sábado, noviembre 22, 2014

Echemos abajo la estación del tren



el carácter destructivo tiene la conciencia del hombre histórico.
Walter Benjamin


el destructor conoce una actividad: despejar
el destructor perfecciona una consigna: hacer sitio
su urgencia de aire fresco es más fuerte que (todo) su odio
el destructor es atrevido y eufórico porque demoler rejuvenece
demoler aparta las huellas (de lo establecido)
y alegra
porque demoler implica arrancar toda una raíz
(limpiar)
implica un purificación (incluso de sí mismo)

el personaje destructivo se cree siempre original
los mandatos de algo primigenio guían sus pasos
(siempre es radiante medianoche en el jardín del destructor)
(nada es tan simple como cuando se alza la convicción de demoler)

el carácter destructivo tiene pocas necesidades
el carácter destructivo es una señal
responde las preguntas (¿quién ocupará el espacio vacío?) con frases furiosamente planas
y así como un punto trigonométrico está expuesto a los 4 vientos el maldito carácter destructivo está expuesto a las habladurías
pero al destructor no le interesa (para nada) la opinión ajena
está iluminado: ve autopistas por doquier
hace escombros de lo existente (porque cree que por ahí pasa un resplandeciente callejón)
lo que explica el carácter del carácter destructivo es que siente que la vida no es bella
lo que explica el carácter del carácter destructivo es que (paradójicamente) le resulta imposible entender la belleza del suicidio

(solo eso)

lunes, noviembre 17, 2014

Estamos hechos de pan



 No hay duda, la comida y la identidad siempre han tenido una ajustada relación. Las preferencias culinarias residían en el meollo mismo de cada identidad.  Lo que comíamos solía representar el hogar, la tradición, los padres, los abuelos: era el olor y el sabor del sitio de donde veníamos. “Su comida” era siempre lo que más extrañaban los expatriados. Hasta fines del siglo XX el perfil de lo que éramos estaba esencialmente modelado por nuestro origen, por las costumbres heredadas. Pero en este tan cosmopolita nuevo siglo esta configuración de preferencias parece haber escapado del eje de lo primordial para trasladarse a la periferia de nuestro ser, hasta esa zona convulsionada por la dinámica de la constante reinvención. Antes las comidas regionales estaban en el centro del imaginario de los sibaritas. Ahora la tendencia en el mundo es la fusión (crecientemente asociada a la contemporánea urgencia de novedad) y, como es claro para todos, nunca hemos tenido la posibilidad de comer más rico. Nunca como antes hemos experimentado tantos matices insospechados. De esta manera hemos  emprendido un viaje por la ruta hedonista en busca de una nueva manera de ser.
El boom gastronómico peruano se ha anunciado como una revaloración de la comida tradicional, pero esta “puesta en valor” ha significado en realidad un cambio radical en nuestra relación con la comida. El cambio de una conservadora actitud, que se incendiaba con la nostalgia, hacia otra mucho más sensualista y gloriosamente pecaminosa representa una secreta, pero auténtica, revolución en nuestra identidad. Sin duda al diseñar lo que aspiramos ser coloca a la tradición como la base –las líneas generales- sobre las cuales forzar nuevas combinatorias y hasta incluso caprichosas intrusiones. La interrogante es si esta vivaz etapa de transición es algo que echará raíces, que emulsionará  en una nueva tradición o, se desvanecerá en el aire (como suele pasar con tantas “tendencias” en este sorprendente nuevo mundo). 

martes, octubre 21, 2014

Las últimas palabras de Jaime Sabines





Y yo, y yo, y yo,
el señalado por mi corazón,
el aturdido, el inacabado, el solitario
el que interpretó (devotamente) el misterioso guion,
he trepado por fin la escarpada pendiente
desde ese huerto imaginario llamado infancia
hasta el cañón del eco de la vejez
(donde ahora grito estas palabras)
(donde ahora, desconcertado, pronuncio mi  nombre y apellido)

Y yo, y yo, y yo
Tendré ya que desatender este mundo
con pena,
(que es el dolor más hondo)
y queriendo (siempre, siempre)
todo, todo.

