miércoles, febrero 15, 2012


La vida secreta del Oxycontin y del desfibrilador
La enfermera Jackie es una mujer con un centro gravitacional poderoso. Los que la rodean se convierten en satélites. Su poderío se apoya en una eficiencia profesional administrada por el sentido común, en ocasiones incluso por un pragmatismo tan bien calibrado que puede confundirse con sabiduría. La enfermera ha establecido un hogar. Su marido parece ser un personaje cabalmente balanceado en lo físico, en lo económico y en lo emocional. Parece además amarla con doméstica intensidad. Pero hay un problema: la enfermera Jackie es drogadicta. Roba fármacos porque le gusta que su piel entre en estado de vibración, que emulsione su  identidad, que se rompa la marcha cadenciosa de las horas.  Busca la energía, que es la delicia eterna. Para conseguir las preciosas pastillas la enfermera Jackie dirige su imán (anatómico) hacia el jovial farmacéutico del hospital. De esta manera se transforma en adúltera. El sexo entre el mobiliario médico hospitalario es intensivo y,  de una manera accidental, la carnalidad empieza a mutar hacia la tan tóxica enfermedad del amor. Por desgracia ese extraño fenómeno parece ocurrir exclusivamente en el tórax del técnico farmacéutico. La enfermera J. opta por estar siempre (y para siempre) con su marido tan equilibrado. De esta manera se convierte en una engañadora.  Miente. Disimula, manipula, falsifica. Cada día eleva una plegaria: Dios mío, hazme buena, pero no todavía. (Un malhechor a veces no es otra cosa que alguien con un enloquecido corazón).
En los viejos tiempos la televisión estaba poblada por un tipo de gente que creía en la tranquilizadora línea que divide a los buenos de los malos, los personajes ejemplares y los detestables villanos. Clásico pensamiento dualista de la civilización occidental. Una de las cosas inteligentes que ha hecho la nueva televisión es explorar el género realista con empeño, con avidez por ganarse un par de Emmy awards.  Los personajes transgresores suelen presentar una mayor complejidad y proponen interesantes dudas sobre los diversos criterios sobre los que se levanta la ética. Y en lo referente a la estética, al presentar caracteres no particularmente provistos de belleza física (a diferencia de Grey's Anatomy o House) se marca distancia de lo artificial. Sin embargo la opción por un cierto nivel de comedia (que seguramente busca  mitigar las sombras de lo tanático) contrarresta el efecto y nos vuelve a alzar hacia la zona de lo no real. Otra característica de la nueva televisión es algo que parece una lección aprendida de la literatura: La maldita rutina de cada día está repleta de una amplia variedad de invisibles conflagraciones. La riqueza de lo insignificante contiene potencialmente más drama que el escenario precintado del forense.
¿Pero por qué los hospitales son tan atractivos para series exitosas? Un hospital es siempre el lugar donde ocurre el peor día de la vida de alguien. Cuerpos  dolientes extendidos sobre una sábana.   Pero un hospital tiene unos pobladores regulares. Gente para los que el espectáculo del dolor es la inevitable rutina. El centro de Nurse Jackie son estos personajes. Y a diferencia de proyectos similares, los protagonistas no son los que ocupan los puestos más altos en la jerarquía sino los que hacen el trabajo invisible, el personal de apoyo, los auxiliares, los camilleros, las enfermeras. Es además significativo que los caracteres más fuertes e interesantes sean femeninos.  
Sin duda Edie Falco, la enfermera Jackie, es el centro de la serie porque su gran talento se convierte en el punto de convergencia para un elenco francamente fascinante. La enfermera Jackie trata a la gente, a sus pacientes, con la firmeza de alguien con mucha calle, pero los frecuentes close ups traicionan la vulnerabilidad de esos grandes ojos en un rostro tallado por el cansancio. A su alrededor hay individuos que conjugan lo divertido, lo patético, lo curioso, lo desagradable, en un tramado multivalente. Pero nadie es un arquetipo. Todos son un poco de algo. Sin embargo hay algunos que destacan. Este ávido espectador tiene especial predilección  por Zoey (Merritt Wever) una practicante que en realidad es una mascota.  Zoey es una gordita aniñada que inventa una disonancia con su lenguaje corporal.  En segundo lugar está la Dr. Eleanor O'Hara, una inglesa de rostro escasamente simétrico que se mueve con graciosa elegancia mientras lanza al mundo frases de humor acerado.  También merece mención la hija de la enfermera Jackie, de 12 años, que realiza ritos propiciatorios (dar tres vueltas a su carpeta antes de iniciar el día) para evitar que se precipite la catástrofe. Insólitamente una niña que no pertenece al universo hospitalario es el único personaje irremediablemente oscuro. Pero de alguna manera todo el grupo de personajes se complementan con tanta coherencia que uno ya casi los puede contar como un logro de la ciencia. Esta serie en realidad resulta para nosotros no solo una poción medicinal que tenemos que  tragar, sino algo que, por su buen gusto, tomaríamos cada día. (Oswaldo Chanove)

