jueves, marzo 24, 2011

Todo demonio es un ángel caído


Hay gente que cree que estamos rodeados de signos, de símbolos, que todo tiene un mensaje. Hay gente que pretende que la caligrafía de Dios tiene letra menuda, y que no deja ni un solo espacio en blanco. Hay gente que piensa que si uno descubre el código elemental detrás de lo aleatorio saltará el mensaje secreto, la secuencia del destino, la ruta de la incertidumbre. Hay gente que está convencida  que nosotros mismos somos una letra más, tal vez una palabra de este discurso cifrado, y que urgentemente tenemos que encontrar la clave, el sencillo procedimiento que nos señalará cual es el sentido del dolor, donde está el orden en los espasmos del caos. Este afán interrogador, este espíritu curioso, este expansivo ejercicio de la conciencia ha creado algunos monstruos entre los que se puede encontrar desde científicos hasta magos, desde filósofos hasta sacerdotes. En esta fauna los magos son los más llamativos, aunque irremediablemente se deslicen a la categoría de chiflados. Pero hay algunos chiflados que manejan el timón de sus delirios con tal firmeza que por momentos nos seducen, nos maravillan con la posibilidad levitar algunos centímetros por encima de la asquerosa tierra firme. A esta categoría pertenece Alejandro Jodorowsky.

El mambo de la realidad

Jodorowsky (Tocopilla 1929) ha escrito una autobiografía (La danza de la realidad, Siruela 2001) que traza la ruta de su búsqueda espiritual, de su avidez por asaltar la parte infernal del alma humana. Él no quiere matar a sus demonios, él quiere liberarlos de su malvada compulsión  porque sabe que todo demonio es un ángel caído. Pero esta autobiografía no se ocupa demasiado de las anécdotas de su azarosa existencia. Sólo en la primera parte, la dedicada a su infancia y juventud, se permite algunas turbadoras confesiones, especialmente en el retrato de sus padres. Jodorowsky piensa que todo el problema radica en que como animales de sangre caliente sucumbimos si al nacer no somos provistos de abrigo y alimento. En consecuencia una infancia sin amor nos graba en el alma un mensaje de muerte.  Jodorowsky gasta el rencor, que su trato con la doctrina Zen, el chamanismo, la tarología y las intensidades del arte-experiencia no han podido disolver, describiendo su triste infancia de bicho raro y su adolescencia sin meta hasta que, finalmente, encuentra algo útil y salvador en el valle de máscaras del teatro. En ese momento el tono de la autobiografía cambia radicalmente, y él deja de ser un personaje doliente para transmutarse en un distante narrador. Sus inicios en el ambiente intelectual chileno nos presentan el cuadro de un grupo de artistas, hambrientos de figuración, que apelan  a actos disparatados bordeando lo ridículo en su intencionalidad simbólica. Para leer poesía con Enrique Lihn les resulta imprescindible trepar cada día a la rama de un árbol. Sus borracheras se realizan siguiendo un guión, con diálogos saturados de gravísimas ideas. Sus amoríos están pintados  con corazones rojos en el pecho. Todo resulta un tanto estridente para el lector hasta que uno recuerda que cuando se es joven es inevitable ser destemplado.
La parte de su exilio en París tiene algunos momentos divertidos como cuando cuenta que no bien desembarcado, a media noche, llama a André Bretón para anunciarle que ha llegado para salvar el surrealismo. Años después, cuando el francés, ya se había olvidado por completo del chileno, éste llega a visitarlo e inadvertidamente abre la puerta del baño encontrando al todopoderoso poeta con los pantalones alrededor de los tobillos. Cuenta también de su colaboración con Maurice Chevalier, que cada día se prosternaba frente a un altar con la imagen de su madre. Los siguientes capítulos tratan de cómo llega a México como asistente de Marcel Marceau, y como se enamora de ese país, y como en 1960 consigue un impacto sin precedentes con su representación en un programa televisivo de la destrucción de un piano. Menciona además, casi de pasada, la realización de las películas que lo convirtieron en un autor de culto. Pero lo que en realidad parece interesarle no es tanto lo que hizo como hombre de teatro o director de cine -ni siquiera sus prestigiosos guiones para el historietista Moebious-, lo que parece atraerlo por encima de todo es una búsqueda espiritual que lo convirtió, después de cumplir los 50 años, en un sicomago, en un chamán urbano que cada semana recibe consultantes en un café, y les impone insólitas prescripciones.

