viernes, agosto 26, 2016

La asombrosa historia de los hijos gringos del brichero cinéfilo






Mantenidos en casi absoluto aislamiento durante catorce años en el piso dieciséis de un edificio de la parte más pobre de Manhattan,  un grupo de niños aprendieron todo sobre este mundo a través de una colección de films que llegó a superar los  cinco mil títulos. Puras joyitas del séptimo arte como nutrientes para la mente joven. El sueño realizado de tantos chicos que detestan las matemáticas y los otros disgustos del aula escolar. El fundador de semejante régimen fue, aparentemente, un devoto de Quentin Tarantino.  Alegando temores de que sus vástagos se animasen a probar las drogas que se ofertaban cada día en el ascensor del edificio (entre otras cosas) impuso reglas muy estrictas. Compensó su tiránico régimen con dosis copiosas de caramelo para los ojos.
En el 2010 la recién graduada en la escuela de cine Crystal Moselle (auténtica hada madrina) vio al grupo de seis chicos (entre 11 y 18) en una de sus iniciales escapadas por  una calle de Manhattan. Iban vestidos de traje y corbata y con lentes oscuros, como la pandilla de Reservoir dogs. No le fue difícil convertirse en la primera amiga, y pronto los convenció para que le permitiesen meter su cámara al hacinado departamento. Durante cinco años registró a la familia Angulo en sus ritos cinematográficos, sus quebrantos, sus ilusiones y luego, en su progresivo descubrimiento del mundo realmente existente. El resultado fue The Wolfpack, un documental que ha sido comparado con Grey Gardens, el maravilloso clásico de los hermanos Maysles.
Este documental tiene además una sorpresa inesperada. Oscar Angulo, el padre y aprendiz de guru, conoció en 1989 a Susanne en alguno de los muchos caminos que conducen a MachuPicchu. Los bricheros, ese grupo de peruanos que esgrimen con destreza lo ancestral y lo mítico como proyecto de vida alternativo para seducir gringas son un fenómeno sobre el que se ha escrito bastante. Se ha hablado de su desmelenada modalidad de latin lover, de sus estrategias, de la belleza del buen salvaje, de su habilidad en la sala de baile, de las innumerables anécdotas bajo la piadosa luna, pero siempre se les perdía el rastro cuando, finalmente, eran invitados a dejar el Perú para acomodarse en alguna urbe del primer mundo.
Como es natural, el documental se centra en la idea de niños cautivos obligados a vivir en un feudo particular, condenados a ser desadaptados en su ciudad natal, la capital del mundo. Siempre han resultado intrigantes (e inquietantes) las organizaciones sociales que de alguna manera implican una negación de lo establecido, de lo prestigioso. Especialmente si tienen un cierto aliento a tribu perdida. Pero a diferencia de las sectas de fanáticos religiosos y similares, la tribu de los Angulo gira en torno al más milagroso de todos los cultos, al único que nos revela a un Dios omnipresente y que todo lo puede: el cine.
Esto de niños secuestrados es un tema que recientemente ha sido también objeto de
The room, una lograda película dirigida por  Lenny Abrahamson. Aquí Jack, un niño de siete años que solo conoce el interior de un pequeño recinto tiene una visión de la realidad absolutamente determinada por la televisión. Si bien este tipo de casos son malignamente extraordinarios, es inevitable sospechar que, en ocasiones, nosotros también podríamos caer en la lista de sospechosos habituales. Ante el temor a los innumerables depredadores que pululan en las ciudades con frecuencia confinamos a los hijos a un territorio perfectamente delimitado. Los vigilamos electrónicamente en nuestras casas y monitoreamos afanosamente sus excursiones. Los colegios son recintos con altas medidas de seguridad y las ocasionales fiestas exigen la supervisión de un adulto responsable. Y, lo más importante, a través de la fe religiosa, de los compromisos de la clase social, o de alguna peculiar ideología, tratamos de que el rebaño perpetúe las obsesiones del pastor.
Pero The Wolfpack, al borde mismo de su tema central, nos ofrece una inesperada sorpresa. Como se sabe toda gran obra tiene que tener un gran villano. En The Wolfpack Oscar Angulo, el brichero, es el rufián estelar. Odia el trabajo, se emborracha, le pega a su mujer y mantiene a su familia bajo un régimen despótico. No hay manera de sentir simpatía por él. Pero de las resentidas expresiones de sus hijos y de sus escasas, casi furtivas, apariciones, se puede adivinar el drama. El drama del victimario. Como bien dice Graham Greene: sólo hay que acercarse lo suficiente a cualquier persona (cualquiera) para que sea inevitable sentir piedad.
Los bricheros suelen ser considerados los vividores andinos, pero esa es solo una ocasional perversión. Si bien estos son una consecuencia del fenómeno del turismo, el espíritu que los anima es tributario del movimiento hippie en entusiasta fusión con certezas de algún misticismo incaico.  Una de las características de los bricheros es su carisma, que luego suele evolucionar hacia la megalomanía. Durante treinta años Oscar Angulo ejerció tal embrujo sobre su gringa, que esta rompió completamente con padres y allegados. Antes de afincarse en Manhattan, viajaron por toda USA a la caza de la oportunidad que realizaría un sueño: ver a Oscar Angulo convertido en un rock star.
A diferencia de otros inmigrantes que asumen el desarraigo de su tierra natal con valeroso realismo, el brichero Oscar Angulo no solo fracasó en su intento de colonizar su nueva patria, sino que, en una asombrosa demostración de delirio o arrogancia, intentó atrincherarse con las únicas personas para las cuales era un soberano. Lo que salvó a esta historia de sumarse a esas terribles noticias de sádicos secuestradores es que este curioso monarca tenía como debilidad el amor por el cine (y en el cine casi siempre aparece el héroe (o la heroína) para conducir la historia hacia un final feliz).
The Wolfpack puede verse en Netflix. 

