martes, octubre 20, 2020

La creencia de que los poetas usan la palabra poesía porque no se les ocurre otra mejor tal vez sea cierta


 

Cuentan que en una entrevista Blanca Varela expresó cierto fastidio con la poesía. No ha sido la única. Muchos poetas han exhibido su pérdida de fé con ademanes vigorosos. Y es que esa urdimbre de metáforas, de astutos adjetivos, de palabras que se encienden bajo condiciones controladas, de giros retóricos que ambicionan algún efecto perturbador no es otra cosa que un truco, un ejercicio esencialmente artificial. Algunos hacen aparecer un conejo, otros logran partir en dos a una mujer hermosa sin derramar una gota de sangre. Pero al fin y al cabo, si no se está de humor para someterse a las leyes de la licencia poética, todo resulta un asunto francamente estúpido, y hasta es fácil comprobar que detrás de bambalinas hay un jorobado o un enano moviendo los cables ocultos. Por otro lado, los que dedican tiempo de calidad a leer poesía no son los suficientes como para tener impacto entre los estadísticos. Así que tal vez algún honesto congresista podría lanzar un proyecto de ley. Que dejen de obligar a los pobres niños a memorizar los Heraldos Negros. Que se corra la voz que es ridículo el tipo que le dedica un poema a su amada. Que se llene con obras en prosa los anaqueles anteriormente consagrados a la poesía. Que se lance un anatema contra los juegos florales. Todas esas medidas son perfectamente razonables. Pero, escuchen bien, es imprescindible dejar constancia que la poesía no es más estúpida que la vida. Ni por asomo.

Infinito amor


Sajarov le dijo a su mujer:

¿Sabes lo que amo por encima de todo?

¿Qué?

Las emanaciones lejanas de radio.


viernes, septiembre 18, 2020

Sabe Dios


 

Es una película y uno de los personajes dice que no hay motivo para jactancia o arrepentimiento porque todo, absolutamente todo, ocurre por designio divino. Dios no existe -argumenta el interlocutor. 
Miro mi televisor. Es altamente probable que dios no exista, pero para estos tipos Dios sí existe. Absolutamente. Es un sujeto que sostiene una taza de café sentado frente a su laptop. Si espero hasta el final sabré su nombre exacto. Es el screenwriter. 
En cambio todos los minutos, todos los segundos que contienen la vida en este lado de la pantalla tienen demasiado material redundante, demasiadas incoherencias, demasiada perífrasis, demasiado tiempo muerto, demasiados asuntos previsibles como para poder imaginar que nosotros también somos parte de una obra de ficción. Pero quizá el screenwriter de la realidad trabaja para una raza con una mente sobrehumana que puede encontrar franco entretenimiento en esta clase de basura.