La jerga del inconsciente

Jodorowsky se jacta de haber sido pionero de asuntos como el arte-experiencia y del happening. Fue también un adelantado del interés por la llamada medicina tradicional. Pero a diferencia de otros que, respetuosos, asumen la irracionalidad de este tipo de prácticas, Jodorowsky frecuentó a buena cantidad de curanderos en México, Chile y Filipinas con la intención de captar y aprender su técnica terapéutica. Finalmente llegó a la  conclusión que la magia de los chamanes no se debía a alguna pagana acción sagrada, sino a una razón mucho más prosaica. La teoría es la siguiente: La máquina humana maneja dos lenguajes que no se soportan entre sí. Los mensajes que el lenguaje racional envía al subconsciente no son entendidos, y no logran alterar las “ordenes”, las pulsiones, inscritas en esta parte oscura del espíritu humano. Cuando alguien está atrapado en un comportamiento pernicioso es que hay algo contradictorio en la escritura de los códigos del inconsciente. Jodorowsky comprendió que los curanderos recurrían siempre a una parafernalia histriónica cuyo objetivo no era otro que traspasar la barrera de la racionalidad. Cuando el curandero tenía talento para hilvanar el lenguaje onírico conseguía llevar un mensaje terapéutico hasta el pantanoso territorio que yace oculto debajo de la razón. Deslumbrado con las milagrosas posibilidades de este procedimiento, Jodorowsky decidió inventar un método propio que llamó “Psicomagia”, que consiste básicamente en usar las cartas del tarot y la genealogía para diagnosticar, y luego, recurriendo a su imaginación educada en el surrealismo y a su experiencia como hombre de teatro y cine, “recetar”  la puesta en escena de un acto mágico- histriónico que debería liberar las pulsiones ponzoñosas instaladas en el inconsciente. La Psicomagia se apoya fundamentalmente en el hecho de que el inconsciente acepta el símbolo y la metáfora, dándoles la misma importancia que a los hechos reales. Por ejemplo, para tratar a un famoso actor italiano que sufría de depresión, le recetó visitar la tumba de su madre llevando un gallo y, de pie sobre la losa, tenía que degollar al animal, dejar caer la sangre sobre su pene y sus testículos y así, con el sexo ensangrentado debía, al llegar a casa, poseer a su mujer, sin acariciarla antes, con movimientos intensos, dando gritos de rabia. Luego, cuando apareció una cantante que no podía alcanzar el éxito, le aconsejó que comprase un preservativo y luego de llenarlo con monedas de oro se lo introdujese en la vagina. Con el paso del tiempo su terapia ha integrado otros elementos chamanicos, como la llamada imposición de manos. En su caso lo ha llevado a una curiosa manera de masaje que consiste en estirar la piel. Se supone que de esta manera se “ablandan” los límites, el contorno del ego, para posibilitar una forma menos recalcitrante de comportamiento.
Seguramente estos procedimientos arrancarán una carcajada en la mayoría de los siquiatras y otros individuos diplomados, pero quizá el carismático viejo loco de Alejandro Jodorowsky a llegado a saber algo que estos no saben, y quizá acierta en un 20%. Un 10% ya sería alucinante. La cosa es que su extravagante autobiografía se deja leer, y por momentos hasta emociona la enmarañada coherencia que se originó en la conjunción de su triste madre y de su rabioso padre. Uno se pone a pensar que hay algo desproporcionado en eso de gastar toda una vida tratando de corregir las fallas del principio. 
Ilustración: Rita Kernn Larsen, The Party.

