Hay dos grandes tribus en el mundo
- Los del universo
de lo inmediato. Los que entienden la vida a través de la exaltación
sensorial. Esos que consagran a la euforia como el estado ideal. Esos que exigen
la satisfacción urgente del deseo. Esos que experimentan los incidentes
(de la vida) con adictiva vibración. Esos que piensan que la vida es una
marejada que inunda (inunda) la conciencia. Pero (por desgracia) no somos
ángeles. Esos pronto averiguan lo aburrido que es el mundo cuando la
capacidad de sorpresa se satura.
- Los otros. Los que
piensan en el futuro (y en el pasado). Los precavidos. Esos que lanzan una
amplia mirada (hacia el flujo del tiempo y la amplitud del espacio). Esta
zona que revela la (verdadera) proporción de los afanes humanos y permite
vislumbrar las coordenadas de lo real. Esa zona que requiere una actitud
mental que se sustenta en el estoicismo (para comprender el panorama de la
existencia). La conciencia de la muerte es característica frecuente en
este territorio y sirve para contrarrestar el efecto cegador de la euforia
vitalista. La melancolía es el terrible precio que pagan los de este
colectivo.
Nota: Solo una situación de conflicto rompe el
capullo de la identidad y crea las condiciones para el cambio. La renovación
necesariamente se da cuando el sujeto peregrina conmovido hacia la otra zona
del universo de lo humano. Porque el ser (el modo de ser) se revela como la más
estricta de las prisiones. Nota: Lo humano está labrado por la tensión entre lo
mediato y lo inmediato.