viernes, junio 25, 2021

No incluído en la Biblia


 

Por Charles Simic


Mientras yacían en la oscuridad

Adán le dijo a Eva

Cariño, algo pasa

El perro está ladrando

Ilustración: A. Durero

jueves, febrero 25, 2021

La preciosa felicidad del tardígrado



 


Siempre ha habido gente que asegura que la conciencia de estar vivo es producto de una certeza perversa. Una zona del cerebro ubicada justo encima de la oreja sería la culpable. Entonces creer en lo que somos es aparentemente el delirio de un animal enloquecido. Eso sonaba morbosamente fascinante hasta que en 2003, el filósofo Nick Bostrom soltó la idea de que quizás seamos los personajes de un relato creado por una civilización muy avanzada. Nuestro mundo sería solo una de muchas simulaciones, quizás parte de un proyecto de investigación creado para estudiar el proceso de la historia. Como en su momento explicó el físico (y ganador del premio Nobel) George Smoot: “Si eres antropólogo/historiador y quieres entender el ascenso y la caída de las civilizaciones, entonces tienes que realizar muchísimas simulaciones en las que participen millones o miles de millones de personas”. Así que en 2012, inspirados por el trabajo de Bostrom, los físicos de la Universidad de Washington propusieron un experimento empírico. Los detalles eran complejos, pero la idea básica resultaba sencilla: algunas de las simulaciones de nuestro cosmos hechas en las computadoras actuales producen anomalías características; por ejemplo, hay fallas reveladoras en el comportamiento de los rayos cósmicos simulados. Los físicos sugirieron que al observar con más atención los rayos cósmicos de nuestro universo, podríamos detectar anomalías comparables, lo cual sería una prueba de que vivimos en una simulación. En 2017 y 2018 se propusieron experimentos equivalentes. Smoot resumió la consecuencia de estas propuestas cuando declaró: “Ustedes son una simulación y la física puede probarlo”. Pero en un artículo en The New York Times, Preston Greene, profesor adjunto de Filosofía en la Universidad Tecnológica de Nanyang, en Singapur, advirtió que si un investigador desea probar la eficacia de un nuevo medicamento, es de vital importancia que los pacientes no sepan si les están dando un medicamento o un placebo. Si los pacientes saben demasiado, la prueba pierde su sentido y tiene que suspenderse. En conclusión: si nuestro universo ha sido creado por una civilización avanzada para fines de investigación, es lógico pensar que es primordial para los investigadores que nosotros no descubramos la verdad. Si probáramos que vivimos dentro de un experimento, esto podría provocar que nuestros creadores cancelen el proyecto. Un simple trámite burocrático y se ordenaría la total destrucción de todo el mundo conocido (aunque Preston Greene no parece dar importancia al hecho de que si nosotros en realidad no existimos, no resultaría particularmente dramático aquello de “ser interrumpidos”).

De acuerdo a la lógica del filósofo Preston Greene el sentido de la vida para el ser humano (real o no real) es evitar la aniquilación. En esta línea de pensamiento el ideal sería entonces el tardígrado, ese ser invertebrado, protóstomo, segmentado y microscópico que puede sobrevivir, incluso en ambientes radioactivos, sobre la pérfida faz de la luna. Porque solo este bicho parece disfrutar de una precisa felicidad.


Ilustración: Liu Bolin.


viernes, enero 15, 2021

Aviso


Se busca expedicionarios. Sueldo escaso. Clima extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura el regreso. En caso de éxito, honor y reconocimiento.

jueves, noviembre 19, 2020

Vivir significa estar plagado de parásitos



Por: James Somers. The New Yorker. 2 de Noviembre 2020


Una vida de inagotable emergencia era la rutina de nuestros antepasados hace unos cuatro mil millones de años. En un mundo desolado, árido, cada ameba unicelular era una concentración desbordante de recursos. Pero vivir significaba estar plagado de parásitos. El gigante Mimivirus solía disfrazarse de comida y cuatro horas después de ser devorado revelaba su verdadera identidad interviniendo a la ameba. La convertía  en una fábrica de virus. Pero el  Mimivirus tenía sus propios parásitos. Una vez dentro, actuaban sobre la fábrica del Mimivirus. Este truco fue tan exitoso que, finalmente, las amebas integraron los genes de los parásitos en sus propios genomas, creando una de las primeras armas del sistema inmunológico.

