lunes, septiembre 28, 2009

¿Es esto ser una persona?

Había esperado demasiado sentada en el estúpido sillón mientras el editor regresaba de almorzar. Y al final recibió solo unos billetes. Y entonces salió de la oficina echando chispas. Y justo en la esquina lanzó todo al primer mendigo. Lo más importante de Clarice era su mirada estremecedora. La cultivaba, la adiestraba, la domaba. Gregory Rabassa, su traductor, dijo en memorable ocasión que ella era rara, que era como si Marlene Dietrich se dedicase a escribir como Virginia Woolf. Cuando escuchó eso Clarice enrojeció. Ardieron sus ojos perfectamente almendrados. Su boca llena y jugosa se congeló. No había leído jamás a Virginia Woolf. El Dios de Clarice era el lenguaje, eso que sirve para iluminar el yo. Su tema era el avisoramiento. Y, siguiendo el maravilloso panteísmo de Spinoza, sabía que el abismo se refleja en los ojos de un gato. Lorrie Moore afirmaba que Clarice era una posmodernista de alguna clase. Decía que en sus textos vibra una inteligencia efervescente que a veces gira hacia la histeria, pero que justo al filo se contiene y se desmaya en un aforismo. Decía que ella es terriblemente graciosa aunque sus exégetas no parecen notarlo. En Francia (donde algunos aseguran que llamarla novelista es como considerar dramaturgo a Platón) Clarice se convirtió instantáneamente en objeto de culto de los deconstruccionistas. La escritora y crítica Hélène Cixous le tenía tan copiosa devoción que apoyó un gran coloquio. Pero Clarice abandonó la mesa realmente temprano. Se fue a su casa y se tragó un pollo entero. Estaba rabiosa. No entendía una palabra de lo que decían aquellos profesores. ¿Soy un monstruo o esto es ser una persona?, pensó. Ella que había apaciguado tan trabajosamente a la vida. Ella que había cuidado tanto que nada estallara. Que había mantenido todo en serena comprensión, separando una persona de las otras. Sabiendo que las ropas estaban claramente hechas para ser usadas. Que todo estaba hecho de tal modo que un día sucediera al otro. Aunque a veces, sólo a veces, algo, incluso un ciego masticando un chicle, le rompiera los parámetros, la lanzara más allá del abecedario, hacia el alargado umbral de lo inconmensurable. Amar a los demás es tan vasto que incluye hasta el perdón para mí misma, pensó, mientras contemplaba el círculo incandescente que se hundía en el horizonte de Ipanema. Hay varias formas que significan ver, se dijo, casi en voz alta. Es hacia mí hacia donde voy, repitió, como una letanía. Y de mí salgo para ver. Los hechos son sonoros, pero entre los hechos hay un susurro. Ese susurro es lo que me impresiona. 

En el otoño de 1967 un departamento se incendió en pleno Brasil. Clarice Lispector se había quedado dormida con el cigarrillo entre los dedos. Meses después escribió en su columna de un diario: Cuando me sacaron los puntos de entre los dedos de la mano operada grité. Solté gritos de cólera. Pero no fui tonta. Aproveché el dolor y grité por el pasado y por el presente. Grité hasta por el futuro.



