miércoles, febrero 11, 2015

Preguntas frecuentes





¿Qué es el amor?
Es un fenómeno equivalente al contacto entre dos sustancias químicas. Si se precipita una reacción ambas serán transformadas.[1]
¿Por qué el amor es problemático?
Porque el amor nos arrastra a un universo con reglas propias y excluyentes. Por eso cesamos de orientarnos apenas el ardor se apaga.[2]
¿Por qué los individuos singulares nunca encuentran su alma gemela?
Porque si la encuentran dejan inmediatamente de ser singulares.[3]
¿Por qué el triángulo amoroso es un género tan recurrente en el cine y la literatura?
Porque no hay triángulo, por obtuso que sea, sin que la circunferencia de algún círculo pase por sus condenados vértices.[4]
¿Qué le pregunta el amante a su amada?
Existen millones de tipos felices que no te conocen. ¿Por qué soy el único que únicamente puedo ser feliz conociéndote?[5]
¿Qué es lo primero que se piensa  frente a la felicidad ajena?
Nadie puede ser tan feliz sin ser castigado.[6]
¿Cuál es el recurso preferido de los románticos irreductibles?
Encontrar a la pareja ideal y entonces cambiarla.[7]
¿Cuál es el problema del amor?
El problema del amor es que a uno se le mete en la cabeza eso de ser feliz.[8]
¿Qué es la pasión?
La pasión es como el dinero: se ahorra durante mucho tiempo y se gasta en un solo instante.[9]
¿Qué es lo que hay en lo más hondo del enamoramiento?
En lo más profundo de cualquier enamoramiento ciego e insensato crece el odio hacia el ser amado, que posee la única llave existente de la felicidad.[10]
¿Qué dice el amante luego de un desencuentro con su amada?
Ella siempre habla mal de mí, pero no deja de nombrarme. Que me muera si no me ama. ¿Qué por qué lo sé? Porque me pasa lo mismo. Reniego continuamente de ella. Que me muera si no la amo.[11]
¿Qué es el amor?
Un maldito fastidio, especialmente cuando está unido a la lujuria.[12]
¿Qué es el amor?
Es creer en un cielo que cabe en un infierno (quien lo probó lo sabe).[13]
¿Qué le dice la amada a su amante?
Eres la única persona a la que le permitiría encogerse hasta un tamaño microscópico para nadar dentro de mí en una minúscula máquina sumergible.[14]
¿Cómo se pide a alguien en matrimonio?
No hay nadie como tú. Ahora entiendo porque a algunas personas se les ocurre unirse hasta que la muerte los separe.[15]
¿Qué se le dice al ser amado que se va?
No me dejes solo con mi corazón.[16]
¿Qué se puede decir del amor?
Love is lovely, and sex can be fun[17].
¿Qué dice la persona despechada a su pareja?
Acepta que tienes corazón, aunque éste sea pequeño y muy débil, y que no recuerdes la última vez que lo usaste. [18]
¿Qué es la masturbación?
Es sexo con alguien a quien a uno amará hasta el final.[19]
¿En el amor gana siempre el mejor?
Al que lo toca ganar le toca ganar.[20]
¿Qué pasa cuando uno está enamorado?
La tierra se prolonga de rosa en rosa. El aire se alarga de paloma en paloma.[21]
¿Cómo mira el amante a su amada?
Como un niño que ve por primera vez a la luna llena.[22]
¿Qué pasa cuando alguien de cierto nivel se une a una pareja inadecuada?
Cuando una persona de cierto nivel confunde lo accidental con lo  verdadero irremediablemente la futilidad alcanzará un nivel dramático y se generará  una invisible conmoción. Entonces la persona de cierto nivel empezará a sentir que algo equívoco colorea cada una de las horas.[23]
¿Qué caracteriza a las grandes aventuras amorosas?
La invencible marcha hacia el estruendo.[24]
¿Qué fucking significa la palabra fuck?
En la antigua Inglaterra la gente no podía tener sexo sin contar con el consentimiento del Rey. Cuando alguien quería tener un hijo debían solicitar un permiso, quien entregaba una placa que debían colgar afuera de la puerta del dormitorio. La placa decía "Fornication Under Consent of the King" (F.U.C.K.)[25]
¿Hay muchas maneras de conseguir placer?
Con la mano también se puede obtener placer físico (por ejemplo al rascarse).[26]
¿Qué es el complejo de Edipo?
El complejo de Edipo no es universal, sólo manifiesta el deseo infantil de Freud por su madre. Es el problema de un hombre, uno solo, que logra neurotizar a la humanidad entera con la loca esperanza de que su neurosis le parezca más fácil de tolerar, más ligera, menos penosa, una vez extendida a los límites del cosmos[27].
¿Qué es la coquetería?
Es un comportamiento que pretende poner en conocimiento de otra persona que un acercamiento sexual es posible, de tal modo que esta posibilidad no aparezca nunca como una seguridad. Dicho de otro modo: la coquetería es una promesa de coito sin garantía.[28]
¿En cuántas categorías se pueden clasificar a los mujeriegos?
Podemos distinguir dos categorías: líricos y épicos. Los líricos buscan en todas las mujeres su propio sueño. Los épicos ambicionan penetrar la complejidad del universo femenino. Los líricos se buscan a sí mismos en las mujeres.  Debido a que el mujeriego lírico persigue siempre al mismo tipo de mujeres, nadie se da cuenta de que cambia de amantes. Los mujeriegos épicos, en cambio, se alejan cada vez más, en su búsqueda del conocimiento, de la belleza femenina convencional, y terminan como coleccionistas de curiosidades.[29]
¿Qué hizo el amante al encontrar al amor de su vida?
Cubrió de besos sus rodillas y comprendió que aquella mujer desdichada e impura era el único ser que había amado en la vida y que jamás podría sustituirla. [30]
¿Qué es propio del amor?
Que después de los besos vengan los suspiros.[31]
¿Qué le ocurrió a la mujer más amada?
Un maharajá viajó desde la India y suplicó le obsequiase sus medias nylon. Luego las usó para ahorcarse.[32]
¿Qué es la vida?
La vida es una enfermedad que se contagia sexualmente.[33]
¿Qué es el yo?
El yo es una cosa viva compuesta de ficción.[34]
¿Qué es el beso?
En china y en Japón la cultura erótica no conoce el beso con la boca abierta. El intercambio de salivas no es, pues, una fatalidad del erotismo, sino una cochinada específicamente occidental.[35]
¿Qué es el clítoris?
El clítoris es el triunfo de la evolución, junto con la retina y la membrana timpánica[36]. El clítoris es el gesto más elegante de Dios hacia Eva.[37]
¿Por qué algunos siempre buscan a la antigua enamorada?
Porque el asesino siempre regresa al lugar del crimen.[38]
¿Qué responde la mujer a esta respuesta?
Ser hombre es un defecto de nacimiento.[39]
¿Qué pasaría si las mujeres no existiesen?
Si las mujeres no existieran la literatura, la fama el  poder  y el dinero no tendrían sentido.[40]