jueves, septiembre 10, 2020

La piedra, el gorrión y el espejo

Conocí a Heiner Valdivia hace muchos años en la sala de audiovisuales de la UNSA. Me dijeron que era un caso grave de cinefilia, que era un tipo que bajaba compulsivamente películas de todos los géneros y culturas. Se hablaba de él como de un auténtico acumulador que tenía catalogada prácticamente toda la producción cinematográfica del hemisferio occidental y grandes porciones del resto del mundo. Era además, cosa rara, un tipo generoso, pues una amiga común contó a los envidiosos que le había grabado una columna con cien películas independientes, de esas solo aptas para gente con una provisión abundante de curiosidad e inteligencia. Años después alguien confidenció que en los ratos libres que le quedaban, entre película y película, Heiner Valdivia se había dedicado a las ciencias ocultas. Luego averigüé que en realidad no solía elevar salvajes ritos bajo la bendición de la malvada luna, sino que sus estudios se centraban en los enigmas de ese portentoso libro que es el I Ching, que encuentra una explicación al simple drama de la existencia humana en los ciclos del agua, del fuego, del relámpago. Fue entonces cuando un transeúnte dijo que Heiner Valdivia también escribía poesía. La verdad es que uno de los misterios de la especie humana es que casi todo el mundo, en algún momento, ha escrito poesía. La gente no está contenta con el abecedario y quieren inventar su propio idioma. Porque eso es la poesía, un idioma particular, íntimo. Todo el mundo escribe en su cuaderno secreto su primer poema y algunos escriben hasta el segundo. La poesía es además una manera hermosa de vivir la juventud, recorriendo los laberintos de la noche, susurrando poemas en la oreja de las chicas. Pero luego, por alguna razón, la gente se desanima y abandona. Hay millones de poetas desertores en los campos de batalla de la poesía.
Siguieron corriendo los años y de pronto alguien volvió a tocar el asunto, pero ya no dijo que Heiner Valdivia escribía poesía, sino que era un poeta y que había escrito libros muy buenos para probarlo. Elegir la poesía como tu prioridad número uno es algo serio. Incluso grave. Es algo que te transforma. Que te convierte en un ser imaginario. Y hace unos días Heiner Valdivia dejó caer en mi buzón unas pocas líneas donde me contaba que iba a presentar un libro que reunía un manojo de haikus. No niego que me sorprendí un poco. El haiku es una de las técnicas más difíciles de la poesía. El haiku exige pocos ingredientes. El principal es una extrema sensibilidad para percibir la belleza en lo más simple. El otro es la habilidad para decir mucho con un mínimo de palabras. En el libro de Heiner Valdivia hay un haiku titulado Piedra en el que cuenta que ha lanzado muy lejos una piedra pero que una parte del espíritu de ésta se ha quedado entre sus dedos. Me parece que esto es una perfecta arte poética. Cuando el poeta emite un poema lo hace por la urgencia de expresarse, pero también porque al escribirlo se realiza una función necesaria para su sistema vital. En esa medida cuando se dice que el poeta escribe para vivir, se está hablando de este fenómeno, de este ejercicio de lanzar piedras mojadas en una poción secreta. Los Haikus tradicionales solían expresar el sereno amor que los japoneses sienten por la naturaleza, esa comunión con su entorno natural que les permite hacer conexiones con otras capas del drama del universo. En Gorrión Heiner Valdivia ha compuesto un haiku de trágica belleza. Gotas caen del cielo, dice, y eso inmediatamente nos remite al ciclo de la esperanza y de la vida, pero con un simple y admirable trazo nos remonta a una imagen de dolor y de muerte. Espejo, en cambio, es un haiku que es producto de las miles de horas viendo películas. Es una escena que empieza con una habitación oscura y de pronto el rayo de luz del amanecer alumbra únicamente la esquina rota de un espejo. Una auténtica historia de suspenso. Después de leer su libro pienso que hace décadas, cuando por primera vez me hablaron de Heiner Valdivia, debieron decirme que era un poeta. Un poeta a secas. El resto es película.

lunes, agosto 24, 2020

La piedra la rosa y el zapato de Martín Adán

 


Nada inquieta más a la gente que la gente rara. Nada incomoda más que una piedra desigual entre las iguales. De los grandes poetas peruanos sin duda Martín Adán fue el más radical en su apuesta de vida. Su desmesurado interés por el pisco con vermut, su traje de casimir inglés perfectamente mugriento y su 40 años voluntariamente domiciliado en un manicomio se sumaron al cultísimo delirio sagrado de su poesía. Su leyenda prendió temprano porque su obra más exitosa la escribió a los 16 años, cuando aún gozaba de los privilegios de su extracción social. Pocas cosas resultan más irresistibles para cierto público que un príncipe que opta por el destino de un desastrado vagabundo. 

Si bien Martín Adán se mantiene firme en la primera fila de la poesía peruana, su obra no es particularmente popular. Los lectores adoran los versos citables y, hay que decirlo, este poeta se dejó tentar muy pocas veces por el verso de confortable belleza. José Luis Bustamante y Rivero, expresidente y viejo amigo, explicaba a los aturdidos: La poesía de Martín Adán no es para leerla sino para rezarla.

