lunes, mayo 01, 2023

Cuaderno de un astrónomo empobrecido


Es evidente que el instante es nuestra chacra, el instante es objetivamente el territorio donde habitamos. El pasado y el futuro es algo que solo podemos imaginar. La conciencia de la singularidad es supuestamente la facultad definitiva de lo humano. Pero es obvio que la singularidad es algo creado por nuestra calenturienta imaginación. En esa medida los humanos somos seres hechos de ficción. El instante y lo singular vibran como una maravillosa anomalía en lo profundo de lo absoluto.


Somos seres claramente finitos, objetivamente temporales, pero simultáneamente eso llamado infinito nos contiene. Es una bella paradoja. ¿Cómo se las arregla lo finito para manejar su incoherencia en el dominio de lo infinito? ¿Es lo finito el motor de lo infinito? 


Siempre salta esa idea  terriblemente desconcertante de que somos un error de la nada, un defecto del vacío, una simple insurrección contra la perfección de la ausencia. 


Me cuento entre ese vasto grupo de los que tienen la convicción de que lo más peligroso que hay en este planeta es el ser humano. Somos unos niños malvados con juguetes maravillosos.


El uso de tópicos del péndulo esquizofrénico del canon en un poema no es lo importante. La angustia o fascinación por el lugar de lo humano en medio del oleaje del infinito es un asunto que ha ocupado a los poetas desde siempre, de una u otra manera. Los que hablan de soledad, los que hablan del cambio de paradigma, los que hablan de amor, los que mencionan el descrédito de la verdad, los que se indignan con la distracción tecnológica, los que se enfurecen con la persistente injusticia, los que se precipitan en el tema del sentido de la vida, todos de una u otra manera, están mirando hacia el mismo lugar desde siempre. Todos trabajamos con los mismos materiales, lo que importa es el palpitar de ese preciso yo en este preciso instante, justo bajo este sol intenso. 


Los vertiginosos logros de la ciencia no solo presentan deslumbrantes respuestas sino que, más importante, multiplican las preguntas que no estaban en nuestra lista.


Desde siempre se ha asociado al poeta con el demiurgo, con el mago, con alguien que tiene trato con las zonas de sombra de la realidad. Claro que en este tan tecnológico siglo XXI la romántica imagen ha perdido vigencia. Pero ahora, aunque los poetas ya no se disfrazan de poetas, la receta para escribir un buen poema sigue siendo la misma, y los bardos  aún aseguran en voz baja que cuando tienen una buena jornada es porque parece que algo misterioso anima a sus dedos sobre el teclado.


El poema es una construcción híbrida, como lo son todas las pociones mágicas.  En esa medida, la ciencia, las referencias culturales, las impertinencias coloquiales son, como el pelo de ahorcado o la escama de dragón, solamente  ingredientes que arrojamos al caldero hirviente bajo la luna llena. 


Sí, es cierto, en todo lo que sale de este teclado  hay una cierta actitud mística, un deslumbramiento, un espanto o curiosidad por el esplendor de la nada. 


Vivimos en una época en la que la gente enfoca todo desde una perspectiva utilitaria. Eso es simplemente no entender la poesía. La poesía es mucho más que la suma de sus partes.


La interrogación activa es algo incompleto que busca su plenitud, y en esa medida es el propulsor del movimiento. La dinámica de la interrogación está en el núcleo mismo de eso llamado vida. 


Por momentos me dejo llevar por un ánimo apocalíptico. En una época me contaba entre el vasto grupo de los que creen que los humanos somos un virus extremadamente ponzoñoso que ataca a un hermoso planeta. Pero luego me di cuenta que la cosa va más lejos y que la vida en sí misma es un fenómeno violento. No solo está el hecho de que para vivir tengamos que filetear y adobar a otros seres inteligentes, sino que si usamos un microscopio veremos una brutal batalla protagonizada por monstruos espeluznantes. Entonces, durante solo un segundo, me fue imposible evitar la interrogante: ¿No es demasiado alto el precio por el simple placer de estar vivo? Y claro, en ese momento se me ocurrió que si nos atrevemos a la lucidez inevitablemente seremos aplastados por el peso de la conciencia. Pero no nos atrevemos. Es imposible soportar la lucidez y, sin la menor vergüenza, alzamos la mano y pedimos un churrasco con encebollado.


La frase más conocida de Beckett dice algo así: "Alguna vez lo intentaste. Alguna vez fallaste. No importa. Intenta de nuevo. Falla de nuevo. Falla mejor." Se refiere sin duda a que todo lo que hacemos es imperfecto, pero que tenemos que seguir ascendiendo en los matices de la imperfección. Entonces si hay algo de lógica en este mundo el popular síndrome del impostor tendría que atacar a toda persona que alcance algún nivel de éxito, porque uno tendría que tener bien claro que todo lo que hace  es una mierda, tal vez una mierda de excelente calidad, pero mierda al fin.


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