Leones que devoran antílopes es la imagen que se nos viene a la mente cuando pensamos en la "supervivencia del más apto". Pero la enfermedad, la depredación de los parásitos sobre sus anfitriones, es en realidad la fuerza más poderosa de la evolución. “Cada fase de la vida ha sido seleccionada para tratar de evitar el parasitismo”, me dijo Stephen Hedrick, inmunólogo de la Universidad de California en San Diego. “El parasitismo ha impulsado la evolución con feroz intensidad porque es un interminable asunto de vida o muerte. Y es una coevolución". Siempre que un anfitrión desarrolla una defensa inmune, recompensa perversamente la supervivencia de los parásitos que logran sobrevivir. Los anfitriones, mientras tanto, tienden a estar en desventaja evolutiva. "Las poblaciones bacterianas o virales son inconmensurables", escriben Robert Jack y Louis Du Pasquier en "Conceptos evolutivos en inmunología", y la enorme variación que las caracteriza le da a la selección natural muchos organismos candidatos sobre los que trabajar. Los virus y las bacterias también se reproducen medio millón de veces más rápido que nosotros. Dada esta "brecha generacional", escriben Jack y Du Pasquier, "uno podría preguntarse cómo demonios hemos podido sobrevivir".

Una pista proviene de la ameba Dictyostelium discoideum. Pasa gran parte de su vida merodeando solitaria, comiendo aquí y allá. Pero, cuando la comida escasea, libera moléculas que sirven como señal de agrupamiento para otras de su tipo. Las amebas se fusionan, formando un superorganismo de hasta cien mil miembros. Para que este recurso sea efectivo, casi todas las amebas deben renunciar a su capacidad de comer para que no se aprovechen unas de otras. Las pocas que lo retienen no comen por sí mismas; más bien, tragan los desechos y los eliminan para proteger al organismo. Las otras amebas, liberadas de las cargas del ataque y la defensa, forman un "cuerpo fructífero" que libera esporas para la reproducción. Aunque ninguno de los individuos sobreviviría por su cuenta, el colectivo prospera.

Versión de O. Ch.

Ilustración: Guillermo Kuitca.


miércoles, noviembre 18, 2020

Mensaje para el naturalista Charles Robert Darwin


 ¿Por qué ese organismo unicelular se quedó como organismo unicelular? ¿Que los hizo detenerse en el punto de partida? Los monos trabajaron duro durante algunos miles de millones de años y ya son monos. Y nosotros hemos avanzado tanto que hasta añoramos ya los viejos buenos tiempos justo antes del primer organismo unicelular.

Ilustración: Timofeev

jueves, noviembre 05, 2020

El terno de Lenin


Por: David Remnick. (La Tumba de Lenin).

Una mañana, el Komsomolskaya Pravda publicó un artículo acerca de una mujer que había trabajado durante años como costurera en la sastrería secreta que mantenía el KGB para disfrute de los mandatarios del país. Klava Lyubeshkina cosía trajes para todos, desde el cadáver embalsamado de Lenin («cada dieciocho meses la tela comenzaba a perder su lustre original») hasta Gorbachov. La mujer informó al periódico, que los maniquíes de los miembros del Politburó se conservaban en armarios especiales que nadie, salvo los cortadores y los sastres, se atrevían jamás a tocar. «Trabajamos siempre detrás de puertas cerradas y rodeados de guardias armados. Dos o tres veces al año, un especialista del KGB viajaba al extranjero, generalmente a Austria o a Escocia, para comprar telas para los trajes.»
La policía secreta había abierto la tienda en 1938, en plena purga. Klava solo veía a sus clientes en los estudios de Vremya, y se refería misteriosamente a ellos como «unidades». Era una devota. Encendía el televisor expresamente «para ver si los trajes les quedaban bien o si estaban arrugados». Recordaba haber trabajado durante tres días y tres noches seguidas para terminar las hojas de laurel bordadas con hilo de oro para el nuevo ministro de Defensa, el mariscal Ustinov, así como la tacañería de Andrei Gromyko («siempre mandaba hacer arreglos, nunca un traje nuevo») y las pataletas de Mijail Suslov cuando la talla no le quedaba perfecta.
El sentimiento de Misterio que embargaba a Klava terminó un día cuando tres hombres vestidos con batas blancas la atacaron, le ataron los brazos a la espalda y la internaron en una clínica psiquiátrica. El KGB la había tomado por una disidente. Klava solicitó que la pusieran en libertad, diciendo que estaba confeccionando un traje para Yuri Andropov y que se encontraba «a medio hacer» en el estudio. Los agentes le permitieron utilizar el teléfono y pudo informar a sus colegas de dónde se encontraba. Pronto el KGB la dejó en libertad. Para compensar el «daño moral», el Estado le regaló a Klava un reloj japonés. Poco antes de jubilarse, en el año 1987, tuvo el placer de confeccionar un traje para Gorbachov. El nuevo jefe soviético la recompensó con una caja de bombones.
En su vejez, a Klava se le adjudicó una mísera pensión de cien rublos mensuales. Escribió al Kremlin solicitando un aumento, pero no consiguió nada. Sin embargo, no podía decirse que los bolcheviques carecieran de sentimientos. En 1991, Kryuchkov envió tarjetas de felicitación a todas las costureras con motivo del Día Internacional de la Mujer.

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¿Es el lunes un día obligatorio? Vibra la Vía Láctea Vibra la República del Perú Vibran las lomas del desierto de Arequipa mientras yo aquí ...