Advertencia: Esta es una obra de ficción. Los nombres de los personajes convocados en ocasiones no aluden forzosamente a homónimas celebridades.




[1] C. Jung.
[2] M. Yourcenar.
[3] Søren Kierkegaard.
[4] Beckett.
[5] Francisco Cerpa.
[6] Cyd Charice.
[7] Ally McBeal.
[8] Anónimo.
[9] S. Jobs.
[10] Peter Hoeg.
[11] Catulo.
[12] J. Joyce.
[13] Lope de Vega.
[14] Joe Dunthorne.
[15] R. Altman.
[16] L. Lugones.
[17] Kate Winslet.
[18] Brothers Cohen.
[19] Woody Allen.
[20] Mariano Melgar.
[21] Huidobro.
[22] Larry McMurty.
[23] Eliot.
[24] Vicente Hidalgo.
[25] Encyclopedia Britannica.
[26] Wikipedia.
[27]  Michel Onfray.
[28] M. Kundera.
[29] M. Kundera.
[30] Chejov.
[31] Larry McMurty
[32] Billy Wilder.
[33] Graffiti.
[34] Vicente Hidalgo.
[35] M. Kundera.
[36] P. Roth.
[37] Alejandro Borja.
[38] Sam Spade.
[39] Allan Cubitt.
[40] Aristoteles Onassis.

