miércoles, junio 11, 2025

Caín

 
Cuando la comunidad internacional condena al gobierno de Netanyahu por acciones que podrían constituir crímenes de guerra o incluso genocidio, su respuesta habitual es acusar de antisemitismo a quienes lo critican. Con esta estrategia, el gobierno israelí busca confundir: equipara deliberadamente sus políticas con el pueblo judío en su conjunto, como si disentir de un Estado fuera lo mismo que odiar a un pueblo.  

Es justo reconocer que muchas voces judías —dentro y fuera de Israel— han alzado la voz contra esta instrumentalización, demostrando que la disidencia es posible y necesaria. Sin embargo, el silencio de otros sectores, ya por temor, indiferencia o complicidad, termina siendo funcional a la impunidad. Ningún pueblo debería ser reducido a los actos de su gobierno, pero tampoco puede evadir su responsabilidad histórica cuando el poder actúa en su nombre.  

El problema entre Israel y Palestina no es un conflicto reciente, sino que se extiende a lo largo de muchas décadas de usurpación de territorios ajenos. Desde el desplazamiento forzado de la población palestina en 1948 hasta la expansión constante de asentamientos ilegales en Cisjordania, la política israelí ha sido la de imponer hechos consumados, desplazando a comunidades enteras y negando sus derechos más básicos. Esta sistemática apropiación de tierras palestinas no es solo una violación del derecho internacional, sino una estrategia calculada para hacer inviable cualquier solución de dos Estados.  

Estados Unidos, por su parte, ejerce su complicidad con un apoyo casi incondicional a Israel, vetando resoluciones en la ONU y proporcionando ayuda militar sin cuestionar los abusos. Mientras tanto, Europa, aunque ocasionalmente expresa "preocupación", no muestra ninguna firmeza en su protesta por los crímenes cometidos. Esta cobardía diplomática no hace más que perpetuar la impunidad y alentar nuevas atrocidades.  

Las acciones del gobierno israelí no solo han causado un sufrimiento atroz al pueblo palestino, sino que también han corrompido moralmente a su propia sociedad. ¿Cómo juzgará la historia a quienes convirtieron la seguridad de un país en una excusa para la ocupación, la venganza y la degradación moral de generaciones enteras?  

Si existiera un tribunal imparcial para estos crímenes, Netanyahu y sus colaboradores tendrían que responder no solo por la muerte de inocentes, sino por haber pervertido los valores que dicen defender. La justicia no es linchamiento: es memoria, verdad y reparación. Es una ironía que el Estado que creó una condecoración llamada Justo entre las Naciones haga ahora exhibición de tal ferocidad.  

Resulta hipócrita que quienes se declaran "defensores de la vida" al oponerse al aborto justifiquen —o ignoren— la muerte de niños palestinos bajo las bombas. Esta contradicción desvela una moral selectiva, donde la vida solo importa si encaja en una agenda política. La coherencia, sin embargo, exige horrorizarse ante toda violencia, no solo ante la que conviene a cierta ideología.
Ilustración: Francis Bacon. Head VI

jueves, mayo 01, 2025

La escalera de los enunciados sin sentido

Antes de cumplir treinta años, Ludwig Wittgenstein ya había proclamado, con la rotundidad de quien ha alcanzado la cima, que gracias a él todos los problemas del pensamiento estaban resueltos. Era 1918. El joven filósofo, prisionero de guerra en manos italianas, aprovechó el cautiverio para poner punto final a su trascendental obra: el Tractatus Logico-Philosophicus.

En ese libro, Wittgenstein trazó una frontera nítida entre los enunciados con verdadero significado -aquellos que pueden ser puestos a prueba- y los que solo simulan tenerlo, engañando así a la razón y a la cultura por pura apariencia. De su pluma surgió, además, una sentencia que ha trascendido el ámbito filosófico y se repite en incontables contextos: “De lo que no se puede hablar, es mejor callar”.

Tras sacudir los cimientos de la filosofía, Wittgenstein adoptó una postura radical: la coherencia, pensó, es una dolencia que a veces se adquiere con la edad. No le quedó entonces más remedio que alejarse de la filosofía. La angustia, junto con la obsesiva idea de acabar con su vida, lo empujaron a declarar que quería ganarse honestamente el sustento. Renunció a su enorme fortuna, entregándola con desdén a otros herederos acaudalados, y se marchó a enseñar en una remota provincia, lejos del bullicio intelectual.

