ausencia.
En
el resto de su obra hay muchas fotos de calles o de espacios humanos
abandonados. En las grandes urbes, donde todos
los seres mutan hacia la fugaz forma de un transeúnte,
Belón opta por capturarlos de espaldas, esencialmente anónimos,
desprovistos de alguna solícita existencia. Y el asunto es
verdaderamente radical en su serie Paisajes
peruanos.
Un aeropuerto abandonado, una carretera que desaparece tras una
curva, una hilera de casas que son solo fachadas que maquillan el
vacío. La desaparición de los humanos es unicamente alarmante
cuando ha quedado una huella -un vestigio- de esa misteriosa
presencia. Con aérea lucidez Juan Carlos Belón reflexiona en gran
parte de su obra sobre la esencial contingencia de eso que llamamos
lo humano.
En
los últimos años Juan Carlos Belón se ha orientado a explorar el
fenómeno del tiempo en la fotografía. En reciente entrevista
asegura que su misión es dejar
trabajar el tiempo invisible en el espacio de la mirada.
Una imagen fija -una fotografía- atrapa un instante y lo encierra en
una composición hecha de intención y estilo. Pero nadie puede
triunfar contra el tiempo pues este persiste e insiste, y en su serie
Entre
temps Belón
impugna el concepto mismo de capturar el instante, de congelarlo, de
confinarlo a un formato específico. La consecuencia natural de esto
es su deriva hacia la secuencia de tomas, tratando de convocar al
tiempo interno de las imágenes
o,
como él afirma, reactivar los tiempos particulares de cada momento.
La
basura de uno es el tesoro de otro, dice con crudeza una frase
popular. Pero a veces la basura de uno es el tesoro de uno mismo. Es
cosa de cambiar de lente y de dejar fluir un poco el calendario. Si
bien reciclar es uno de los signos de la perdida de la inocencia que
caracteriza al arte moderno, el pastiche, los remakes, y todo segundo
uso suele encontrar su dinámica con el motor de la ironía. Pero la
introspección de Juan Carlos Belón -el sumergir la nariz en el
archivo personal- no está tocado por el signo afirmativo del que
repasa lo usado como algo concluido, -como momentos simplemente
postergados-, como quien hace una simple evaluación, sino que, en un
arrebato de negación de la frivolidad de narciso, escarba buscando
algún viejo error que lo conduzca a una novísima revelación. Parte
sin duda de la idea de que lo imperfecto, lo desechado, posee una
belleza que solo es posible desarrollar con una segunda mirada. Y es
la multiplicación de esta segunda mirada lo que le permite a Belón
realizar un trabajo abierto a la densidad, deliberadamente de
espaldas a la espontaneidad.
La
exposición en el Centro Cultural Inca Garcilaso que
se inaugura el 8 de noviembre es
una excelente oportunidad para poder ubicar apropiadamente la obra de
este interesante fotógrafo peruano radicado hace décadas en
Marsella.