Con frecuencia se menciona a Martín Adán como un ejemplo de entrega absoluta. Se admira que a pesar de su inteligencia y sus títulos universitarios se haya negado a ubicarse en una posición solvente. Esta perspectiva es reveladoramente insustancial. El mérito por el que se mide a un poeta son sus logros, la calidad de sus obras, no el empeño o el colorido anecdotario. Leyendo la obra de Martín Adán es fácil advertir que fue un poeta dotado de un talento arrollador que hubiese sobrevivido incluso a la rutina del Banco Agrario. 

Cuando un gran autor se convierte en personaje se produce una distorsión en la lectura de la obra. A los poetas malditos, engendros del romanticismo, se le exige ser personajes trágicos, se les reclama que diariamente ofrezcan el holocausto de su propia vida, que escandalicen con sus ocurrencias y que, en calidad de interpósita persona,  desafíen a todo lo doméstico. Se supone que esta inmolación es necesaria para que el genio haga acto de presencia. Pero esa es solo una comprensible equivocación sobre algo levemente más complicado.

De las cosas que definen la poesía hay dos situaciones bastante elementales pero terriblemente poderosas. En primer lugar está el interlocutor válido. Cuando Martín Adán se expresa no se dirige a una persona común y corriente, no a un crítico o intelectual calificado, ni siquiera a alguien tan especial como él.  El auditorio de este poeta puede perfectamente calzar en cualquier cosa: digamos una rosa o una piedra, o tal vez mejor, una emblemática ruina arqueológica. Incluso cuando la agraciada argentina Cecilia Paschero lo obliga a responder a una pregunta él se dirige a ella como a un ente genérico: “literata”, le dice. Todo escritor hace un ejercicio de abstracción al componer a su interlocutor válido, pero pocos han llegado tan lejos como Martín Adán. Ese método, impersonal, atmosférico, metafísico, esa manera de hablar con los ojos cerrados crea un efecto sobrecogedor. Hace que el sentido de su obra no sea lo que dice sino lo que resuena. Como todo gran poeta Martín Adán dice sin decir, llena de sentido la frontera exterior de cada verso. Martín Adán formula una gran pregunta que, en su núcleo, activa una contradicción: ¿Qué sabes tú de lo que no sabes? La segunda cosa que suele definir el tipo de material que se llama poesía es el lugar donde se ubica el emisor, la plataforma que se usa, la coordenada exacta del escenario. Lo que se dice lanzando frases con los brazos abiertos frente a un amplio auditorio es muy diferente a  lo que se murmura con la boca torcida sobre una mesa mojada, o a lo que se grita en una habitación completamente oscura. Si atendemos a su biografía, Martín Adán tomó una decisión interesante (o no pudo evitar lanzarse hacia esa dirección): abandonó el perfecto casillero de la gran promesa de la literatura peruana para desplazarse hacia un rincón donde la respetabilidad podría ser torturada por un juego de luces y de sombras. ¿Qué buscaba? El situarse en la posición de un marginal para desarrollar una obra altamente sofisticada implicaba tácitamente otra contradicción. Tal vez para trascender las limitaciones de lo específico tenía que proyectar su vida, lo único que tenía, hacia una zona de bordes borroneados. Solo así su mensaje se aproximaría a la tonalidad que estaba buscando. Proyectada de esta manera y desde ese lugar sus palabras perfectamente buriladas se astillarían contra los muros de algún templo profano. Y entonces el lector -ese ser que a veces existe- podría de pronto vislumbrar con embriagante intensidad el perfil estremecedor de Algo,  y experimentaría así, ese extraño sentimiento que surge cuando uno contempla asombrado lo que yace detrás de eso que creemos saber una y otra vez.



lunes, agosto 17, 2020

Monumento al poeta desconocido



 
En miles de años la especie humana ha consagrado de manera indeleble a 10 vates 

Tal vez 12 

Para producir esos bardos la máquina de la poesía ha tragado toneladas y toneladas de poetas de bardos de puntillosos contadores de sílabas  

Las trincheras de la poesía están repletas de huesos descoloridos 

Los proclamados por sus parroquias los aclamados por sus ciudades los coronados por sus países  

Los pocos miles que recibieron diplomas han desaparecido inexplicablemente 

Solo tuvieron unas pocas décadas para disfrutar de la euforia  

Y solo se necesitaron unas pocas décadas para que el poeta laureado se desplace hacia el fondo hacia la zona de sombra

Y ahora todos casi todos son alimento para extraños académicos para bruscos eruditos para nadie para los ratones para el pescadito de plata para el polvo 

¿Pero por qué hay tanto poeta? 

