La asombrosa historia de los hijos gringos del brichero cinéfilo
Mantenidos en casi absoluto
aislamiento durante catorce años en el piso dieciséis de un edificio de la
parte más pobre de Manhattan, un grupo
de niños aprendieron todo sobre este mundo a través de una colección de films que
llegó a superar los cinco mil títulos. Puras
joyitas del séptimo arte como nutrientes para la mente joven. El sueño realizado
de tantos chicos que detestan las matemáticas y los otros disgustos del aula
escolar. El fundador de semejante régimen fue, aparentemente, un devoto de Quentin
Tarantino. Alegando temores de que sus
vástagos se animasen a probar las drogas que se ofertaban cada día en el
ascensor del edificio (entre otras cosas) impuso reglas muy estrictas. Compensó
su tiránico régimen con dosis copiosas de caramelo para los ojos.
En el 2010 la recién graduada
en la escuela de cine Crystal Moselle (auténtica hada madrina) vio al grupo de
seis chicos (entre 11 y 18) en una de sus iniciales escapadas por una calle de Manhattan. Iban vestidos de
traje y corbata y con lentes oscuros, como la pandilla de Reservoir dogs. No le
fue difícil convertirse en la primera amiga, y pronto los convenció para que le
permitiesen meter su cámara al hacinado departamento. Durante cinco años
registró a la familia Angulo en sus ritos cinematográficos, sus quebrantos, sus
ilusiones y luego, en su progresivo descubrimiento del mundo realmente
existente. El resultado fue The Wolfpack, un documental que ha sido comparado
con Grey Gardens, el maravilloso clásico de los hermanos Maysles.
Este documental tiene además
una sorpresa inesperada. Oscar Angulo, el padre y aprendiz de guru, conoció en
1989 a Susanne en alguno de los muchos caminos que conducen a MachuPicchu. Los
bricheros, ese grupo de peruanos que esgrimen con destreza lo ancestral y lo
mítico como proyecto de vida alternativo para seducir gringas son un fenómeno
sobre el que se ha escrito bastante. Se ha hablado de su desmelenada modalidad
de latin lover, de sus estrategias, de la belleza del buen salvaje, de su habilidad
en la sala de baile, de las innumerables anécdotas bajo la piadosa luna, pero siempre
se les perdía el rastro cuando, finalmente, eran invitados a dejar el Perú para
acomodarse en alguna urbe del primer mundo.
Como es natural, el documental
se centra en la idea de niños cautivos obligados a vivir en un feudo particular,
condenados a ser desadaptados en su ciudad natal, la capital del mundo. Siempre
han resultado intrigantes (e inquietantes) las organizaciones sociales que de
alguna manera implican una negación de lo establecido, de lo prestigioso.
Especialmente si tienen un cierto aliento a tribu perdida. Pero a diferencia de
las sectas de fanáticos religiosos y similares, la tribu de los Angulo gira en
torno al más milagroso de todos los cultos, al único que nos revela a un Dios
omnipresente y que todo lo puede: el cine.
Esto de niños secuestrados es
un tema que recientemente ha sido también objeto de
The room, una lograda película dirigida por Lenny Abrahamson. Aquí Jack, un niño de siete años que solo conoce el interior de un pequeño recinto tiene una visión de la realidad absolutamente determinada por la televisión. Si bien este tipo de casos son malignamente extraordinarios, es inevitable sospechar que, en ocasiones, nosotros también podríamos caer en la lista de sospechosos habituales. Ante el temor a los innumerables depredadores que pululan en las ciudades con frecuencia confinamos a los hijos a un territorio perfectamente delimitado. Los vigilamos electrónicamente en nuestras casas y monitoreamos afanosamente sus excursiones. Los colegios son recintos con altas medidas de seguridad y las ocasionales fiestas exigen la supervisión de un adulto responsable. Y, lo más importante, a través de la fe religiosa, de los compromisos de la clase social, o de alguna peculiar ideología, tratamos de que el rebaño perpetúe las obsesiones del pastor.
The room, una lograda película dirigida por Lenny Abrahamson. Aquí Jack, un niño de siete años que solo conoce el interior de un pequeño recinto tiene una visión de la realidad absolutamente determinada por la televisión. Si bien este tipo de casos son malignamente extraordinarios, es inevitable sospechar que, en ocasiones, nosotros también podríamos caer en la lista de sospechosos habituales. Ante el temor a los innumerables depredadores que pululan en las ciudades con frecuencia confinamos a los hijos a un territorio perfectamente delimitado. Los vigilamos electrónicamente en nuestras casas y monitoreamos afanosamente sus excursiones. Los colegios son recintos con altas medidas de seguridad y las ocasionales fiestas exigen la supervisión de un adulto responsable. Y, lo más importante, a través de la fe religiosa, de los compromisos de la clase social, o de alguna peculiar ideología, tratamos de que el rebaño perpetúe las obsesiones del pastor.
Pero The Wolfpack, al borde
mismo de su tema central, nos ofrece una inesperada sorpresa. Como se sabe toda
gran obra tiene que tener un gran villano. En The Wolfpack Oscar Angulo, el brichero, es el rufián estelar. Odia
el trabajo, se emborracha, le pega a su mujer y mantiene a su familia bajo un
régimen despótico. No hay manera de sentir simpatía por él. Pero de las
resentidas expresiones de sus hijos y de sus escasas, casi furtivas,
apariciones, se puede adivinar el drama. El drama del victimario. Como bien
dice Graham Greene: sólo hay que acercarse lo suficiente a cualquier persona
(cualquiera) para que sea inevitable sentir piedad.
Los bricheros suelen ser
considerados los vividores andinos, pero esa es solo una ocasional perversión. Si
bien estos son una consecuencia del fenómeno del turismo, el espíritu que los
anima es tributario del movimiento hippie en entusiasta fusión con certezas de
algún misticismo incaico. Una de las
características de los bricheros es su carisma, que luego suele evolucionar
hacia la megalomanía. Durante treinta años Oscar Angulo ejerció tal embrujo
sobre su gringa, que esta rompió completamente con padres y allegados. Antes de
afincarse en Manhattan, viajaron por toda USA a la caza de la oportunidad que
realizaría un sueño: ver a Oscar Angulo convertido en un rock star.
A diferencia de otros
inmigrantes que asumen el desarraigo de su tierra natal con valeroso realismo,
el brichero Oscar Angulo no solo fracasó en su intento de colonizar su nueva
patria, sino que, en una asombrosa demostración de delirio o arrogancia,
intentó atrincherarse con las únicas personas para las cuales era un soberano. Lo
que salvó a esta historia de sumarse a esas terribles noticias de sádicos
secuestradores es que este curioso monarca tenía como debilidad el amor por el
cine (y en el cine casi siempre aparece el héroe (o la heroína) para conducir
la historia hacia un final feliz).
The Wolfpack puede verse en Netflix.