miércoles, octubre 13, 2010

Abominación de la recta entre dos puntos


Un trozo (quizá equívoco) de protoplasma enriquecido
(Concibe algo que emite y que flota)
(A millones de años luz)
Información (como el cristal astillado)
Ser poeta es comprometerse
(A una vida de desconcierto)
(Puntuada por instantes de luminosidad)
La persistente cuantía de espacio (tenso y curvo)
(Lanzado hacia el territorio)
(De filigrana o de geometría)
La cornucopia de universos impregnando
(El horizonte)
(De la oscuridad)
El trapo del tiempo zurcido (con cuerdas vibrantes)
Al trapo del espacio

De: Plexo Solar. Aquelarre Ediciones. Arequipa 2010. 
Ilustración: Jud Turner, R-Evolve (2009)
Found objects and welded steel, Variable.

lunes, septiembre 13, 2010

La coherencia entre el ojo y el fémur


Domiciliarse en la identidad
Incuba alguna incongruencia
Sentir que los demás
Son una mutación (de uno mismo)
Los demás
Son solo un acto de rebeldía
Contra la perfección (del 1)
Yo
(Potencialmente)
Soy Los demás
Cada partícula (del Nosotros)
Es (potencialmente)
Todos
La diversidad
No es más que una ebullición
Este universo está repleto
De un hombre y una mujer
Irradiando (únicamente) ese infinito
Todas las historias
Todos (los seres)
Forjados (por la tensión)
Entre lo centrífugo y lo centrípeto

De: Plexo Solar. Aquelarre Ediciones. Arequipa 2010. 

martes, agosto 31, 2010

You kill me, baby


Esperó emboscado
(Hasta que las luces se extinguieron)
Se quedó contemplando
(Las formas geométricas)
(Las formas que se alzaban hacia el cénit)
Caminó (cautelosamente) hacia la puerta
Deslizó dos dedos (y sacó la navaja)
Podría estar en medio del espacio exterior
Podría ser un combatiente
(Con los globos oculares escaldados)
Sin embargo había un plano
(Trazado en el parietal)
Había un manual (de instrucciones)
Porque cada noche había espiado
(Quizá toda la vida)

Quiso creer que existía un mundo donde podría cultivar (y luego cosechar)
Un mundo donde podría alzar una copa ahíta (de un muy brioso Cabernet)
Entonces un leve resplandor lo tiñó todo (de azul)
Y tuvo la certeza que estaba en el lugar (preciso)
Y lanzó el torso (hacia adelante)
Allí yacía (ella)
Enredada en las sábanas (relucientes)
Su cabellera extendida (sobre la nívea almohada)
Avanzó (entonces) hasta el borde
Se equilibró
(Sobre las atormentadas rodillas)
Hasta que sus ojos emitieron radiación

Y allí estaba (él) condenado
(Por su virtuoso amor)
(Por toda la eternidad) 

De: Plexo Solar. Aquelarre Ediciones. Arequipa 2010. 

martes, agosto 24, 2010

Voracidad por la madera


El fuego lame los costillares (del animal)
El núcleo (de todo) es la bola de fuego
(Que dispara el instante)
El fuego es inflamación
Materia (exaltada) que encuentra esplendor
El ardor está hecho de oxígeno
De derivados del petróleo
De esa (endiablada) voracidad por la madera
El fuego cambia de nombre cuando se alza (en pleno centro)
El fuego se hace magno (cuando sopla el viento)
La locura del fuego es el incendio
Los grandes logros (de la civilización) se precipitan
Los grandes logros son ceniza (y humo)
Pero se alzan naves cabalgando sobre una llama de fuego
Y lo indigesto se hace sustancioso
(Cuando el cocinero extiende la lengua de fuego)
La espiritualidad del fuego es la inteligencia
Su desenfreno es la pasión
Se prende un cirio a lo que se venera
Se quema a lo que se teme
La inquietud tiene su origen en el poder (hipnótico) del fuego
El adicto busca el incendio que desfigura el límite
Todo es (solamente) el instante
El color del fuego es el más recóndito (conocido)
El color (profundo) del fuego es el más hondo
(Inventado por un Dios)
El fuego tiene que ser disciplinado (una y otra vez)
Hasta justo antes de la (absoluta) oscuridad
de Plexo Solar. (Aquelarre Ediciones. Arequipa 2010)

viernes, agosto 20, 2010

El instante y todo lo que rodea al instante

Ella dijo que el (único) lugar es el instante
Quién sabe qué es (todo lo demás)
Él la miraba y le decía te amé (mucho) alguna vez
Fui feliz (contigo)
Le decía
Solo una vez he sido (muy) feliz en mi vida
Le mentía
Y ella lo miraba (y reía)
Es tu imaginación
¿Quién sabe si (todo) fue real?
El futuro está manchado
(Por esta perspectiva)
Todo lo que rodea al instante está forjado
Toda una civilización se levanta
(Sobre una narrativa)
Qué lindo
Decía ella
Qué lindo