Desafortunadamente, el brillante filósofo no encontró demasiada belleza entre los sencillos aldeanos. En una carta a uno de sus amigos, reportó que estos no le parecían “en absoluto personas, sino asquerosas larvas”.

Al cruzar la barrera de los cuarenta años, decidió finalmente regresar a Cambridge y se presentó allí luciendo su habitual pantalón de franela gris y sus toscos zapatos marrones. No tenía títulos oficiales ni recursos económicos. Lo poco que había ahorrado se esfumó rápidamente. Sus colegas le sugirieron recurrir a la generosidad de su familia, pero él rechazó la idea con firmeza: “Acepte, por favor, mi declaración escrita de que no solo tengo un buen número de parientes adinerados, sino que además estoy seguro de que me darían dinero si lo pidiera. Pero jamás les pediré un solo centavo”.

Wittgenstein era famoso por sus arrebatos de ira y su memoria rencorosa. Sin credenciales académicas, ni siquiera en el ambiente abierto de Cambridge era posible obtener una beca de investigación.

Fue entonces cuando Bertrand Russell, su antiguo maestro, propuso que presentara el Tractatus como tesis doctoral. Edward Moore y el propio Russell se dispusieron a examinarlo con filosas preguntas. Wittgenstein respondió: “Quizás este libro solo puedan comprenderlo aquellos que por sí solos hayan pensado los mismos o parecidos pensamientos a los que aquí se expresan”.

No ocultaba su escepticismo hacia el tribunal. De Edward Moore, considerado un lógico brillante, llegó a decir en privado que era “un excelente ejemplo de lo lejos que puede llegar un hombre carente de toda inteligencia”.

¿Cómo podría explicarles su famosa metáfora de la escalera de enunciados sin sentido, que hay que subir y luego desechar para ver el mundo con claridad meridiana?

Al final, Wittgenstein se levantó, cruzó la sala con paso lento y dijo: “No se preocupen, sé que jamás lo entenderán”.

Moore, encargado de redactar el informe, fue tajante: “En mi opinión personal, la tesis del señor Wittgenstein es la obra de un genio; pero, sea lo que fuere, alcanza el nivel requerido para el título de Cambridge de doctor en filosofía”.

Poco después, Wittgenstein obtuvo la imprescindible beca de investigación.

lunes, abril 28, 2025

El oficio de ser Dios


Según la cábala, Dios crea a cada instante un inmenso número de ángeles cuyo único propósito es, antes de desvanecerse en la nada, cantar a todo pulmón la alabanza de Dios ante su trono.

Ilustración: Rafael Sanzio.

lunes, marzo 17, 2025

El problema de ser un héroe


 Cuando muchos años después Jon Lee Anderson lo interrogó, el boliviano que se presentó como voluntario para ejecutar al Che Guevara estalló, exasperado. Se había pasado media vida tratando de esquivar a los feroces curiosos, utilizando incluso disfraces. En su voluminosa biografía "Che Guevara: A Revolutionary Life", Jon Lee Anderson cuenta que a Mario Terán le habían ordenado no disparar en la cara, así que apuntó su rifle semiautomático y jaló el gatillo, hiriendo a Guevara en brazos y piernas. Mientras el Che se retorcía en el suelo, mordiéndose una de las muñecas, Terán disparó otra ráfaga. La bala mortal entró en el tórax, llenándole los pulmones de sangre.


Normalmente, un acto reflejo es imposible de evitar. Y cuando a uno le disparan, es normal que los brazos se ubiquen en posición defensiva. Sin embargo, el Che mordió la muñeca de uno de sus brazos, quizá furioso porque no aprobaba su comportamiento. Él hubiera preferido recibir las balas mortales con el severo estoicismo que lo caracterizó toda su vida.

miércoles, marzo 12, 2025

Aunque los vientos de la vida soplen fuerte


Cuando se anunció el proyecto de El Búho, las tertulias locales ardieron de entusiasmo. Muchos creían que esta ciudad tradicional había estado gestando algo interesante durante las últimas décadas del siglo XX, y que el nuevo milenio era el momento perfecto para algo trascendental: una publicación que expresara a la nueva generación abordando la crisis crónica de la política peruana.

Y es que en tiempos de incertidumbre, el periodismo independiente se erige como un pilar fundamental de la democracia. Su valor no radica únicamente en la inmediatez de la noticia, sino en su capacidad para trazar las líneas de fondo, contextualizar los acontecimientos y resistir las presiones que buscan domesticarlo. Mabel Cáceres, quien se había forjado durante varios años dirigiendo TVUNSA por encargo del rector Juan Manuel Guillén, fue la llamada a dirigir al pequeño equipo que tendría que enfrentar los grandes desafíos.

