lunes, octubre 10, 2005

La niña santa


El cine de Lucrecia Martel es uno de los más personales en el ámbito hispano. Su sigilosa pero penetrante mirada explora el borroso drama que se desarrolla en torno a la aparente llaneza de la vida cotidiana. Nadie ha captado el espíritu de la provincia con más perspicacia e intensidad que esta argentina nacida en Salta, bastante hacia el norte de Buenos Aires. Evitando la tentación de la sátira o de la caricatura, consigue explorar en esos modos lentos y sin gracia tan propios de la periferia, encontrando y develando una subterránea y peculiar corriente lúbrica que se mueve en zonas donde el tiempo corre de manera diferente, en ciudades donde los signos de la interacción social no están puntuados por el pragmatismo de las capitales. La ciénaga (2001), su primera película, que fue galardonada como la mejor opera prima en el festival de Berlín, muestra la sutileza de su talento, que no comunica directamente, sino que por medio de su pausada dramaturgia tan bien articulada crea una efecto hipnótico que nos lleva al umbral mismo de la consciencia, del lenguaje. A esto se le suma su uso minimalista de la banda sonora, que hace del silencio un gran espacio donde desplegar los “gritos y susurros” de los personajes. La niña santa, que fue lanzado el año pasado, nos confirma a la Martell como la más notoria promesa del cine de autor hispanoamericano

viernes, octubre 07, 2005

Salsa Retórica


Advierta el amable lector que en las secciones gastronómicas, los comentaristas de cocina escriben sus notas exigiendo radicalmente a su colección de adjetivos. Es que esas palabrejas son los más vivaces sazonadores. Va un ejemplo de nuestra propia bodega.

El Chupe de Camarones de río encuentra un soporte amable y nada codicioso en la leche, que modera el fulgor del ají colorado, pero no lo mata, ni lo duerme, sólo extienden juntos una sábana que alcanza un pliegue precioso, turbador, en el sesgo del huacatay. El huevo escalfado, el repollo picado, las habas, el zapallo, suman juntos en un encargo de distracción que la leve mordida de queso serrano lleva a su pico elevado. Todos, incluso el arroz y la papa preparan el camino al sabor de la colita de camarón, al sabor rosado, casi blando.

El Chaque de Tripas es sabroso, espeso, robusto, quizá abrumador. Su sabor se consigue con una afanosa yunta de vaca (en lomos), chancho (en chicharrón), cordero (en tripa) y hasta de algo de llama (en cecina). Un caldo inmoderado y generoso. Sólo el rocoto de huerta, hervido, reposado, azota, dice arre, al caballo pinto de nuestro apetito.

El Rocoto Relleno plantea algo de filosofía. Es un equilibrio de elementos que permite encenderse -trepar, alzarse, levantarse- en un aromático incendio para acceder a la altiplánica dimensión del relleno (carne, maní y aceitunas), todo endulzado con pasas sin pepa. La corona de queso serrano cumple aquí sin duda el papel de sereno mediador que empieza su trabajo ya desde el interior de un horno de leña.

martes, octubre 04, 2005

Sabrosa perversión


En la historia de la humanidad millones de personas han muerto y siguen muriendo de hambre y, simultáneamente, hay otros que murieron y siguen muriendo de tanto comer. Es sin duda la más redonda de las ironías que cultiva esta civilización. Para hambrientos y sobrealimentados -dice el brasileño Rubem Fonseca- comer es la actividad más importante que existe. Comer es una urgencia y toda urgencia es trascendental.

Savarín, uno de los principales apóstoles del paladar afirmaba también que la gastronomía rige la vida entera, ya que el llanto del recién nacido reclama el rebosante seno de la nodriza; y el moribundo recibe aún con inexplicable avidez la poción suprema que, ¡ay! no podrá ya digerir.

Pero quizá el viejo Savarín exageraba. Satisfacer las necesidades alimenticias no es exactamente el asunto principal de la gastronomía. La Real Academia la define más bien como el arte de preparar una buena comida y la afición a comer regaladamente.

El refinamiento gastronómico en realidad se origina de una perversión propia de la civilización que consiste en focalizar su interés en el apetito y no en el simple afán de sobrevivir. Se supone que el apetito es sólo un instrumento del organismo, una alarma que anuncia la necesidad de un nuevo cargamento de energía. Pero cuando un individuo o una sociedad llegan al punto en que la emergencia por el alimento ha sido superada, es comprensible que se oriente a explorar los matices de la satisfacción del hambre. Ahí aparece el arte gastronómico.

