La
vida secreta del Oxycontin y del desfibrilador
La enfermera Jackie es
una mujer con un centro gravitacional poderoso. Los que la rodean se convierten
en satélites. Su poderío se apoya en una eficiencia profesional administrada
por el sentido común, en ocasiones incluso por un pragmatismo tan bien
calibrado que puede confundirse con sabiduría. La enfermera ha establecido un
hogar. Su marido parece ser un personaje cabalmente balanceado en lo físico, en
lo económico y en lo emocional. Parece además amarla con doméstica intensidad. Pero
hay un problema: la enfermera Jackie es drogadicta. Roba fármacos porque le
gusta que su piel entre en estado de vibración, que emulsione su identidad, que se rompa la marcha cadenciosa
de las horas. Busca la energía, que es
la delicia eterna. Para conseguir las preciosas pastillas la enfermera Jackie
dirige su imán (anatómico) hacia el jovial farmacéutico del hospital. De esta
manera se transforma en adúltera. El sexo entre el mobiliario médico
hospitalario es intensivo y, de una
manera accidental, la carnalidad empieza a mutar hacia la tan tóxica enfermedad
del amor. Por desgracia ese extraño fenómeno parece ocurrir exclusivamente en
el tórax del técnico farmacéutico. La enfermera J. opta por estar siempre (y
para siempre) con su marido tan equilibrado. De esta manera se convierte en una
engañadora. Miente. Disimula, manipula,
falsifica. Cada día eleva una plegaria: Dios mío, hazme buena, pero no todavía.
(Un malhechor a veces no es otra cosa que alguien con un enloquecido corazón).
En los viejos tiempos
la televisión estaba poblada por un tipo de gente que creía en la
tranquilizadora línea que divide a los buenos de los malos, los personajes
ejemplares y los detestables villanos. Clásico pensamiento dualista de la
civilización occidental. Una de las cosas inteligentes que ha hecho la nueva
televisión es explorar el género realista con empeño, con avidez por ganarse un
par de Emmy awards. Los personajes
transgresores suelen presentar una mayor complejidad y proponen interesantes
dudas sobre los diversos criterios sobre los que se levanta la ética. Y en lo
referente a la estética, al presentar caracteres no particularmente provistos
de belleza física (a diferencia de Grey's Anatomy o House) se marca distancia
de lo artificial. Sin embargo la opción por un cierto nivel de comedia (que
seguramente busca mitigar las sombras de
lo tanático) contrarresta el efecto y nos vuelve a alzar hacia la zona de lo no
real. Otra característica de la nueva televisión es algo que parece una lección
aprendida de la literatura: La maldita rutina de cada día está repleta de una
amplia variedad de invisibles conflagraciones. La riqueza de lo insignificante
contiene potencialmente más drama que el escenario precintado del forense.
¿Pero por qué los
hospitales son tan atractivos para series exitosas? Un hospital es siempre el lugar
donde ocurre el peor día de la vida de alguien. Cuerpos dolientes extendidos sobre una sábana. Pero
un hospital tiene unos pobladores regulares. Gente para los que el espectáculo
del dolor es la inevitable rutina. El centro de Nurse Jackie son estos
personajes. Y a diferencia de proyectos similares, los protagonistas no son los
que ocupan los puestos más altos en la jerarquía sino los que hacen el trabajo
invisible, el personal de apoyo, los auxiliares, los camilleros, las enfermeras.
Es además significativo que los caracteres más fuertes e interesantes sean
femeninos.
Sin duda Edie Falco, la
enfermera Jackie, es el centro de la serie porque su gran talento se convierte
en el punto de convergencia para un elenco francamente fascinante. La enfermera
Jackie trata a la gente, a sus pacientes, con la firmeza de alguien con mucha
calle, pero los frecuentes close ups traicionan la vulnerabilidad de esos
grandes ojos en un rostro tallado por el cansancio. A su alrededor hay individuos
que conjugan lo divertido, lo patético, lo curioso, lo desagradable, en un tramado
multivalente. Pero nadie es un arquetipo. Todos son un poco de algo. Sin
embargo hay algunos que destacan. Este ávido espectador tiene especial predilección por Zoey (Merritt Wever) una practicante que
en realidad es una mascota. Zoey es una
gordita aniñada que inventa una disonancia con su lenguaje corporal. En segundo lugar está la Dr. Eleanor O'Hara, una
inglesa de rostro escasamente simétrico que se mueve con graciosa elegancia
mientras lanza al mundo frases de humor acerado. También merece mención la hija de la enfermera
Jackie, de 12 años, que realiza ritos propiciatorios (dar tres vueltas a su
carpeta antes de iniciar el día) para evitar que se precipite la catástrofe. Insólitamente
una niña que no pertenece al universo hospitalario es el único personaje
irremediablemente oscuro. Pero de alguna manera todo el grupo de personajes se
complementan con tanta coherencia que uno ya casi los puede contar como un
logro de la ciencia. Esta serie en realidad resulta para nosotros no solo una
poción medicinal que tenemos que tragar,
sino algo que, por su buen gusto, tomaríamos cada día. (Oswaldo Chanove)