Con paradójica frecuencia los matrimonios que tuvieron su origen en un gran amor colapsan antes que los otros, eso espurios, que se forjaron con una fórmula pasteurizada de racionalidad, simpatía y una dosis aceptable de cariño.
¿La razón? Los grandes amores son corroídos por la angustia de la temporalidad. El clímax de la pasión es un fuego imposible de mantener por siempre. Los grandes amores son aniquilados entonces por el factor decepción. Han probado la miel del paraíso y ya no tienen la habilidad para transitar el mezquino paso de la horas en la superficie de la vida real. Su capacidad de sobrevivencia ha sido minada por su nostalgia de aquello que alcanzaron, por la exigencia de la intensidad, por el permanente reclamo de sentir eso que suele etiquetarse como verdadero amor.