lunes, octubre 24, 2011


Cuenta Vila Matas que en el libro Artistas sin obras (1997) de Jean-Yves Jouannais se menciona a un tal Firmin Quintrat. Este joven emprendió un viaje alrededor del mundo con el minucioso objetivo de asimilar rostros. Registró miles. En determinado momento escribió a su hermano que por fin se había convertido en artista. Especificó que su obra no iba a estar compuesta por acuarelas, estatuas o poemas. Su obra era su mirada. En consecuencia resultaba  forzoso hacer los arreglos para que aquellos ojos que habían visto tanto sean expuestos en sendos frascos transparentes.


jueves, octubre 20, 2011


Es posible que la poesía esté hasta en la sopa. El asunto es encontrarla mientras uno está afanado sorbiendo los fideos. Hace algún tiempo el Dr. William Carlos Williams comprobó que (con toda seguridad) la poesía se encuentra en la puerta del refrigerador.




Solo para que sepas

Me comí
una pera
que estaba en
la refri
seguramente
la estabas guardando
para el desayuno

perdona
estaba deliciosa
tan dulce
y tan fría

(En el poema original incluido en la primera edición de sus Collected Poems de 1934 el poeta se comió unas ciruelas, pero ya se sabe que toda traducción es una traición)
Ilustración: Justus Juncker

martes, octubre 18, 2011


Arte poética

Brotó un líquido color magenta cuando un escritor aplastó  a una cucaracha que trajinaba sobre una paleta de pintor. No había pintura magenta en tres kilómetros a la redonda.  El azul y el rojo deben haberse mezclado en aquella minúscula tripa, dijo (en japonés).

Ilustración: Günther Förg.

sábado, octubre 08, 2011


En su discurso de 2005 en la universidad de Stanford Steve Jobs contó que cuando era joven leyó
en alguna parte una frase que le llamó la atención:

Si te levantas cada mañana haciendo de cuenta que es  el último de tus días tarde o temprano resultará cierto.



Ilustración: Jasper Johns

Un viejo amigo tenía un nombre para su cevichería soñada: Cementerio Marino.