domingo, octubre 05, 2014

Rara Avis





Lo primero que uno piensa al enfrentarse a la obra de Jaime Mamani (Puno, 1964) es que es una anomalía en la ruta de la pintura peruana. Pero entonces salta el pendenciero argumento de que todo verdadero artista es una anomalía. Tiene que serlo. Aunque es necesario considerar que en estos tiempos en los que “lo auténtico” se atreve a confrontar o asumir la autenticidad manipulando lo falaz, uno no puede precisar con suficiente convicción que tipo de anomalía es la forma mutante que impondrá su lugar con consistencia.  Por otro lado las formas que apostaron más bien por la confortable replicación de los procedimientos de lo artísticamente correcto no producen ya ninguna extrañeza y eso, bueno, no parece precisamente el mejor de los indicadores.
Lo que más llama la atención de Jaime Mamani no es que no se haya inclinado por alguna de las rutinarias innovaciones del arte contemporáneo, sino el hecho de que tampoco haya optado por la siempre virtuosa tradición. Porque si bien es infernal su deuda con  Hieronymus Bosch y otros maestros de la época, hay algo de extremadamente inquietante en su opción de no apelar al fox-trot del posmodernismo (y trazar una pincelada paradójica, o sarcástica o humorística e insertar lo incoherente y reinterpretar y alterar y reconvertir). Porque al mirar sus cuadros uno está tentado a jurar que Jaime Mamani es un maldito (y auténtico) discípulo extemporáneo (por varios cientos de años) de los delirantes genios del viejo Flandes. Y entonces uno se pregunta cómo cayó aquí, en este Perú que tan afanosamente persigue la novedad, esta obra con una cosmovisión tan endemoniadamente medieval.
La historia de Jaime Mamani, si uno se deja llevar por lo que dice la gente, también resulta algo peculiar. Su padre, maestro de obra, solía trasladarse con toda su familia, durante meses, mientras duraba la edificación del eventual chalecito en los suburbios arequipeños. El pequeño Jaime vagaba entonces por las habitaciones recién estucadas, solo cubiertas por la lechada de base. Hasta que un día pasaron por ahí el arquitecto constructor Carlos Maldonado con su esposa Angelita, y quedaron sorprendidos.   El living, la sala y el comedor, la cocina, los dormitorios y hasta los tres baños estaban cubiertos por escenas trazadas con meticuloso carbón vegetal. Un universo equidistante.
Más tarde, cuando finalmente, e impulsado por el aliento de la pareja, ingresó a la Escuela de Artes de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa, continuó registrando esas imágenes que brotaban espontáneamente pero, a falta de muros, tuvo que conformarse con unos arcaicos cuadernos de tapa dura que encontró por ahí. “Es mi diario”, informaba lacónicamente, cuando alguien inquiría.
Jaime Mamani, inevitablemente, es un tipo raro. Una vez alguien se le quedó mirando con impertinente fijeza: “Eres idéntico a Data, el personaje de Star Trek”. Si, respondió Jaime, sin sonreír. Claro que esa similitud no se refiere tanto a un corazón matemático sino a esa calidad de ser algo marciano, de no pertenecer completamente a esta coordenada geográfica y temporal.  Los ojos, principalmente, delatan esta situación. Unos ojos parecidos a los de los  personajes de sus oleos o dibujos. Seres que nunca miran al punto donde se juntan las líneas de la perspectiva, sino a otro lado. ¿A qué lado? Quién sabe. Pero lo cierto es que Jaime Mamani no tiene la mirada inquisitiva y taladrante de algunos artistas hiperactivos ni tampoco los luminosos globos oculares de los meditabundos. Más bien hay algo antiguo, que se remonta quizá hasta la era en que los peces y los reptiles gobernaban un mundo de escurridizos primates.
Pero más allá de optar por una imaginería de algún inframundo lo que más llama la atención es esa pesquisa sobre un viejo gran tema: la relación de lo humano con lo animal. Un enorme porcentaje de la obra de Jaime Mamani muestra a seres humanos desplegando algún tipo de animalidad, tal vez por medio de un par de alas nada angelicales, o simplemente mostrando unas vísceras animadas. Pero aquí el humano no se siente amenazado ni atormentado por la conciencia de la extrema sustancialidad con seres de otra especie, sino que, como lo indican los rostros extrañamente impasibles, es manifiesto un antiguo reconocimiento a esta comunidad de cuerpo y alma. Lo monstruoso es lo aberrante. Pero si uno acepta lo monstruoso como lo verdadero, lo monstruoso revela entonces una belleza cardinal.
En muchos lugares los contestatarios y otros que continuaron la tradición de la vanguardia se han rebelado  optando por las inevitables performances, instalaciones, por los dípticos y trípticos en gran formato, siguiendo la lección de algunos maestros de la segunda mitad del siglo XX. Se trabaja también con una técnica mixta, lo que lleva con gran naturalidad a aplastar lo sutil y dejar florecer gloriosamente lo enfático y lo explícito.  Sobre este panorama Jaime Mamani no suele decir nada. Es un tipo básicamente reservado. Pero sin duda no parece sentirse identificado con ninguno de los muchos grupos de artistas que animan la vida cultural de la segunda ciudad del Perú. Ha expuesto, sí, pero con tal discreción que cuando le preguntan hace un gesto enigmático. En general, dice, la gente lo busca en una casona de sillar, a pocos metros de la plaza de Armas de Arequipa, donde trabaja como diseñador gráfico. Lo que pasa, dice, es que hace algún tiempo tenía que mudar su taller, sus lienzos, pero algo ocurrió, algo siempre ocurre, y se quedó con todo el material embalado. Así que ahora trabaja en sus ideas ya no tanto en aquellos cuadernos de tapa dura, sino en la lap-top que tiene sobre su escritorio. Y esos personajes, que quien sabe si son demonios interiores o, quizá simplemente solo son la forma en que Jaime Mamani nos reconoce a todos los que deambulamos por ahí. Porque es cierto, todos somos demasiado raros.