lunes, septiembre 14, 2009

Ningún lugar


Con el lento paso de las generaciones los individuos forman una constelación de referencias que dan densidad a su historia personal. Con cíclica perseverancia, para millones, estas raíces han sido arrancadas de cuajo. Para llegar a su meta los migrantes tienen que atravesar barreras sicológicas, morales y geográficas creando espacio para lo extraordinario. Por eso el violento drama de las oleadas migratorias que se multiplican desde el siglo pasado no ha sido ignorado por el cine. Sus penurias, su angustia y soledad, han sido abordados en clásicos contundentes como The grapes of wrath (1940) del superlativo John Ford. En cambio Jim Jarmusch en su Stranger Than Paradise (1984) retrata la otra cara, con unos jóvenes que prefieren enfocarse en la desbordante libertad que genera la perdida de raíces. Pero probablemente la más recordada imagen del inmigrante es la llegada del niño Vito Corleone a Ellis Island, en El Padrino II de Coppola, dando inicio a la marcha cadenciosa de una revancha emblemática. Y en Europa, cuya xenofobia rechaza ahora a los hijos de los que antes sometió, el tema también ha empezado a interesar, destacando la obra de Fatih Akin, alemán de origen turco, que asume el tema desde dentro, con imaginación y destreza. Pero para mi gusto la cinta más rotunda es Nuovomondo (2006), del italiano Emanuele Crialese, por su frontal perspectiva visual, por su manera de distinguir el fulgor de lo individual en las apretujadas formas de un acontecimiento masivo e histórico.
En el ámbito de lo hispánico el asunto recién consiguió cierta consagración con El Norte (1983), de Gregory Nava. Si bien esta película tiene la ambición de abarcar el completo arco dramático, su visión es algo acartonada, con esa inevitable porción de melodrama. Más recientemente se ha podido ver La misma luna (2007) de Patricia Riggen, con Kate del Castillo (que exhibió un enorme talento hace muy poco al lado de Tilda Swinton). Ésta suma al esquema sentimental unos toques de comedia usando el viejo truco del cínico desencantado versus pura vida. En lo que respecta a Sudamérica es extremadamente recordable el retrato del “recién bajadito” que hace Adrian Caetano en Bolivia (2001).
Desde que los hispanos se han convertido oficialmente en la primera minoría de USA el tema ya está listo para salir del ghetto. De la mano del cada vez más institucional Festival de Sundance, este año ha conseguido bastante aceptación Sin nombre, de Cary Fukunaga. Esta historia de amor entre un Mara Salvatrucha condenado y una chica que huye de la pobreza se desenvuelve en la peligrosa ruta a la frontera. El poderoso y ciego tren sobre el que se aferran las frágiles existencias de los miserables crea perspectiva. Un tren que avanza picoteado por facinerosos y por los diversos nombres de la adversidad. Pero a pesar de los logros visuales (las escenas nocturnas con sus terribles énfasis) la cinta no es completamente convincente. Tal vez su error está en el guión, que opta por algunos clichés dramáticos. El ambiente violento que corrompe a los inocentes, el resentimiento por la familia quebrada, el amor que impulsa a la redención de los villanos, son temas buenos para telenovela, pero banalizan esta historia que contrapone la esperanza con lo agónico. Sospecho que el gran cine latinoamericano no se hará hasta que le retorzamos el cuello al cisne de nuestros engañosos arquetipos. Tal vez nuestra conciencia está tan fragmentada que tenemos dificultades para ver la complejidad del hombre sin esas etiquetas.
Foto: Bruce Davidson.

sábado, septiembre 12, 2009

El viejo y el niño


El mariscal de campo B. Montgomery fue a dar una charla a un colegio. Al cabo de un buen rato se dio cuenta de que un niño se había dormido. Empezó a gritar. ¡Profesor! ¡Castíguelo! ¡Castíguelo! El niño se despertó por los gritos. Montgomery dijo: "Empezaré desde el principio".
Ilustración: Bochner.

miércoles, septiembre 02, 2009

Serendipity


Raymond Carver se caracterizaba por sus frases cortas, por un vocabulario sin complicaciones, pero especialmente por el ocultamiento del dato central, sin duda con la intención de implantar un tic tac explosivo en la imaginación del lector. Su tono abrupto y elíptico intoxicó a la literatura durante por lo menos un par de décadas hasta un punto en que sólo los despistados no lo incluían en su lista de favoritos. La gran sorpresa surgió cuando el editor Gordon Lish reclamó gran parte del crédito. Con papeles en mano se demostró que antes de llegar a la imprenta las páginas de Carver fueron recortadas hasta en un setenta por ciento. Muchos fanáticos se negaron a creerlo, pero otros, escritores geniales sin éxito, más pragmáticos, lamentaron no tener a un Gordon Lish a la mano. Pero Tess Gallagher, la leal esposa, no se traga esos asuntos. Y si bien reconoce los hechos, sostiene que la versión original, menos castigada, es la verdadera. La mucho más verdadera. Y para demostrarlo, en octubre, la Library of America publicará Beginners, más de mil páginas que intentan ser definitivas. Pero puede que estas buenas intenciones solo dejen en claro que si antes el peor enemigo de Carver era él mismo, tal vez ahora lo sea su viuda. Porque muchas veces las grandes obras maestras son producto de algo más que el talento de un solo individuo.

martes, septiembre 01, 2009

Superioridad moral


Recién ha aparecido el DVD de Katyn, la película de Andrzej Wajda sobre el asesinato de 22,000 polacos durante la Segunda Guerra Mundial (donde murió el propio padre de Wajda). La versión oficial apuntaba a los sanguinarios alemanes. Pero hacia fines del siglo XX, al caer el régimen comunista, surgieron documentos que probaban que el autor intelectual fue Stalin. Triste destino el de estos polacos que consiguieron esquivar al salvaje Hitler sólo para caer en las manos de un régimen que se jactaba de su idealismo. Aparentemente la única superioridad moral que exhibieron los soviéticos fue la de conceder la muerte fulminante de una bala en la coronilla.

La herida más hermosa del mundo

El gesto de sorpresa ante el fenómeno de la existencia tiene muchas formas ¿Entre tantas opciones por qué un genio de provincias eligió la i...