martes, octubre 04, 2011

Peruanos aparecidos





Acaba de llegar a este remoto rincón Nabokovia Peruviana, de Fernando Iwasaki. Es una colección de textos previamente usados que aparentemente encontraron su motivación al calor de la pesquisa casi detectivesca por “atrapar” páginas (en los intrincados callejones de la literatura) donde incidentalmente aparecen peruanos, o lo peruano como exótica referencia. Iwasaki descubre, por ejemplo, la secreta e incaica identidad de uno de los personajes de En Busca del tiempo perdido. Nos alerta que Sherlock Holmes advirtió a tiempo sobre el vampirismo de los peruanos.  Nos muestra cómo Melville resultó profético cuando puso en su Moby Dick que en Lima “hay un alto horror en la blancura de su dolor”. Revela también que, según el aciago Lovecraft, en un estante de la biblioteca de la Universidad San Marcos está disponible un ejemplar del abominable Necronomicón. Todo muy interesante, pero luego de terminar la lectura lo que queda flotando son las páginas donde algunos escritores nos sorprenden por llevar la palabra “sinvergüenza” a niveles insólitos.
Normalmente la ambición de todo escritor es ser recordado por una proeza creativa, pero parece que el arequipeño Alberto Guillén se ha ganado su lugarcito en la historia de la literatura por una simple pendejada. Según cuenta Iwasaki en el texto que sirvió de presentación a la reedición española del 2001 de La linterna de Diógenes,  Guillén llegó a Madrid a mediados de los 20 y consiguió entrevistar a 38 autores. La adulación sin duda le sirvió para bajar la guardia de los famosos que vieron en el joven desconocido un potencial propagandista en Hispanoamérica.  No contaban con que el reportero permanecía al acecho de los aspectos menos favorables. Editando las respuestas con mala leche y sumando comentarios agraviantes consiguió que su libro tuviese acogida en el territorio del escándalo. Ese acto de violento desprecio hacia la elite del momento hubiese podido traducirse en una rebeldía contra algún falso olimpo si la pluma de Guillén nos hubiese mostrado una nueva perspectiva, una mirada auténticamente reveladora. Desgraciadamente su arrogancia estaba alimentada principalmente por resentimiento y frivolidad. Otro de los personajes turbiamente llamativos de Nabokovia Peruviana es Alberto Hidalgo (Arequipa, 1897- Buenos Aires, 1967). Según Iwasaki, este “nació con la «nevada», pero al igual que Obélix –que de pequeño se cayó en una marmita de poción mágica- sus efectos fueron permanentes en él. (…) No habló bien de casi nadie y habló mal de casi todo el mundo.” La visita de Hidalgo al viejo continente fue registrada por Ramón Gómez de la Serna que lo definió con puntualidad anotando que era un tipo “sincero hasta lo grosería”.  Con la arrebatada idea de convertir el insulto en un arte Hidalgo se ha consagrado como el más grande panfletario de la literatura peruana. Eso, en alguna parte, debe tener sentido.
Uno de los problemas de optar por ser escritor es que este es el oficio más peligroso del mundo: uno siempre va por el filo del abismo. Los escritores que olvidaron poner una coma, imprescindible para conseguir el efecto preciso, no reciben la nota aprobatoria en el juicio del tiempo: vagan por toda la eternidad en los rincones más polvorientos de las librerías de viejo. Pero hay una triste redención: la condena, la caída, el fracaso, son potencialmente mucho más interesantes como tema para un aspirante al éxito que el éxito mismo. Iwasaki cita a Oscar Wilde: “un gran poeta es la más prosaica de todas las criaturas, pero los poetas menores son absolutamente fascinantes”.
Esta recopilación de textos de Fernando Iwasaki es particularmente provechosa no solo por los divertidos datos mencionados, sino porque de alguna manera incita a reflexionar sobre la condición de extra, de personaje secundario, de nuestra peruanidad. Somos tan periféricos que cuando logramos colarnos un instante al festín principal no podemos evitar dar un saltito de alegría. Finalmente este es un libro que ostenta el sello de una noble actividad, la de los buscadores de tesoros en la intrincada jungla de lo olvidado. En estos tiempos hiperconectados e hiperinformados estos clásicos exploradores deberían encontrar su edad dorada, pero todo indica que siguen siendo una secta hermética y muy exclusiva. Los otros, la desdichada mayoría, solo dedican la banda ancha para navegar entre las tendencias de cada temporada.
El Paso, Texas, octubre del 2011
Nabokovia Peruviana, Fernando Iwasaki Cauti. Aquelarre  Ediciones y La Isla del Sistolá (Arequipa, Sevilla 2011)

La herida más hermosa del mundo

El gesto de sorpresa ante el fenómeno de la existencia tiene muchas formas ¿Entre tantas opciones por qué un genio de provincias eligió la i...