Las personas que están (atrapadas) en el instante
Son seres (extraños)
Son incapaces (de realizar proyecciones)
Billy the kid apuntaba (con sus manos inocentes)
Le revelaba (al mundo)
Que los corazones son purpúreos
(Y sin mañana)
(Y sin ayer)
Pobrecito
Murmuraba ella
Pobrecito

Las personas que están atrapadas
(En el instante)
Consumen (más) energía
Abren la boca
Tragan la luz
(Todo) el calor (de los cuerpos)
Abren la boca (y beben)
Todo lo que es/está
Incluso el resplandor
Sí, decía ella
El resplandor

Las personas que inventan (el pasado y el futuro)
Inventan
Esas cosas (que están alrededor)
La piscina
Los aviones que dejan su (blanca) estela
Los cónyuges
(Y todo lo civilizado)
Son gente llena de curiosidad
(Por todo lo que no existe)
Qué increíble
Decía siempre ella
Qué increíble
El instante
(Y todo lo que rodea al instante)


Aquelarre Ediciones. Arequipa, Agosto 2010

jueves, agosto 12, 2010

Mauricio Peltier



Magisterio vudú


cuando tuerce el ojo
cuando cuenta el cuento
cuando canta el canto
cuando pedagoga

a-b-c embustero de nuevas hipótesis
y florecillas del mal

cuando rompe el taco
cuando suelta el grito
cuando deja flojo
cuando desatina

amontona su almoada de agujas y silicios
alcancía de hiel

profe-madre-postiza
saciada y suprema
cuando engendra

alumno problema 

cristo infante

el tan soñado
estigmata


Magistério vodu


quando entorta o olho
quando conta o conto
quando canta o canto
quando pedagoga

bê-á-bá trapaceiro de novas hipóteses
e florzinhas do mal

quando quebra o salto
quando solta o berro
quando deixa solto
quando desatina

entulha seu travesseiro de agulhas e silícios
alcancia de fel

'fessora-mãe-postiça
saciada e suprema
quando engendra

aluno problema 

cristo criança

o tão sonhado
estigmata.


Mauricio (Maldonado) Peltier (Arequipa 1963). Diseñador y escritor. Reside en Brasil. En Perú participó en la gestión de las revistas Omnibus y Macho Cabrío. En Río acaba de presentar su libro Magisterio Vudú (Editora Outras Letras). La versión en español es del autor.

miércoles, julio 21, 2010

Anillo al dedo











En Roma, en 1842, dos años antes de morir, Stendhal escribió un texto no demasiado largo que tituló Les Priviléges. En 23 cortos parágrafos hace una lista de las prerrogativas que los dioses tendrían que conceder a los sabios anatomistas (del alma). Se incluye franquicias imprescindibles como, por ejemplo, conseguir con un simple tronar de dedos, aparecer en los salones perfectamente libre de piojos (y con los incisivos irreprochablemente cepillados). Aquí otros:


-Veinte veces al día la persona privilegiada sería capaz de registrar los más íntimos pensamientos (y estremecimientos) de cualquiera en un radio de veinte pasos.


-La persona privilegiada poseería un anillo mágico. Al momento de cruzarse con una mujer hermosa solo tendría que acariciar al noble metal (observándola fijamente) para instantáneamente transformarse en el objeto de una pasión trascendental. Si el privilegiado optara por lamer el anillo, el efecto se reduciría a una simple (pero conmovedora) amistad.


-Diez veces al día el privilegiado disfrutaría de una vista de águila, y sería capaz de correr una distancia de cinco leguas en no más de una hora.


