Cuentan que en una entrevista Blanca Varela expresó cierto fastidio con la poesía. No ha sido la única. Muchos poetas han exhibido su pérdida de fé con ademanes vigorosos. Y es que esa urdimbre de metáforas, de astutos adjetivos, de palabras que se encienden bajo condiciones controladas, de giros retóricos que ambicionan algún efecto perturbador no es otra cosa que un truco, un ejercicio esencialmente artificial. Algunos hacen aparecer un conejo, otros logran partir en dos a una mujer hermosa sin derramar una gota de sangre. Pero al fin y al cabo, si no se está de humor para someterse a las leyes de la licencia poética, todo resulta un asunto francamente estúpido, y hasta es fácil comprobar que detrás de bambalinas hay un jorobado o un enano moviendo los cables ocultos. Por otro lado, los que dedican tiempo de calidad a leer poesía no son los suficientes como para tener impacto entre los estadísticos. Así que tal vez algún honesto congresista podría lanzar un proyecto de ley. Que dejen de obligar a los pobres niños a memorizar los Heraldos Negros. Que se corra la voz que es ridículo el tipo que le dedica un poema a su amada. Que se llene con obras en prosa los anaqueles anteriormente consagrados a la poesía. Que se lance un anatema contra los juegos florales. Todas esas medidas son perfectamente razonables. Pero, escuchen bien, es imprescindible dejar constancia que la poesía no es más estúpida que la vida. Ni por asomo.
martes, octubre 20, 2020
Infinito amor
Sajarov le dijo a su mujer:
¿Sabes lo que amo por encima de todo?
¿Qué?
Las emanaciones lejanas de radio.
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