lunes, agosto 22, 2016


¿Existe paz para los insensatos?







                                                                                                      No reconozco a mi padre, parece otra persona.
Gonzalo Vargas Llosa

La tragedia de los vitalistas como Vargas Llosa es que les resultan traumáticos los signos de la decadencia como anuncio de la proximidad de la muerte. Por eso su respuesta ante esta evidencia fue radical: optó por reinventarse, mudar de piel, abandonar su entorno, convertirse en otra persona. Lo paradójico es que en su caso, y a pesar de sus frecuentes alegatos, la ficción novelística no fue el territorio escogido para su mutación. La realidad objetiva, ese reino de la insatisfacción, ese enemigo de lo absoluto, ejerció su indomable magnetismo sobre el célebre escritor llevándolo a una ruidosa aventura. No en vano Woody Allen soltó aquello de: Detesto la realidad, pero hay que reconocer que es el único lugar donde se puede conseguir un buen bistec.
Vargas Llosa prescribe la ilusión como el medicamento infalible para no morirse demasiado tiempo antes de la hora del sepelio. La vida es una aventura y cuando la aventura se vuelve rutina se extingue la exaltación, la emoción, la excitación.
¿Pero qué pasa cuando el viejo traje de campaña está demasiado raído? Ese es el momento en que la gente levanta ilusionadamente esa ocurrencia que asegura que la juventud está en el corazón. Y estos, orgullosamente, optan por ignorar la fea evidencia que muestra que el corazón es parte indivisible de un sistema que incluye otros órganos menos emocionantes. Si un adulto mayor quiere ignorar su condición natural y opta por vivir a la altura de juveniles ambiciones muy probablemente solo podrá sostener esa ilusión hasta el día en que, finalmente, llega la hora de precipitarse en una patética confrontación. Se encontrará entonces desarmado y con la conciencia de una derrota aplastante. Pero hay que reconocer que el aventurero empedernido prefiere morir en cruenta batalla antes que resignarse al tedio de unos pacíficos años crepusculares. Los vitalistas siempre han asegurado, con los dientes apretados, que más vale una noche de dionisíaca intensidad que largos años de hastío confortable.
Los guerreros de la vida, como auténticos adictos a las emociones, no se sienten a gusto en la zona protegida. No saben manejar la paz y son consumidos por el desasosiego. Paradójicamente la paz les resulta peligrosa. Sin embargo, muy probablemente, en lo profundo de las aguas escarpadas de la intensidad se levanta una columna de luz, un deslumbramiento, un estado febril, que es el estado donde por un instante todo encuentra su armonía. Ese es quizá el verdadero y peculiar momento de paz de los insensatos.

