Se supone que el amor es el gran tema de la literatura y el arte, pero en realidad es la desdicha la inquietud principal de los pobladores de este planeta. Son muchas las obras que tratan de cómo enfrentar la adversidad y son muchas las que de alguna manera inventan recetas para superar el disgusto de lo que suponemos erróneo. Como tantas, El Tío Vania, de Anton Chejov, es una obra en la que todos los personajes principales han fracasado en su búsqueda de la felicidad. Lo potente de esta pieza, y quizá la razón de su presencia en el canon universal, es que aquí se hace evidente que la vida real, las contingencias de la vida cotidiana, son las que corroen lentamente el potencial ideal de cada individuo hasta convertirlo en un sujeto absurdo, incluso malogrado. Cuando los personajes toman conciencia de su triste situación recurren inmediatamente a la típica ocurrencia: atrévete a ser feliz, rompe la dinámica de tu vida y sigue un sueño. Pero no, nadie le pone convicción a esa bonita idea y es Sonia, la más joven de los personajes, la que resume la situación: estamos condenados a vivir, y solo sumergiéndonos en la inconsciencia de la existencia seremos capaces de esquivar la desesperación. La vida es nuestro problema y la vida es nuestra solución.
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