Cuando muchos años después Jon Lee Anderson lo interrogó, el boliviano que se presentó como voluntario para ejecutar al Che Guevara estalló, exasperado. Se había pasado media vida tratando de esquivar a los feroces curiosos, utilizando incluso disfraces. En su voluminosa biografía "Che Guevara: A Revolutionary Life", Jon Lee Anderson cuenta que a Mario Terán le habían ordenado no disparar en la cara, así que apuntó su rifle semiautomático y jaló el gatillo, hiriendo a Guevara en brazos y piernas. Mientras el Che se retorcía en el suelo, mordiéndose una de las muñecas, Terán disparó otra ráfaga. La bala mortal entró en el tórax, llenándole los pulmones de sangre.
Normalmente, un acto reflejo es imposible de evitar. Y cuando a uno le disparan, es normal que los brazos se ubiquen en posición defensiva. Sin embargo, el Che mordió la muñeca de uno de sus brazos, quizá furioso porque no aprobaba su comportamiento. Él hubiera preferido recibir las balas mortales con el severo estoicismo que lo caracterizó toda su vida.