Posdata: Giovanna Pollarolo ha explorado el tema en su última novela: Toda la culpa la tiene Mario (Planeta, Lima 2016)


miércoles, junio 08, 2016

Obras completas del Inca Garcilaso de la Vega







ACERCA DE ESTA EDICIÓN
por Carlos Araníbar

En el año 2005, a iniciativa de mi excelente amigo el poeta Alonso Ruiz Rosas, surgió la idea de recopilar todos los escritos existentes del historiador cuzqueño Garcilaso de la Vega y llevar a cabo una primera publicación peruana de su obra completa. La idea, por donde se la mirase, parecía en esa ocasión algo quimérica. Sin embargo, el atrevido proyecto fue acogido con generoso entusiasmo por Bernardo Roca Rey Miró Quesada, entonces director general de publicaciones del diario El Comercio, que brindó el auxilio de un equipo colaborador puesto a mi disposición para seleccionar, transcribir y conferir las mejores versiones existentes de los textos originales de Garcilaso. Con tal ayuda y otras similares fue posible culminar el proyecto a marchas forzadas, pero tan justo a tiempo que solo se pudo presentar un tiraje preliminar de doce ejemplares de la primera edición peruana de las obras completas de Garcilaso en la XIX Feria Internacional del Libro de Guadalajara (noviembre, 2005).
Con el propósito de alcanzar una mayor cantidad de lectores, habíamos decidido entonces que toda la obra del historiador cuzqueño fuese modernizada de acuerdo con las rigurosas pautas académicas que se estilan para antiguos textos histórico-literarios. Tal operación, en esencia, no es sino actualizar ortografía, tildación y puntuación, redistribuir párrafos muy extensos y reemplazar por sus equivalentes actuales los arcaísmos, locuciones obsoletas y cultismos desusados, sin agraviar al original con adición u omisión de vocablos. Me ocupe en hacerlo según criterios que ahora vuelvo a exponer.
A una década de esos esforzados afanes y prisas, hoy llega a un público harto más numeroso esta edición en tres volúmenes auspiciada por el Ministerio de Relaciones Exteriores a través de su Centro Cultural Inca Garcilaso. A partir del esfuerzo preliminar de 2005, se ofrece aquí la versión final de nuestro propósito, con una nueva revisión de los textos originales.
Esta edición contiene toda la obra conocida de Garcilaso, incluidos sus libros mayores -Diálogos de amor de León Hebreo, Comentarios reales, La Florida del Inca-, como también sus piezas menores y textos aislados -la Relación de la descendencia de Garcí Pérez de Vargas o las cartas que halló y dio a conocer el filólogo cervantista e investigador Eugenio Asensio. Cada uno de los textos va precedido por una sucinta explicación de su carácter y contenido.
En el caso de su obra cardinal, los Comentarios reales, se incluyen las versiones íntegramente revisadas y actualizadas del glosario y las notas de una edición que hace muchos años prepare para el Fondo de Cultura Económica (1991). La Relación de la descendencia de Garcí Pérez de Vargas lleva a su vez un centenar de breves notas finales, en razón de que esta obra nunca fue anotada en publicaciones anteriores. Por último, a la edición que el lector tiene entre manos la enriquece el estudio biográfico-crítico de Aurelio Miró Quesada Sosa, uno de los más connotados garcilasistas del siglo XX.
Hay escritores representativos cuyas obras, encardinadas con el espíritu y la evolución de un pueblo, transmiten y sintetizan una imagen nacional y colectiva que con el paso del tiempo gana clásica solera que no se desgasta ni deteriora, como Virgilio, Dante, Rabelais, Shakespeare, Cervantes, Goethe, Tólstoi. En esa selecta tribu literaria de narradores de ilusión se inscribe a pie firme nuestro Garcilaso, que en Comentarios reales entremezcla los viejos textos históricos en boga -Ias crónicas de Blas Valera, Cieza, Gómara, Zárate,que el estilista mejora y renueva- con notas y observaciones testimoniales y con proustianos recuerdos de infancia y adolescencia en el Cuzco y nos lega la amable y dorada visión de una antigua sociedad ideal de los incas del Perú. Más no lo hace en áridas páginas de una penosa historia erudita que pretenda hablar a la razón, sino en un colorido y vivaz caleidoscopio que, como en una suerte de confidente memoria familiar de un pasado remoto, nos obsequia cariciosas imágenes que parecen hablar al corazón.
Próximo a cumplirse 400 años de la muerte del historiador cuzqueño, esta edición de su obra completa aspira a pagar, siquiera en pequeña parte, la deuda que nuestra patria ha contraído con un personaje-símbolo que es, por consenso, el más excelso prosista que ha habido en el Perú y el más leído de nuestros escritores.
Lima, diciembre de 2015