domingo, enero 04, 2015

La soñada inmovilidad






Hubo un tiempo en que una hermosa forma de vivir era ir construyendo una biblioteca personal. Yo solía merodear por las librerías y cuando, sumando sol más sol, compraba alguno de aquellos libros, me sentía omnipotente. Ese júbilo, sin embargo, no era demasiado virtuoso, y con frecuencia necesitaba interactuar. Mencionaba, a quien pudiese interesarle, los párrafos que había subrayado, los hallazgos, las inflexiones, los capítulos que sobraban, la experiencia con las páginas finales. Leía, incluso, algunas citas que laboriosamente había copiado en un cuaderno espiralado. Cosas no necesariamente admirables, pero que me habían llamado la atención por su sonido, por la distribución de las palabras, o simplemente por algún giro desconcertante (yo las arrancaba de su contexto original para leerlas con una sonrisa torcida). Y de esta manera, poco a poco, mes a mes, año a año, las paredes de mi sitio se fueron llenando de libros. Cuando llegué a 1977 ya eran suficientes como para impresionar a alguna visita femenina que, con frecuencia, solía preguntar: ¿los has leído todos?
Simultáneamente con eso de los libros se había despertado en mí una afanosa curiosidad por la música. No era algo completamente nuevo, en  realidad, mi padre, el Alfredito, nos llevaba cada sábado a la Discoteca Internacional, en las galerías Gamesa. Él compraba un disco de música criolla y luego nos permitía elegir. Pero elegir es algo que te transforma. Una elección es una consecuencia de la indagación, de la avidez.
En la era de los vinilos era inevitable escuchar el mismo disco hasta el aturdimiento. No era nada fácil ir más allá de las novedades impuestas por nuestra radio intachablemente provinciana. Tampoco sobraba el dinero y nadie quería prestar sus discos por temor a las irreversibles rayaduras. Por eso cuando mi padre compró una grabadora de cinta sentí que el mundo se expandía. A pesar de que la calidad se debilitaba al grabar directamente con el micro, la euforia de poder armar lo que ahora se conoce como playlist era embriagante. Luego, con la aparición de lo asombrosos casetes, la democratización de la música se extendió como una epidemia.  Solo era asunto de conocer a la gente adecuada para hacerse de copias de un catálogo cada vez más variado. Con el desembarco de los casetes había llegado la hora de la gloriosa replicación. Aquí, en mi cueva, se empezaron a multiplicar las cajas. Cajas llenas de casetes con los lomos pintarrajeados con plumones de colores.  Y entonces, cuando ya todo el mundo se preciaba de tener esto y lo otro hizo su repentina aparición un platillo volador: el  CD. Era una tecnología tan nueva que resultó el primer indicio de que pronto el futuro se integraría al presente provocando una jubilosa confusión como nunca antes había ocurrido en la historia de la humanidad. El CD era un objeto brillante,  inmaculado, y supuestamente inmune a las temidas rayaduras. Pero la ilusión duró solo hasta que todos botamos (todos) los casetes y llenamos el espacio con versiones remasterizadas. Justo cuando ya volvíamos a sentir que el hogar estaba completo y que podíamos intentar un día de pacífica autocomplacencia se publicó en una importante revista el artículo sobre la revolución del mp3, la ingeniosa manera de comprimir digitalmente la música hasta hacerla increíblemente manejable. Eso trajo algo trascendental: la posibilidad de acopiar casi todo lo que alguna vez habíamos soñado sin tener que molestarse en abrir la billetera. Y entonces los discos duros empezaron a henchirse con tanto sonido que exigían meses ininterrumpidos de atención. ¿El paraíso? Lo triste fue ver como luego las cajas llenas de CDs tan esforzadamente atesoradas se mantenían mudas ya para siempre. Sin embargo ocurre que todas esas gigas repletas resultan ahora algo irrelevantes. ¿Para qué escarbar en nuestros archivos si podemos escuchar lo que nos dé la gana sin mayor problema en sitios como Spotify? Lo que queda claro es que, tristemente, ya no podemos relamernos  con el simple placer del avaro que cada noche repasa sus tesoros.