(Exposición en el Centro Cultural Inca Garcilazo. Jr. Ucayali 391. Lima. Hasta el 9 de noviembre)

jueves, septiembre 26, 2013


Actos de ventriloquia

(por O. Ch.) Publicado en Hueso Húmero 61. Lima 2013

Sería deseable que el pobre querido Tom tuviese más agallas y menos necesidad de dejar caer gota a gota cada una de sus agonizantes perplejidades, anotó Virginia Woolf[1]
Bertrand Russell estaba seguro que T. S. Eliot carecía de la insistente pasión imprescindible para ser alguien
Los médicos enarcaron las cejas, diagnosticaron abulia
El departamento era ruidoso
No había plata, nada
No podía seguir. No podían seguir. Nadie podía seguir[2]
Cada incidente cotidiano era una aventura en los círculos del infierno
(T. S. Eliot gruñía)


T. S. Eliot alguna vez definió su libro como una pieza rítmica de quejas
Un destilado estilístico de un mal matrimonio
Al terminar pidió una opinión
Complimenti, you bitch, le contestó el viejo Pound
Los innovadores de la primera mitad del siglo XX trabajaban todo tipo de vísceras con diabólica elegancia
T. S. Eliot fraguó una neurótica relación entre lo que presenta el que habla y lo que cree percibir el lector[3]
Un nerviosismo que se versifica alterando registros tonales
Un ejercicio de ritmo, de síncope, como un objeto soliviantado que apunta hacia la ventana
T. S. Eliot capturó algo ajeno y lo reconfiguró
P. R. Picasso manoseó máscaras africanas
J. A. Joyce implantó La Odisea como espina dorsal
Los huesos de lo viejo eran escandalosamente legibles bajo el pellejo de lo novísimo[4]


No hay libertad, no hay libertad en el arte, advirtió Eliot en 1917
Se refería a que las expectativas tiranizan el campo formal
Cuando una persona agarra un poema espera que pueda leerse como un poema
El producto de vanguardia deforma, desfigura, retuerce, distorsiona
Manipula lo extraviado
Pero el texto de vanguardia nunca abandona por completo las convenciones. Sin la forma estamos perdidos en una constelación de decisiones[5]
Las viejas estructuras condicionan la respuesta al poema inédito
Pero el más interesante de los fenómenos ocurre cuando algo nuevo transforma sin remedio todo lo anterior. Después de Prufrock, el infierno de Dante es otro infierno de Dante
Ligeramente otro


Con La tierra baldía T. S. Eliot se aproximó escandalosamente a los límites de la técnica
Fue acusado de plagiario
La tierra baldía es un collage de alusiones, de citas, de ecos, de apropiaciones, de pastiches, de imitaciones, de actos de ventriloquia. Usa siete idiomas, incluyendo el sanscrito. Termina con páginas de notas[6]
Cuando Joyce le envió los últimos capítulos de su Ulises Eliot contestó: No tengo nada más que admiración. Luego agregó (en voz baja): Maldito seas.
Años más tarde confesó que había decidido abandonarlo todo[7]
La obra de Eliot y la de Joyce son aparatos que se apropian de estilos y tradiciones[8]. La incautación es su estilo
En tan poco tiempo, con tan pocas páginas, T. S. Eliot cambió el modo de escribir poesía[9]
Cuando los devotos le preguntaron qué se necesita para comprender un poema él respondió:
Leer otros poemas
Interrogado sobre su método creativo dijo:
No hay ningún método excepto ser muy inteligente


Notas:




[1] En su diario
[2] Que implacable, que implacable la miseria

[3] Imprimió tensión contra la forma

[4] Eso generaba disonancia

[5] La forma es lo que permite ser

[6] Un acertijo más a ser interpretado

[7] Pero Pound (siempre el viejo Pound) le explicó que Joyce había excitado el mundo de la novela. T. S. Eliot estaba obligado a hacer ese trabajo en el campo de los versos