Tal vez son imprescindibles un millón de versos malogrados para que germine una simple rosa ecuménica de poesía 

Tal vez la representación de un destino fallido la angustia de ser uno de los condenados es la más alta expresión poética de lo humano 

Tal vez lo que importa no son esos 10 o 12 poetas sino el momento en que un perfecto desconocido termina un verso y por un efímero instante sospecha que tal vez él ha llegado que tal vez él ha alcanzado que tal vez él se ha convertido  

Tal vez el misterio de la poesía está simplemente en la caligrafía en las emociones fuertes en la peculiar postura a la hora de escribir y esos 10 o 12 poetas son sólo un extraño accidente uno de esos inverosímiles eventos una de esas historias que todos estamos obligados a creer 

  Ilustración: Alexandra Fuchs.

miércoles, junio 17, 2020

Exposición de arte




1

Los muros están atestados de palabras 

De curadores de críticos de culturosos de líderes de opinión 

De bastidores de caballetes de textos grabados sobre lienzo extendido 

De luminarias con ópticas asimétricas 

Del soporte que da estructura 

Los textos enmarcados aseguran que toda mutación perturbadora obliga a cambiar de terreno brutalmente

Socialmente psíquicamente poéticamente geopolíticamente 

Que detrás de cada obra hay un recorrido de referencias y memoria

Que el trabajo gira en torno a las interrogantes y las contradicciones que surgen al habitar la utopía del arte moderno

Que cada pincelada detona una potente resonancia para convocar perplejidad

La turbación el aturdimiento la desorientación el discernimiento el entendimiento la revelación

Que la lectura de cada pieza resulta fascinante por las reflexiones coincidencias secretos relaciones 

Que la secuencia de imágenes adquiere cualidades plásticas y rítmicas acordes con una melodía

Que la obra tiene suficiente disonancia demasiada sincronía alguna concordancia

Que el detalle es complejo que el detalle está cargado de un sinnúmero de relaciones visibles que el detalle está cargado de una multitud de asociaciones invisibles 


2

Los textos enmarcados aseguran 

Que el artista nació muerto 

Que abrió los ojos cuando alguien sopló contra su nariz 

Que la amarga ironía marcaba ese rostro 

Que su vida fue  complicada como la de cualquiera agobiado por las drogas el alcohol las mujeres desquiciadas

Los textos enmarcados aseguran que sus obras habrían provocado trascendentales experiencias 

Que seres extraviados habrían estructurado una sonrisa 

Que villanos de corazón de oro habrían enrojecido con una copa entre los dedos

Los textos enmarcados aseguran que el artista estaría inmerso en la zona o en la zona y en la zona

Que al entrar a una habitación estaría insoportablemente visible siempre visible

Que en su espíritu habría un filo despiadado 

Que la espuma que el ruido que la luz que el vértigo

Los textos enmarcados aseguran que en alguna parte del local de la calle de la ciudad del país del planeta colgaría un lienzo yacería un gran trozo escultórico quizá un espacio intervenido o un happening capital y desquiciante

Toda una gran obra protegida por guardias bien armados

Toda una gran obra más hermosa que el ya obsoleto patrón oro

Toda una gran obra quizá hasta envuelta en papel Kraft de grueso calibre 

Toda una gran obra perfectamente atada con cuerda de fibra natural de alta calidad


Ilustración: Jeff Koons

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¿Es el lunes un día obligatorio? Vibra la Vía Láctea Vibra la República del Perú Vibran las lomas del desierto de Arequipa mientras yo aquí ...