La gastronomía es seguramente una de las bellas artes, pero su vehículo y materia prima -apetito e ingredientes- son fuertemente terrenales. No en vano el flaco Woody Allen se quejaba de que a pesar que detestaba la realidad, había que reconocer que era el único lugar donde se podía conseguir un buen bistec.

Las recetas son las partituras y los cocineros son los intérpretes, pero a diferencia de la música que puede dejar constancia de su milagro en una buena grabación, el arte gastronómico es efímero, y luego del instante de revelación sólo queda el recuerdo. Una impresión efímera pero no deleznable: su acción, como el trabajo del olfato, cala hondo y transforma nuestra existencia de una manera que deja poco espacio para la razón. Pero ahí está, como un camino más en la búsqueda de la belleza, como una cosa más que permite trascendernos.

domingo, octubre 02, 2005


El científico de Flandes.

El carnero sonriente

En aquellos tiempos en la ciudad de Arequipa había un bar llamado “El Carnero Sonriente”. Era un bar frecuentado por un famoso matemático oriundo de Flandes. Este sujeto era muy aficionado al licor de la casa. El científico de Flandes decía que el pisco “Demonio Invisible” era el licor más traslúcido que había sido creado por el género humano. Y lo consumía devotamente pensando que sólo un accidente había hecho posible tal néctar. Pensaba que la gente odiaba las situaciones accidentales y que pronto alguien haría correcciones. Y entonces el pisco ese diáfano demonio pasaría a ser un pisco como los otros piscos. Transparente, pero no tan transparente. O, incluso, y eso sí sería catastrófico, el propietario forzaría a sus químicos o técnicos viníferos o enológicos a teñir la espirituosa bebida con una tonalidad similar al color de la luz de la luna. El científico de Flandes le dijo en cierta ocasión a Vicente Hidalgo que debería sugerir a todos los miembros de la Banda de la Existencia más Fuerte que aprovechen el pisco “Demonio Invisible” mientras puedan. Y eso hacían. Con la fe y la esperanza de los que tienen una misión en la vida. Más tarde Vicente Hidalgo se enteró que el científico de Flandes tal vez no era una persona intachable. Era profesor de matemáticas avanzada para profesores de matemáticas avanzada. Cuando concluía su labor magistral en los claustros académicos se dirigía con paso cansino al “Carnero Sonriente”. Y allí, sentado en una mesa del fondo, rodeado por una nube de humo, consumía una tras otra 7 copas de pisco “Demonio Invisible” bien colmadas. Luego empezaba a quejarse de la escasa ambición de sus discípulos. No se puede edificar una civilización, explicaba. Horas después se perdía en la noche, tal vez en busca de otra cantina de nombre ignoto. En aquellos tiempos en Arequipa abundaban bares con nombres como “Todos vuelven”, “El cráter”, “Caos” “Quintinol”. Pero la tragedia llegó porque es parte de la estructura de lo real. Una noche el cónsul general de Flandes en Arequipa recibió una llamada. El matemático había sido detenido en la comisaría de Palacio Viejo acusado de actos reñidos con la moral. Una india recién llegada del valle del Colca era la agraviada. La indígena sentó la denuncia reportando que cuando se dirigía hacia la calle Alto de la Luna el gringo se le acercó con sigilo sin par. Y la empujó. Presionó su cuerpo contra el suyo. Sus partes contra sus partes. Riendo estentóreamente. Fue en ese instante cuando el Dios que mora en el templo de Yanque envió un emisario. Luego trascendió que el comandante de la comisaría de Palacio Viejo escribió en algo en su diario.

Página escrita por el comandante de la comisaría de Palacio Viejo
Muchas cosas ocurren en una ciudad tan vasta como Arequipa. Muchas cosas han ocurrido desde el principio de los tiempos. Muchas cosas han ocurrido desde que algo provocó que la compacta naturaleza de “Lo único” estallase provocando la estrepitosa condición de “Lo Múltiple”. Siempre he sentido un impacto profundo ante el espectáculo de los seres y las cosas afanados por llenar el espacio, por acabar con el silencio. Nostalgia de la totalidad. Nosotros: los árboles, los tigres de bengala, los peruanos. Nosotros: los hongos de las uñas, los organismos unicelulares, las células mutantes. Nosotros: las chispas de electricidad. Nosotros: los furiosos y radioactivos. Pero nosotros, todos nosotros, somos el rebaño de Dios. Y por alguna razón Dios responde a comandos (dictados por sí mismo) que lo obligan a provocar grandes eventos, conflagraciones, sucesos insólitos, llamaradas, bolas incandescentes, aguas turbulentas, pero también él, el magnífico, el laberintoso, siente un paradójico amor por el silencio, por la inmovilidad. Eso me reveló aquella mañana el arcángel cuando apareció en todo su esplendor en mi humilde comisaría.