-La méndula (el órgano viril, según S.) tendría, como el dedo índice, dureza y movilidad extrema. Pero claro, su grosor y extensión serían decididamente diferentes.


El más importante de todos, sin embargo, es el siguiente:


-La persona privilegiada no alcanzaría jamás el nivel de infelicidad que se precipitó entre el 1 de agosto de 1839 y el 1 de abril de 1840.


Stendhal fue siempre muy coherente, y dio su apoyo incondicional al Duque de Lauraguais cuando este, ante las autoridades competentes, acusó de intento de asesinato a un sujeto mortalmente aburrido.


Referencia: The Times Literary Supplement. July 2 2010. No 5596. Ten times a day, por Julian Barnes.

miércoles, julio 14, 2010

Dentro del dragón todo es rojo



Oscar Wilde advertía a los interesados que nada es más peligroso que ser demasiado moderno porque entonces sólo es cuestión de tiempo para pasar a ser una irrelevante antigualla. En los años sesenta y setenta el sueco Ingmar Bergman fue virtualmente deificado por un público y unos críticos que no acababan de asombrarse ante sus propuestas y atrevimientos. Esto sin duda le permitió disfrutar de una libertad artística sin precedentes, dirigiendo filmes profundamente subjetivos y hasta descaradamente autobiográficos. Pero los entusiasmos suelen ser volubles y caprichosos. En las últimas décadas la obra de Bergman ha ido desvaneciéndose incluso de la programación de los precarios cine clubes, y los nuevos cinéfilos cambiaron el rumbo de sus fervores hacia los Tarantino los Wong Kar Wai o los Haneke. Únicamente tipos como Woody Allen (o Robert Altman o Andrei Tarkovski) sacaban eventualmente a relucir su admiración por el antiguo icono. Pero en las últimas décadas ya todo el mundo parecía harto hasta de tipos como Woody Allen. Lo que pasa es que en este sorprendente nuevo mundo el llamado cine de autor ha cedido paso a formas más paganas de devoción. Las obsesiones consigo mismo, las complicadas composiciones artísticas rebosantes de secretas revelaciones, de pronto nos parecieron sólo hueveo lírico, sólo la irritante parafernalia de egocéntricos y narcisistas. ¿Pero será cierto que ha caducado ese tipo de arte?
Desde ese 31 de julio en que Ingmar Bergman se deslizó a su última morada se han sucedido una serie de homenajes y revaloraciones (entre las que debe incluirse varias en nuestra remota provincia). Tal vez sólo estemos dedicándole el saludo final, o tal vez sea la oportunidad de abrir los ojos, de librarnos de las legañas de la novelería, del prurito por lo estridentemente moderno, y podamos entonces encontrar un proyecto de dimensiones clásicas. Además ahora contamos con una enorme ventaja. En años recientes se ha lanzado en formato DVD parte sustancial de la enorme filmografía del sueco, y el repaso puede ser ahora una experiencia íntima, una experiencia que nos permite saborear cada secuencia, cada encuadre, a nuestro gusto, a nuestro ritmo.