martes, mayo 17, 2016

Macbeth y los problemas de (querer) ser un ganador





Macbeth, como muchos personajes de Shakespeare, ha permitido a los exégetas ejercitar su imaginación, y las interpretaciones se aglomeran. Una manera muy contemporánea (y por tanto inevitablemente frívola) sería ver a Macbeth como un whannabe, alguien que, a pesar de sus logros heroicos se siente un luser, un perdedor,  porque no ha alcanzado la cima. Ese tipo de personas se convencen que el destino los obliga a un éxito manifiesto, y venden este sueño, especialmente a la hora de conquistar a su pareja. Luego, cuando la relación se consolida, la frustración se enciende por el lado de la mujer que, como lo prescribe cierta tradición (detrás de todo gran hombre…), lo aguijonea con ferocidad para que “sea un hombre” y elimine los obstáculos en su ruta hacia el verdadero éxito. En la obra Lady Macbeth es un personaje visiblemente subordinado, complementario, diríamos, a pesar de su impresionante demostración de fuerza. Su posterior suicidio podría incluso interpretarse como la primera materialización de la inconsistencia del proyecto de Macbeth (antes del categórico acontecimiento final).
¿Pero por qué fracasa Macbeth? ¿Por qué no logra ser un triunfador? En la obra de Shakespeare las visiones de sus crímenes se hacen tan objetivas que afectan la percepción de su entorno, enajenándole el favor de sus seguidores. De una u otra manera todos “huelen” la debilidad de la situación y abandonan a un personaje con una defectuosa percepción de la realidad, uno que está arrogantemente convencido de ser el elegido para la invulnerabilidad.
El wannabe solo puede alcanzar su efímero triunfo en el resbaladizo territorio de la manipulación de la verdad. La lucidez, entonces, no será la causa de su ruina, sino la simple  y violenta irrupción de  las consecuencias de cada decisión tomada. La verdad se abre camino con minuciosa consistencia porque es una fuerza de la naturaleza. Y las ilusiones rotas se transfiguran en simples imágenes del sonido y de la furia.
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La mirada de Shakespeare es tan vasta que a pesar que sus obras están centradas en temas vigorosos (como el ansia de poder, la lujuria y las pasiones que hacen notorio el drama del humano y su desafío vital), al final uno tiene que concluir que su objetivo último no es lo extraordinario, sino que escudriña en aquello que yace en el alma de todo humano. Lo ordinario contiene lo real y lo potencial. Lo ordinario encierra en su seno rebosante todo lo extraordinario. Y Shakespeare utiliza el estruendo y el furor de lo tremendo para desenmascarar la comarca aparentemente rutinaria del ser.
El gran tema de Shakespeare es el alma humana como una pieza de recambio en una máquina cuyo objetivo se nos escapa. En el duelo endémico entre el ser humano y el destino estamos condenados a una peculiar forma de ser derrotados: ser cómplices de nuestra derrota. La marea del destino es implacable y solo podemos sobrellevarla navegando sobre la mentira. La conciencia visionaria de la arrolladora maquinaria nos hace luego cómplices de esta.
"Ten cuidado con lo que deseas porque se puede convertir en realidad" afirmaba Oscar Wilde. El problema de conseguir lo que se codicia es que en el mismo instante en que se posee algo se enciende una interrogante sobre el sentido de lo logrado y, simultáneamente, se abre paso la angustia de perderlo todo. Lady Macbeth afirma: Nada se gana, al contrario, todo se pierde, cuando nuestro deseo se realiza sin satisfacernos. ¡Vale más ser la víctima que vivir con una alegría preñada de inquietudes! Por otro lado se plantea el dilema de sí es más importante el presente, que tiene una caducidad previsible, o el futuro, que se extiende más allá de nuestro entendimiento, en una zona donde podemos fantasear con lo imperecedero.
Macbeth es carcomido por la conciencia de lo fugaz de su triunfo. En el primer momento Lady Macbeth lo desafía a usar su libre albedrío para ser un protagonista activo en la culminación de un designio señalado. En el segundo momento pretende usar nuevamente su libre albedrío, pero esta vez en la dirección contraria, con la pretensión de alterar este destino.
El libre albedrio, lo soberano de la voluntad, es el rasgo distintivo del ser humano, y por eso lo ubica como un ambiguo engranaje que puede ser al mismo tiempo de afirmación y de negación. Macbeth (y Shakespeare) es un escéptico de las certezas y se asombra de la danza entre el sí y el no. Dice: “Nunca he visto un día tan feo y tan hermoso como este”.
Macbeth comete un acto que no quiere realizar (incluso con la conciencia que será efímero) impulsado por una engañosa formulación de la verdad. La verdad puede ser el camino más contundente hacia la mentira. Al salir de la trampa su lucidez se abre camino y Macbeth (como en su momento Hamlet) contempla la existencia humana con una perspectiva de implacable profundidad.  Entonces recita:

Mañana, y mañana, y mañana
Se arrastra con aturdido paso día tras día
Hasta alcanzar la sílaba final del tiempo consignado.
Y las imágenes de cada ayer hechizan a los tontos
En la ruta hacia la muerte polvorienta.
¡Apaga esa luz! ¡Apaga esa luz!
La vida es la confusa proyección de una sombra
La vida es ese patético actor
que recita, se arrebata y contonea
y luego hace mutis por el foro.
La vida es una historia narrada por un idiota
llena del sonido y de la furia
y que nada significa

En otra escena Macbeth redondea el asunto:
Comienzo a hartarme de sol y ansío que ahora

se haga pedazos la máquina del universo.

sábado, marzo 12, 2016

Ni loco


La sanidad mental no está en no tener ninguna herida mental sino en arrancarles el veneno, en aprender a conducirse con todo eso que atormenta. Las cicatrices a veces supuran, hay que aceptarlo. Solo hay que evitar que el efecto corrosivo del dolor violente las zonas vitales. Una buena terapia en realidad no puede pretender una cura, sino más bien el desarrollo de una estrategia de sobrevivencia. Una coexistencia pacífica con los seres sombríos que nos pueblan, con los ángulos filosos de nuestro ser, con los hilos enredados en el tejido de nuestros días. Estos con frecuencia son, después de todo, los más vigorosos instrumentos para definir nuestra singularidad.