[8] Son como cubos de Rubik

[9] T. S. Eliot no perdía ocasión de escribirle a su mamá: Hay un pequeño y selecto grupo que me considera el mayor poeta vivo (de Inglaterra)

lunes, septiembre 23, 2013



El motor de combustión interna


¿Cuánta presión ejerce lo potencial sobre lo fáctico?
¿Qué impacto engendra lo imposible en la conciencia humana?
¿El uso de la primera persona del singular afecta la intensidad de la afirmación?
¿La filosofía moral, la ideología y la fe religiosa tienen su origen en el mismo virus?
¿Hay siempre un oculto condicionamiento detrás de todo albedrío?
¿Qué pasaría si no hay nadie más entre las estrellas?
¿Se puede deducir una sola pregunta de una precisa respuesta?
¿Por qué estoy seguro que soy ese que era?
¿Qué es lo que hace que yo no sea el que está mil metros más allá?
¿Qué significan tantas formas de estar vivo?
¿Qué impide que esté todo permitido?
¿Lo único inesperado es lo único temible?
¿Lo único inesperado es la única esperanza?
¿Lo único sorprendente es este instante tan estricto?
¿Quién era ese que fui el 7 de julio de 1977?
¿La búsqueda es una incógnita terriblemente activa?
¿Soy un monstruo o esto es ser una persona?
¿Qué significado tiene que sean exactamente las 12:06?
¿Cuándo me ves qué ves?
¿Soy solo el producto de millones de variables vibrando desesperadamente?
¿Estoy atrapado justo en esta coordenada?
¿Qué será del mundo cuando yo no sea yo?
¿Soy solo yo en este preciso instante?
¿Si suena este teléfono quién me dirá aló?
¿Escucha alguien todo lo que yo estoy pensando?
¿Existe el silencio?
¿Existe?

(O. Ch.) Publicado en Hueso Húmero 61.  Lima, 2013

lunes, agosto 05, 2013


Edith Sodergran


Dios

Dios es el lecho sobre el que nos extendemos en el todo
replicando a las estrellas con ojos tan azules
Dios es la almohada sobre la que inclinamos la cabeza
Dios es el apoyo a nuestros pies
Dios es el arsenal de ímpetu y una impoluta oscuridad
Dios es el alma inmaculada de todo lo no visto
y el cuerpo ya rancio de lo jamás deliberado
Dios es el agua dormida de la eternidad
Dios es el grano fértil de la nada y el puñado de cenizas
de los mundos incendiados
Dios es la infinitud de los insectos y el éxtasis de las rosas
Dios es un columpio vacío entre el todo y la nada
Dios es el grillete de las almas
Dios es un arpa para la mano con la ira más violenta
¡Dios es todo aquello que el deseo puede hacer descender a la superficie  de esta tierra!

(Versión mía)

miércoles, julio 31, 2013


Ciudad de New York, 1918
Querido Barton:
desde hace mucho tiempo pienso que hay una persona en la oficina que debería ser despedido. Me refiero a Sherwood Anderson. Él es un tipo hábil y buena persona, pero hace rato que estoy convencido que su corazón no está en el trabajo. Seguramente hay consenso en el hecho que este Anderson es, de alguna manera, una especie de adorno para nuestra organización. Su cabello, para empezar, tan largo y desordenado, confiere un matiz artístico a su personal apariencia que, probablemente, impresiona a tipos como Frank Lloyd Wright o a Mr. Curtiniez of Kalamazoo cuando visitan nuestra oficina.

Pero Anderson no es realmente productivo. Como dije, pienso que no le pone corazón a su trabajo. Y estoy firmemente convencido que debería ser despedido. Y si usted no se decide yo me presento como voluntario para informarle que tenemos que dejarlo partir. Por lo tanto sugiero que a la brevedad posible nuestra oficina se disponga a cortar todo tipo de relación laboral con el mencionado Anderson.

Respetuosamente
Sherwood Anderson


miércoles, julio 17, 2013

VERN: ¿Crees que Súper Ratón podría derrotar a Superman?
TEDDY: ¿Estás chiflado?
VERN: ¿Por qué no? El otro día cargaba a cinco elefantes con una sola mano.
TEDDY: ¡No entiendes nada! Súper Ratón es un dibujo animado. Superman es un hombre real. No hay manera en que un dibujo pueda derrotar a un hombre real.

(en Stand by me. Rob Reiner, 1986)

¿Dónde están los buenos?

  Durante décadas se fue constituyendo la idea de que la víctima emblemática y mediática universal eran los judíos. Miles de libros y pelícu...