Desde 1957, cuando el Sétimo Sello fue consagrado en Cannes, Ingmar Bergman se perfiló instantáneamente como unos de los autores más influyentes en un momento clave de la historia. Sus angustiadas interrogantes -sobre Dios, el adulterio, la muerte, la sequía de amor, la soledad, la culpa- podrían haberlo convertido en un director marginal, pero el hipnótico lirismo de sus imágenes y el magistral diseño de sus personajes encajó perfectamente en un preciso momento histórico. Su trabajo se hizo entonces merecedor no sólo de la aclamación crítica sino, cosa insólita, de la aprobación del público. Aquellos eran años más amigables hacia propuestas formalistas en la creación, en los que además la filosofía y el psicoanálisis ostentaban un curioso espacio en la cultura popular. Algunos estudiosos, por ejemplo, llegaron a sugerir que una lectura freudiana de Bergman resultaba perturbadora. Muchos de estos se habían dejado seducir sin duda por el señuelo de posibles referencias a su madre, y por el frecuente recurso de un universo onírico. Sin embargo, lo que sí resulta neurálgico y nada coyuntural, es el hecho de que los filmes de Bergman encuentra un admirable equilibrio entre lo sacro y lo profano, entre lo racional y lo subjetivo. La inteligencia de sus composiciones se anima por un flujo subterráneo y palpitante que en ocasiones es ominoso, y en otras francamente lúbrico. Esa oposición, esa convivencia entre las especulaciones del intelecto y la turgencia de lo oscuro, crea una tensión que hace de su filmografía algo conmovedor y duradero. Otro de los aspectos destacado por los exegetas (y coherentes con el largo verano de los estudios de género) es su fascinación por la mujer. Muchos han hecho notar la importancia de los personajes femeninos (como en Mizoguchi o, más recientemente, Almodovar) pero el que lo estableció con litográfica claridad fue Francois Truffaut cuando escribió: “Bergman es terco y tímido y ha consagrado su vida al teatro y al cine y uno tiene siempre la impresión de que es únicamente feliz cuando está rodeado de actrices. Yo pienso que su obra más que tener una orientación feminista, está hechizada por el principio femenino. En sus películas las mujeres no son vistas a través de un prisma masculino, más bien son observadas con una absoluta complicidad. Sus caracteres femeninos son infinitamente sutiles, mientras que los masculinos resultan bastante convencionales.”
Seguramente Bergman no era un director demasiado versátil. El campo gravitacional de su universo personal es francamente irresistible, lo cual lo delata como el “autor” por excelencia, como un explorador de eso que se llama el alma, como un auténtico poeta en la industria del cine. Sin embargo fue notablemente prolífico y tenía una actitud curiosa con respecto a su trabajo. En Bergman on Bergman (1969) confiesa: “Nunca me he considerado nada más que un artesano, un muy competente artesano, si se me permite decirlo, pero nada más. He hecho películas y obras de teatro pero nunca he trabajado con un ojo puesto en la eternidad. Lo que me interesa por encima de todo es diseñar y construir una maldita obra de artesanía. Sí, estoy orgulloso de llamarme a mí mismo un artesano que hace sillas y mesas que la gente puede encontrar útiles.”

La Sed (1949)
Antes de que el Sétimo sello y las Fresas salvajes cimentaran definitivamente su reputación, Bergman realizó algunos estudios marcados por una narrativa de amplio registro y un intenso uso del flash back. Así forjó su hechizante dominio visual y así empezó a agobiarnos con esos doloridos escenarios. La Sed es uno de ellos. El tema central -que sería posteriormente retomado en Escenas de un matrimonio y Un verano con Monika-, es la paulatina disolución de una pareja. La Sed es también la primera obra donde la mujer se ubica en el núcleo mismo de la cinta. A pesar de que esta película no es tan renovadora como otras posteriores –Persona, por ejemplo- hay recursos bastante seductores. Es particularmente interesante el diseño asimétrico en la dinámica de los personajes. Ejemplo: cuando uno de los cónyuges expone su filo agresivo, el otro torna hacia su lado pasivo. El mundo exterior sirve también para perfilar esta situación: durante el viaje un niño que se pasea por el lugar se comporta de una manera muy diferenciada con cada uno de ellos. El asunto llega a grados casi cósmicos cuando comprobamos que una simple ventana puede ser un molesto problema para uno y algo absolutamente manejable para otro.

El sétimo sello (1957)
El sétimo sello es tal vez la película emblemática de Bergman. Aquí en Arequipa pudimos verla en los años setenta en copia de 16 mm gracias al cine club que dirigía José Antonio Portugal. El Sétimo Sello impresiona profundamente con sus lúgubres imágenes de una Europa medieval azotada por la plaga, por la cruel demencia de los desesperados, pero especialmente por la figura ascética de Max Von Sydow jugando al ajedrez con la muerte. Frente al terrible espectáculo de las salvajes fuerzas que imperan en la existencia humana el protagonista quiere que Dios baje y se presente y que explique cuales son sus razones para tan espantosos designios.