domingo, septiembre 25, 2005

Fotos de mis exs desnudas

Cuando era adolescente conseguí una vieja Yashica para tomar fotos de mi enamorada. Estaba dormida. El primer amor nunca se deja tomar fotos calata. Ella estaba sobre la cama con la cara apoyada en la almohada y la pierna derecha torcida. Posición clásica que permitía vislumbrar sólo uno de sus senos, pero sí, con pasmosa claridad, la confluencia de líneas en la parte inferior de su trasero. ¿Se dice trasero o poto o culo? La amada inmortal sólo puede tener un hermoso trasero.

A mi segunda novia le gustaba tejer. Tejía prendas que nunca terminaba con lana de colores. Yo la agarré cuando estaba tejiendo sentada en la cama. Uno de sus pies se apoyaba en un mueble circular (de esos que se colocan frente a los tocadores) y la rodilla ocultaba al ansioso lente su sexo aún húmedo. Y su antebrazo derecho atesoraba sus pechos. Sólo se podía admirar el pezón izquierdo. No era el mejor de sus pezones, pero fue todo lo que pude conseguir con aquella vieja cámara.

A mi tercera novia le encantaba la idea de posar desnuda porque era una morena completamente salvaje. Cuando vio la cámara se fue rápido a la otra habitación y me gritó preguntándome por su bolso. Luego regresó apurada con su lápiz labial, con su rouge, con su pintalabios, y fue hasta el viejo televisor de 24 pulgadas y escribió en la pantalla: "Loquito". Entonces se recostó. Su largo y enredado cabello caía como una catarata por un lado de la cara y llegaba hasta su pecho. Se podía apreciar claramente ambos pechos, el ombligo, y el triángulo oscuro de su sexo. Pero lo que me encanta de esa foto es el ángulo que se produce en su cintura. Desde su axila se precipita una línea recta que alcanza la cintura y, luego, se desplaza una curva maravillosa que dibuja las caderas e incursiona en el muslo. Esa mujer era feliz. No sé por qué se fue. Siempre estaba preguntándome ¿En qué piensas?

Mi cuarta novia fue un hallazgo. Estuve a punto de caer de rodillas y elevar una plegaria. Ella me alimentaba. Era una mujer sustanciosa. Había ido a la playa y estaba tostada por el sol. Alzó los brazos y clic. Su rostro brillaba, sus ojos oscuros brillaban, su sonrisa era plena. Y sus pechos grandes y blancos parecían un antifaz sobre el resto de la piel oscura.

Con la quinta no sé exactamente cómo me fue. Tal vez hasta estuve a punto de tener hijos y de llevarla al altar. Era una de esas mujeres fuertes y sensatas que a uno lo hacen sentirse completamente inmaduro. Luego del amor se metió al baño a hacer pis y yo calculé cada segundo, y abrí la puerta violentamente, y tomé la foto. Ella tuvo tiempo de alzar su dedo medio, y de imprimir su mirada más imperturbable. No se podía ver nada especial, sólo el punto de inflexión entre su torso y sus extremidades. Y la cortina de baño, claro, a su lado. Una cortina a rayas que recién había comprado.

Mi sexta enamorada fue una linda chica. No quiso posar desnuda, pero aceptó ponerse una blusa de seda que permitía vislumbrar sus senos. Unos pechos perfectos y pequeños. El perfil del derecho aún me conmueve, visto a contraluz.

La sétima era una de esas damas que tienen arte moderno en la cabeza. Pegó algunas figuras en la pared, y pintó signos con una brocha. Luego se paró, muy erguida, frente a la cámara. Su cabello lacio caía por ambos lados y su mano izquierda, como una concha marina, ocultaba su sexo. Su brazo derecho, doblado, formaba un triángulo con el codo apuntando hacia un punto remoto.