Recuerdo cómo los amigos se pasaban la voz instando a sumarse a los suscriptores necesarios para dar vida al proyecto inicial. En pocos días, muchos se apresuraron a contribuir orgullosamente. Y es que todos rápidamente comprendieron que "El Búho" no era otro de esos proyectos efímeros, aquellos que en pocos meses se esfuman sin pena ni gloria. "El Búho" tenía fuerza interior —perseverancia y resistencia— esencial para logros duraderos.

Han pasado 25 años desde entonces. El Búho tuvo que enfrentar una serie de cambios tecnológicos, culturales y económicos que transformaron radicalmente la forma en que las personas consumen información. Los dispositivos electrónicos se hicieron omnipresentes y las personas sumergieron sus narices en las luminosas pantallas. Lo inmediato y lo gratuito parecía arrasar sin piedad una larga tradición de la prensa.

Hace poco, una periodista de otro medio me contó que le había preguntado a Mabel cómo logró durar tantos años sin abandonarse al desaliento. Ella contestó que lo que verdaderamente importa es tener una perspectiva a largo plazo y suficiente flexibilidad para reinventarse. Sólo así se evita que los días malos envenenen el corazón de todo el proyecto.

En un panorama mediático en constante transformación, pocas publicaciones logran combinar con acierto la inmediatez de la noticia con la profundidad del periodismo de investigación. Durante este cuarto de siglo, El Búho ha sabido consolidarse como un referente del periodismo independiente en la Ciudad Blanca, ofreciendo crónicas que capturan la esencia de la vida cotidiana, reportajes de investigación que desentrañan los desafíos de la región y una tenaz cobertura de la actualidad. A ello se suma una sección cultural, en la que se da espacio a la literatura, el cine y la identidad arequipeña, ofreciendo entrevistas a escritores, artistas y pensadores que enriquecen el debate público.

En tiempos de desinformación y polarización, El Búho se mantiene firme en su apuesta, demostrando que la prensa escrita, lejos de extinguirse, sigue siendo un pilar fundamental para la reflexión y el análisis en la sociedad contemporánea. El Búho, además, convoca anualmente concursos de creación literaria, de ensayo y de crónica periodística. Entrega también un trofeo a la gente de su tribu, aquellos que duran, aquellos que saben resistir porque les gusta lo que hacen, porque saben que tienen algo que decir.





jueves, marzo 06, 2025

Nunca hay que desperdiciar una buena crisis

 


Vivo solo, no tengo a nadie de quien responsabilizarme o con quién pasar el tiempo. Mi agenda es absolutamente mía. Normalmente, escribo todo el día, pero si quiero vuelvo al estudio al final de la tarde, después de cenar, no tengo que sentarme en el cuarto de estar porque haya alguien que haya pasado el día entero solo. No tengo que sentarme allí y ser entretenido o divertido. Vuelvo para allá y trabajo dos o tres horas más. Si me despierto a las 2 de la mañana -esto ocurre raramente, pero a veces ocurre- y ha surgido una idea, enciendo la luz y escribo en mi dormitorio. Tengo estas pequeñas cosas amarillas por todos lados. Leo hasta la hora que quiero. Si me levanto a las 5 de la mañana y no puedo dormir y quiero trabajar, me voy al estudio y trabajo, estoy de guardia. Soy como un médico en urgencias. Yo soy la emergencia. (Philip Roth, en octubre de 2012, en entrevista a la revista Les Inrockuptibles)

jueves, enero 09, 2025

El efecto misterioso de la violencia de Dios

 

Con la llegada de Cristóbal Colón se restaron cincuenta y seis millones de individuos al planeta Tierra.


Los abandonados campos de cultivo fueron espontáneamente sumados a las selvas vírgenes.


El CO2 se precipitó y la temperatura declinó en toda la faz del planeta Tierra.


La ciudad de Cremona se hallaba entre un bosque de abetos y uno de arces.


Los anillos de crecimiento de los árboles se apretaron y la madera alcanzó una prodigiosa densidad.


Tocado por un arrebato, el luthier Antonio Stradivarius ensambló y barnizó un violín de mortífera belleza.


Nunca se enteró que todo se lo debía a los tercos afanes de don Cristóbal Colón.

Caín

  Cuando la comunidad internacional condena al gobierno de Netanyahu por acciones que podrían constituir crímenes de guerra o incluso genoci...