Las fresas salvajes (1957)
Ganador del oso de oro en el festival de Berlín en 1958, con este film Bergman apuntaló definitivamente su fama mundial. El tema central es un viaje de auto-descubrimiento, un viaje en el que se suceden revelaciones claves de la existencia. Es además una exploración en la tercera edad, en el gran temor que contamina la existencia frente a los indicios de la muerte próxima. El veterano profesor Isak Borg (interpretado por el legendario director Victor Sjöström) se dirige a recibir un reconocimiento honorífico. Durante el trayecto diversos eventos de su pasado se precipitan en su mente a través de flashbacks y fantasías. Se enfrenta a sus imperfecciones y al hecho inevitable de su próxima muerte. Es especialmente notorio el uso de variada imaginería para aludir a las abrumadoras constantes del paso del tiempo (reloj sin manecillas, ataúd, grandes áreas oscuras que asoman). El uso del silencio también es admirable y en determinado momento es tan hondo que el protagonista puede escuchar los latidos de su corazón. A nivel anecdótico trascendió que Victor Sjöström estaba en tan mal estado de salud, que cada mañana muchos temían ser incapaces de despertarlo.

Persona (1966)
Presentada en una época en la que florecía el cine de autor (Ocho y medio, de Fellini; Andrei Rublei, de Tarkovski) Persona es seguramente la más singular de las películas de Bergman. Es además emblemática en el sentido estilístico. Muchos críticos la han definido como un simple “poema visual”. Y ciertamente es un filme que tiene momentos de una belleza tan pura que uno podría disfrutarlo sin hacer explícitas ninguna de sus tortuosas interrogantes. ¿Interrogantes? Tal vez en esta película no hay verdadera convicción en las preguntas. Tal vez simplemente se pretende articular un estado de angustia metafísica. Por momentos pareciera uno alcanzar la certeza de que estamos impecablemente solos en un mundo en el que es imposible saber qué es lo real. En esta película Bergman pareciera también querer confirmar que el alma, para poder expresarse, se ve obligada a proyectarse en un escenario preciso en el que el yo se despliega. La unidad muestra su multiplicidad (aparecen los otros personajes) y se desenvuelve en un argumento cualquiera. En esa medida es la parábola perfecta del acto de la creación artística.
La historia en realidad es muy sencilla. Una actriz se queda muda en medio de la representación de una obra y es confinada al cuidado de una enfermera. La relación con esta parlanchina enfermera, con todas sus revelaciones y sucesos emocionales, cubre buena parte de los 85 minutos de la película. Sin embargo lo que al final se hace evidente es que tal vez las dos son sólo una, que tal vez la desenfrenada emotividad de la enfermera no es más que una proyección del yo pasmado de la actriz muda.
Los recursos formales son aquí bastante radicales y ponen mucho énfasis en el uso agresivo de los primeros planos, marcando el ritmo, manteniendo en suspenso composiciones esteticistas de los rostros de ambas mujeres. Deleuze opinaba que con esto Bergman pretendía fusionar el rostro humano con el vacío. Y ciertamente, cuando los primeros planos de las protagonistas se funden en un solo rostro, este deviene en algo monstruoso. El momento final, donde las actrices dirigen su mirada hacia un punto más allá de los confines de la pantalla, establece una dramática conexión entre el universo de lo ficticio y el nuestro, supuestamente real. Con esta película Bergman explora esa paradoja del arte que obliga al autor a hablar en primera persona usando la tercera persona.

Verguenza (1968)
Una fábula sobre la guerra. Con una seca belleza visual, esta película se desarrolla en torno a una pareja de antiguos músicos atrapados en medio de una batalla. Animados por la compulsión básica de mantenerse vivos los personajes pueden bordear la infamia. La lucha externa se hace lucha interna. ¿Pero de quién es la vergüenza? De Dios, parece decir Bergman.