Me octava novia me llenaba la vida de alegría. Simplemente se sentó en la cama y mostró su sonrisa. Se ve todo. Sus piernas estaban abiertas, además.

sábado, septiembre 24, 2005

Ojito de caramelo


Kate O’Brien es una fotógrafa australiana enloquecida por el color. Eladio, el crítico, hubiese dicho en su discurso: “Sus fascinación por el “golpe de vista” de la estética payasesca se une a una exploración de la fibra infantil de su alma que disfruta “interviniendo” muñecas”. Encontré su trabajo explorando en flick.com, ese sitio alucinante. Ver en eyecandyforthebrokenhearted

lunes, septiembre 19, 2005

Cantando bajo la lluvia


¿Qué es una obra maestra? Tal vez no es otra cosa que un milagro. Buena parte de las obras maestras no son producto de la entusiasta fórmula “99% de sudor y 1% de inspiración”. Ocurren más bien casi como un accidente, casi como una aberración. Ayer me tocó ver una vez más Cantando bajo la lluvia. Al apagar el televisor tuve la certeza que podía sumar un punto en mi lista de situaciones felices que me ha tocado vivir.
Según cuenta la historia el productor Arthur Freed decidió aprovechar el éxito de Gene Kelly en una película anterior y, con bajo presupuesto y estrecho espacio de tiempo, se lanzaron a hacer una película del más puro y regocijado entretenimiento. El argumento es sencillo y básicamente está centrado en circunstancia muy precisas de las etapas iniciales del cine sonoro. No hay para nada una vocación “universal”, que pretenda elevarse por encima de las menudencias contingentes. No, más bien aluden casi chismosamente a personajes muy precisos del momento. La película fue entonces rutinariamente festejada durante los meses de su lanzamiento, pero nadie se sintió particularmente emocionado. Ni críticos ni espectadores. Y sólo diez años después se reveló la obra de arte que yacía oculta entre el alegre empaque industrial. Aparentemente fue la influyente crítica Pauline Kaen la que hizo notar que Singin’ in the rain era el mejor musical de todos los tiempos. Una auténtica cumbre.
Como suele ocurrir el asunto viene por capas. En el primer plano están las prodigiosamente logradas secuencias de vaudeville, de canto y de danza de los notables Gene Nelly y Donald O'Connor. En segundo lugar la dinámica entre los personajes. Por ejemplo la no especialmente divina Debbie Reynolds se alza aquí corporizando a la perfección a una spring chicken, una chiquilla sana y rebosante de electricidad de signo positivo, una auténtica gloria de la realidad. Su par opuesto es el personaje de Jean Hagen, que representa a una estrella del cine que interpreta la vida a través de las revistas de chismes del espectáculo. En general la película es una divertida y traviesa reflexión sobre los diversos niveles de ficción y realidad. Al final se desenmascara las trampas de la fantasía al revelar frente a todo el público que la maravillosa voz del personaje de Jean Hagen había sido doblada por el personaje de Debbie Reynolds. Fin. Luego, algún irónico hizo notar el dato que en la vida real, en la verdadera vida real (¿?) Jean Hagen había doblado la voz con la que supuestamente Debbie Reynolds había doblado a Jean Hagen.

sábado, septiembre 17, 2005

El pan de yema y el Pibe


Un niño llevó una tibia porción de pan de yema al jardín de infancia. Investigué el origen de aquel bocado. Su progenitora horneaba panecillos. Imaginé que aquella madre era tierna y dulce y de piel vivamente aromática. La verdad, como es usual, no encajaba exactamente en la realidad. La mujer era tierna y dulce, y aunque nunca averigüé si su piel era balsámica, una tarde, al visitar a mi amigo, descubrí que los panes no eran amasados y horneados por una mujer demasiado hermosa. Mi condiscípulo, por otro lado, era un sujeto que se había amargado tempranamente al descubrir que hace falta toda una vida para aprender a vivir (y todo eso), pero quedará siempre en alguna parte de mi memoria porque tuvo el detalle de obsequiarme con un panecillo de yema de excelente sabor. Yo tenía cuatro años y aún no había adquirido la terrible adicción a los mariscos marinados en jugo de limón.
Otro impacto memorable en mi remota infancia fue el Pibe, un helado de vainilla de Donofrio. Yo estaba acostumbrado a engullir chupetes rojos, verdes y anaranjados que se fabricaban en un local de la calle Jerusalén, frente al colegio San Francisco. Los chupetes rojos eran de fresa, los anaranjados de naranja y los verdes de manzana. Alguien me contó que existían los azules, pero esos excedían todo límite y toda expectativa. Eran muy dulces y muy fríos. Yo había devorado miles de chupetes de todos los colores antes de probar el primer pibe de Donofrio. Aquel helado de crema con sabor a vainilla fue el indicio fundador de que existía un mundo inédito y gratificante más allá de los confines de mi aldea natal.

La herida más hermosa del mundo

El gesto de sorpresa ante el fenómeno de la existencia tiene muchas formas ¿Entre tantas opciones por qué un genio de provincias eligió la i...