Cuando Atahualpa Rodriguez escribió "yo no he nacido peruano; yo he nacido arequipeño" estaba poseído por la ebriedad del romanticismo. Pero el orgullo regional o nacional no es una virtud. Sentir amor por lo propio es natural, pero hacer de eso un culto nos lleva a distorsionar la realidad. Arequipa es una ciudad que tiene un enorme conflicto de identidad porque la atormenta ser una simple provincia. Arequipa piensa secretamente que debería ser la capital de un país, pero como eso es imposible, opta por refugiarse en la soberbia de la singularidad. Arequipa es la capital de un país imaginario. Ese país es telúrico, sus calles irradian una sólida belleza, su música es rústica y emotiva, su gente tiende a ponerse filosófica a causa de un capricho atmosférico, y es ahí, solo ahí, donde se puede comer el mejor chupe de camarones del planeta. Y, por supuesto, hasta es posible tramitar un pasaporte de la Republica Independiente de Arequipa.
Ilustración: Alfredo Chanove.