Gritos y susurros (1972)
No hace mucho un habitante nocturno de la calle San Francisco aseguraba en las altas horas de una cantina que la agonía es el estado perfecto para emprender la misión de trascendernos a nosotros mismos. La agonía como la tensión permanente entre lo que tiene sentido y lo que no lo tiene, de lo luminoso y de lo oscuro, de la verdad y de la ilusión, del amor y del desamor. La agonía como la batalla contra lo que nos impide alcanzar las alturas de la dicha. Pero también la agonía como el simple proceso en que nuestro cuerpo pone en evidencia su vulnerabilidad y se desplaza hacia su puerto final.
Uno de los grandes temas de Bergman es la confrontación con la muerte, y en Gritos y Susurros sus reflexiones adquieren una belleza cromática sin precedentes en su obra (más bien afecta a los matices clásicos del blanco y negro). La cinta, ambientada en el período de advenimiento del siglo veinte, cuando la jerarquía social y la religión aún eran fuerzas predominantes en la sociedad sueca, tiene como personajes a tres hermanas que habitan una enorme mansión junto a su leal sirvienta. Agnes está muriendo de cáncer y el proceso de la agonía incrementa la tensión entre las hermanas Karin y Maria. La crisis precipita la afirmación de su individualidad y, en intensos flashbacks, cada una recuerda momentos de su vida. Las escenas ponen en evidencia egoísmo y amargura. En un escenario denso y agobiante Anna, la sirvienta, encarna un papel extrañamente benigno, casi eróticamente benigno, en el sentido en que su abnegación tiene esa misteriosa densidad de la santidad cristiana. El clímax se alcanza cuando la agónica se precipita al estado de coma y de pronto, ante los deslumbrados ojos de la sirvienta, Agnes parece resucitar, imponerse sobre la muerte.
Cuando Gritos y Susurros fue presentada a principios de los setenta fue el instrumento para reavivar el interés por la obra de este gran director sueco. Ganó varios premios, uno de los más significativos fue un justo oscar al director de fotografía Sven Nykvist. Sus alucinantes imágenes del amanecer en los alrededores de la mansión, la impactante riqueza de sus close ups dentro de la casa, la manera en que contrasta lo sombrío con lo vigoroso revelan la misteriosa belleza de la agonía. Alguna vez Bergman contó que cuando era niño estaba seguro que el alma tenía forma de dragón, que el alma era una alada criatura medio pescado, medio pájaro, una sombra flotando en el aire como un espectro de humo. Y contó que de niño siempre tuvo la extraña certeza que dentro del dragón todo era rojo.

Secretos de matrimonio (1973)
Abandonando por un momento sus elucubraciones sobre un mundo angustiosamente liberado de un dios consolador, Bergman ubica su artillería para explorar la intimidad del matrimonio. ¿Qué ocurre cuando los amantes deciden institucionalizar el amor? Siguiendo los dictados de su maestro Carl Theodor Dreyer profundiza aquí el cinemático arte de los rostros por medio de intensos, elocuentes close ups. Y el admirable Sven Nykvist renuncia, bajo los dictados de su director, a sus usualmente exquisitamente balanceadas composiciones para atreverse con la brusca elegancia de un look más crudo. Liv Ullman, una actriz que tenía el poder de transformarse a voluntad de una diosa de resplandecientes ojos azules en una muy básica nórdica de formas escasamente inspiradoras, hace en este filme un papel perfecto. Y es que el misterio del matrimonio se da usualmente en el escenario de la gran batalla entre lo esplendoroso y lo sombrío, entre la comunión y la desolación.

Sarabanda (2003)
Sarabanda fue objetivamente el último trabajo de Bergman y es, previsiblemente, una meditación sobre la vida vista a través del conflicto de tres generaciones: padre, hijo y nieta. Lo que el personaje de Liv Ullman observa durante su visita al hogar de su antiguo marido es el espectáculo del amor que ha sido derrotado por la desilusión y se afinca en el egoísmo. El padre desprecia a su hijo porque éste no le ha dado ningún motivo de orgullo, pero apoya a la nieta sabiendo que ella tiene alguna posibilidad. La nieta, una talentosa celista, quiere partir en busca de nuevos horizontes, pero está atrapada en una situación presuntamente incestuosa. En un mundo donde el amor ha desertado sólo queda espacio para el resentimiento, y, en el mejor de los casos, la piedad.

Nota: Escribí esto hace un tiempo para un ciclo de la Feria del Libro de Arequipa. Mi amiga Peli Ricketts me pide que lo ponga aquí.

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