domingo, enero 03, 2016

Causas naturales



Somos seres abstractos
Lo concreto es demasiado para nuestra pobre colección de neuronas
El mundo natural es inaccesible para nuestra mente 
Creamos imágenes e ideas
Una versión sintética del puente que cruza el río
Una incierta visión de aquel anciano de agobiado tórax frente al atrio de la catedral
Un dibujo a lápiz de la mujer que empezamos a amar  aquella mañana soleada
Una genérica interpretación de la multitud agolpada en el primer piso del edificio
Un alucinante torrente de turistas que exhiben sus blancas pantorrillas
Y la imagen siempre inexacta de mi padre que se fue sin que yo pudiese decirle
Padre mío, padre mío
Duele eso de ser tan estúpidamente abstracto

viernes, octubre 16, 2015

Algo más profundo que el vino






Graham Greene decía que si uno observa con la debida atención a una persona -cualquier persona- es inevitable sentir piedad.
En ese orden de cosas si un poeta -cualquier poeta- se observa a sí mismo con la usual atención, resulta inevitable que este empiece a convencerse que él –nada menos- es un integrante de la especie de los genios.

Ilustración: Tintin Cooper.

jueves, agosto 20, 2015

Los besos escritos son bebidos por fantasmas






La facilidad de escribir cartas tiene que haber traído al mundo -considerado desde un punto de vista exclusivamente teórico- una terrible perturbación de las almas. Porque es una relación con fantasmas -y no sólo con el fantasma del destinatario, sino también con el propio- la que se va gestando bajo la mano que escribe, en esa carta y, más aún, en una serie de cartas de las cuales una corrobora a la otra y puede apelar a ella como testigo. ¡A quién se le ocurrió que la gente puede mantener relaciones por correspondencia! Uno puede pensar en una persona ausente y puede tocar a una persona presente; todo lo demás supera las fuerzas humanas. Pero escribir cartas significa desnudarse ante los fantasmas, cosa que ellos aguardan con avidez. Los besos escritos no llegan a destino, son bebidos por los fantasmas en el camino. Y esa abundante alimentación hace que los fantasmas se multipliquen en forma tan desmesurada. La humanidad lo percibe y lucha contra eso; para eliminar en lo posible todo lo fantasmal que se interpone entre los hombres y para lograr una comunicación natural, para recuperar la paz de las almas, ha inventado el ferrocarril, el automóvil, el aeroplano. Pero ya es tarde; es obvio que esos inventos han surgido en plena caída. La otra parte es mucho más serena y fuerte: después del correo inventó el telégrafo, el teléfono, la telegrafía sin hilo. Los fantasmas no morirán de hambre, pero nosotros sucumbiremos.
(Franz Kafka. Cartas a Milena.)
Ilustración: Kim Sung Jin

martes, agosto 18, 2015

La mandíbula de Westphalen








Durante mi primer viaje a Roma, en 1974, tuve al mejor guía que uno pudiera concebir. Onassis no habría sabido pagarse un cicerone de esa calidad. Porque el agregado cultural de la embajada del Perú era Emilio Adolfo Westphalen, a quien había frecuentado el año 70 en Lima. Emilio, gran poeta, hombre de la rica y mal conocida vanguardia estética sudamericana, era también un latinista y un enamorado de la historia de Roma. Caminamos por las viejas piedras capitolinas y me habló con emoción de Julio César, de los poetas Horacio y Virgilio, del emperador Augusto, de muchos otros. Conocía de memoria los lugares claves, las grandes encrucijadas. El poeta hablaba con una curiosa vacilación, con un temblor erudito y lírico, y los datos, los versos, los maravillosos encuentros de personajes, se iban desgranando a lo largo del paseo, que recuerdo como uno de los mejores de mi vida. Al final entramos a una trattoria que él conocía bien, me parece que en el barrio del Trastevere, y devoramos unos tallarines sencillamente inolvidables. A Emilio le chorreaba la salsa, no sé si de pesto, carbonara, bolognesa, y la mandíbula le temblaba de felicidad pura.
(Jorge Edwards. La muerte de Montaigne. Tusquets 2011)

¿Dónde están los buenos?

  Durante décadas se fue constituyendo la idea de que la víctima emblemática y mediática universal eran los judíos. Miles de libros y pelícu...