Con los libros ocurre algo incluso más chocante. Los libros, la biblioteca personal, han sido siempre sagrados. Incluso los que no leen jamás los ubican entre las cosas simbólicamente venerables. Recuerdo que un tío solía religiosamente comprar un tomo cada semana precisando que eran para su jubilación. Toda la inquietud y todos los sueños de su vida se levantaban con la esperanza de alcanzar el merecido descanso, ese espacio de tiempo diluído que es la vejez, rodeado de perfectas provisiones. Por eso cuando ahora se habla de la muerte del libro el escándalo parece mayor. Pero el libro no solo no está muriendo sino está experimentando un fenómeno similar al de la música y el cine.  Nunca antes en la historia, gracias a los PDFs y los epub y los mobis, ha sido tan grande la cantidad de libros (y música y pintura y cine) disponibles para tanta gente. Pero ahora su física posesión se ha vuelto irrelevante. Eso, sin duda, es una pena para los que amorosamente habíamos forjado  una respetable biblioteca personal: ya no podremos encontrar la paz (si es que existe alguna paz en el universo) apaciblemente confortados por el testimonio físico de los estantes repletos.
Hasta el siglo XX era natural que una generación pudiese disfrutar de largos años de estabilidad entre época de cambios. En el nuevo siglo la estabilidad raramente se extiende más allá de algunos meses. Hasta el siglo XX la estabilidad se amoblaba acumulando cosas que duraban mucho tiempo: libros, discos, cámaras fotográficas, hermosas máquinas de escribir. Hoy esa acumulación produce frustración porque el material acopiado solo puede ser consumido parcialmente antes de ser reemplazado por un modelo más avanzado. Los de las generaciones anteriores provenimos de la escasez endémica y estamos ahora desconcertados en la era del sorprendentemente fácil acceso a todo. Vivimos en una época donde el tránsito es el estado natural y la estabilidad la excepción: eso exige una actitud mental extremadamente flexible y una vocación por el vértigo.
Las sorprendentemente agresivas campañas por la revaloración de las tradiciones que aderezan estos tiempos salvajes no son otra cosa que la nostalgia por la perdida estabilidad. A pesar de que a primera vista las ensoñaciones medievales que combaten todo lo novedoso resultan paradójicas en este siglo tan superado, una mirada más atenta hace visible su dramática coherencia. La desesperación por la vuelta al pasado es un impulso primario y hasta estúpido, pero encuentra una explicación ante la ya patológica dificultad para encontrar algo de estabilidad. Porque la adictiva excitación por la novedad no elimina la angustia por un tiempo presente demasiado fugaz, por una perpetua inminencia del futuro. Tenemos que  reconocerlo: más allá de nuestra juvenil voracidad, en lo más hondo, lo que ansiamos es un momento de silencio. Un largo momento en la que todo esté tan equilibrado que no se mueva. Un instante que parezca el definitivo. La tan antigua y mítica añoranza por el cero absoluto.

¿Dónde están los buenos?

  Durante décadas se fue constituyendo la idea de que la víctima emblemática y mediática universal eran los judíos. Miles de libros y pelícu...